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Los libros... ¿Tatuajes sibilinos?


Un consejo: nunca entres a un sitio donde un cíclope se tatúa. El olor es inolvidable, como un tanque hirviendo con tinta y bolsas de piel. La piel del cíclope era mucho más dura que la humana y requiere agujas muy calientes para inyectar la tinta, de ahí el insoportable olor a quemado.

Había tropezado con cíclopes en infinidad de ocasiones a lo largo de los años: a veces luchando junto a ellos como aliados, tratando junto con Apolo de enseñarles a confeccionar un arco en condiciones cuando no tenían percepción de la profundidad, sorprendiendo a uno en el baño del Laberinto en mis viajes con Percy, Meg y Grover. Nunca conseguiré quitarme esa desagradable imagen de la cabeza.

Eso sí, no tenía nada en contra de Tyson en concreto. Era el hermano de Percy. Después de la última guerra contra Crono, Zeus había premiado a Tyson con el título de general y con una porra muy bonita.

Comparado con otros cíclopes, Tyson era agradable. No ocupaba más espacio que un humano corpulento. Nunca había forjado un rayo que hubiera matado a algún sobrino mío que me caía bien. Y su dulce ojo café y su amplia sonrisa le daban un aire casi tan adorable como el de Frank.

Sin embargo, cuando Tyson se volvió para hacernos pasar a la librería, tuve que contener un grito de horror. Parecía que se estuviera haciendo grabar una biblia entera en la espalda. Del cuello a la base de los omóplatos, desfilaban una línea tras otra de una diminuta letra amoratada, interrumpida únicamente por manchas de tejido cicatricial blanco.

Percy se agarró inconscientemente el antebrazo, donde tenía su tatuaje de la legión.

—Esto... Tyson ¿qué opina papá sobre esto?

El cíclope se encogió de hombros simplemente, se detuvo en medio de la tienda y se volvió hacia nosotros. Sonrió extendiendo los brazos con orgullo.

—¿Lo ven? ¡Libros!

No mentía. De la caja/mostrador de información del centro de la estancia salían repisas independientes en todas direcciones, repletas de tomos de todas las formas y tamaños. Dos escaleras de mano subían a una galería con barandal, y el nivel superior también estaba atestado de libros. Cada rincón disponible estaba lleno de sillas de lectura atiborradas. Unas enormes ventanas ofrecían vistas del acueducto de la ciudad y de las colinas situadas más allá. La luz del sol entraba a reúnales como miel cálida y creaba un ambiente confortable y apacible.

Habría sido el sitio perfecto para sentarse y hojear un libro de no ser por aquel molesto olor a aceite hirviendo y cuero. No veía que hubiera algún tipo de máquina de tatuajes, pero contra la pared del fondo, bajo un letrero en el que decía COLECCIONES ESPECIALES, unas gruesas cortinas de terciopelo parecían dar acceso a una trastienda.

—Muy bonito—dije, procurando que no sonara como una pregunta.

—¡Libros!—repitió Tyson—. ¡Porque es una librería!

—Claro—asentí cordialmente con la cabeza—. ¿Es tu tienda?

Tyson hizo una mueca.

—No. Más o menos. El dueño murió. En la batalla. Fue triste.

—Oh—Percy y yo nos miramos—. Bueno, me alegro de verte, grandulón—dijo Percy—. Ella es Diana, la diosa.

El cíclope me evaluó con su ojo café.

—Tyson—dijo Frank—, ¿está Ella por aquí? Quería que Diana supiera lo que han descubierto.

—Ella está en la trastienda. ¡Me estaba haciendo un tatuaje!—se inclinó hacia Percy y bajó la voz—. Ella es guapa. Pero shhh. No le gusta que se lo diga a todas horas. Le da pena. Y entonces me da pena a mí.

—No se lo diré—prometió Percy, bastante divertido por la situación—. Adelante, general Tyson.

—General—Tyson sonrió más—. Sí. Ése soy yo. ¡Machaqué unas cuantas cabezas en la guerra!

Se marchó galopando como si fuera montando en un caballito de madera y atravesó las cortinas de terciopelo.

Percy se rió en voz baja.

—Si no es más que un adorable niño grandote.

Definitivamente, Percy estaba en lo correcto.

—Un adorable niño grandote que se hace tatuajes y habla felizmente de machacar cabezas—dije.

