Capítulo veintidós
—¿Qué tal la herida?—inquirió Hazel.
Yo sabía que tenía buenas intensiones, pero estaba hartándome de esa pregunta, y todavía más de la herida.
Salimos por el portón principal en dirección al Campo de Marte. Detrás de nosotros, Percy contaba la historia del barco de Crono a los legionarios, quienes escuchaban con atención. Logré captar algo sobre un cangrejo gigante o algo así.
—Dentro de lo que cabe—dije tratando de mostrarme optimista—, estoy bien.
Mi antigua yo inmortal se hubiera reído de esa respuesta. "¿Bien? ¿Qué clase de broma es esa?"
Durante los últimos meses, había rebajado drásticamente mis expectativas. A esas alturas, "estoy bien" significaba "todavía puedo andar y respirar"
—Debería haberme dado cuenta antes—dijo Hazel—. Tu halo de muerte se intensifica por momentos...
Percy me lanzó una mirada fugaz de preocupación desde su lugar con los legionarios.
—¿Podemos dejar de hablar de mi halo de muerte?
—Perdona, es que... me gustaría que Nico estuviera aquí. Él sabría cómo curarte.
No me habría importado ver al hermanastro de Hazel. Nico di Angelo, hijo de Hades, había sido muy valioso cuando habíamos luchado contra Nerón en el Campamento Mestizo. Y su novio, Will Solace, hijo de Apolo, era un magnífico curandero. Sin embargo, sospechaba que ellos no podrían ayudarme como tampoco Pranjal había podido. Si Will y Nico estuvieran aquí, serían dos personas más de las cuales preocuparse: dos personas más que me mirarían con preocupación, preguntándose cuánto tardaría en convertirme en zombi por completo.
—Agradesco la intención—dije—, pero... ¿Qué hace Lavinia?
A unos cien metros, Lavinia y el fauno Don se hallaban en un puente que cruzaba el Pequeño Tíber—que no estaba para nada de camino al Campo Marte— manteniendo lo que parecía ser una grave discusión. Tal vez no debería haber llamado la atención de Hazel sobre ese punto. Por otra parte, si Lavinia quería pasar desapercibida, debería haber elegido un color de pelo distinto—como el camuflaje, por ejemplo— y no agitar tanto los brazos.
—No sé—la expresión de Hazel me recordó la de una madre cansada que había encontrado a su niño pequeño intentando trepar a la jaula de los monos por duodécima vez—. ¡Lavinia!
Lavinia volteó. Dio una palmada al aire como diciendo: "Espera un momento", y a continuación volvió a discutir con Don.
—¿Soy demasiado joven para tener úlcera?—se preguntó Hazel en voz alta.
—Apolo me causó una incluso antes de que naciéramos—le dije—. Así que, creo que no.
Después de tan pocas ocaciones para el humor últimamente, fue bueno para ambas reír un poco.
A medida que nos acercábamos al Campo Marte, vi a legionarios que se dividían en cohortes y se dirigían a distintas actividades repartidas a través del páramo. Un grupo cabaña trincheras defensivas. Otro se había reunido en la orilla de un lago artificial que no estaba el día anterior, esperando para abordar los botes improvisados que no se parecían en nada a los yates de Calígula. Un tercer grupo se deslizaba por una colina de tierra sobre sus escudos.
Hazel suspiró.
—Ése debe de ser mi grupo de delincuentes. Con tu permiso, me voy a enseñarles a matar demonios.
Se fue trotando y pronto solo quedamos Percy y yo.
—Bueno, Perce. ¿Adónde vamos?—le pregunté—. Frank dijo que teníamos... ¿tareas especiales?
—Sí—Percy señaló al otro extremo del campo, donde la Quinta Cohorte aguardaba en el campo de tiro—. Tú tiene que dar clases de tiro con arco.
Lo miré fijamente.
—¿Qué voy a hacer qué?
—Como estabas dormida, Frank dio la clase de la mañana. Ahora te toca a ti.
—¡Pero... no puedo enseñar en mi estado mortal!—protesté—. Además, los romanos no confían en el tiro con arco en combate. ¡Creen que las armas arrojadizas no son dignas de ellos!, desgraciados.
Percy se rascó la cabeza.
—Bueno, si queremos vencer a los emperadores, tendremos que pensar de forma diferente ¿no?
Le di la razón.
—Bueno, ¿tú que vas a hacer?
—Uh, esto será difícil de explicar—dijo—. Voy a ayudar con el entrenamiento de abordaje, pero antes de eso voy a militarizar a los unicornios.
Eso sonaba a una idea más bien propia de Meg McCaffrey.
—¿Que vas a...? ¿Qué...?
Percy se encogió de hombros.
—Te dije que era difícil de explicar—dijo—. Antes de la misión en la tumba, fui a ver en qué podía ocuparme y terminé en los establos y... bueno, los unicornios tienen pensamientos sorprendentemente violentos para la media de los caballos mágicos.
