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El reencuentro más esperado por toda Latinoamérica unida


Esperé oír nuevos sonidos de combate en el exterior. En la librería había tal silencio que casi podía oír a los zombis respirar.

La ciudad permanecía callada.

—Justo ahora—repitió Tarquinio, chasqueando otra vez los huesos de sus dedos.

—¿Tienes problemas de comunicación?—preguntó Hazel.

El rey siseó.

—¿Qué hiciste?

—¿Yo? Nada aún—Hazel desenvainó su spatha—. Pero eso está a punto de cambiar.

Aristófanes atacó primero. Naturalmente, el gato haría de la pelea algo personal. Con un "miau" de ultraje y sin aparente provocación, el tambor gigante de pelo naranja se abalanzó sobre la cara de Tarquinio, le clavó las zarpas delanteras en las cuencas oculares y dio patadas con las traseras contra sus dientes podridos. El rey se tambaleó víctima del ataque sorpresa gritando en latín; las palabras resultaban incomprensibles debido a las garras del gato que tenía en la boca. Y así empezó la Batalla de la Librería.

Hazel se lanzó sobre Tarquinio. Percy aceptó que Hazel se enfrentara primero al malote, considerando lo que había pasado a Frank, de modo que se concentró en los zombis usando a Contracorriente para pincharlos, cortarlos y empujarlos hacia la sección de no ficción.

Saqué una flecha con intención de dispararle al demonio de la galería, pero me temblaban demasiado las manos. No podía levantarme. Lo veía todo borroso y rojo. Por si eso fuera poco, me di cuenta de que había sacado la única flecha que me quedaba de mí carcaj original: la Flecha de Dodona.

¡AGUANTA, DIANA!, dijo la flecha en mi mente. NO CEDAS ANTE EL REY DE LOS NO MUERTOS.

A través de una bruma de dolor, me pregunté si me estaba volviendo loca.

—¿Me estás dando ánimos?—la idea me provoco una risa tonta—. Caray, qué cansada estoy.

Caí de sentón.

Percy me se acercó y le dio un tajo al zombi que estaba a punto de comerme la cara.

—¡Sí, el único que puede comerme la cara es él!—reí por alguna razón, pero él ya había seguido adelante. Los demonios habían dejado de mala ganas sus libros y estaban rodeándolo.

Hazel dio una estocada a Tarquinio, que acababa de quitarse bruscamente a Aristofanes de la cara. El gato aulló mientras volaba a través de la sala. Logró agarrarse al borde de un estante y subir a lo alto. Me miró furiosamente con sus ojos amarillos, con una expresión que daba a a tender: "Lo hice a propósito"

La Flecha de Dodona seguía hablando en mi cabeza: ¡LO HAS HECHO MUY BIEN, DIANA! ¡AHORA SÓLO TE QUEDA UN TRABAJO: VIVIR!

—Es un trabajo muy duro—murmuré—. Odio mi trabajo.

¡SÓLO TIENES QUE ESPERAR! ¡AFÉRRATE!

—¿Esperar qué?—murmuré—. ¿Aferrarme a qué? Ah... supongo que me estoy aferrando a ti.

—¡SÍ!, dijo la flecha. ¡SÍ, HAZ ESO! SIGUE CONMIGO DIANA. ¡NO SE TE OCURRA MORIRTE!

—¿No sale eso en una película?—pregunté—. ¿En... todas las películas? Un momento, ¿de verdad te importa si me muero?

—D—gritó Percy, intentando acuchillar Grandes esperanzas—. ¿Podrías al menos arrastrarte a un sitio seguro? Por favor.

Yo quería hacer lo que me decía. De verdad. Pero las piernas no me respondían.

—Oh, mira—murmuré, sin dirigirme a nadie en concreto—. Los tobillos se me están poniendo grises. Qué genial. Y las manos también.

¡NO!, dijo la flecha. ¡AGUARDA!

—¿A qué?

CONCÉNTRATE EN MÍ VOZ. ¡HÁBLAME SOBRE LA NATURALEZA! TE GUSTA HABLAR SOBRE ANIMALES, ¿NO?

—¡¿Sabias qué los pingüinos son capaces de disparar su popó a más de un metro veinte?!

ESO ES FASCINANTE Y ASQUEROSO.

—¿O sabias que los Lanius, género de aves paseriformes de la familia de los alcaudones, suelen empalar a sus víctimas en las ramas y espinas de los árboles? Como pequeños Blad el empalador.

La pobre flecha tuvo que aguantarme soltando datos al azar sobre animales por varios minutos.