Entonces algo situado a mis pies dijo: "Miau".

El gato me había encontrado. El enorme gato atigrado naranja, que debía de haberse comido a todos los demás gatos de librerías para alcanzar su tamaño actual pegó la cabeza a mi pierna.

—¿Y tú quien eres?—dije mientras me agachaba y le acariciaba la cabeza.

El felino ronroneó satisfecho.

Percy:

Anotado.

La otra manera de sacar a Diana de su modo serio era ponerle un animal al frente.

Literalmente se agachó junto al gato y le habló de la forma más tierna posible. No pude evitar sonreír al mirar la escena. Pero aparte la vista rápidamente al ver a Frank mirándome con la ceja alzada en curiosidad.

Lo que me faltaba, que otro de mis amigos se diera cuenta de que Artemis/Diana me gustaba, primero Grover, luego Jason, Piper jamás me dijo nada pero estoy seguro de que se lo veía venir. ¿Y ahora Frank?

Diana:

—Es Aristófanes—explicó Frank—. Ya saben lo que los romanos opinan de los gatos.

—Sí, lo sé.

Me encantaban los gatos, y soy consiente de que digo eso de prácticamente cada animal que veo, pero tenía motivos especiales en este caso.

Durante la época Ptolomaica solía ser adorada en conjunto a la diosa egipcia Bastet, la diosa de los gatos. Lo que logró que fuéramos una sola deidad por algún tiempo, y en consecuencia obtuve un especial apego hacia con los felinos.

Además, estaba el hecho de que los gatos eran egocéntricos, petulantes y se creían los dueños del mundo. En resumen, me recordaban a mi hermano.

"Edad Ptolomaica" no supe por qué, pero sentía que eso sería relevante más tarde, cosa que no me entusiasmaba mucho que digamos, en especial después de nuestro anterior encuentro con ese tipo de magia.

—Ejem—dijo Percy—. Yo no lo sé, ¿exactamente que piensan los romanos sobre los gatos?

—Son símbolos de libertad e independencia—expliqué—. Se les permite vagar por donde quieran, incluso dentro de los templos.

"Miau", dijo otra vez Aristofanes. Sus ojos soñolientos, verde claro como la pulpa de una lima, parecían decir: "Ahora eres mía, y puede que luego me haga pipí encima de ti"

—Me tengo que ir amiguito—le dije al gato mientras lo acariciaba por última vez—. Bien, busquemos a la arpía.


Como sospechaba, la sala de las colecciones especiales había sido acondicionada como estudio de tatuajes.

Habían apartado los libreros con ruedas, cargados de tomos encuadernados en piel, estuches de pergaminos de madera y tablillas cuneiformes de arcilla. Dominando el centro de la sala, una silla reclinable de cuero negro con brazos plegables brillaba bajo una lámpara led con lupa. A su lado había una máquina con cuatro pistolas eléctricas con agujas de acero que zumbaban conectadas a mangueras de tinta.

En el rincón del fondo, una escalera de mano subía a una galería parecida a la de la entrada principal. Allí habían creado dos zonas para dormir: una, un nido de arpía hecho de paja, tela y tiras de papel; la otra, una especie de fuente de cartón fabricado con viejas cajas de electrodomésticos. Decidí no preguntar.

Detrás de la silla para tatuar se paseaba la propia Ella, que farfullaba como si mantuviera una discusión interna.

Aristófanes, que había entrado detrás de nosotros, empezó a seguir a la arpía tratando de darle cabezazos a las patas curtidas de ave de Ella. De vez en cuando, una de sus plumas de color óxido se caja balanceándose, y Aristófanes se abalanzaba sobre ella.

—Fuego...—murmuró Ella—. Fuego con... algo, algo... algo puente. Dos veces algo... Hum.

Parecía agitada, aunque deduje que era su estado natural. Por lo poco que sabía, Percy, Hazel y Frank habían descubierto que Ella vivía en la biblioteca principal de Portland, Oregón, subsistiendo a base de sobras de comida y haciendo su nido entre novelas desechadas. En algún momento, la arpía había tropezado por casualidad con unas copias de los libros sibilinos, tres volúmenes que se consideraban perdidos para siempre en un incendio a finales del Imperio Romano.

