Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo veintiocho


Tan pronto como llegué al pasillo, me agarré al barandal. No estaba segura de si me temblaban las piernas o si la torre entera se bamboleaba. Tenía la vista borrosa por las lágrimas acumuladas y respiraba con dificultad.

Debajo, San Francisco se extendía como una colcha arrugada verde y gris, con los bordes deshilachados por la niebla.

No se veía a los cuervos por ninguna parte, pero eso no quería decir nada. Un cúmulo de niebla seguía ocultando la parte superior de la torre. Esos asesinos podían lanzarse en picada en cualquier momento.

En el otro extremo del pasillo se hallaba el contenedor. Había un intenso aroma a rosas en el aire, y parecía proceder de la caja. Di un paso hacia ella y tropecé de inmediato.

—Ten cuidado—Reyna me agarró el brazo.

Sentí como una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y estabilizaba mis piernas.

—G-gracias. Estoy...—se me escapó un sollozo.

Percy llegó conmigo y me dejó abrazarlo. Me aferré com fuerza a su camisa y no lo solté durante un tiempo. Me sentía a salvo en sus brazos.

¿Quien lo diría? Yo, la orgullosa diosa de la caza, sintiéndose segura en los brazos de un hombre.

—Necesitas atención médica—observó Reyna—. Tu cara es un espectáculo dantesco.

Ni siquiera me molesté en contestar.

Todo ese asunto del mensaje de Apolo me había afectado de verdad, primero yo había admitido haberle temido, y luego él disculpándose y todo... realmente lo extrañaba.

—¿Alguien trajo agua?—preguntó Percy.

Le tendí mi cantimplora (consejo, siempre tengan donde llevar agua a mano)

El retiró el tapón y vertió algo del líquido en su mano. El agua empezó a moverse por su mano, limpiando y cerrando algunos cortes poco profundos y reparando heridas.

Después, repitió el mismo proceso conmigo y con Reyna. Definitivamente necesitaríamos tratamiento profesional una vez volviéramos al campamento. Pero por el momento tenía que bastar.

Percy se volvió para observar el contenedor de transporte. Tenía un par de plumas negras enredadas en su cabello rebelde. Su ropa estaba hecha jirones y ondeaba al viento como fragmentos de algas.

—¿Es es eso?—se preguntó mientras me frotaba la espalda para reconfortarme—. Y seriamente ¿por qué huele a rosas?

Buenas preguntas.

Medir la escala y la distancia en la torre era difícil. Colocado contra las vigas, el contenedor parecía pequeño y cercano, pero probablemente estaba a una manzana entera de nosotros y era tan grande como el garaje del carro lunar en el palacio de Luna. Instalar la enorme caja roja en la torre Sutro debía de haber sido una ardua empresa. Por otra parte, el triunvirato tenía suficiente dinero para comprar cincuenta yates de lujo, de modo que probablemente unos cuantos helicópteros de carga.

La pregunta más importante era "¿por qué?"

De los lados del contenedor salían cables de color bronce y oro que se entrelazaban alrededor del poste y las vigas transversales como cables para tierra, conectando con antenas parabólicas, agrupaciones de antenas de telefonía móvil y cuadros eléctricos. ¿Dentro había algún tipo de estación de control? ¿El invernadero para rosas más caro del mundo? ¿O tal vez el plan más complejo de la historia para piratear canales por televisión de paga?

La parte más cercana de la caja estaba provista de puertas de carga, con las barras de seguridad verticales llenas de gruesas cadenas. Lo que había dentro estaba pensado para seguir allí.

—¿Alguna idea?—preguntó Reyna.

—Intentar entrar a ese contenedor—dije mientras me separaba lentamente de Percy, inmediatamente lo extrañé, pero me mantuve firme—. Es una idea terrible. Pero es la única que se me ocurre.

—Sí—Reyna escudriñó la niebla por encima de nuestras cabezas—. Vámonos antes de que los cuervos vuelvan.

Percy destapó su espada. Se puso adelante y atravesó el pasillo, pero a los seis metros más o menos se detuvo bruscamente como si hubiera chocado contra un muro invisible.

Se volvió para mirarnos.

—Oigan, ¿es...mía o... sensación rara?

Pensé que la patada en la cara podía haberme hecho corto circuito en el cerebro.

—Percy, ¿el para qué cosa de qué?

—Dije... extraño, como...frío y...

Miré a Reyna.

—¿Oíste eso?

—Sólo llegan la mitad de sus palabras. ¿Por qué a nuestras voces no les afecta?

Estudié la breve extensión de pasillo que nos separaba de Percy. Una desagradable sospecha despertó en mi cabeza.

—Perce, da un paso hacia mí, por favor.

Él lo hizo.

—¿Qué sucede? ¿Ustedes también sintieron el cambio, como frío...?—frunció el ceño—. Ehhh, olvídenlo, ahora está mejor.

—Te saltabas palabras—dijo Reyna.

—¿De verdad?

Los semidioses me miraron buscando explicación. Lamentablemente, yo creía tener una; o, como mínimo, un asomo de explicación. El camión metafórico con sus luces metafóricas estaba cada vez más cerca de atropellarme metafóricamente.

—Espérenme aquí un momento—dije—. Quiero probar una cosa.

Di varios pasos hacia el contenedor de trasporte. Cuando llegué al punto en el que había estado Percy, noté una diferencia, como si hubiera cruzado el umbral de una cámara frigorífica.

Tres meteos más, y ya no oía el viento, ni el tintineo de los cables metálicos contra los lados de la torre, ni la sangre corriendo en mis oídos. Chasqueé los dedos. Ningún sonido.

