Seraphine: Poniendo Cada Cosa En Su lugar
No necesité mucho para acudir al llamado de mi hermana. Atlas lo entendió por completo y me acompañó, aunque también lo hizo para que yo me contuviera. Él no me deja sola la mayoría de acciones que impliquen un combate.
Pelear con esos monstruos fue terapéutico, es la mejor forma de liberar el caos que se forma dentro de mí. Pero ahora tengo que demostrar que me puedo comportar en la conquista de mi padre.
—Es por eso que necesito a mi hija Seraphine con su padre —termina mi madre de explicar la situación a mis señores. Mi hermana, mi esposo y yo permanecemos sentados en uno de los salones del palacio. Mis dos señores están sentados en el medio y mi madre de pie ante ellos.
—Tristan ya se está cargando un planeta entero, poner a Seraphine sería aniquilar medio universo —dice mi señora Laila—. Seraphine es útil con los espectros, esa región nunca ha estado más de un año en paz.
—Y puede seguir en paz con Atlas gobernando, Seraphine se encargaría de asegurar los territorios ya conquistados y proveer en la defensa —declara mi madre firme.
—Con Seraphine la conquista estaría mejor posicionada. Un Godness en la batalla y el otro cuidando el fuerte es la mejor forma de ganar —dice pensativo el señor Seth—. ¿Y qué hay de la otra hija de Tristan?
De inmediato las vistas van hacia Louisa.
—Yo estoy estudiando mi carrera —dice mi hermana levantándose—. Me faltan tres semestres para terminar mis estudios en ingeniería. Mi padre me dijo que podría servir en el sector tecnológico para la guerra.
—¿Y por qué no ponerla a ella? Todos en esta familia deben trabajar para la protección de la misma —dice mi señora seria—. Nuestra hija también tuvo su carrera, pero la pausó en momentos de crisis hace mil años. Tú también debes hacer lo mismo.
—Disculpe mi señora, pero Louisa no posee el adiestramiento para realizar una conquista. Yo sí poseo dichos conocimientos. Me quedaré en los territorios conquistados y ampliaré el dominio de mi padre —digo ya de pie.
—Es por eso que no es bueno criar hijos en momentos de paz. No saben después afrontar el peligro y la necesidad que conlleva una guerra —lamenta el señor Seth—. Como quiero que este conflicto finalice más pronto. Considero que Seraphine debe resguardar los planetas conquistados, que Atlas siga manteniendo en paz el reino de los espectros y que Louisa sea participe en los asuntos planetarios de Tristan. Porque puedo entender que la niña quiera hacer su propio camino y desarrollarse profesionalmente. Pero estás en esta familia y ninguno de nosotros tenemos días libres y mucho menos dejamos todo tirado para cumplir nuestros sueños. —El señor Seth mira serio a Louisa—. Terminarás tu carrera, pero mientras tu madre te debe instruir en el manejo de gobernar. Tal vez este planeta o los que sea. Pero todos y cada miembro de esta familia debe trabajar para mantener el poder. Porque es muy sabroso no hacer ni mierda, mientras que otros pelean y ni duermen para mantener a salvo al resto.
—Bueno, escuchando todo. Concuerdo con mi marido —dice haciendo un ademán para que nos acerquemos—. Bien, Seraphine te unirás a los planetas ya conquistados de tu padre. Manejarás dichos territorios hasta que Tristan tenga un sucesor digno de dicho puesto...
—¿Puedo postular a mis hijos para dicha labor? —pregunto tranquila.
—Posiblemente —continua—. No participarás en las batallas a no ser que sea en un caso extremo donde Tristan se vea superado. En cuanto a Louisa, Lina tendrá que educar a su hija en el manejo de gobierno. Para que así, cuando cumplas treinta años, estés lista para gobernar este planeta que es vital para la anexión de territorios. ¿Quedó claro?
—Sí, mi señora —respondemos las tres. El señor Seth y su esposa se levantan y se van de la habitación.
—¿Cómo que poner a uno de nuestros hijos como gobernadores? —cuestiona Atlas molesto—. No puedes apartar a mis hijos de mí.
—Estoy asegurándoles un futuro, y además no enviaré a todos nuestros hijos a gobernar planetas. Solo a uno o dos, como se vayan desarrollando las cosas. Ya escuchaste al señor Seth, todos tenemos que trabajar para esta familia —replico enérgica.
—Yo no quiero gobernar, esto no lo deseo —exclama Louisa depresiva.
—Si no ayudamos a nuestro padre, no habrá un lugar para cumplir tus sueños hermanita —digo tomándole de la mano—. Un consejo que te puede ayudar, como eres una gran ingeniera, aplica tus ideas y conocimientos en ayudar a que esta conquista llegue a su fin y también que te ayudes a ti misma —digo con una sonrisa.
—No quiero esto, yo tenía un trato con mi padre —exclama molesta—. Yo no quiero formar parte de esto.