Así era como iba a a morir: sentada en el suelo de una librería, convirtiéndome en zombi mientras empuñaba una flecha parlante y contaba datos curiosos sobre animales que jamás le servirían a nadie en la vida. Ni siquiera las Parcas podían prever todas las maravillas que el universo nos tiene reservadas.

Finalmente, me quedé sin voz. Mi campo visual se estrechó. Los sonidos del combate parecían llegar a mis oídos por los extremos de unos largos tubos metálicos.

Percy se abría pasos a espadazos a través de los últimos secuaces de Tarquinio. Eso era bueno, pensé distraídamente. No quería que él muriera. Hazel asestó una estocada a Tarquinio en el pecho. El rey romano cayó gritando de dolor y le arrebató a la centuriona la empuñadura de la espada. Se desplomó contra el mostrador de información, agarrando la hoja de la espada con sus manos esqueléticas.

Hazel t retrocedió esperando que el rey zombi se disolviera. En cambio, Tarquinio se levantó com dificultad mientras le parpadeaba débilmente gas morado de las cuencas de los ojos.

—He vivido milenios—gruñó—. No pudiste matarme ni con mil toneladas de pierda, Hazel Levesque. No me matarás con una espada.

Pensé que la centuriona arremetería contra él y le arrancaría el cráneo con sus propias manos. Su ira era tan palpable que podía olerla como una tormenta inminente. Un momento... de verdad olía a tormenta, además de otros aromas variados: fuego, enfermedad, plagas, medicamentos, muerte, y por algún motivo a popó de vaca.

Entonces me percaté del gran bovino de color rojo cereza que me miraba de muy cerca. ¿Una alucinación? No... un rebaño de vacas sagradas habían entrado a duras penas a la tienda y olfateaban el lugar, mordisqueaban estanterías, pisoteaban polvo de zombi y hacían sus necesidades básicas en la alfombra.

Detrás de ellas, en la puerta, estaba un chico de unos veintiún años, con los ojos de un azul brillante y el cabello rubio dorado y rizado. Iba vestido con un conjunto de estrella de rock con jeans, camiseta y blanca bajo una chaqueta de cuero negro, y llevaba un gran arco dorado en la mano. Su rostro naturalmente alegre solo mostraba ira y odio como una tormenta solar.

Colocó una flecha ardiente de oro en el arcó y miró a Hazel a los ojos, preguntándole si podía terminar con todo de una vez. Hazel asintió con la cabeza y se apartó. El joven le apuntó a Tarquinio.

—No vuelvas a molestar a mi hermanita, ni a nadie más—dijo en un tono duro y molesto—. Muerto viviente asqueroso.

Su flecha se alojó en el centró de la frente de Tarquinio y le partió el hueso frontal. El rey se puso rígido. Los tentáculos de gas morado chisporrotearon y se disiparon. Una llama dorada se extendió desde el punto de entrada de la flecha por el cráneo y el cuerpo de Tarquinio, y lo desintegró por completo. Su corona, el arco de oro y la espada de Hazel cayeron al suelo.

Le sonreí al recién llegado.

—Hola, hermanito.

Luego me desplomé de lado.

El mundo se volvió mullido, desprovisto de todo color. Ya nada me dolía.

Fue vagamente consciente de tener la cara de Apolo rondando sobre mí, mientras Percy y Hazel se asomaban por encima de los hombros del dios.

—Casi se nos va—dijo Apolo.

Entonces me fui. Mi mente se sumió en un charco de oscuridad fría y viscosa.






























—Oh no, no lo harás—la voz de mi hermano me despertó bruscamente.

Me había sentido tan a gusto, tan inexistente...

La vida me invadió otra vez, cálida, intensa e injustamente dolorosa. La cara de Apolo se enfocó. Parecía preocupado, algo no muy común en él.

Por mi parte me sentía sorprendentemente bienvenida el dolor del abdomen había desaparecido. Los músculos ya no me ardían. Podía respirar sin dificultad. Incluso me sentía con más energía y ánimo de lo habitual. Me hubiera lanzado sobre Percy para besarlo si Apolo no hubiera estado allí, no quería que mi primer novio fuera calcinado por mi hermano.

—¿C-cuánto tiempo estuve fuera?—pregunté con voz ronca.

—Aproximadamente... tres segundos—contestó Apolo—. Vamos, levántate, dormilona.

