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Capítulo 48 (Final)

Trato de abrir los párpados, puedo oír las voces de fondo pero no puedo moverme, no puedo reaccionar.
Alguien me lleva en volandas, no reconozco su olor.
—¿Jaqueline? ¿Jaqueline? —Su voz se me hace conocida y trato de ejercer fuerza en la garganta, de emitir algún sonido.

—¿Princesa Jaqueline? —De nuevo repite.
¿Rey Lebah?
—Rey, está mujer está en busca y captura. Es sospechosa del asesinato de los Reyes Octavia y Callie. —Alguien más dice.
No es cierto, no lo hice yo.
¡Soy inocente, maldita sea!

—¿Cómo dice, soldado? esta mujer es inocente y no quiero oír ni una palabra más. Llévela a una habitación y ni se le ocurra ponerle un sólo dedo encima.
—Le advierte, autoritario y yo sólo dejo de escuchar, necesitando un buen descanso.

Cuando por fin abro los párpados, la luz tibia del día se cuela en mis ojos.
Los cierro de nuevo, sintiendo que están adoloridos.
Me muevo en el lugar, rodando, llego hasta una zona fría y sonrío un poco cuando mi piel dolida entra en contacto con el calmante frío.

—¿Princesa? —Una voz irrumpe mi pacífico momento y me incorporo de un salto.
—Estoy despierta. —Informo, alertada.
Miro a mi alrededor, estoy en una amplia y cómoda cama, es una habitación bastante grande y colorida. Muy bonita y elegante.
—Tranquila, Princesa. No pasa nada, sólo queríamos ayudarla a levantarse. —La doncella habla con calma y pone su mano sobre la mía.

Parece saber acerca de mi situación a través de sus ojos trata de brindarme apoyo y mostrarme que no va a hacerme ningún tipo de daño.
Trago saliva y la garganta me duele cuando lo hago.
—¿Dónde están mis amigos?
—Todavía me cuesta hablar y mi voz suena ronca y débil.

—Todos están bien, en habitaciones cerca de esta.
—Respiro hondo, dejando caer la cabeza hacia atrás.
—¿Qué tal si toma una ducha y luego curo sus heridas?
—Asiento.
La joven me ayuda a ponerme de pie y me indica donde se encuentra el baño, dentro de la habitación, es un baño de azulejo azul.

Abro el grifo y el agua sale directamente caliente.
La cascada de agua se mezcla con la sangre y tiñe todo de rojo.
Me escuecen las heridas y siso un par de veces.
Intento no frotar o tocar con mis dedos aquellas partes de mi cuerpo que están heridas.

Tan sólo dejo que el agua me limpie.
Enjabono mi pelo y una ristra de arena va cayendo según paso mis dedos por mis hebras doradas.
Siento que el color natural de mi pelo vuelve cuando la suciedad se va despegando y lo abandona.

Me tomo un largo rato en la ducha, necesitándolo y sintiéndome más liviana tras ella.

Salgo y tomo el albornoz color azul que la doncella ha dejado.
Ella espera paciente en la habitación, colocando el alcohol y demás productos sanitarios.
—Venga. —Me siento en la cama, junto a ella.
Toma un cepillo entre sus manos y comienza a desenredar mi anudado cabello.

Normalmente me resistiría o le diría que no es necesario pero no tengo la fuerza suficiente para hacerlo.

Trata de no darme tirones y acaba minutos después.
—Tome. —Me entrega ropa interior y le agradezco con una sonrisa.
Por debajo del albornoz me pongo la parte de abajo y ella me ayuda con la parte superior.

Sube sus manos hasta mi mejilla, unos pequeños cortes y unas rozaduras.
Los limpia con cuidado pero el alcohol arde sobre mi piel.
Apreto la mandíbula, tratando de no gritar.
Luego va hasta mis piernas, observo las múltiples heridas y las pequeñas piedras que con ayuda de unas pinzas extrae.

—Disculpe. —Susurra cuando extrae una piedra un poco más grande que las demás y un hilo de sangre comienza a salir.
Me agarro de las sábanas de la cama, ejerciendo fuerza sobre estas.
—¿Se encuentra bien, Princesa? —Me pregunta y sus ojos se centran en los míos.
Pero sé que no habla de mi estado físico.

—Lo estaré. —Prometo, dándole una sonrisa.

Entre sus manos toma un vestido que saca del armario y me ayuda a ponérmelo.
Es de color rosa, es bastante holgado y cómodo, también es agradable a la vista.

—El Rey Lebah ha pedido verla en cuanto estuviera lista.
¿Podría ser ahora? —Asiento.

Caminamos a través del pasillo.
Mis retinas distinguen una cabellera negra y sonrío con honestidad.
—Josh. —Susurro, el soldado se gira.
Lleva una camisa de color negro y unos pantalones que parecen confortables.
Su pelo parece húmedo y ya no hay sangre en su rostro.

—Jaqueline. —Me saluda del mismo modo y me acerco a él para darle un abrazo.
Me siento feliz de ver que está bien, que todos lo están.

—¿Dónde están Elalba y Eth-

—¿Me buscabas a mí, hermana? —La ojiverde me interrumpe.
Doy un paso grande para abrazarla también a ella.
Tiene un suave olor a perfume, una tirita adorna su rostro y sus mejillas tienen un poco más color del normal.
Pero sigue siendo la misma niña de siempre.
Tal vez un poco más vivida, definitivamente más experimentada y algo más sabia. Pero la misma de siempre.