El pánico me atenazó en el pecho. Incluso yo, como la antigua silenciosa y sigilosa diosa de la caza, me sentía asfixiada por el silencio absoluto?

Me volví hacia Reyna y Percy. Traté de gritar: "¿Me oyen ahora?"

Nada. Mis cuerdas vocales vibraron, pero las ondas de sonido parecieron apagarse antes de salir de mi boca.

Percy dijo algo que no pude oír. Reyna extendió los brazos.

Les indique con la mano que esperarán. Entonces respiré hondo y me obligué a seguir andando hacia la caja. Me detuve cuando podía tocar las puertas de carga con el brazo extendido.

El olor a ramo de rosas provenía definitivamente del interior. Las cadenas de las barras de seguridad eran de grueso oro imperial: suficiente metal mágico raro para comprar un palacio de tamaño considerable en el monte Olimpo. Incluso bajó mi forma mortal, notaba el poder que irradiaba del contenedor, no sólo el profundo silencio, sino también el halo frío de las defensas y las maldiciones que pesaban sobre las puertas y las paredes metálicas. No para que nosotros no entráramos. Para que algo no saliera.

En la puerta de la izquierda, estarcido con pintura blanca, había una palabra en árabe:

الإسكندرية

No tenía el árabe muy practicado, pero estaba bastante segura de que era el nombre de una ciudad. ALEJANDRÍA, como la Alejandría de Egipto.

Me flaquearon las piernas. Se me nubló la vista.

"¡¿En serio? ¿Otra vez?!", grité sin hacer ruido.

Poco a poco, agarrándome del barandal, regresé tambaleándome junto al resto. No supe que había abandonado la zona de silencio hasta que me oí murmurar:

—No, no, no. Otra vez no.

Percy me atrapó antes de que pudiera caerme.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurrió?

—Creo que ya lo entiendo—dije—. El dios silente.

—¿Quién es?—preguntó Reyna.

—No lo sé.

Reyna parpadeó.

—Pero si acabas de decir...

—Dije que creo que lo entiendo do. Recordar quien es es otra cosa. Estoy bastante segura de que...—miré a Percy con preocupación—... estoy segura de que nos enfrentamos a un dios ptolomaico, de la época en la que los griegos gobernaban Egipto.

Percy miró detrás de mí hacia el contenedor.

—Mierda, no otra vez... tiene sentido, noté a mi buitre interno agitándose cuando le acerqué.

Fruncí el ceño.

—Ese pajarraco prometió que no dejaría restos de su poder en ti.

Percy seguía mirando el contenedor.

—Lo sé, la sentí irse. Tal vez la cercanía a ese dios silente reactivo mi conexión com Nejbet. Eso explicaría mi repentino antojo de animal atropellado.

Reyna nos miraba confundida.

—¿De qué están ablando? ¿Cuál buitre? ¿Animal atropellado? ¿Quien es Meg Beth?

Percy dejó escapar una risa.

—Sadie también le decía así. Nejbet es el buitre que vive dentro de mi cabeza.

—Maravilloso... ahora, ¿podrían dejarse de rodeos y explicarle lo que sucede?

Miré hacia ambos lados, como si pudiera haber alguien escuchando.

—Hace algunos meses, Percy y yo nos enfrentamos a un mago que estaba usando magia greco-egipcia para convertirse en un dios. Recibimos ayuda de un par de magos egipcios y Percy fue el anfitrión de la diosa buitre Nejbet, creíamos que la cosa había quedado en nada.

El cerebro de Reyna procesaba todo lentamente.

—¿Magos... egipcios?

Sacudí la cabeza.

—Lo mejor será no dar muchos detalles y no hablar más de eso. Los griegos y los romanos casi se mataron entre sí cuando se conocieron, aunque todos somos miembros del panteón helénico. Juntarnos demasiado con los egipcios, con un panteón de deidades totalmente diferente...—negué con la cabeza—. Demasiado peligroso.

Percy miró la palma de su mano, donde en el pasado había tenido un jeroglífico que le permitía comunicarse con Carter Kane, el faraón de la Casa de la Vida.

—No podemos contar con ayuda egipcia por ahora, tenemos que arreglárnoslas por nosotros mismos.

Reyna observó el contenedor.

—Entonces... ¿quien es el dios silente?

Intenté recordar.

—El olor a rosas... Las rosas eran su símbolo. No... no recuerdo por qué. ¿Alguna relación con Venus? Se encargaba de los secretos. Antiguamente, si los líderes colgaban una rosa del techo de una sala de reuniones, significaba que todos los que participaban en esa conversación habían jurado mantener algo en secreto. Lo llamaban sub rosa, bajó la rosa.

—Entonces recuerdas todo eso—dijo Reyna—, pero ¿no recuerdas el nombre del dios?

—Yo...Es...—un gruñido de frustración brotó de mi garganta—. Casi me acuerdo. Debería acordarme. Pero hace milenios que no pienso en ese dios, probablemente lo habré visto una o dos veces en mi vida. Es muy poco conocido...

—Harpócrates...—dijo Percy.

—¿Cómo lo sa...?

Cuando me volví para verlo, una tenue aura morada lo envolvía de pies a cabeza.

—¿Quién...?—preguntó Reyna.

Justo en ese momento, mis recuerdos se desbloquearon de golpe. Sí, no conocía mucho a ese dios. Pero recordaba bastante bien algo que sucedió con él. De hecho estoy segura de que todos los olímpicos lo recordábamos.

—Maldita sea Apolo—dije—. Otra vez tengo que lidiar con tus errores.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro