Mezclar panteones es muy peligroso, no lo intentes en casa
—Otra vez Apolo—dijo Percy molesto—. Mira, D. Sé que es tu hermano y que lo quieres, pero ¿cómo es posible que sea tan idiota?
—Me he preguntado lo mismo por cuatro mil siento trece años—respondí—. Pero siendo justos, el triunvirato creía que Apolo sería el que cayera como mortal, no yo. Así que tiene sentido que nos encontremos con retos para él, en lugar de cosas más personales para mí.
Reyna logró devolvernos al carril principal.
—Concéntrense, ¿quien es Harpócrates? ¿Por qué es otro error de Apolo?
—Le gustaba molestarlo—dije—, mi hermano a Harpócrates, quiero decir. Después de todo, estamos hablando del brillante dios del sol y la música. Obviamente no se llevaba muy bien con el discreto dios del silencio y los secretos. Se burlaba de él, tal ves demasiado cruelmente. Frente a todos los olímpicos.
Reyna arqueó las cejas.
—¿Le hacía bullying?
—Prácticamente, sí. Una vez le escribió "fulmíname" con letras brillantes en la parte trasera de la toga. Fue durante una fiesta si mal no recuerdo. Y, sólo oí rumores, pero al parecer Apolo también lo ató y encerró en la caballeriza con sus caballos de fuego por la noche.
Percy apretó los puños, claramente de mal humor. Después de todo lo que había tenido que pasar en sus escuelas mortales, y por su misma naturaleza, no soportaba a los abusivos.
—Dioses—negó con la cabeza—. Tu hermano es de lo peor.
Entendía porque Apolo actuaba así, tampoco podía negar eso. Él recibía bastantes maltratos y abusos por parte de nuestro padre Júpiter. Pero en lugar de saber que no esta bien causar dolor, las víctimas de Bullying tienden a buscar a alguien con quien desquitarse y sentirse poderosos.
No lo disculpaba en lo más mínimo, pero entendía el problema.
Los cuervos de Coronis, Harpócrates...
Definitivamente la intención había sido hacer lo más personal posible la misión en caso de que fuera Apolo quien la recibiera. No sabía si agradecer o quejarme de que había sido yo quien la estaba haciendo.
Miré hacia las puertas de metal.
—Sea lo que sea, tenemos que abrir esas puertas—dije—. Percy, ¿no tendrás un poco de fuerza divina de buitre por ahí?
El negó con la cabeza.
—Es como si me estuviera recargando poco a poco con la cercanía al poder ptolomaico, pero aún no es suficiente, tengo algo de información nueva en la mente, pero poco más. Tal ves si esperamos lo suficiente puede invocar el avatar de batalla.
Reyna, aún sin entender del todo a lo que nos referíamos, no parecía entusiasmada. Se subió la manga y descubrió un sencillo reloj negro en su muñeca. Consultó la hora, tratando de calcular de cuánto tiempo disponíamos para volver al campamento.
—Aunque lográramos abrir esas puertas—dijo—, ¿a qué nos enfrentamos? Háblame de Harpócrates.
Traté de evocar una imagen mental del dios. No era fácil cuando los pocos recuerdos que tenía de él eran más bien Apolo atormentándolo.
—Normalmente parece un niño. De unos diez años más o menos.
—¿Apolo le hacía bullying a un niño de diez años?—gruñó Reyna.
—Normalmente yo me veo de doce y eso jamás lo detuvo de molestarme a mi o a mis cazadoras—dije—. Además, dije que aparenta diez, no que los tuviera. Tiene la cabeza dañada con una coleta de un lado.
—¿Es una costumbre egipcia?—preguntó Reyna.
—Sí, de los niños—dijo Percy, con su aura morada un par de tonos más oscura.
—Exacto—convine—. Harpócrates era originalmente una encarnación del dios Horus: Harpa-Jruti, Horus el Niño. El caso es que cuando Alejandro Magno invadió Egipto, los griegos encontraron un montón de estatuas del dios y no sabían qué pensar de él. Normalmente se le representaba con un dedo en los labios—hice una demostración.
—En plan "Cállate"—dijo Percy.
