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Capítulo 25

La noche cae y con ella una estruendosa tormenta, ha estado lloviendo por toda una semana.
Un rayo cruza el cielo y la luz se cuela por las ventanas de mi habitación.

Oigo unos golpes suaves en mi puerta y esperanzada de que sea Ethan, corro para abrir. Pero el alma se me cae al suelo al encontrarme con el rostro de mi hermana.
Sin pedirme permiso o decir nada, se adentra en mis aposentos.

—Sé lo que ocurrió esta mañana. Lo oí todo, las cosas que le dijiste al Duque. —Largo un cansado suspiro.
—Me agredió, Alba. —Chasquea la lengua y deja escapar una risa.
—¿Esa es tu versión? porque la mía es que casi le gritaste que no te querías casar con él y que le dijiste que estaba desesperado por la corona. —Tiene una expresión divertida en su rostro y no puedo evitar que las lágrimas se asomen.

—No quiero casarme con un hombre al que no amo, al que no conozco y que no me respeta.
—Mis palabras no surten efecto y camina de vuelta a la salida de la habitación.
Supongo que papá y mamá estarán muy infelices al conocer esta información. Como siempre, no dejas de decepcionarlos.
—Alcanza mi límite con esas palabras y me pongo de pie para enfrentarme a ella.

—¿Decepcionarlos? ¡Alba, mira lo que nos han hecho! —Hago una pausa para señalar a nuestro alrededor. —Nos han convertido en títeres. Desde que somos pequeñas nos han hecho seguir unas horribles y estrictas normas para tener una vida que nunca hemos deseado, ¿es que no lo recuerdas? ¡tú tampoco querías esta vida! —Exclamo, recordando un pasado en el que ambas teníamos el mismo deseo de libertad.

—¿Lo que nos han hecho? ¿amarnos y llenarnos de riquezas? —Se cruza de brazos. Muerdo mi labio con fiereza, buscando sacar de mi cuerpo la ira que siento.
—No dejas que dañen a alguien a quien amas. —Me levanto la tela del vestido y dejo al descubierto las ahora más evidentes marcas de mi brazo.

Por un segundo, noto que su expresión cambia. Pero sus palabras no acompañan esa expresión.

—No te mereces el trono, no te mereces que papá y mamá crean en ti. —Lo veo justo entonces, ahí mismo en su mirada, la respuesta a su odio desmedido contra mí.
—¿Estás celosa, Alba? ¿quieres lo que yo tengo, el trono?

—¡No sólo tienes el trono!
—Exclama, perdiendo el control de su voz. —¡Todo el mundo confía en ti! es muy fácil hablar cuando todo el pueblo cree en ti. Cuando tus padres creen en ti y te confían la corona. No sabes lo que es ser la segundona, no sabes lo que es ser la hija mala, la que no sirve, en la que no creen.
—Sus ojos comienzan a delatar su dolor y las lágrimas resbalan por su mejilla.

—Es muy fácil hablar cuando tienes a alguien que cree en ti.
—Es lo último que dice antes de romperse.

Y supongo que yo también tengo parte de la culpa, por no haberme dado cuenta, por no habérselo dicho antes.

—Elalba... tú siempre fuiste mi modelo a seguir.
¿Te lo había dicho alguna vez? No la Reina sino tú. Eras lo que yo no me atrevía a ser, eras libre, hermana. Tu corazón era libre.
Eras sólo una niña siguiendo un puñado de normas pero nunca dejaste de sentirte libre, eras exactamente la persona que yo quería ser.
Yo debía cuidar de ti pero eras tú quien cuidaba de mí, quien me enseñaba como ser.

«Recuerdo aquel día cuando éramos unas niñas, pinté las paredes de la casa y los Reyes se enfadaron muchísimo. Pero me protegiste y te culpaste tú. Entonces me dijiste: "esto es lo que los hermanos hacen".

Y nunca olvidaré aquellas palabras, ni como imaginábamos una vida sin vestidos largos que nos impidieran jugar y correr.»

