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Capítulo 28

—¿Está segura de sentirse totalmente recuperada, Princesa? —Maritza aparta sus manos del cierre del vestido para posarlas sobre mis hombros y darme una mirada preocupada.
A veces, muy a veces, tengo la sensación de que se preocupe más por mí que mi propia madre.
Una vez más, tomo aire y le doy una sonrisa agradecida.

—Totalmente, Maritza. Gracias. —Sube el cierre del vestido y me da una suave palmada en la espada.
Sintiéndome extraña después de casi dos semanas en la habitación, tomo el pomo de la puerta y lo giro.
En el pasillo, oigo unos pasos suaves, casi silenciosos y la figura de mi hermana se hace presente por éste.

Con una bandeja cubierta en sus manos, me mira algo sorprendida.
La miro de la misma manera.
—Charleen, la cocinera, había preparado algo para ti y no podía así que iba a llevártelo yo. —Me explica, tomo la bandeja entre mis manos y el olor a chocolate me inunda las fosas nasales.

Cuando retiro la tapadera, me encuentro con unos bizcochos de chocolate que huelen de maravilla.
Tienen un fino recubierto de coco y están recién hechos.
—Huele increíble, gracias Alba. —Tomo la bandeja entre mis manos pero la extiendo un poco más para ofrecerle. Con una pequeña sonrisa, niega.
—¿Segura? —Vuelve a negar.

Me giro sobre mis talones para volver a la habitación pero antes de hacerlo, su voz vuelve a detenerme.
—No dejes que mamá te vea... ya sabes que está prohibido.

El chocolate es una de tantas cosas que nuestro protocolo prohibe. No sólo por el aspecto físico sino también por la salud, todo tipo de postres azucarados están fuera de nuestra estricta dieta.

Me adentro en mi habitación pero aún algo desganada, los dejo sobre la mesa y vuelvo a salir.

Vigilando que nadie me encuentre, corro a través de la casa hasta llegar a la cocina.
Con mis ojos busco a Charleen, la anciana cocinera de la familia.
Cuando la veo, una sonrisa honesta sale por mis labios y me dispongo a darle las gracias por arriesgarse así por mi.

Mi madre sería capaz de cualquier cosa si supiera que ha cocinado algo azucarado en nuestra casa.
—Gracias, Charleen. —La anciana rubia frunce un poco el ceño, lo justo para que su expresión parezca de asombro.
—Su hermana insistió mucho, Princesa. —Ahora soy yo quien entre abre la boca, sin entender sus palabras.

—¿Qué? creía que usted había cocinado esos bizcochos para mí. —Asiente.
—Así lo hice. —Hace una pausa.

«A petición de su hermana Elalba, quien me comentó que usted se encontraba indispuesta y necesitaba algo dulce para animarse.

Veo a mi hermana de nuevo, entrando en la sala del té. Pero no avanzo hasta ella ni digo una sola sílaba.
Ella ha querido guardar el secreto de su acción, ha querido mantenerlo para ella y si esa ha sido su voluntad, aunque me siento plenamente agradecida, tengo que respetarla.

Por muchos años hemos dejado de ser las hermanas cercanas que una vez fuimos. No puedo arruinarlo ahora que todo está volviendo a su cauce, no puedo arriesgarme a que vuelva a cerrarse en banda y perder su confianza de nuevo.

De sala en sala, voy buscando a mi soldado con mis ojos.
Cuando finalmente mis retinas se encuentran con él, me paralizo y escondo tras una pared de esquina.
Porque no está solo.
Frente a él hay una joven chica, rubia y de estatura mediana, más bien baja.

Charlan animadamente y el castaño suelta alguna sonrisa de vez en vez.
Trago saliva y me concentro para oír algo de su conversación.

No, Jaqueline, no. No está bien escuchar conversaciones ajenas.

Sacudo mi cabeza y suelto un suspiro.
Un nudo baja desde mi garganta hasta mi estómago y de repente vuelvo a sentirme enferma.
Veo que la chica viste el uniforme de las cocineras y lleva un moño bajo.

