Ritos funerarios, aún recuerdo cómo se hacen.
Si hay algo peor que oír "muerte, muerte, muerte!, es oír esas palabras mientras te pellizcan los brazos.
—¿Puedes concretar?
En realidad, lo que quería preguntarle era: "¿Puedes hacer que todo esto desaparezca y, ya que estás en eso, puedes dejar de pellizcarme de una vez?". Pero dudaba que hiciera realidad cualquiera de los dos deseos.
—Referencias cruzadas—contestó Ella.
—¿Cómo?
—La tumba de Tarquinio—continuó—. Las palabras del Laberinto en Llamas. Frank me dejo: "Artemisa encara la muerte en la tumba de Tarquinio, salvo que la puerta del dios silente sea abierta por la hija de Belona"
—Conozco la profecía—dije—. Ojalá la gente dejara de repetirla. ¿Qué significa exactamente...?
—Cortejando palabras "Tarquinio", "Belona" y "dios silente con el índice" de Tyson.
Percy observó a su hermano con cara de confusión.
—¿Tyson tiene un índice?—preguntó a nadie en particular.
Frank se encogió de hombros.
—No sería muy buen libro de consulta sin un índice.
—¡En la parte de atrás del muslo!—gritó Tyson, que seguía moviendo los pies alegremente, esperando a ser grabado con agujas al rojo vivo—. ¿Quieren verlo?
—Emm, no, gracias—contestó Percy— Entonces, ¿ya encontraste...?
—Sí, sí—dijo Ella—. Ningún resultado de "Belona" ni el "dios silente". Hum—se dio unos golpecitos en un lado de la cabeza—. Necesito más palabras para esas. Pero "la tumba de Tarquinio", sí. Encontré un verso.
Se dirigió rápidamente a la silla de tatuar, y Aristófanes la siguió de cerca trotando, intentando arañarle las alas. Ella tocó el omóplato de Tyson.
—Aquí.
El cíclope rió nerviosamente.
—"Un gato montés cerca de las luces que giran—leyó Ella en voz alta—. "La tumba de Tarquinio con caballos que brillan. Para abrir su puerta, dos-cincuenta-cuatro"
—Miau—dijo el minino.
—No, Aristófanes—repuso Ella en tono más suave—, tú no eres un gato montés.
El animalito ronroneó como una sierra eléctrica.
Esperé a que recitara más versos de la profecía. Los libros síbilinos siempre habían sido como un libro de recetas. Hacías algo mal, los dioses te maldecían, y los libros te daban una serie de instrucciones a seguir para arreglar tu error. Pero Ella parecía haber acabado de leer.
—De acuerdo...—dije—. ¿Alguien entendió algo?
Frank frunció el ceño.
—Yo creía que tú lo entenderías.
Percy negó con la cabeza.
—Ella—dijo—, ¿es posible que esos versos describan un lugar?
—Sí, sí. Cerca, seguramente. Pero sólo para entrar. Echar un vistazo. Descubrir las cosas necesarias y marchar. No para matar a Tarquinio el Soberbio. Está demasiado muerto para para poder matarlo. Para eso, hummm... Necesito más palabras.
Frank se tocó la insignia de la corona mural que tenía en el pecho.
—Tarquinio el Soberbio. El último rey de Roma. Ya en la época del Imperio romano era considerando un mito. Su tumba nunca ha sido descubierta. ¿Por qué iba a estar...?—señaló a nuestro alrededor.
—¿En nuestra Zona?—terminé—. Probablemente por el mismo motivo por el que el monte Olimpo está en lo alto de Nueva York, o el Campamento Júpiter en el Área de la Bahía de San Francisco.
—Okey, es cierto—reconoció Frank—. Aún así, si la gamba de un rey romano ha estado cerca del Campamento Júpiter, ¿por qué nos hemos enterado ahora? ¿Por qué el ataque de los no muertos?
Yo no tenía una respuesta a la mano. Había estado tan concentrada en Calígula y Cómodo que no había pensado mucho en Tarquinio el Soberbio. Pese a lo malvado que podría haber sido, Tarquinio había jugado en segunda división comparado con los emperadores. Tampoco entendía por qué un rey romano semilegendario, bárbaro y aparentemente muerto viviente uniría fuerzas con el triunvirato.
Una idea empezó a cobrar forma dentro de mi craneo. No podía ser una casualidad que Tarquinio se diera a conocer justo cuando Ella y Tyson estaban reconstruyendo los libros sibilinos.
