Capítulo 26
Un estornudo se escapa por mi boca y oigo que alguien susurra "jesús" a mi lado. Tomo otro pañuelo y me lo llevo a la nariz.
Salgo de la habitación a pasos cansados, con un vestido que cubre mis manos y piernas por completo y aún así, sintiendo un poco de frío.
La prenda me resulta incómoda y trato inútilmente de hacerla un poco más ancha tirando de ella, siento como si hubiera una cuerda alrededor de mi cuello que me estuviera presionando un poco más a cada paso.
La puerta de la habitación de Elalba se abre según paso y me detengo a mitad del camino.
—Hola. —Tan sólo digo cuando pasa por mi lado y mi voz se escucha extrañamente ronca y cargada.
Ella me mira sin expresión alguna.
—Llevas el vestido del revés.
—Comenta, tirando de la manga de mi brazo y mostrándome la costura que debería estar en mi codo.
Refunfuño sólo para mi pero por fin entiendo porque me estaba resultando tan molesto.
Agradezco mostrando una sonrisa pero siento la necesidad de añadir algo más.
—Estos ridículos vestidos son tan raros que ni siquiera puedes diferenciar la parte de adelante y la de atrás. —Intento sonar divertida pero la presión en el ambiente y el tono cargado de mi voz hacen que suene como una queja.
Tan sólo asiente antes de ponerse en marcha y continuar con su camino, yo sólo doy un largo suspiro, sintiéndome patética.
La noche cae y me encuentro a mi misma envuelta entre las cobijas de mi cama. No sé si tengo frío o calor, va alternando dependiendo de si estoy arropada o no.
Oigo un par de golpes secos y me incorporo de inmediato.
Miro a mi alrededor pero por el sonido que han hecho, no eran golpes en la madera.
Entonces, vuelvo a oír otro par y mi vista se dirige a la chimenea justo cuando el cristal es retirado.
—¿Desde cuando llamas?
—Pregunto.
Su ceño se frunce sin dejar de mirarme cuando se levanta del suelo.
—¿Estás enferma? —Chasqueo la lengua y niego efusiva.
No quiero que se vaya aunque no me esté sintiendo muy bien.
—No, sólo tengo la garganta un poco cargada. —Prometo y me esfuerzo por mostrar una sonrisa que garantice mis palabras.
Él hace lo mismo y extiende su mano para ayudarme a salir de la cama.
—¿A dónde vamos? —Cuestiono según nos movemos fuera de la habitación.
—Ya lo verás.
Entonces, con nuestras manos unidas, viene a mi cabeza el recuerdo de la otra noche. El recuerdo de un beso.
La realidad es que no hemos hablado de ello, ni siquiera mencionado.
No sé si debería decir algo o si es mejor dejar que todo fluya.
U olvidarlo en su defecto.
El sólo recuerdo provoca que la sangre de todo mi cuerpo se suba a mis mejillas y muerdo mi labio en una sonrisa que sé que no puede apreciar.
Suspiro.
Pasamos por un par de pasillos hasta llegar a la sala de reuniones.
Es una sala bastante grande donde Reyes de todos los países cercanos suelen tener reuniones de negocios.
La realidad es que nunca había estado aquí antes.
El palacio tiene tantas salas y habitaciones que no importa cuanto lleves aquí, es casi imposible haber estado en todas ellas.
Frunzo el ceño cuando el castaño abre una puerta de la nada, en mitad de una pared.
Supongo que él conoce la casa mucho mejor que yo pues le dieron órdenes directas de estudiar los planes, tal y como yo misma escuché.
Entonces, la luz de la luna aparece por esa puerta y frunzo aún más el ceño si eso es posible.
Me arrastra con él hasta que mis pies desnudos tocan la hierba.
Lo que mi vista contempla es algo que nunca había observado antes.
Es un jardín cubierto, tiene una cúpula con una altura de alrededor de diez metros.
No es demasiado grande pero tiene un par de mesas de exterior.