Me ayudó a ponerme de pie. Me sentía un poco inestable, pero me alegró descubrir que tenía fuerza en las piernas. Mi piel ya no era gris. Las marcas de infección habían desaparecido. La Flecha de Dodona seguía en mi mano, aunque se había quedado en silencio, puede que impresionada por la presencia del dios. O puede que sólo intentara quitarse de la mente la imagen de un grupo de erizos masticando sus propias eses para hacerlas espumosas y frotándosela encima (tal vez me pasé con los datos curiosos)

Percy y Hazel estaban cerca, desaliñados pero ilesos. Las vacas (qué por algún motivo que escapaba de mi comprensión mi hermano había traído) se movían torpemente a su alrededor y se chocaban contra los estantes. Aristofanes, que nos observaba desde lo alto de la estantería, decidió que todo le daba igual y volvió a dedicarse a su acicalamiento.

Le sonreí a mi hermano. Daba gusto volver a ver aquella cara boba y despreocupada con esa sonrisa de autosuficiencia perpetua.

—Te quiero—le dije com la voz ronca de la emoción.

Él parpadeó; estaba claro que no sabía que hacer con esa información.

—Dioses, Diana ¿qué te hicieron?

—¡Te extrañe! ¿Está bien?—sollocé, se me escaparon las lágrimas y me aferré al cuerpo de mi hermano mientras lloraba.

—S-si, bueno. Y-yo ya...—el también empezó a temblar, sus ojos se llenaron de lágrimas y en corto ambos estábamos llorando abrazados en el suelo—. ¡Quise venir antes!—sollozó Apolo—. ¡Pero el estupido de papá me dejó encerrado en el palacio solar! ¡No me dejaba salir a hacer mis labores, y cuando lo hizo tenía que ser siempre bajo vigilancia! ¡Y luego escuché tu grito con los cuervos y yo...! ¡Lo siento, por todo!

—¡No lo sientas!—respondí entre sollozos—. ¡Siempre te he tratado como basura! ¡Perdóname!

Apolo se aferró a mí con más fuerza.

—¡No, yo lo siento! ¡Todo el tiempo te molesto y...! ¡No tenías que tomar este castigo por mí! ¡Podría haber sido yo él que se estuviera muriendo convertido en zombi y tu la que viniera a salvarme! ¡No tenías que pasar por todo esto! ¡Por suerte ni siquiera el estupido de papá pudo oponerse a una invocación sibilina en la Colina de los Templos! Me puso trabas pero... ya estoy aquí.

Probablemente hubiéramos seguido llorando abrazados como unos estúpidos por más tiempo, pero Percy ladeó la cabeza con confusión mientras preguntaba:

—Esto... Apolo, ¿para qué son las vacas?

Mi hermano se separó de mí temblorosamente con la cara llena de lágrimas y mocos.

—Yo...—se limpió con la manga de su chaqueta—. Ví tu truco de los unicornios y quise intentar lo propio.

Percy desvío la mirada hacia uno de los pedazos de mierda en el suelo

—No salió muy bien—reconoció mi hermano—. Lo que me recuerda, Jackson. Ese gesto con el dedo hacia mí no estuvo nada bien—dijo con un tono ligeramente molesto—. Te lo voy a pasar porque me lo merecía en ese momento, pero que no vuelva a ocurrir ¿entendido?

Percy se encogió de hombros.

—Emm, veré que puedo hacer.

Revisé mi abdomen, cosa que no fue difícil, pues tenía la playera hecha jirones. Las vendas habían desaparecido, junto com la herida purulenta. Sólo quedaba una fina cicatriz blanca.

—Entonces... ¿estoy curada?

Apolo sonrió orgullosamente.

—Dios de la medicina a tu servicio, hermanita.

Rodeé los ojos, pero por una vez no me molesté demasiado por que me dijera "hermanita"

Él sonrió burlonamente antes de volverse hacia Hazel.

—Y tu, centuriona. ¿Cómo te ha ido?

Hazel estaba sin duda adolorida y engarrotada, pero se arrodilló y agachó la cabeza como buena romana.

—Estoy...—vaciló. Su mundo acababa de hacerse añicos. Había perdido a Frank. Al parecer, decidió no ocultar nada—. Estoy desolada y exhausta, mi señor. Pero gracias por acudir en nuestro auxilio.

La expresión de Apolo se tornó triste.

—Sí... ha sido una noche difícil—se volvió hacia el hijo de Neptuno—. ¿Y tú Percy? ¿Proteges bien a mi hermanita?

Percy sonrió levemente mientras me veía.

—No es qué ella lo necesite, pero hago lo que puedo.

Apolo asintió, como si esa fuera la respuesta que esperaba.

—Bien, pero te advierto que no intentes nada con ella o Diana te arrancará las bolas y luego yo te usaré como diana personal, y no me importara lo que Poseidón tenga que decir.