Me acordé del sueño de la entidad con el ojo morado y la voz profunda que había poseído al eurinomo en el túnel: "Tú mejor que nadie deberías entender la delicada línea que separa la vida de la muerte"
En un principio, eso eran los vrykolakas. Espíritus de los muertos que no se daban cuanta de que estaban muertos e intentaban retomar sus vidas cotidianas con funestos resultados, atormentado psicológicamente a sus amigos y familiares, apareciéndose en sueños y en las calles por las noches.
Noté un dolor punzante en la herida.
—Entonces, Ella—dije—, propones que encontremos su tumba.
—Sí. Entren a la tumba. Tomb Rider para PC, PlayStation y Sega Saturn, 1996. Las tumbas de Atuán, Ursula K. Le Guin, 1970.
Esta vez apenas reparé en la información superflua. Si me quedaba allí mucho más, yo también acabaría hablando como ella y soltando referencias de Wikipedia al azar después de cada frase. Tenía que irme antes de que eso ocurriera.
—Pero sólo entramos para echar un vistazo—dije—. Para descubrir...
—Las cosas necesarias. Sí, sí.
—¿Y luego?
—Vuelven vivos. "Stayin' Alive, segundo sencillo, banda sonora de Fiebre de sábado por la noche, 1977.
—Okey. Y... ¿estás segura de que en el índice del cíclope no hay más información que pueda sernos, ejem, útil?
—Hum—Ella miró fijamente a Frank y acto seguido se le acercó y le olfateó la cara—. Leña. Algo. No. Eso es para luego.
Frank no podría haber parecido más un animal acorralado si se hubiera transformado en uno.
—Ejem, ¿Ella? No hablamos de la leña.
Eso ,e recordó otro motivo por el cual me caía bien Frank Zhang. Él también era parte del club Odio a Hera. En su caso, Hera había ligado inexplicablemente su fuerza vital a un trocito de madera, que según había oído, Frank traía ahora con él todo el tiempo. Si la madera se quemaba, también se quemaba Frank. Una forma de control típica de Hera: "Te quiero, eres mi héroe favorito, toma esta leña, pero cuando se queme, te mueres, JA, JA, JA, JA, JA, JA". Como odiaba a esa mujer.
Ella erizó las plumas y brindó a Aristófanes un montón de objetivos nuevos con los cuales jugar.
—Fuego con... algo, algo puente. Dos veces algo, algo... Hum, no. Eso es para más tarde. Necesito más palabras. Tyson necesita un tatuaje.
—¡Yupi!—exclamó Tyson—. ¿Puedes hacerme también un dibujo de Rainbow? ¡Es mi amigo! ¡Es un poni pez!
—Un arcoíris es luz blanca—explicó Ella— refractada a través de gotas de lluvia.
—¡Y también un poni pez!—insistió Tyson.
—Pfff—dijo Ella.
Tenía la sensación de acabar de presenciar lo más parecido a una discusión que habían mantenido la arpía y el cíclope.
—Ustedes tres pueden irse—Ella nos echó—. Vuelvan mañana. Mejor tres días. "Eight Days a Week". Todavía no estoy segura.
Yo estaba a punto de protestar diciendo que sólo disponíamos de cuatro días hasta que los yates de Calígula llegaran y el Campamento Júpiter sufriera otra oleada de destrucción, pero Frank negó con la cabeza.
—Debemos irnos. Déjala trabajar. De todas formas, ya casi es la hora de la asamblea nocturna.
Después de la mención de la leña, me dio la impresión de que el chico habría recurrido a un pretexto digno de un fauno para escapar de aquella librería.
Lo último que vi de la sala de colecciones especiales fue a Ella sujetando su máquina de tatuar, grabando palabras humeantes en la espalda de Tyson mientras él gritaba riendo: "¡HACE COSQUILLAS!" Y Aristófanes usaba las patas de la arpía como rascadores.
Algunas imágenes son imposibles de borrar de la memoria.
Frank nos llevó de vuelta al campamento todo lo rápido que permitió mi herida.
Yo quería preguntarle sobre los comentarios de Ella y claramente Percy también, pero Frank no tenía muchas ganas de hablar. De vez en cuando su mano se desviaba a un lado de su cinturón, del que colgaba un saquito de tela metido detrás de la funda de su espada. No me había fijado en él antes, pero supuse que era donde guardaba su Souvenir Mortífero con Maldición de Hera (marca registrada)
O puede que Frank estuviera serio porque sabía lo que nos esperaba en la asamblea nocturna.
La legión se había reunido para el cortejo fúnebre.
