Consejos no tan directos.
Tenía todo el Campo Marte para mí sola.
Percy había ido a ayudar a los campistas en lo que pudiera para distraer su mente, ademas, esa tarde no habían programados juegos de guerra, así que podría pasear por el páramo a mi antojo, admirando los restos de carros, las almenas rotas, los fosos ardientes y las trincheras llenas de estacas puntiagudas.
Subí a una antigua torre de asedio y me quedé sentada mirando hacia las colinas del norte. Respirando hondo, metí la mano al carcaj y saqué la Flecha de Dodona. Hacia varios días que no hablaba con mi insufrible y clarividente arma arrojadiza, cosa que consideraba una victoria, pero, que los dioses me asistieran, en ese momento no se me ocurría nadie más a quien acudir.
—Necesito ayuda—le dije.
La flecha permaneció en silencio, tal vez pasmada por mi confesión. O tal vez me había equivocado y estaba hablando con un objeto inanimado.
Finalmente, el astil vibró en mi mano. Su voz resonó en mi mente: TUS PALABRAS SON CIERTAS, PERO ¿A QUÉ TE REFIERES?
Su tono parecía menos despectivo de lo habitual. Eso me daba miedo.
—Se... se supone que tengo que mostrar mi fortaleza—dije—. Según Lupa, se supone que tengo que resolver la situación, o la manda (la Nueva Roma) morirá. Pero se me está acabando la fortaleza. ¿Qué hago?
Le conté a la flecha lo que había pasado en los últimos días: mi encuentro con los eurinomos, los sueños con los emperadores y Tarquinio, mi conversación con Lupa y la misión que nos había asignado el Senado romano. Para mi sorpresa, fue agradable soltar todos mis problemas de golpe. Considerando que la flecha no tenía oídos, sabía escuchar bien. Nunca parecía aburrida ni escandalizada ni indignada porque no tenía cara.
La principal razón por la que no había buscado a Percy era que él estaba tan abrumado como yo en estos momentos, él también necesitaba desahogarse. Conociéndolo, si en este momento me derrumbaba con él añadiría aún más peso en sus hombros del que ya tenia. Eso no significaba que no hablaría con él sobre mis problemas, sólo que ése definitivamente no era el momento.
—He cruzado el Tíber con vida—resumí—, ya he dado una triste noticia. ¿Cómo debo seguir desde aquí? Ya perdí el rastro de mi presa, por así decirlo.
LO PENSARÉ, zumbó la flecha.
—¿Es todo? ¿Ningún consejo? ¿Ningún comentario sarcástico?
DAME TIEMPO PARA CONSIDERARLO, OH, IMPACIENTE DIANA.
—¡Pero no tengo tiempo! Nos vamos a la tumba de Tarquinio...—miré hacia el oeste, donde el sol estaba empezando a esconderse detrás de las colinas—. ¡Ya!
EL VIAJE A LA TUMBA NO SERÁ TU ÚLTIMO RETO. A MENOS QUE METAS LA PARA HASTA EL FONDO.
—¿Se supone que eso tiene que hacerme sentir mejor?
NO LUCHES CONTRA EL REY, dijo la flecha. ENTÉRATE DE LO QUE NECESITAS Y ESCAPA.
—¿Dijiste "escapa"?
TRATO DE HABLAR CLARAMENTE PARA TI, DE CONCEDERTE UNA MERCED, Y AÚN ASÍ TE QUEJAS.
—Te agradezco el gesto. Pero si quiero contribuir a la misión y no esconderme asustada en un rincón, tengo que saber cómo...—se me quebró la voz—. Cómo volver a ser yo.
La vibración de la flecha sonó casi como el ronroneo de un gato que intenta aliviar a un humano enfermo. ¿ESTAS SEGURA DE QUE ESO ES LO QUE DECEAS?
—¿Qué quieres decir?—pregunté—. ¡De eso se trata! Todo lo que estoy haciendo es para...
—¿Estas hablando con esa flecha?—dijo una voz detrás de mí.
Al pie de la torre de asedio se encontraba Frank Zhang. A su lado estaba el elefante Hannibal, que pateaba el lodo, impaciente.
Me había distraído tanto que había dejado que un elegante me tomara por sorpresa.
