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Capítulo 30

¿Había dicho que el día de mi cumpleaños era el día que más odiaba?
Mentía, bueno, tal vez no.
Pero me equivocaba.

Hay un día que sin duda, recordaré mucho más que el día de mi cumpleaños.
El día del baile de compromiso.

Había pasado la última hora y media escondida en un rincón, acurrucada en una elegante y solitaria silla rodeada de la nada.

Era la quinta vez que rechazaba bailar con mi prometido, excusándome con haber recaído de mi enfermedad.
De vez en cuando, tosía y me sonaba la nariz, manteniendo al público alejado de mí.

Desde su confinamiento en la puerta del baile, mis padres me daban miradas rápidas de desaprobación.
Aprovechaba esos momentos a mi favor, fingiendo sentirme mal y estar mareada.

Mientras, me mordía el interior de la mejilla contando los minutos restantes hasta el momento más esperado de la noche.

Simbólicamente, el Duque tenía que pedirme matrimonio frente a todos.
Casi como si tuviera alternativa, como si pudiera escoger.
Pero supongo que es lógico que no pueda hacerlo, no es más que un acto para contentar y complacer al público, dándoles el espectáculo que tanto anhelan ver.

Y si pudiera escoger, si tuviera ese derecho, todo el mundo sabe lo que escogería.
Pero no es más que un deseo que no sucederá.

Mi mirada no para quieta, de un lugar a otro buscando a Ethan.
Pero no le he visto en toda la noche, ni una sola vez.

A lo lejos, mis ojos encuentran a Elalba.
Ésta camina recta y decidida hasta pararse junto a mí.
Tomo aire y le doy una mirada larga.
—Faltan menos de diez minutos, ¿estás lista? —Paso saliva.
—¿Tú lo estarías?

Pregunto siendo sarcástica.
¿Es que alguien lo estaría?

—Tú eres más fuerte que yo.
Sé que puedes hacerlo. —Me asegura pero las dudas dentro de mi no hacen más que crecer y crecer.
—Yo no estoy tan segura... —No llegamos a mirarnos, sigo buscando con mis retinas.
—Yo sí. —Carraspea y alisa su vestido.

Da un par de pasos, alejándose de mí.
Pero antes de irse del todo, vuelve a girarse.

—Y si no te sientes bien, siempre puedes imaginártelos a todos desnudos.

La pequeña risa que escapa por mis labios provoca que mi madre frunza el ceño.
Entonces me doy cuenta de que no ha apartado su vista de nosotras desde que Elalba se acercó.
Sin embargo, no la miro directamente.

Para mostrar decisión y seguridad, me pongo de pie antes de que el espectáculo comience.

Los nervios aumentan cuando me pongo de pie, tal vez la idea de Elalba no sea tan mala después de todo.

Bien, voy a imaginarlos desnudos.
Allá voy.

Mi madre lleva una ropa interior pura, incluso me atrevería a decir que lleva una armadura debajo del vestido.
Y tal vez mi padre pelea dos horas cada noche contra esa armadura y acaba quedándose dormido por el esfuerzo.

Mi hermana lleva ropa interior negra, es el pequeño placer que se da. Escoger algo sobre sí misma.

El Duque Morrison probablemente no lleve ropa interior...

Sacudo la cabeza, que asco.

Bien, igual no ha sido tan buena idea.

Mi padre se posiciona junto a mi, su brazo se entrelaza al mío y las luces se apagan.

Comienza.

Unas velas se encienden alrededor de la sala, una tonalidad roja suave.
No sé en qué momento ocurre pero el suelo se llena de pétalos de rosas y unos músicos se suben a un improvisado escenario.

La melodía es delicada y preciosa, una combinación perfecta de pianos.

No puedo negar lo bello del momento.
El momento es hermoso, la música también lo es.
Todo lo que falla es el hombre que espera por mí.

Delante de mí, a unos metros, el Duque pone sus manos sobre su espalda.
Maritza aparece de la nada.

Se pone de rodillas en el suelo y como manda el protocolo, levanto la pierna para que retire mis tacones.
Me da una mirada reconfortante y roza mi pierna, asiento levemente en su dirección.

Sale de la escena y la música se eleva, combinando con el silencio del público.
Mi padre y yo comenzamos a caminar, más bien flotar.
Apenas moviendo las piernas y arrastrando suavemente mi vestido.