—Sabes, creo que prefiero no saber más.
—Je, lo sé es raro—Percy me miró—. Ve a dar clases con el arco, enséñale a esos romanos a no despreciarlo. Lo harás bien, confío en ti.
—Gracias, te veré luego.
—Claro, D, hasta pronto.
Percy cruzó el campo tranquilamente hacia un gran costal para prácticas de equitación, donde la Primera Cohorte y una manada de unicornios se miraban entre ellos con recelo. Los unicornios se veían tan pacíficos, pero supongo que era porque aún no me había dado el tiempo de sentarme a hablar con uno seriamente.
De repente visualicé una horrible imagen de los romanos y los unicornios atacándose unos a otros con ralladores de queso. Decidí meterme en mis propios asuntos.
—Espero sepas lo qué haces, Perce...
Suspirando me di la vuelta hacia el campo de tiro y me fui a conocer a mis nuevos alumnos.
...
Lo único que daba más miedo que ser una mala arquera era descubrir que de repente volvía a ser una buena. Puede que no te parezca un problema grave, pero desde que me había vuelto mortal, había experimentado unos cuantos arranques aleatorios de habilidad divina. En cada una de esas ocaciones, mis poderes se habían evaporado rápidamente y me habían dejado con más resentimiento y desilusión que nunca.
Sí, puede que hubiera disparado de forma impresionante un carcaj entero de flechas en la tumba de Tarquinio, pero eso no significaba que pudiera volver a hacerlo. Si intentaba hacer una demostración de técnicas de tiro delante de una cohorte entera y terminaba dándole a uno de los unicornios de Percy en el trasero, me moriría de vergüenza mucho antes de que el veneno de zombi me hiciera efecto.
—Legionarios—dije—. Voy a suponer que podemos comenzar.
Dakota estaba hurgando en su carcaj con manchas de humedad, buscando una flecha que no estuviera torcida. Al parecer, él creía que era una gran idea guardar su material de tiro com arco en el sauna. Thomas y otro legionario—¿Marcus?—estaban practicando esgrima con sus arcos. El portaestandarte de la legión, Jacob, estaba tensando su arco con el extremo de la flecha directamente al nivel de su ojo, un detalle que explicaba por qué tenía el ojo izquierdo tapado con un parche desde las clases de la mañana. Parecía impaciente por dejarse ciego del todo.
—¡Vamos chicos!—dijo Lavinia. Se había colado sin que repararan en su presencia (uno de sus superpoderes) y se encargó de ayudarme a poner en orden a las tropas—. ¡Diana podría saber cosas!
Así es como supe que había tocado fondo: el elogio más elevado que podía recibir de un mortal era que yo "podría saber cosas".
Me aclaré la garganta. Ya había instruido a principiantes en el pasado. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Ah, claro. Porque era una adolescente de dieciséis años tremendamente incompetente.
—Bien, hablemos de cómo se apunta—dije haciendo acopio de cualquier pedacito de autoridad que pudiera reunir—. Piernas abiertas. Tensión máxima de la cuerda. A continuación, busquen el blanco con su ojo dominante. O, en el caso de Jacob, con tu único ojo bueno. Apunten con la mira, si tienen.
—Yo no tengo mira—dijo Marcus.
—Es el circulito de ahí—Lavinia se lo mostró.
—Yo sí tengo mira—se corrigió Marcus.
—Y entonces disparen—dije—. Así.
Disparé a la diana más cercana, luego a la siguiente más alejada y luego a la siguiente, tirando una y otra vez en una suerte de trance.
No fue hasta el vigésimo tiro que me di cuenta de que había hecho blanco todas las veces, dos en cada diana, la más lejana a unos doscientos metros de distancia. Pan comido para Diana. Para Diana Artemisa, una promesa totalmente imposible.
Los legionarios me miraban fijamente, boquiabiertos.
—¿Se supone que tenemos que hacer eso?—inquirió Dakota.
Lavinia le propinó un puñetazo en el antebrazo.
—¿Lo ven, chicos? ¡Diana no es tan mala!
No pude dejar de estar de acuerdo con ella. Me sentía bastante no incompetente.
La demostración de tiro con arco no había agotado mis energías. Ni tampoco me sentía como con los arranques temporales de poder divino que había experimentado antes. Estuve tentada de pedir otro carcaj para ver si podía seguir tirando al mismo nivel, pero temía tentar a la suerte.
—Bueno...—dije titubeando—. No espero que lo hagan bien enseguida. Sólo quería demostrarles lo que se puede conseguir con mucha práctica. Vamos a intentarlo, ¿okey?