Con su memoria fotográfica pero inconexa, Ella era ahora la única fuente de aquellas antiguas profecías. Percy, Hazel y Frank la habían llevado al Campamento Júpiter, donde podría vivir a salvo y con suerte reconstruir los libros desaparecidos con la ayuda de Tyson y su extraña relación Interespecie.

Por lo demás, Ella era un enigma envuelto en plumas rojas y enfundado en una camisa de lino.

—No, no, no—se pasó la mano por sus frondosos remolinos de pelo rojo y se frotó tan enérgicamente el cuero cabelludo que temí que se hiciera laceraciones—. No hay suficientes palabras. Palabras, palabras, palabras. Hamlet, segundo acto, escena dos.

Parecía gozar de buena salud para ser una antigua arpía callejera. Tenía un rostro humanoide anguloso, pero no demacrado. Las plumas de los brazos estaban arregladas con esmero. Parecía tener el peso idóneo para un ave, de modo que debía de haber estado tomando mucho alpiste o tacos o lo que les gustará comer a las arpías civilizadas. Sus pies con garras habían dejado un sendero de jirones bien definido en la alfombra por donde había estado paseándose.

—¡Mira, Ella!—anunció Tyson—. ¡Amigos!

Ella frunció el ceño y deslizó la mirada entre Frank, Percy y yo como si fuéramos pequeñas molestias: cuadros torcidos en una pared.

—No—decidió la arpía. Entrechocó las largas uñas de sus manos—. Tyson necesita más tatuajes.

—¡Está bien!—el cíclope sonrió como si fuera una noticia fantástica. Se dirigió a la silla reclinable dando saltos.

—Un momento—pedí. Ya era bastante desagradable oler los tatuajes. Si veía cómo se los hacían, estaba segura de que vomitaría encima de Aristófanes—. Ella, antes de que empieces, ¿podrías explicarnos qué pasa, por favor?

—"What's Going On" "Qué pasa"—dijo Ella—. Marvin Gaye. 1971.

Se me acercó andando con paso rápido y me estudió más detenidamente, olfateando mi abdomen vendado y empujándome en el pecho. Sus plumas relucían como óxido bajo la lluvia.

—Artemisa... Diana—dijo—. Pero estás toda cambiada. Cuerpo cambiado. La invasión de los ladrones de cuerpos, dirigida por Don Siegel, 1956.

Mientras tanto, Tyson ajustó la silla para tatuar y la convirtió en una cama plana. Se acostó boca abajo, con su espalda llena de cicatrices atravesadas por las líneas moradas recién tatuadas.

—¡Listo!—anunció.

Finalmente caí en cuenta de lo evidente.

—"Las palabras rescatadas por la memoria se incendiarán"—recordé—. Estás reescribiendo los libros sibilinos en la piel de Tyson con agujas calientes. Eso es lo que quiere decir la profecía.

—Sí— Ella me pellizco un brazo como si evaluara su calidad como superficie de escritura—. Hum. No. Demasiado delgada, pero...—empezó a toquetear mis manos, llenas de callos por el uso continuo del arco.

Me aparté rápidamente.

—Ejem, así está bien.

Frank cambió el peso de una pierna a la otra; de repente parecía acomplejado por sus superficies de escritura.

—Ella dice que es la única forma de anotar las palabras en el orden correcto—explicó—. Sobre piel viva.

No debería haberme sorprendido. En los últimos meses, había resuelto profecías escuchando voces desquiciadas de árboles, teniendo alucinaciones en una cueva oscura y corriendo por un crucigrama con fuego. Comparado con eso, recopilar un manuscrito en la espalda de un cíclope parecía de lo más civilizado.

—Pero... ¿hasta donde han llegado?—preguntó Percy.

—La primera lumbar—respondió Ella.

No dio señales de que bromeara.

Boca abajo en su cama de tortura, Tyson meneaba los pies entusiasmado.

—¡LISTO! ¡Rayos! ¡Qué cosquillas hacen los tatuajes!

—Ella—traté de interrogarla otra vez—, lo que quiero preguntarte es si has descubierto algo que nos sea útil sobre... no sé... posibles peligros en los próximos cuatro o cinco días.

—Sí, encontré la tumba—volvió a pellizcarme el brazo—. Muerte, muerte, muerte. Mucha muerte.

...

Perdón por no subir el capítulo de ayer, he estado teniendo una serie de problemas personales por los cuales prácticamente no dormí durante días. Espero no se vuelva a repetir.

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