Reyna.exe ha dejado de funcionar
Para ser una zona tan poblada, San Francisco tenía una agradable cantidad de áreas silvestres. Nos estacionamos en una carretera sin salida al pie de la colina donde estaba la torre. A nuestra derecha, un campo de piedras y malas hierbas ofrecía una vista espectacular de la ciudad. A nuestra izquierda, la pendiente estaba tan llena de árboles que casi podía usar los troncos de los eucaliptos como peldaños para escalar.
Desde la cima de la colina, aproximadamente a medio kilómetro por encima de nosotros, la torre Sutro se elevaba entre la niebla, con sus postes y sus vigas transversales rojas y blancas formando un trípode gigante que me recordaba inquietantemente al asiento del Oráculo de Delfos. O el andamiaje de una pira funeraria.
—Hay una estación repetidora en la base—Reyna señaló la cumbre—. Puede que tengamos que lidiar con guardias, vallas, alambre de púas, y esa clase de cosas. Además de lo que Tarquinio nos tenga reservado.
—En otras palabras—dijo Percy—: Lo mismo de siempre, vamos.
Los galgos de Reyna se lanzaron colina arriba abriéndose paso entre la maleza.
Reyna debió de reparar en mi expresión de dolor al contemplar la subida.
—No te preocupes—dijo—. Podemos ir despacio. Aurum y Argentum saben que tienen que esperarme en la cumbre.
—Gracias—dije con algo de alivio.
Hice todo lo que pude, y eso suponía agarrarse con dolor el abdomen, sudar y apoyarme en los árboles para descansar. Mi técnica como arquera había evolucionado. Pero mi aguante estaba peor que nunca.
Percy no paraba de mirarme con preocupación, aunque lo intentaba ocultar para que yo misma no me preocupara más. Cosa que, aunque agradecía, pero no funcionaba.
Por lo menos nadie me preguntó qué tal tenía la herida. La respuesta era "peor que fatal"
Esa mañana, cuando me había vestido, había evitado mirarme el abdomen, pero no podía obviar el intenso dolor, no los tentáculos de infección de vivo color morado que ahora me llegaban a la base de las muñecas y el cuello, y que ni mi sudadera de manga larga podía oculta. De ves en cuando, se me nublaba la vista y el mundo se volvía de un tono berenjena pálido. Oía un susurro lejano al oído: la voz de Tarquinio, que me llamaba para que volviera a su tumba. De momento la voz no era más que un incordio, pero tenía la sensación de que se intensificaría hasta no pudiera pasarla por alto... ni dejar de obedecerla. Me decía a mi misma que sólo tenía que aguantar hasta esa noche. Entonces podría pedir ayuda divina y conseguir que me curaran. O moriría en combate. Llegados a ese punto, cualquiera de las dos opciones era preferible a una lenta y dolorosa caída al reino de los no muertos.
Reyna caminaba a mi lado usando su espada envainada para clavarla en el terreno como si esperara encontrar minas terrestres. Delante de nosotros, a través del espeso follaje, no veía rastro de los galgos, pero oía cómo hacían susurrar las hojas y pisaban las ramas. Si en la cima nos esperaban centinelas, no los tomaríamos por sorpresa.
Percy debió de pensar lo mismo que yo.
—Me adelantaré por si acaso—dijo, yo estaba a punto de protestar pero él se apresuró a agregar—. Prometo no meterme en problemas, sólo me aseguraré de que no nos estén esperando de frente.
Aún era reacia, pero decidí que sería lo mejor en caso de emboscada.
—Claro, ve. Sólo ten cuidado.
Percy asintió, y con bolígrafo en mano desapareció entre el follaje.
Después de un rato de subir en silencio Reyna se volvió para verme.
—Bueno—dijo, aparentemente contenta de que Percy estuviera fuera del alcance del oído—, ¿exactamente qué hay entre Percy y tú?
Se me aceleró el pulso, no se me ocurría que decir. No podía solamente dar una respuesta vaga como en el auto, y después de lo que sucedió de camino aquí no sería creíble intentar sonar autoritaria para que dejara el tema.
Decidí ser tan directa como una flecha con mi respuesta.
—Nos estuvimos besando.
La cara de Reyna no tenía precio, me hubiera encantado tener una cámara en ese momento.
Seguí avanzando como si no hubiera pasado nada.
Diez segundos, veinte, treinta y cuarenta, cuarenta segundos completos de silencio hasta que el cerebro de Reyna terminó de procesar.
—¿¡Qué ustedes qué!?—preguntó alarmada.
—Lo que dije, no es que sea un gran escándalo.
—Pero... ¡pero lo es! Pero para los romanos... Tus votos...
—Hay una cláusula que me permite estar con Percy.
—¿Exactamente qué dice?—preguntó ella—. ¿En qué consiste tu juramento? Este no es el mejor momento para organizar una lapidación.
Lapidación, consiste en matar a alguien arrojándole piedras entre varios, proceso que puede tardar varias horas y es muy lento y doloroso. Una forma de ejecución utilizada por los romanos para aquellas vírgenes por juramento que rompieron sus votos.
—Como yo misma juré, no puedo enamorarme, y mucho menos tener pareja. Además de que debo permanecer virgen eternamente. ¿No es obvio? El amor es solo una distracción, y los hombres son unos cerdos.
Reyna parpadeó dos voces confundida.
—Pero acabas de decir que...