—Hola— dije, con la voz entrecortada por la conversación anterior—Estaba... Esta flecha me da consejos proféticos. Habla. Dentro de mi cabeza.
Frank, el pobre, puso cara seria.
—Okey. Me voy si...
—No, está bien—guardé la flecha en el carcaj—. Necesitaba tiempo para procesar. ¿Qué te trae por aquí?
—Salí a pasear al elefante—Frank señaló a Hannibal, por si me estaba preguntando a qué elefante se refería—. Se vuelve loco cuando no tenemos juegos de guerra. Bobby era nuestro adiestrador de elegantes, pero...
Frank se encogió de hombros en un gesto de impotencia. Entendí a qué se refería: Bobby había sido otra víctima de la batalla. Lo habían matado... o puede que algo peor.
Hannibal lanzó un gruñido desde lo más profundo del pecho. Envolvió un ariete roto con la trompa, lo levantó y empezó a golpear el suelo com él como si fuera la mano de un mortero.
Me acordé de mi amiga elefanta Livia de la Estación de Paso en Indianápolis. Ella también había quedado desconsolada por la pérdida de su compañero en los crueles juegos de Cómodo. Los elefantes eran criaturas sociables, necesitaban de amigos y compañeros para poder vivir felizmente, matar a sus amigos era aún más cruel que matarlos a ellos.
Bajé de la torre, teniendo cuidado de protegerme el abdomen vendado.
Frank me observó, quizá preocupado por la rigidez con la que me movía.
—¿Estas lista para la misión?—preguntó.
—¿La respuesta a esa pregunta alguna vez es "sí"?
—Tienes razón.
—¿Qué harán ustedes mientras estamos fuera?
Frank se pasó la mano por su pelo rapado.
—Todo lo que podamos. Apuntalar las defensas del valle. Hacer trabajar a Ella y Tyson en los libros sibilinos. Mandar águilas a explorar la costa. Poner a la legión a hacer instrucción para que no tengan tiempo de preocuparse por lo que se avecina. Pero sobre todo se trata de estar con las tropas y decirles que todo saldrá bien.
"Mentirles, en otras palabras", pensé, aunque era frío y cruel.
Hannibal metió el ariete de pie en un sumidero. Le dio unos golpecitos al viejo tronco como diciendo: "Ahí te quedas, amiguito. Ya puedes empezar a crecer otra vez"
Incluso el elefante era muy optimista.
No sé cómo lo consiguen—reconocí—. Me refiero a seguir siendo positivos después de todo lo que ha pasado. En mis viajes vi muchas cosas cómo está, vidas horribles para personas que siempre buscan la manera de seguir adelante y a ayudar a los otros en el proceso.
Frank le dio una patada a una piedra.
—Tenemos que permanecer positivos para sobrevivir. ¿Qué alternativa tenemos?
—Supongo que tienes razón.
No sabía que más hacer, había consultado a ala flecha para averiguar cómo podía proteger a mis amigos. Sería mucho más fácil con mis poderes divinos.
"Pero ¿lo era realmente?", preguntó otra parte de mi cerebro. "¿Mantuviste a salvo a Calisto? ¿O a Hipólito o a Zoë? ¿O a todos los niños que sufrieron en su infancia como Percy o Meg? ¿Quieres que siga?"
"Cállate", repliqué mentalmente.
Últimamente estaba teniendo demasiadas discusiones conmigo misma.
—Hazel parece bastante preocupada por ti—dije—. Habló sobre algo que hiciste en la última batalla.
Frank se retorció como si quisiera quitarse un cubito de hielo de la playera.
—Hice lo que tenía que hacer.
—¿Y tu trozo de leña?—señalé el saquito que colgaba de su cinturón—. ¿No te preocupa lo que Ella dijo...? ¿Lo de los fuegos y los puentes?
Frank metió la mano al saquito y sacó despreocupadamente su leña vital: un pedazo de madera carbonizada del tamaño de un control remoto. Lo lanzó al aire y lo atrapó, cosa que casi me provocó un infarto.
Incluso Hannibal parecía incómodo. El elefante cambió el peso de una pata a la otra meneando su enorme cabeza.
—¿Esa leña no debería estar en la caja fuerte del principia?—pregunté—. ¿O por lo menos bañada en una llama mágica incombustible?