Percy ladeó la cabeza.

Yo me encogí de hombros.

—Percy está bien, podemos confiar en él—le aseguré a Apolo—. Él... no intentará nada conmigo.

"Sin intentos, solo hazlo", pensé para mí misma.

Apolo suspiro con cansancio.

—Está bien, salgamos de aquí. Esto está bastante saturado, y huela a popó de vaca y a cíclope chamuscado.






Los supervivientes estaban reuniéndose poco a poco en la calle. Tal vez algo instintivo los había atraído allí, al lugar de la derrota de Tarquinio. O tal vez simplemente habían ido a mirar el brillante carro deportivo con luces doradas estacionado en paralelo enfrente de la librería.

Águilas gigantes miraban desde las azoteas. Las vacas pasaban por la zona, entorpeciendo el avance de los romanos y claramente no les agradaban a los unicornios militarizados. Legionarios y ciudadanos de la Nueva Roma se arremolinaron en estado de shock.

Al final de la manzana, apiñada con un grupo de supervivientes se hallaba mi lugarteniente Thalia Grace, com la mano en el hombro de la nueva portaestandarte de la legión, consolando a la joven mientras lloraba. Supuse que Apolo la había traído. Ella iba vestida com sus habituales jenas negros y varias placas de grupos punk que relucían en la solapa de su chamarra de piel. Una diadema de plata, que le identificaba como mi lugarteniente, brillaba en su cabello negro corto. Sus ojos hundidos y sus hombros caídos me hicieron sospechar que se había enterado de la muerte de Jason; tal vez hacia tiempo que lo sabia y había pasado por una primera fase de duelo difícil.

Hice una mueca de culpabilidad. Yo debería de haber sido la que le dijera la noticia de lo de Jason.

Tenía que ir a hablar con ella. Entonces algo me llamó la atención en el grupo que miraba el carro de Apolo. La gente se apretujaba en el deportivo como fiesteros de fin de año en el quemacocos de una limusina. Entre ellas estaba una joven larguirucha de pelo rosa.

De mi boca escapó otra risa de alegría de lo más inadecuada.

—¿Lavinia?

Ella volteo y sonrió.

—¡Qué increíble es este carro! No quiero bajarme nunca.

Apolo sonrió y le guiñó el ojo.

—Podemos dar un paseo cuando quier...—lo detuve de un codazo en el estómago.

Lavinia hizo una mueca de asco.

—Ya me bajo—dijo mientras abandonaba el vehículo de un salto.

—Lavinia, ¿c-Como has...?—pregunté tartamudeando—. ¿Dónde has...?

—Está jovencita—explicó Apolo— es la responsable de la destrucción de la flota del triunvirato.

—Bueno, conté con mucha ayuda—dijo Lavinia.

—¡MELOCOTONES!—dijo una voz amortiguada desde el carruaje.

Era tan bajo que no lo había visto, oculto como estaba detrás del ádralo del carro y el grupo de gente más alta que él, pero entonces Melocotones se retorció y se abrió paso hasta lo alto del barandal.

—Conque tú eres el dichoso Melocotones—dijo Percy—. Meg nos habló de ti.

El karpos se golpeó el pecho como un gorila mientras gritaba, adivinaste: "¡¡¡MELOCOTONES!!!"

Me volví hacia Lavinia.

—No lo entiendo—le dije—. ¿Hiciste que todos esos morteros funcionaran mal?

Lavinia puso cara de ofendida.

—Pues sí. Alguien tenía que detener a la flota. Puse atención durante la clase de armas de asedio y abordaje de barcos. No fue tan difícil. Solo hizo falta algo de habilidad.

Hazel logró cerrar por fin su mandíbula desencajada.

—¿No fue difícil?

—¡Estábamos motivados! Los faunos y las dríades se portaron estupendamente—hizo una pausa, y su expresión se nubló momentáneamente, como si se hubiera acordado de algo desagradable—. Ejem... ademas, las nereidas fueron de mucha ayuda. Sólo había una tripulación mínima a bordo de cada yate. ¡Y miren!

Señaló orgullosamente sus pies, que ahora estaban adornados con los zapatos de baile de Terpsícore de la colección privada de Calígula.

—Preparaste un ataque anfibio a una flota enemiga—dije— por unos zapatos.

Lavinia resopló.

—Evidentemente, no sólo por los zapatos—bailó un breve número de tap—. También para salvar el campamento, y a los espíritus de la naturaleza, y a los comandos de Michael Kahale.

Hazel levantó las manos para interrumpir el exceso de información.