Llegamos al lugar adecuado y mi padre deshace nuestro toque -en el que en realidad no nos estábamos tocando-.
Entonces, hace una reverencia en nuestra dirección y se retira.

Cuando vuelvo a mirar al Duque, mi cerebro le bloquea y ya no le veo.

Todo lo que veo es a Ethan.
Una sonrisa deslumbrante se dibuja en mi rostro.

Con un impecable traje, se pone sobre sus rodillas y alza una caja entre sus manos. La abre y en ella reluce un brillante anillo con un diamante azul que destaca por encima del resto.

Mi soldado sonríe nervioso y su voz titubea.

—Princesa Jaqueline Marianne I ¿me haría el honor de casarse conmigo?
—Dice.

Las lágrimas llenan mis cuencas oculares.
Sus profundos ojos azules me miran impacientes y llenos de amor.

Trato de hablar pero mi corazón se encuentra tan repleto de calidez que los nervios me traicionan y suelto una pequeña risa histérica.

Claro que quiero casarme contigo, Ethan.

—Sí, sí quiero. —Acabo diciendo.
Veo como sus orbes se cristalizan, haciendo conjunto con las mías.
El anillo se encaja en mi dedo y mi soldado se pone de pie para tomar mi mano.

Completa y eufórica, miro hacia adelante para sonreír.
Las luces regresan y vuelvo mi mirada al castaño.

Pero Ethan no está allí. No es él quien toma mi mano y nunca lo ha sido.

El Duque Morrison celebra su victoria con sobriedad, apenas reaccionando.

Aunque sé que en su interior está gritando, pletórico.
Porque no me ha puesto un anillo a mí, se lo ha puesto a la corona.

La noche finalmente acaba y mi madre anuncia que pronto tendré que empezar a colaborar con los ya avanzados preparativos de boda.

Entre las sombras, me escurro hasta mi lugar secreto.
Ethan está allí. Y al mirarle, de alguna manera sé que ha estado allí toda la noche.

—Ethan. —Se gira para mirarme.
Hay unas ojeras violeta bajo sus ojos. Su pelo está algo desaliñado y tiene una expresión de agotamiento.

—¿Has estado aquí todo el tiempo?
—Me acerco a él y veo su intención de tomar más distancia y retroceder. Pero ya está pegado a la pared.

—Estaba indispuesto. —Miente.
—¿Les has dicho eso? —Asiente.
Sus ojos nunca me encuentran, evita hacerlo.

—No quería estar ahí.
—Reconoce.
Recorto del todo la distancia y subo mi mano hasta su mejilla.
Me doy cuenta entonces de que estoy temblando.
Cierra los párpados durante un instante y el aire escapa de sus labios entreabiertos.

Pero no me deja tocarle, retira mi mano con la suya.
Y cuando lo hace, su vista baja hasta el anillo en mi dedo.
Yo también enfoco a ese anillo.

Nos quedamos observándolo durante unos segundos, sin terminar de creernos que sea real, que esté ocurriendo de verdad.

Suelta su agarre y mi brazo cae en seco.
Volviendo a evitarme, gira el cuello para mirar hacia otro lado.

Trato de agarrar su mentón pero se zafa de mi agarre. Noto un pedazo de mi corazón desprenderse.

La luz de la luna es todo lo que nos ilumina, dejándome ver sus facciones vagamente.
Pero por una vez lo agradezco.
Si sus actos están rompiéndome en dos, ver su mirada dolida me dejaría convertida en polvo.

En un momento de luz, las palabras de mi hermana vienen a mi cabeza
"Puedes hacerlo" me recuerdo a mi misma, utilizando su ánimo en otro contexto.

—Ethan. —Le llamo. Utilizo una fuerza que no sabía que tenía y sueno autoritaria. Me mira.
—¿Sabes por qué he conseguido pasar por esto? ¿aceptar esa asquerosa propuesta?

Quiero llorar pero aguanto las ganas, no es un buen momento para ser débil.

Niega levemente.

Suspiro, preparándome para lo que voy a decir ahora.
Pero si tengo algo claro es que hay cosas que es mejor decir rápido y sin pensar mucho.

—Porque me he imaginado que eras tú quien me pedía matrimonio.

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