—¿De dónde sale este lugar?
—Cuestiono. Él suelta mi mano para mirarme y sonreír.
—Es un jardín exterior, se construyó un par de años antes de que nacieras y se mantiene cuidado. Pero nadie pisa por aquí, según me han informado, los Reyes nunca han estado aquí ni una sola vez. —Sus palabras no me sorprenden en lo absoluto.
Este no parece el tipo de sitio donde mis padres entrarían. Es demasiado libre e informal, muy poco elegante, muy poco de su gusto.
Observo la noche nublada a través del cristal de la cúpula y el castaño se tumba en el césped. Queriendo recortar la distancia que nos separa, le imito.
La hierba está llena de pequeñas gotas de agua que imagino vienen del sistema de riego.
Hay un olor a flores que desprenden las que se encuentran apostadas en los rincones del lugar.
Un trueno cruza el cielo con su característico estruendo.
—Y ahora viene la mejor parte. —Susurra mi soldado.
Entonces, unas pequeñas gotas comienzan a estrellarse con la cúpula, y más y más.
En un principio, parece que toda esa tromba de agua vaya a caer sobre tu cabeza pero nunca llega a hacerlo y aún así, tienes la extraña sensación de que deberías ponerte a cubierto antes de que te llueva encima.
El olor a lluvia se cuela y aspiro profundo, es hermoso.
Es absolutamente hermoso.
—Lo descubrí estudiando los planos y lo primero que hice fué pensar en ti. Sabía que te gustaría. —Giro el cuello para mirarle y no sé como lo sé pero puedo sentir que no ha apartado su mirada de mi desde que me posé a su lado.
—¿Cómo lo sabías? —Intrigada suelto en un susurro.
—Porque este lugar me recuerda a ti, Jackie. No encaja con el resto de la casa ni con tus padres. Huele a flores y lluvia, la hierba te hace cosquillas en los pies y hay pequeñas gotas de agua esparcidas. Y además es hermoso, muy hermoso.
Así que en definitiva, este lugar serías tú si pudieras convertirte en un jardín. —Las comisuras de mis labios suben hasta convertirse en una brillante y espléndida sonrisa.
Entonces en ese instante, sé que no tengo que decir nada sobre lo de la otra noche. Que no hay presión o tensión sobre nosotros y que lo que ocurra, ocurrirá sin necesidad de palabras.
Las horas pasan y comienzo a sentirme un poco mareada. El contraste de la hierba fría y mi piel cada vez más caliente.
—Ethan, no me siento muy bien. —Susurro despacio cuando el ardor de mi cara comienza a molestarme demasiado.
Rápidamente, se pone de pie y me ayuda a levantarme.
—Vamos. —Con una de sus manos en mi cadera, me ayuda a caminar hasta llegar a mi habitación. Me alejo de él en cuanto tengo un lugar en el que apoyarme.
—No quiero que enfermes tú también. —Me excuso. Asiente y me da una gesto de compresión antes de darme las buenas noches y marcharse.
El amanecer de un nuevo día no me hace sentir mejor.
Maritza se adentra en mi habitación junto con dos doncellas más y me descubre totalmente destapada. La piel me quema y siento salir un irónico sudor frío.
—Buenos días, Princesa. —No contesto.
Me incorporo sobre la cama y largo un suspiro.
—Princesa, tiene usted... —Una de las chicas toca la parte trasera de mi vestido y me enseña entre sus manos unas briznas de hierba pegadas entre sí. Trago saliva y Maritza me da una mirada de desaprobación.
—¡Vaya! ¿cómo habrá llegado hasta ahí? —Sueno sorprendida o eso creo.
Una sensación de vértigo me obliga a dejar de hablar y mi doncella se acerca hasta mi para poner su mano sobre la piel de mi rostro.
—Tiene fiebre, Princesa. Será mejor que se quede aquí.
—Totalmente de acuerdo con su propuesta, me dejo caer de nuevo sobre la cama y pateo las cobijas para apartarlas más de mí.
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