Me siento intrigada y tal vez un poco molesta.
Pero no es su conversación lo que me molesta sino el confuso sentimiento que de poco a poco crece en mi interior.

Me las arreglo para mantener mi mente ocupada durante el resto del día y la emoción crece en mi estómago según va cayendo la noche.
Después de varios días, por fin vuelvo a la biblioteca. No sabría decir si mi emoción es debida a pisar de nuevo ese lugar, a volver a ver las vistas desde el balcón o al olor a libro viejo que desprenden las hojas allí encerradas.

Pongo un pie en la entrada, ayudándome de la puerta para no caer y aspiro profundo cuando estoy finalmente dentro y a salvo.
No tardo mucho en capturar con mis iris al soldado.
No sé muy bien porqué pero ruedo los ojos al verle.
Una sonrisa se plasma en su rostro al verme a mi, sin embargo.

—Hola. —Se acerca trotando para envolverme entre sus brazos pero no respondo al contacto. Me quedo estática, sin mover un sólo músculo y respirando despacio para evitar alterarme.
Aunque parece algo extrañado, pasa por alto mi actitud.
—¿Te sientes mejor? —Frota mis brazos con las palmas de sus manos, de arriba a abajo mientras inspecciona mi rostro en busca de alguna señal que responda a su pregunta.

Hago un ruido con la boca, indicando que la respuesta es afirmativa.
Entonces, me deshago de su toque y cojo el primer libro que encuentro en el camino.
Decidida, doy media vuelta.
—¿Jackie? ¿te vas?
—No me giro hacia él.

—Sólo he venido a coger un libro. —Contesto seca y fría pero no avanzo ni un metro más cuando corre tras de mí y me agarra la muñeca.
Sus ojos buscan los míos y acabo por rendirme y mirarle.
—Necesito tu ayuda. —Alzo una ceja.
Definitivamente no es lo que esperaba oír.

—Adelante.

—Necesito que despidas a alguien. —La boca se me abre sola.
¿Acaba de pedirme que despida a alguien? ¿va en serio?

—¿Por qué? —Apreta los labios y deja salir el aire con calma.
—Es una chica nueva, es rubia y baja. Trabaja en la cocina. —Me exaspero al no haber recibido una respuesta a mi pregunta.
—No he preguntado eso. —Me cruzo de brazos.

—Jackie, no ha decidido trabajar aquí por sí misma. La han reclutado. —Mis dedos pulgar e índice juegan con mi labio inferior, buscando una explicación a lo que dice.
—Antes ayudaba a sus padres en un restaurante, tenía fama de ser una gran cocinera y el consejo del empleo la ha reclutado para trabajar aquí.

—¿Es la chica con la que hablabas hoy? —Saco por mi boca la duda que mi mente alberga. Asiente y no parece sorprendido de que lo sepa.
—¿Por qué no quiere trabajar aquí? tendrá turnos y un sueldo muy bueno. —Aunque odie este lugar, debo admitir que a menos que sea soldado, es un trabajo mejor que bueno.

Si sabes como lidiar con mis padres y mantener la calma, todo irá bien.

—Tiene catorce años, Jackie. Debería estar en el colegio y no trabajando. —Cuando el número impacta en mis tímpanos, siento náuseas.
Catorce años, sólo es una niña de catorce años.
Y no puedo sentirme más estúpida por ese patético sentimiento al que llaman celos.
Celos de una simple niña pequeña.

Avergonzada y humillada, agacho la cabeza.

Pero el ojiazul no entiende mi comportamiento y más frases se formulan en sus labios.
—Necesito que la despidas para que pueda volver a su casa, Jackie, para que pueda volver a su familia.

Me llevo una mano a la nuca y comienzo a sobarla, sin tener idea de que decir.
Así que cuando su nerviosismo por mi respuesta crece, creo en mis labios lo primero que se me ocurre y tiene un mínimo de sentido.

—Veré que puedo hacer.
—Prometo y su pecho se infla cuando respira hondo, aliviado por fin.

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