—Un momento. No quiero ser aguafiestas (¡hiciste algo increíble!), pero aún así abandonaste tu puesto, Lavinia. Desde luego yo no te di permiso...

—Obedecía órdenes de la pretora—dijo Lavinia abiertamente—. De hecho, Reyna nos ayudó. Se quedó inconsciente un rato, pero despertó a tiempo para infundirnos el poder de Belona justo antes de que abordáramos los barcos. Nos hizo fuertes y sigilosos y esas cosas.

—¿Reyna?—dije—. ¿Dónde está?

—Aquí mismo—gritó la pretora.

No sabía lo mucho que la había hachado de menos. Había estado escondida a la vista de todos entre el grupo de supervivientes que hablaban con Thalía. Por algún motivo que no comprendí, Apolo se tensó ligeramente cuando ella apareció, casi como si tuviera miedo.

Reyna se acercó apoyándose en unas muletas, con la pierna rota enyesada llena de firmas como "Felipe", "Lotoya" y "Botón de Oro". Considerando por todo lo que había pasado, se veía en bastante buen estado.

Thalia sonrió al ver a su amiga venir hacia nosotros, pero luego me miró a los ojos, y su sonrisa vaciló. Su expresión se tornó sombría. Me saludo respetuosamente con la cabeza, pero de forma triste, reconociendo que teníamos cosas de las cuales hablar más tarde.

Hazel exhaló.

—Gracias a los dioses—abrazó suavemente a Reyna con cuidado de no desequilibrarla—. ¿Es cierto que Lavinia obedecía órdenes tuyas?

Reyna miró a nuestra amiga de pelo rosa. La expresión de dolor de la pretora decía algo así como: "te respeto muchísimo, pero también te odio por tener razón!

—Sí—logró decir Reyna—. El plan L fue idea mía. Lavinia y todos sus amigos obedecieron mis órdenes. Sin duda actuaron heroicamente.

Lavinia sonrió.

—¿Lo vez? Te lo dije.

La multitud reunida murmuró de asombro, como si después de un día lleno de maravillas por fin hubieran presenciado algo que no se podía explicar.

—Hoy ha habido muchos héroes—dijo Apolo—. Y muchas pérdidas. Sólo siento que por culpa de MI ESTUPIDO PADRE Thalia y yo no pudiéramos llegar antes. No pudimos reunirnos con Lavinia y las fuerzas de Reyna hasta después de su incursión y luego destruimos la segunda oleada de no muertos, que están esperando en las cloacas—hizo un gesto despectivo con la mano, como si aniquilar a la fuerza principal de demonios y zombis de Tarquinio se les hubiera ocurrido en el último momento.

Dioses, extrañaba ser una diosa.

—También me salvaste a mi—dije—. Estas aquí. Estas aquí de verdad.

Él me tomó la mano y la apretó. Su piel tenía un tacto cálido y humano. No recordaba la última vez que mi hermano me había hecho una demostración de afecto tan sincera. Una tenía luz dorada salió de sus dedos y se fundió en mí.

—No hemos terminado aún—advirtió él—. Tienen muchos heridos que atender. Los médicos del campamento ya cuentan con mi bendición, y tú también.

—Yo...—algo que me hubiera resultado repulsivo en el pasado, ahora era la prueba de que mi hermano me estaba apoyando desde las alturas.

—Siempre fuiste buena con la curación básica, pero ahora tienes un buen impulso de conocimiento médico, durará hasta que... hasta que recuperes tu divinidad. Y recuerda, tienes permiso de usar mi arco.

—¿A qué te refieres...?

—¡Miren!—chilló Hazel, con una voz una octava más aguda de lo habitual.

Arión apareció trotando colina arriba, con una voluminosa figura humana echada sobre su lomo.

—Oh, no—se me encogió el corazón. Me acordé de Tempestad, el caballo ventus, al depositar el cadáver de Jason en la playa de Santa Mónica. No, no podía ver. Y, sin embargo, tampoco podía apartar la vista.

El cuerpo posado sobre el lomo de Arión estaba inmóvil y echaba humo. El caballo se detuvo, y la figura resbaló por un lado. Pero no se cayó.

Frank Zhang se quedó de pie. Se volvió hacia nosotros. Se le había chamuscado el pelo y sólo le quedaba una fina mancha negra. Las cejas le habían desaparecido. Su ropa se había quemado por completo, salvo sus calzoncillos y su capa de pretor, un detalle que le daba un inquietante parecido al Capitán Calzoncillos.

Miró a su alrededor, con los ojos vidriosos y desenfocados.

—Hola a todos—saludó con voz ronca. Acto seguido se cayó de bruces. 

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