Capítulo 6
Me revuelvo en la cama, otra hora pasa mientras espero con impaciencia a que el reloj marque las siete y poder levantarme. Bufo.
Miro las agujas del reloj por decimocuarta vez y por fin, la hora dice lo que quiero.
Una pequeña sonrisa nace en mi rostro y me pongo de pie de un salto.
Mi estómago ruge.
Cuando llego al salón donde tomamos el desayuno, me pongo seria repentinamente y pido que me lleven el desayuno a mi habitación.
Y no es que no quiera ver a las personas que se encuentran allí o que desee estar encerrada.
Es que además de no querer ver a mi hermana, mis oportunidades para saltarme algunas normas son casi nulas normalmente.
Debo aprovechar que los Reyes no están.
Suspiro al notar que ni siquiera suelo pensar en ellos como mis padres si no como mis Reyes y eso me indigna.
Desearía tener una familia de verdad, aunque no tuviéramos mucho, aunque no tuviéramos nada. Pero al menos sabría lo que es el amor de una familia.
Me dirijo a mi destino como cada mañana y abro la puerta antes de adelantarme y saltar dentro de la sala.
—Buenos días. —Me da una mirada fugaz.
—Buenos días, Princesa. —Le sonrío ampliamente al notar la facilidad con la que lo dice.
—Hace un día hermoso, ¿no crees? —Me acerco al ventanal gigante que está en medio de una de las paredes de color melocotón.
El palacio consta de alrededor de trescientas salas, contando las cien habitaciones, los veinte baños, los despachos y el resto de estancias.
Casi todas las paredes están pintadas con colores sobrios aunque algunas son la excepción como esta.
Es una habitación totalmente vacía, utilizada como sala del té.
Con una mesita de cristal en el centro, llena de revistas y cuatro sillas alrededor. También un par de PUFs de color crema.
En los alrededores del palacio hay un enorme jardín custodiado por los guardias y aún más afuera, se encuentran los barracones donde habitualmente vive el ejército de soldados.
Los jardines tienen caminos de piedra roja y hay varios bancos de mármol que nunca son ocupados.
Los caminos rojos están llenos de pétalos rosas. Siempre me he preguntando porqué esparcen rosas ahí.
Suspiro. Una y otra vez sin darme cuenta.
—¿Está bien? —La nostalgia de mi rostro es evidente pero trato de tragarme el nudo en mi garganta y recomponerme.
Como siempre, de eso se trata mi vida. Recomponerme. Carraspeo.
—Siempre me he preguntado si no te aburres ahí parado todo el día, tan solo... —Con la brusquedad que puedo, cambio el rumbo de la conversación y pongo el foco de atención sobre él.
—Nos enseñan a estar solos, Princesa. —Sé da cuenta de lo que he hecho pero me permite hacerlo y no puedo evitar una sonrisa agradecida.
—Se cómo te sientes... —Susurro.
—¿Cómo puede? Siempre está rodeada de personas.
—Hay miles de personas a mi alrededor, Ethan. Y ninguna de ellas me conoce de verdad —La expresión de su cara cambia ante tal verdad.
—Creí que iba a llamarme Ace. —Largo una pequeña risa.
—No quería que te confundieran con mi perro. —Bromeo y él alza una ceja con una sonrisa burlona.
—¿Tiene perro? —Y de nuevo un aluvión de nostalgia que me obligo a tragarme. Otra de las cosas que jamás podré hacer. Acariciar a un perro.
Mi madre cree que las princesas debemos guardar las formas y ser limpias en cada aspecto. Y que los perros son seres sucios llenos de enfermedades.
—Ojalá... —Digo al aire, casi como pidiendo un deseo.
Entonces veo como mira de un lado a otro, como si buscara algo o estuviera asegurándose de que nadie nos oye.
—Dentro de diez minutos en la cocina. —Frunzo el ceño.
—¿Qué? —Veo como se separa de la pared y vuelve a mirar de lado a lado. Apurado, me repite la frase.
—Vaya a la cocina en diez minutos, Princesa. —Trago saliva al tiempo que me pongo más erguida y hago un intento por acercarme a él.
—Estarán los cocineros. —Espeto.
—En la principal sí. En la cocina secundaria no; sólo se utiliza cuando hay una celebración.
—Me recuerda y seguidamente, desaparece por la puerta.
Sin comprender nada, miro al reloj y me pongo en marcha para llegar a la cocina. Está en la otra punta del castillo y casi tardo tanto como minutos me ha dado.
Con el corazón acelerado por la adrenalina y el miedo a ser pillada, cruzo la puerta y espero.
Entonces, el chirrido de una puerta de metal me obliga a taparme los oídos.
Es la puerta que da a la parte trasera del palacio, la salida de atrás.
Por ella aparece mi soldado. Pero no va sólo. Tiene a un perro en sus brazos.
¡Un perro!
—¡Oh por dios! —De sus brazos, pasa a los míos.
Sus ojos son marrones, profundos.
Es de un color marrón claro y tiene una línea negra a lo largo de su columna vertebral.
Y honestamente, es más hermoso que muchas de las personas que he visto. Por dentro y por fuera.
Lo elevo en el aire y mis ojos se llenan de lágrimas. Es un ser tan puro y precioso que casi no puedo creer que este conmigo.
—Es del ejército. —Me explica. Le miro y mis ojos están tan aguados que casi no puedo verle.
—Gracias. —Susurro y mi voz sale en un hilo. Entonces si, le veo sonreír con ganas por primera vez.
Y en ese momento me doy cuenta.
Que hay sonrisas que ganan batallas.
Por primera vez en mi vida comprendo eso que dicen de que hay momentos que jamás se olvidan.
El soldado toma al perro entre sus brazos de nuevo y hago un puchero, dolida al tener que verlo marchar.
Le dedico una última mirada al joven.
Supongo que no hay nada que pueda decir o hacer para agradecerle.
Así que sólo susurro una vez más.
—Gracias, Ethan.
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