No alza su cabeza para mirarme, abre la puerta y se dispone a salir por ella.
Doy un paso y agarro el pomo de ésta para cerrarlo pero necesito decirlo y sacarlo de mi pecho.

—Siempre lo he hecho y todavía lo hago, Elalba, yo creo en ti.
Porque eso es lo que los hermanos hacen.

La puerta se cierra con mi suave empujón y me dejo caer en el colchón, agotada.
Pero es mi mente lo que está cansada.

Como cada día, el desayuno familiar pasa entre momentos y silencios que parece se hacen más incómodos con el paso del tiempo.
Pero hoy especialmente, desearía que la tradición siguiera.
Mi madre rompe el maravilloso momento de calma para a preguntarme acerca de la boda.

—¿Hay alguien en especial a quien querrías invitar al baile de compromiso y a la boda? —La tostada entra en su boca y muerde. Tengo el estómago tan revuelto que hasta verla comer me da arcadas.
Estoy harta de esto, harta de esa maldita boda y todo lo que conlleva.

—No quiero casarme. —Así que lo suelto en voz alta. Aunque no es un secreto, todos me miran como si acabara de descubrir una fórmula secreta.
—No se trata de lo que quieras sino de lo mejor para el reinado.
—Expone con total calma.
—¿Por qué no puedo gobernar yo sola? he visto como lo hacen toda una vida. —Propongo y mis palabras provocan que casi se atragante con la tostada.

—¿Es que has perdido la cabeza del todo? ¿cómo va a gobernar una mujer? —Bufo con brusquedad, harta de su actitud misógina.
—Qué usted no pueda gobernar no significa que el resto de mujeres no podamos hacerlo.

Mierda, Jackie.
¿Es que alguna vez aprenderás a cerrar la boca?

Su gesto se profundiza y deja la tostada sobre el plato. Arrastra la silla sin emitir sonido y se pone de pie para profesar su autoridad.
—Vas a casarte con el Duque y no hay más que hablar. —Apreto la mandíbula.
—No quiero hacerlo. —Repito.

—¿Y te crees que me importa lo más mínimo lo que quieras o no, niñata egocéntrica? no tienes ningún derecho a abrir la boca y expresar tu ridícula opinión así que deja esa lengua quieta antes de que te arrepientas. —Sus palabras me sorprenden tanto que trago en seco y decido quedarme callada.

Sin embargo, una voz se alza por encima del resto.

—No se atreva a hablarle así.
—Mi boca casi cae al suelo cuando soy consciente de quien ha hablado.
—¿Disculpa? —Mi madre le dirige su mirada enfurecida.
—¿quién te crees que eres?

Espero que de sus labios no aparezca ninguna palabra más pero y contra todo pronóstico, su voz vuelve a resonar en toda la habitación.

—Le estoy haciendo una petición muy simple, Reina. —Hace una pequeña pausa para matizar. La observa con cautela antes de arrastrar también la silla, en completo silencio y ponerse de pie.

—Le estoy pidiendo que no le hable así a mi hermana.

Nuestra madre, totalmente sorprendida por la actitud de su hija pequeña, alza una ceja.
—Elalba, ¿desde cuando defiendes sus comportamientos rebeldes? —Trata de razonar con ella pero mi hermana no deja de retarla con su mirada.

—Nos retiramos a nuestras habitaciones. —Anuncia y rápidamente me pongo de pie para seguirla a través de la sala.

Pero tristemente, no la alcanzo antes de que cierre la puerta al entrar en su habitación. Tomo un largo suspiro y vuelvo a la sala del desayuno, donde mis padres ya no se encuentran.
Camino hacia Ethan y éste me mira con una expresión de orgullo.

—Nunca dejaste de creer en ella y ahora entiendo porqué.
—Admite, sonriendo y abrazándome por los hombros.
—Estaba en ella, Ethan, su corazón lleno de amor y libertad. Siempre ha estado dentro de ella. —Deja un beso en mi mejilla y se dedica a observarme.

—Y lo has sacado a la luz. —Me encojo de hombros.

—Tienes ese efecto en las personas, Jackie.
Sacas a la luz lo mejor de ellos.

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