—Un pensamiento muy griego—dije—, exactamente lo que los conquistadores pensaron. Pero el gesto no tenía nada que ver con el "shhh" para hacer callar a alguien. Simbolizaba el jeroglífico de "niño". Aún así, los griegos decidieron que debía ser el dios del silencio y los secretos. Le cambiaron el nombre por Harpócrates. Le construyeron santuarios, empezaron a adorarlo y, bum, se convirtió en un dios medio griego, medio egipcio.
Reyna miró las puertas.
—Y ahora Harpócrates está ahí adentro. ¿Crees que tiene el suficiente poder para haber provocado todos nuestros problemas de comunicaciones?
—No debería tenerlo. Era un dios muy menor e inestable por su naturaleza de magia mixta. No entiendo como...
—Tal vez esos cables—dijo Percy señalando con la mano—. Conectan la caja a la torre. Tal ves están potenciando su poder de alguna manera. Y por eso estar sobre una torre de comunicaciones.
Reyna asintió.
—Tal vez podamos cortar los cables y no abrir la caja.
Me agradaba la idea, y eso era un indicio revelador de que no daría resultado. Así eran las misiones.
—No bastará eso—decidí—. La hija de Belona tiene que abrir la puerta del dios silente, ¿no? Y para que nuestro ritual de invocación funcione, necesitamos el último aliento del dios cuando su... ejem, alma sea liberada.
Hablar de la receta sibilina en la seguridad del despacho de pos pretores era una cosa. Hablar de ello en la torre Sutro, frente al contenedor rojo chillón de un dios, era otra muy distinta.
Experimentaba una profunda inquietud que no tenía nada que ver ni con el frío, ni con la cercanía a la magia ptolomaica, ni con el veneno de zombi que corría por mis venas.
Mi hermano había abusado de Harpócrates frente a todos los olímpicos y demás dioses. Ninguno de nosotros, nadie en lo absoluto, se molestó en ayudarlo o defenderlo. Podría volver a excusarme con el miedo que generaba Apolo en esos tiempos, pero la verdad era que simplemente Harpócrates no nos importaba, ¿qué más daba si Apolo se burlaba de algún diosecillo de cuarta?
Y ahora íbamos a ¿matarlo porque lo decía una profecía?
Percy debía de imaginar lo que pensaba, me imaginaba que gracias a los recuerdos de Nejbet podía ver cuál era el trato a este dios por parte de las deidades egipcias, por la expresión de Percy, no muy alejado del de los griegos.
No creo que a Nejbet le importara en lo más mínimo. Pero Percy era Percy. El claramente no estaba contento por la situación.
—Pero... ¿tenemos que hacerlo...?—dijo él para si mismo, parecía tener un debate interno—. No me importa si era débil, nadie mérese algo así. Además, parece ser que los emperadores lo tienen prisionero.
—Ejem, Percy—dije—. ¿Estas hablando con el buitre?
—Sí... había olvidado lo irritante que es su voz.
Comprendía lo que era tener la molesta dios de una diosa dentro de tu mente, hablándote al oído.
"Cállate, pienso lo mismo de ti"
Creo que Artemisa pensaba lo mismo.
Desde donde estábamos, podía distinguir la palabra en árabe que significaba "Alejandría" pintada en blanco en la puerta del contenedor. Me imaginé al triunvirato exhumando a Harpócrates de un templo enterrado en el desierto egipcio, metiéndolo en aquella caja y luego enviándolo a Estados Unidos como flete de tercera. Los emperadores debían de haber considerado a Harpócrates un juguete peligroso más con el cual entretenerse, como sus monstruosos aliados y sus lacayos humanoides.
¿Y por qué no dejar que el rey Tarquinio fuera su custodio?
Los emperadores podían aliarse com el tirano no muerto, al menos temporalmente, para invadir el Campamento Júpiter con más facilidad. Podrían dejar que Tarquinio tendiera su trampa más cruel, independientemente de si quien caía en ella era yo o Apolo. ¿Qué más le daba al final al triunvirato si yo mataba a Harpócrates o él me mataba a mí? De cualquier forma, les parecería divertido: un combate de gladiadores más con el cual romper la monotonía de sus vidas inmortales.
El dolor del corte del cuello se intensificó. Me di cuenta de que había estado apretando la mandíbula con rabia.
—Tiene que haber otra forma—dije—. La profecía no puede significar que tenemos que matar a Harpócrates. Hablemos con él. Pensemos en algo.