A la cabeza de la columna se hallaba Hannibal, el elefante de la legión, engalanado con kevlar y flores negras. Enganchado detrás de él había un carro con el ataúd de Jason cubierto de morado y dorado. Cuatro cohortes se habían alineado detrás del ataúd, y habían lares morados que entraban y salían de sus filas. Los de la Quinta Cohorte, la unidad original de Jason, ejercían de guardias de honor y portadores de antorchas a cada lado del carro. Percy, como miembro de la cohorte, se colocó junto a ellos, entre Hazel y Lavinia.
Frank s acercó trotando para situarse al lado de Reyna, que aguardaba junto a Hannibal.
La pretora parecía agotada, como si se hubiera pasado las últimas horas llorando en la intimidad y luego se hubiera recompuesto lo mejor posible. A su lado se encontraba el portaestandarte de la legión, que sujetaba en alto el Águila de la Duodécima Legión.
Estar tan cerca del águila me ponía los pelos de punta. El icono dorado olía al poder de Júpiter. El aire crepitaba de energía a su alrededor.
—Lady Diana—Reyna empleó un tono formal; sus ojos eran como poros vacíos —. ¿Está preparada?
—¿Exactamente para...?—la pregunta se apagó en mi garganta.
Todo el mundo me miraba expectante. La legión no tenía sumo sacerdote, ni pontífice máximo. Su anterior augur había muerto en la batalla contra Gaia. (Un fallecimiento que a pocos les había importado). Jason habría sido la siguiente elección lógica como pontífice, pero era nuestro invitado de honor. Eso significaba que yo, como antigua diosa, era la máxima autoridad espiritual. Esperaban que yo dirigiera los ritos funerarios.
Los romanos daban mucha importancia al protocolo. Y, aunque Jason lo merecía, no podría simplemente bendecirlo para que fuera a las estrellas. Tendría que dar lo mejor de mí misma por Jason.
Traté de recordar la invocación romana correcta.
—Vengan, amigos míos—dije—. Acompañemos a nuestro hermano en su último banquete.
Supongo que lo hice bien. Nadie puso cara de escandalizado. Normalmente, si alguna vez tenía que despedir a una cazadora caída se lo dejaba a Artemisa, principalmente porque todas mis cazadoras eran griegas.
Me volví y salí de la fortaleza, y toda la legión me siguió en un silencio inquietante.
Por el camino a la Colina de los Templos, tuve unos cuantos momentos de pánico. ¿Y si no llevaba el cortejo en la dirección correcta? ¿Y si terminábamos en el estacionamiento de un súper de Oakland?
El Águila de la Duodécima legión se elevaba imponente por encima de mi hombro y cargaba el aire de ozono quemado. Me imaginaba a Júpiter a través de sus chisporroteos y zumbidos, como una voz por un radio de onda corta: AHORA ES TU RESPONSABILIDAD Y TU CASTIGO.
En enero, cuando había caído a la tierra, esas palabras eran el castigo que había decidido tomar ante un injusto castigo hacia mi hermano. Pero ahora empezaba a darme cuenta de qué tal vez no fue lo mejor para él. Sí, le había ahorrado muchísimo dolor, pero también varias lecciones que le hacían falta aprender. Este era el castigo de Apolo, sus pruebas, no las mías. Pero aún así, a pesar de que no fue lo mejor para Apolo, sin duda había sido lo mejor para mí, había ganado y aprendido varías cosas que jamás lo hubiera hecho sin esto, y eso era gracias al hijo de Neptuno que marchaba junto a la Quinta Cohorte.
Jason me había arrancado una promesa: "Cuando vuelvas a ser una diosa, no olvides. No olvides lo que es ser humana".
Pensaba mantener esa promesa si sobrevivía. Pero mientras tanto, había formas más urgentes de honrar a Jason: protegiendo el Campamento Júpiter, venciendo al triunvirato y, según Ella, descendiendo a la Tumba del Tirano.
Las palabras de Ella resonaban en mi cabeza: "Un gato montés cerca de las luces que giran. La tumba de Tarquinio con caballos que brillan. Para abrir su puerta, dos-cincuenta-cuatro"
Cuando llegué a la Colina de los Templos, era evidente adonde tenía que ir. Al pie del templo de Júpiter había una recargada pira de madera. En cada esquina, un guardia de honor esperaba con una antorcha encendida. El ataúd de Jason sería incinerado a la sombra del templo de nuestro padre. Parecía adecuado, aunque triste. Los mortales bien dicen que los hijos deben enterrar a sus padres, no al revés. Si bien yo no tenía hijos, sabía que para los dioses eso era algo sencillamente imposible.