—Ve, el Rey quiere verte. —Me anima. Asiento.

Me separo de ellos y camino siendo guiada por la doncella hasta el despacho del Rey.

Atravieso la puerta y el hombre se pone de pie. Alisa su perfecto traje azul y me da una brillante sonrisa.
—Jaqueline, cuanto me alegro de verte. —Da la vuelta a su escritorio y pone las manos sobre mis hombros antes de darme un corto abrazo.
Le sonrío de la misma manera.
—Han pasado como diez años.
—Recuerdo.

Al mirarle, noto la forma en la que ha cambiado. No era más que un veinteañero cuando mis padres venían a visitarle y ahora es todo un hombre.
Su pelo es de un negro intenso y sus azules ojos contrastan con él.
Un par de arrugas para nada profundas en su expresión y la misma mirada amable y honesta de siempre.

—Lamento lo de tus padres. Sabes que nuestra relación se enfrió con los años y nunca fueron santos de mi devoción pero... cuando me enteré de la noticia, temí que Elalba y tú hubiérais corrido con la misma suerte. —Expresa, apretando los labios en una línea recta.

—No les maté yo. —Suelto directa.
—No hace falta que me lo aclares, lo sé. Pero la pregunta real es quién los mató. —Trago saliva.
—El señor Greten.
También trató de matarnos a nosotras. —Arruga mucho las cejas y se muestra anonadado.

—¿El señor Greten? parecía un gran hombre... jamás lo habría imaginado. —Asiento, yo tampoco, créame. Yo tampoco.

—Pero tranquila. Pondré una orden internacional de busca y captura con su nombre. —Juego con la tela de mi vestido, no sabiendo muy bien como decir esto.
—No... está muerto. Trató de matarme, forcejeamos y... —Lo dejo ahí. No quiero repetirlo de nuevo.
—Está bien, entonces ya está.
—Niego.

—Hay algo más. Tenía un cómplice. No conozco su nombre pero puedo dar una descripción bastante detallada de él.
—Ofrezco.
—Perfecto. Llamaré a un dibujante y nos pondremos a ello cuanto antes.

—Gracias. —Susurro y agacho la cabeza.
—Jaqueline, se acabó. Estás a salvo, estás en casa. —Me recuerda.
Siento un gran peso liberarse de mis hombros.

—Sé que tal vez sea muy pronto para esto pero... ahora que los Reyes están muertos, eres la heredera del trono, la Reina. —Y ahí llega la decisión más importante de mi vida.
Pero sé lo que quiero, siempre lo he sabido y siempre lo sabré.
—...te conozco y tal vez quieras renunciar a la corona. Pero hagas lo que hagas, quiero que sepas que tu hermana y tú tenéis un lugar en esta casa. Y me consta que tus amigos soldados son muy buenos. Estoy seguro de que encontrarán un lugar en el ejército para ellos.

Mordisqueo mi labio. Los chicos estarán felices de volver a su entorno pero yo... yo soy otra historia.

—Rey, no se ofenda pero ya me conoce. Sólo quiero una vida corriente, nada de coronas o tronos.
Ni de retretes de oro o soldados custodiando la puerta.
Sólo quiero una vida normal.
—Me siento feliz de poder expresar mis deseos y ser escuchada después de tantos años.

Él alza las manos a modo de rendición.

—Como tú desees. Pero por favor, promete que vendréis a visitarme.
Este palacio se me hace muy grande para mí solo desde que mi esposa falleció. —Le brindo una de mis mejores sonrisas.
—Por supuesto que vendremos, Rey Lebah. Todos los días.
—Aseguro.

—Te tomo la palabra. Y deja las formalidades, por favor.

Con la noticia quemando mi garganta, deseando salir de ella y ser expuesta, salgo corriendo a través del pasillo.
Aunque las piernas me duelen y pesan, necesito encontrar a Ethan.

—Disculpe... ¿ha visto a un soldado castaño, ojos azules? infinitamente guapo —Reitero con movimientos de manos. La chica alza las cejas.
—Creo que se fué por allí.
—Indica por la ventana.

Sigo el sonido de los pájaros cantando en el jardín y noto que salto en mi interior cuando veo la puerta.
—¡Ethan! —Vocifero. Salto los escalones como puedo y corro tras él, viéndole salir de la verja.

—¡Ethan! —Grito de nuevo. El castaño se detiene y se gira hacia mí. Lleva unos pantalones holgados y una camisa blanca.

—Creí que estabas con el Rey.
—Su tono de voz hace que mi sonrisa se borre.
—Lo estaba. —Confirmo.
—Buenos días, Princesa. —Le retengo, agarrando su muñeca.
Suspira pesado y me mira.
—¿Ethan?

—Vas a volver a tomar la corona, ¿no es así?
Volverás a ser una Princesa, yo volveré a ser un soldado y volveremos a tener un ridículo protocolo. Siempre será así, Jackie. Siempre. —Para detenerle en su intento de huida, agarro su camisa a la altura de sus abdominales.

—He renunciado a la corona. No la quiero, Ethan, nunca la he querido. —Frunce el ceño. Pero veo que sus ojos reflejan felicidad.

—Pero... ¿puedes hacer eso? eres una Princesa. —Pongo los ojos en blanco y dejo salir una risa.
—No lo soy, no soy una Princesa.
—¿Y quién eres, entonces? —Mis palabras parecen relajarle. Alzo una ceja.

—Puedes llamarme Jackie.

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