—¿Cómo podemos hablar con él—preguntó Reyna— si irradia silencio?
—Ésa... ésa es una buena pregunta—reconocí—. ¿Lenguaje de señas? ¿Alguno de ustedes sabe hablarlo?. Da igual. Lo primero es lo primero. Tenemos que abrir esas puertas. ¿Pueden cortar las cadenas?
Percy negó con la cabeza.
—Destrozar cadenas de oro imperial no será fácil, ni siquiera con bronce celestial. Tal vez conseguiremos cortarlas, pero estaremos aquí hasta el anochecer si nos va bien.
—Entonces...
—Yo tengo otra idea—dijo Reyna—. Fuerza divina.
Me miró.
—Pero yo no tengo—protesté.
—Ya recuperaste tu técnica con el arco—dijo—. Yo puedo aumentar tu fuerza. Creo que puede ser el motivo de que esté aquí.
Me acordé de la descarga de energía que había sentido cuando me había tocado el brazo. Recordé algo que ella le había dicho a Frank antes de que nos fuéramos del campamento.
—El poder de Belona—dije—. ¿Tiene algo que ver con que la unión hace la fuerza?
Reyna asintió con la cabeza.
—Puedo amplificar las capacidades de otras personas. Mientras mayor es el grupo, mejor funciona, pero incluso con tres personas... podría bastar para aumentar tu poder lo suficiente para que rompas esas puertas. Más aún si Percy de verdad tiene una diosa egipcia en sus entrañas.
Miré el horizonte. Todavía quedaban horas de luz, pero la luna llena estaña ascendiendo, enorme y blanca, sobre las colinas del condado de Martin. Pronto se teñiría de rojo sangre... y también, me temía, muchos de nuestros amigos.
—Se nos acaba el tiempo, si vamos a hacer eso, hagámoslo lo ya.
Caminamos hacia el silencio helado. Cuando llegamos, Reyna agarró a Percy del hombro, cuya aura morada era más intensa que antes. Se volvió hacia mí: "¿Lista?". Acto seguido plantó la otra mano en mi hombro.
Una fuerza renovada recorrió todo mi ser. Reí experimentando una alegría silenciosa. Me sentía tan poderosa como en el bosque del Campamento Mestizo, cuando lancé a uno de los bárbaros de Nerón a la órbita terrestre. Sólo una fracción de mi verdadero poder divino, pero incluso ese pequeño pedazo era una fortaleza más allá que la de cualquier mortal. ¡El poder de Reyna era alucinante!
¡Si pudiera hacer que me siguiera a todas partes mientras era mortal, con una mano en mi hombro y una cadena de veinte o treinta semidioses detrás de ella, seguro que no habría nada que me plantara cara!
Bueno, ya dejando las ideas locas a un lado. Podía sentir como el poder divino se filtraba poco a poco en mi ser. Pero no mi poder divino, era algo extranjero, poderoso y desconocido. Hay razones por las que no mezclamos magia griega y egipcia. Ahora estábamos mezclando magia ptolomaica con magia romana. Tenía que hacer lo que debía rápido antes de explotar o algo así. Sencillamente no había forma de saber que pasaría.
Agarré las cadenas más altas y las arranqué como si fueran de papel crepé. Luego las siguientes y las otras también. El pro imperial se rompía y deformaba sin hacer ruido entre mis puños. Las barras de seguridad de acero parecían blandas como palitos de pan cuando las saqué de sus orificios.
Ya sólo quedaban las manijas de la puerta.
Estaba muy emocionada. Miré a Reyna y a Percy con una sonrisa. Pero me sorprendió bastante cuando los vi.
Percy tambaleaba ligeramente, con la tez algo pálida, su extraña aura parecía parpadear y filtrarse a través de Reyna hacia mi, pero fuera de eso estaba bien.
Reyna, por su lado, tenía la piel alrededor de los ojos tirante de dolor. Las venas de sus sienes sobresalían como relámpagos. La descarga de energía que yo había recibido la estaba electrocutando.
Con algo de pavor, me giré inmediatamente y agarré las manijas de la puerta. Había llegado hasta allí agracias a mi nueva amiga y a mi novio (de verdad, se siente bien decir eso). Tenía que acabar acabar con eso para evitarles más dolor.
Abrí las puertas de un tirón y entré.
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