—Como dije, hay una pequeña cláusula que dice que esas reglas no se aplican a Percy, si yo lo quiero puedo estar con él.
—¿Y tu sabías que lo conocerías desde que hiciste el juramento o...?
—No, la diosa Estigia alteró mi juramento hace cosa de dos días, ¿qué giros da la vida, no?
Reyna se sobó la cienes.
—Esto sigue siendo muy extraño, pero supongo que después de todo lo que le paso merece ser feliz...—se volvió a verme—. Los dos lo merecen.
Aurum y Argentum aparecieron de repente entre los arbustos para ver a su mamá, con sus sonrisas llenas de dientes relucientes como trampas para osos recién pulidas.
Mientras subíamos, Reyna observó el cielo.
—Siempre he sido buena leyendo a las personas—dijo—. Y cuando conocí a Annabeth...—negó con la cabeza—. Sencillamente no puedo creer lo que hizo. Sé que después de que salió del Tártaro algo había cambiado dentro de ella, pero no hasta ese extremo.
Acarició distraídamente a Aurum en la cabeza.
—No me había enterado de nada de eso hasta que ustedes llegaron hace un par de días—continuó—. Ya había pasado casi medio año desde que Percy y Annabeth rompieron y nosotros apenas nos enterábamos. Por favor dime, ¿cómo estaba? Me refiero, antes de ahora.
Suspiré con tristeza.
—Deprimido, triste, sin ánimos para hacer nada—expliqué—. No le veía sentido a entrar a la universidad de Nueva Roma como ya tenía planeado. No había salido de casa de su madre para casi nada, ni siquiera había hablado con el resto de sus amigos. Me contó que... que estuvo apunto de solo abandonarlo todo, de irse a lo más profundo de alguna fosa marina y terminar con todo.
Reyna guardó silencio por un momento.
—Annabeth no sólo lo engañó—continué—. Lo torturó psicológicamente por meses, lo insultó y lo golpeó en donde más le dolía, en su defecto fatídico. Tu conoces mejor a esa chica que yo. Sabes que tiene una gran capacidad para leer a las personas, y la utilizo para lastimar a la persona que más la quería. Así que se las arregló para convencer a Percy de que él no hacía falta en este mundo.
Reyna apretó los puños.
—Juro que cuando vuelva a ver a esa perra...
Me encogí de hombros.
—Ella ya tiene que cuidarse de Thalia, y su lista de enemigos ha estado creciendo rápidamente. Pero eso ya no importa, Percy estuvo recuperándose y ahora ya está bien.
Reyna miró por el camino por el que se había ido Percy.
—Debo agradecerte por eso, ¿exactamente que sucedió entre ustedes antes de... ya sabes?
—Bueno, como ya les expliqué, Júpiter especificó que mi amo como mortal debía ser un hombre, para acobardarme más que nada. Por suerte yo ya conocía a Percy de antes, es una larga historia. El punto es que me imaginaba que podía confiar en el.
—¿"Te imaginabas"?—preguntó Reyna.
—Hey, era un chico, después de todo. No podía solo confiar en él y ya.
—Así que...
—Bueno, al conocer mi situación Percy decidió ayudarme, aún en contra de lo que él quería. Así que empezamos a viajar cumpliendo misiones y liberando oráculos. Al principio todo era incómodo entre nosotros, pero al mismo tiempo no queríamos hablar con nadie más. Así que después de un tiempo nos hicimos amigos, nos confesamos miedos, traumas y nos ayudamos con nuestros problemas. Nos volvimos un pilar el uno para el otro en el cual apoyarse. Y luego... bueno, nos empezamos a gustar. Y como dicen, el resto es historia.
Reyna miró el suelo por un momento.
—Debe ser lindo tener alguien así—dijo—. Pero creo que eso no es algo a lo que pueda aspirar.
Eso me dio una idea, que no sé cómo no había pensado antes.
—Dime, sigues siendo doncella, ¿no es así?
—Sí. ¿Por...?
—¿No has pensado en unirte a la caza?
Ella se quedó en silencio nuevamente.
—Lo he pensado, como una fantasía fugaz más que nada. La legión me necesita y...
—Lo sé—respondí—. Pero si sobrevivimos a lo de hoy, piénsalo. Lejos de los problemas amorosos, de los hombres imbéciles, dejaras de ser la pretora y pasarás a ser una hermana más en la familia. Yo quiero a mis cazadoras como hijas, sé que suena raro, pero Artemisa es mucho más maternal que yo, y ella suele estar a cargo la mayoría del tiempo.
Reyna lo seguía meditando.
—Yo...
—Además—dije—. Nos encantaría tener a la chica que mató a Orión por segunda vez.
Reyna alzó la mirada.
—Yo... Si sobrevivimos a esto, lo pensaré. Gracias.
—Claro, no hay problema.
Seguimos subiendo hasta llegar a la sima de la colina, allí esperándonos estaba Percy sentado en el suelo.
—Ya era hora, yo...
"¿Lo hago o no lo hago?" Pregunté para mi misma.
"¡Hazlo!"me animó Artemisa.
Me encogí de hombros mentalmente y me acerqué a Percy, lo tomé por el cuello de la camisa y lo jalé hacia mí para besarlo brevemente.
—Mmm, yo...
—No te preocupes—dije—, Reyna ya lo sabe. Ahora, vamos por ese dios silente.
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