Las cohortes de la legión se desplegaron en un semicírculo alrededor de la pira; los lares brillaban entre sus filas como velas de cumpleaños. La Quinta Cohorte descargó el ataúd de Jason y lo llevó a la plataforma. A Hannibal y su carro fúnebre se los llevaron de allí.
Detrás de la legión, en la periferia de la luz de las antorchas, daban vueltas las aureae, los espíritus del viento, poniendo mesas plegables y manteles negros. Otros venían volando con jarras de bebida, montones de platos y cestas de comida. Ningún funeral romano se podía dar por terminado sin un último banquete dedicado al difunto. Hasta que los dolientes hubieran compartido la comida , los romanos no consideraban que el espíritu de Jason había partido sin problemas al inframundo, inmune a indignidades como convertirse en un fantasma sin descanso o un zombi.
Mientras los legionarios se ponían cómodos. Reyna y Frank se acercaron a mí ante la pira.
—¿Cómo está su herida?—preguntó Reyna, al ver como estaba teniendo problemas para caminar.
—Mejorando, espero—contesté.
—Les ordenaremos a los curanderos que vuelvan a examinarla—prometió Frank.
—Gracias, pretores—guardé silencio por un momento—. Me imagino que no pudieron informar a la familia de Jason.
Cruzaron miradas de frustración.
—Lo hemos intentado, señora—respondió Reyna—. Thalia es la única familiar que tenía. Pero los problemas de comunicación...
Asentí con la cabeza, no me sorprendía. Una de las cosas más molestas que había hecho el triunvirato había sido suspender todas las formas de comunicación utilizadas por los semidioses. Desde medios mágicos hasta tecnológicos. No tenía ni idea de cómo lo habían logrado los emperadores.
—Ojalá pudiéramos esperar a Thalia—dije, observando cómo los últimos portadores del féretro de la Quinta Cohorte bajaban de la pira.
—Sería bueno—convino Reyna—. Pero...
—Lo sé—dije.
Los ritos funerarios romanos estaban pensados para ser llevados a cabo lo antes posible. La incineración era necesaria para despedir el espíritu de Jason. Permitiría a la comunidad llorar la pérdida y curarse... o como mínimo centrar nuestra atención en el próximo peligro.
—Empecemos—dije.
Reyna y Frank se reincorporaron a la primera fila.
Empecé a hablar, y los versus del ritual en latín me brotaron de la boca. Recitaba instintivamente, apenas consciente del significado de las palabras. No sabía que clase de hechizo me había lanzado Plutón, pero lo agradecía.
Terminé la bendición.
Indiqué a las aureae con la mano que repartieran el banquete y sirvieran la primera ración sobre el ataúd de Jason para que pudiera compartir simbólicamente una última comida con sus hermanos del mundo de los mortales. Una vez que eso ocurriera y la pira se encendiera, el alma de Jason cruzaría la Laguna Estigia, de acuerdo con la tradición romana.
Antes de que las antorchas pudieran prender fuego a la leña, un aullido quejumbroso resonó a lo lejos. Luego otro, mucho más cerca. Un murmullo de inquietud recorrió a los semidioses reunidos. Sus expresiones no eran exactamente de alarma, pero sin duda sí de sorpresa, como si no hubieran contado con más invitados. Hannibal gruñó y pataleó.
En los márgenes de nuestra congregación, unos lobos grises salieron de la penumbra: montones de animales enormes que lamentaban la muerte de Jason, un miembro de su manada.
Justo detrás de la pira, en los escalones elevados del templo de Júpiter, apareció el lobo más grande, con la piel plateada brillando a la luz de las antorchas.
Sentí que la legión contenía el aliento. Nadie se arrodilló.
Cuando uno se enfrenta a Lupa, la diosa loba, espíritu guardián de Roma, no se arrodilla ni muestra ninguna señal de debilidad. Permanecimos respetuosamente de pie, manteniéndonos firmes mientras la manada aullaba a nuestro alrededor.
Finalmente, Lupa me clavó sus ojos de color amarillo lámpara. Haciendo una mueca, me dio una sencilla orden: Ven.
A continuación se volvió y se internó en la oscuridad del templo.
Me volví hacia Reyna.
—Tengo que hablar con mi vieja amiga en privado. Empiecen el banquete, yo los acompañaré después.
Sinceramente, esperaba desesperadamente que Lupa no estuviera enfadada ni hambrienta.
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