—Lou escúchame por favor. —Mi madre la sostiene por los hombros—. Cada uno de nosotros tenemos roles que desempeñar y cara rol es importante. Como te dije antes, eres una chica inteligente y tenaz. Que podrás desenvolver en tu área, pero también en un gobierno ya sea el de tu padre o el de alguien más. Pero ahora necesitamos todos que cumplamos por preservar el buen nombre de esta familia. Me ayudarás y eso va a ser el fin del tema. Luego vemos el tema de la herencia planetaria.
Mi hermana asiente resignada.
—Bien, Seraphine. Arregla tu situación con tu reino y tu familia. Tienes un máximo de un mes para reunirte con tu padre y a sus órdenes —dice mi mamá más calmada—. Atlas, por favor entiendo el conflicto que tienes con la partida de Seraphine, pero no quiero más problemas. Si necesitas ayuda con los niños, me los puedes dejar de vez en cuando y entre Louisa y yo los cuidamos. Y el tema de si gobernarán algún día, todavía no es algo cien por ciento seguro, pero de igual forma, irlos educando para la labor no será de más.
—Sí señora —dice Atlas resignado.
—Bien, vamos a trabajar.
Atlas y yo nos regresamos al castillo. Él y yo nos ponemos de acurdo con las labores de cada uno. Le enseño por una semana lo que yo hago, la forma correcta de manejar las cuentas, los contratos que poseemos con los ducados fronterizos, él ya se sabe de memoria los contratos internos.
—De todos modos, voy a estar viniendo cada fin de mes para ayudarte y con los niños también —digo recogiendo mis libros de magia, algunas armas y la ropa. Empaco ligero por si acaso.
—Ven acá. —Él me toma de la mano y me sienta en su regazo—. Quisiera obligarte a quedarte. Ser un patán y decirte que tu lugar es con tu marido y con los pequeños.
—Pero no eres un patán —digo acariciando sus mejillas—. Eres un gran esposo y yo soy una gran esposa.
—Extrañaré estos. —Apretuja mis senos—. Y darte por ese culo también.
—Eres un puerco —digo juguetona—. Yo también extrañaré nuestros encuentros amor mío. Trataré de hacer todo bien para volver contigo y me sigas dando duro como a mí me gusta.
—¿Y no quieres que te dé ahora? Solo un pequeño recuerdo de lo que te espera en casa —dice aferrándome más a él—. ¿Sí?
—No podría negarme, aunque quisiera —asiento besándolo. Él me hace levantar y me quita la vestimenta. Quedo desnuda ante a él, el lugar es frío. Pero sus manos acariciándome todo el tiempo, me hacen sentir calentita.
Me acuesto en la cama, mientras que él se desviste. Sus pectorales bien marcados, sus músculos gruesos y su pene bien erecto, me excitan de una forma desmedida. Él sabe que no me puedo resistir cuando se pone así, no es por nada que ya tenemos tres hijos en menos de cinco años. El menor apenas nació hace un mes. Atlas se monta en la cama y va acariciando lento mis piernas hasta llegar a mis mulsos. El muy desgraciado empieza a jugar con mi coño de forma suave y deliciosa.
—Este coñito es fácil de estimular, ya estás empapada y eso que ni te la he metido —dice chasqueando la lengua—. Eres una facilona.
—Y tú un pervertido —digo soltando un gemido. Él se ríe porque sabe que no me falta nada para correrme.
Sigue torturándome con mi coño y ahora con mis senos. Me salió multitareas el idiota. Aprieta, mete dedo, aprieta, saca dedo. Tomo las sábanas extasiada, mi marido no se detiene en lo más mínimo y yo solo me dejo ir. Las sacudidas que tiene mi cuerpo son acompañadas de un gran éxtasis que me nublan por un momento la vista.
—Eres mía, cariño. Solo mía —dice en mi oído. Siento su pesado cuerpo encima del mío, su mano ahora está en mi cabello. Me presiona fuerte la cabeza contra la almohada—. ¿Entiendes eso? —Asiento excitada—. Sé una buena esposa y mantén esas piernas abiertas. Quiero dejarte un regalito para que te acuerdes de mí.
Él me penetra fuerte, pero pausado. Entierra todo su miembro en mi interior, mientras que me dice palabras bonitas y sucias al mismo tiempo. Me enrosco con mis piernas a su cintura, él toma mis manos y nos cogemos mutuamente. Escucho como su respiración se pone más pesada, pero eso no disminuye lo que sucede abajo. Nada lo detiene cuando se trata de sexo, y yo no pienso hacer a estas alturas de la vida. Busco darle todo el placer que quiera, porque sé muy bien que él buscará siempre mi placer. Ambos trabajamos para darnos todo el amor y sexo que podemos. Amo a este hombre con locura y no me importa que no camine por dos días.
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