—El saco es ignífugo—dijo Frank—. Cortesía de Leo. Hazel me lo guardó un tiempo. Hemos considerado otras formas de protegerlo, pero sinceramente, he aprendido a aceptar el peligro. Prefiero tener la leña conmigo. Ya sabes lo qué pasa con las profecías. Cuanto más te esfuerzas por evitarlas, más duro es el fracaso.
Eso era indiscutible. Aún así, existía una delgada línea entre aceptar el destino propio y tentar a la suerte.
— Supongo que Hazel piensa que eres demasiado imprudente.
—Es una conversación que tenemos continuamente—guardó la leña en el saquito—. Te lo aseguro, no tengo ganas de morir. Es que... no puedo dejar que el miedo me frene. Cada vez que llevo a la legión al combate, tengo que jugármelo todo. Todos lo hacemos. Es la única forma de comprometerse al cien por ciento en la batalla. De ganar.
—Un comentario digno de Marte—observe—. A pesar de mis muchos desacuerdos con Marte, lo digo como cumplido.
Frank asintió con la cabeza.
—El año pasado estaba aquí mismo cuando Marte apareció en el campo de batalla y me dijo que era su hijo, ¿sabes? Parece que hubiera pasado mucho tiempo—miró al cielo—. No puede creer que pensara que Apolo...?
—¿Qué mi hermano era tu padre? La verdad, es que se parecen, en el buen sentido. Apolo puede llegar a ser un idiota, pero también tiene muchas cosas buenas en él. Eso sí, jamás se te ocurra contarle que dije eso o te daré caza y jamás encontrarán tu cadáver.
Frank tragó salva sin saber si debía tomarse mi amenaza como broma o seriamente.
—Cuídate, ¿okey? Y hazme el favor de cuidar a Percy, cuando lo conocí estaba muy desesperado por volver a encontrarse con Annabeth, y saber lo que ella le hizo... sé que se está recuperando gracias a ti, así que gracias de mi parte también.
—De acuerdo, pretor Zhang.
A lo lejos, vi a mis compañeros de misión dirigiéndose fatigosamente hacia nosotros.
Lavinia tenía una playera morada del campamento y unos jeans encima de unas mallas plateadas. Sus tenis lucían unas brillantes agujetas rosas que hacían juego con su pelo y sin duda la ayudaban a moverse con sigilo. La manubalista hacía un ruido sordo contra su hombro.
Hazel llevaba un look ligeramente más ninjesco con sus jeans negros y un suéter negro con cierre frontal, y su enorme espada de la caballería sujeta al cinturón. Me acordé de que prefería la spatha porque a veces luchaba a caballo montada en el inmortal corcel Arión. Lamentablemente, dudaba que Hazel invocará a Arión para nuestra misión. Un dios caballo no serviría de gran cosa para moverse furtivamente por una tumba subterránea.
En cuanto a Percy, iba con una pinta simple bastante propia de él. Jeans y una camisa del campamento, solamente que en lugar de naranja era morada.
Él me sonrió y yo le devolví la sonrisa, se veía un poco más relajado, como si igual que yo se hubiera desahogado con alguien.
Hazel tocó a Frank en el codo.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
En realidad no era una pregunta. Se lo llevó fuera del alcance de nuestro oído, seguidos por Hannibal, quien al parecer decidió que su conversación privada requería de la presencia de un elefante.
—Ey—Lavinia se volvió hacia Percy y hacia mí—. Puede que estemos aquí un rato. Cuando esos dos se ponen en plan maternal entre ellos, les junto que, si pudieran recubrirse el uno al otro con unicel, lo harían.
Parecía medio crítica, medio melancólica, como si deseara tener una pareja sobreprotectora que la recubriera con unicel. Por algún motivo, la idea me era perfectamente comprensible.
Hazel y Frank mantuvieron in diálogo tenso. No oía lo que decían pero Hannibal daba fuentes pisotones y gruñía como si se la estuviera pasando bien.
Finalmente, Hazel posó los dedos en el brazo de Frank como si temiera que él se deshiciera en humo. Luego volvió con nosotros con paso resuelto.
—Bueno—anunció la chica con expresión hosca—. Vamos a buscar esa tumba antes de que cambie de opinión.
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