Me tranquilizó desviar la atención de mi persona. Organicé la cohorte en una línea de tiro y recorrí la tropa ofreciendo consejo. A pesar de sus flechas torcidas, a Dakota no se le daba tan mala. De hecho, dio en el blanco unas cuantas veces. Jacob logró no quedarse ciego del otro ojo. Thomas y Marcus lanzaron la mayoría de sus flechas rozando la tierra y las hicieron rebotar en las rocas y en las trincheras, circunstancia que arrancó gritos de "¡ey, cuidado!" En la Quinta Cohorte mientras cavaba zanjas.
Después de una hora de frustración con un arco normal. Lavinia se dio por vencida y sacó su manubalista. Su primera flecha derribó la Diana situada a cincuenta metros.
—¿Por qué insistes en utilizar ese armatoste lento?—pregunté—. Teniendo trastorno de déficit de atención con hiperactividad, ¿un arco no te compensaría más?
Lavinia se encogió de hombros.
—Puede ser, pero usar la manubalista es una declaración de intenciones. Por cierto...—se inclinó hacia mí y adoptó una expresión seria—. Tengo que hablar contigo.
—Eso no parece bueno
—No, tienes razón. Yo...
A lo lejos sonó un cuerno.
—¡Bueno, chicos!—gritó Dakota—. ¡Hora de cambiar de actividad! ¡Buen trabajó en equipo!
Lavinia me dio otro puñetazo en el brazo.
—Luego, Diana.
La Quinta Cohorte dejó sus armas y corrió a la siguiente actividad, y a mí me tocó recoger todas sus flechas. Cretinos.
Me quedé el resto de la tarde en el campo de tiro trabajando por turnos con cada cohorte. A medida que pasaban las horas, tanto tirar como dar clases me resultó menos intimidante. Cuando estaba terminando con mi último grupo, la Primera Cohorte, estaba convencida de que mis nuevas dotes con el arco y las flechas no me abandonarían.
No sabía por qué. Todavía no podía disparar al nivel que disparaba cuando era una diosa, pero sin duda ahora se me daba mejor que a cualquier semidiós arquero o ganador de la medalla de oro olímpica. Lamentablemente, saber que me estaba muriendo a causa del veneno de zombi en la víspera de una importante batalla restaba parte de la emoción al hecho de poder volver a dar en el blanco.
Los romanos quedaron muy impresionados, como era de esperar. Algunos hasta aprendieron un poco, como, por ejemplo, a disparar sin quedarse ciegos ni matar al chico de al lado. Aún así, noté que les entusiasmaban más las otras actividades que habían realizado. Oí muchos comentarios sobre los unicornios y las técnicas súper secretas para luchar contra demonios de Hazel. Larry de la Tercera Cohorte, la había pasado tan bien abordando barcos que afirmó que cuando fuera grande quería ser pirata. Sospechaba que la mayoría de legionarios la había pasado mejor cazando zanjas que con mi clase.
Era la última hora de la tarde cuando sonó el cuerno final del día y las cohortes volvieron al campamento. Estaba hambrienta y agitada. Me preguntaba si así era como se sentían los profesores mortales después de un día entero de clases. De ser así, no entendía cómo se las arreglaban.
Por lo menos las cohortes parecían de bien humor. Si el objetivo de los pretores era distraer a las tropas de sus miedos y levantar la moral en la víspera de la batalla, entonces la tarde había sido un éxito. Si el objetivo era adiestrar a la legión para rechazar con éxito a nuestros enemigos... entonces era menos optimista.
Además, durante el día entero, todo el mundo había tenido la precaución de no hablar de la peor parte del ataque del día siguiente. Los romanos tendrían que enfrentarse a sus antiguos compañeros, que habían vuelto convertidos en zombis controlados por Tarquinio. Me acordé de lo duro que había sido para Lavinia abatir a Bobby con su ballesta en la tumba. Me preguntaba cómo aguantaría la moral de la legión cuando se enfrentarán al mismo dilema ético multiplicado por cincuenta o sesenta.
Estaba recorriendo la vía Principalis, camino del comedor, cuando una voz dijo:
—Psss.
En el callejón entre la cafetería de Bombilo y el taller de reparación de carros se hallaban escondidos Lavinia y Don. El fauno traía una gabardina de verdad encima de su playera despintada, como si eso lo hiciera pasar desapercibido. Lavinia traía un gorro negro que le tapaba el pelo rosa.
—¡Ven aquí!—dijo la chica entre dientes.
Yo quería ir a cenar, y a ver a Percy, y a prácticamente cualquier otra cosa menos atender a ese llamado, pero aún así me acerqué a ellos.
—Diana—dijo ella—, tienes que venir con nosotros.
—Estoy cansada, Lavinia. Tengo hambre. Y no, no tengo dinero, Don. ¿No pueden esperar...?
—No. Porque mañana podríamos morir todos, y esto es importante. Vamos a escaparnos a escondidas.
—¿Van a escaparse a escondidas?
—Sí—asintió Don—. Es cuando te escapas. Y lo haces a escondidas.
—¿Por qué?—pregunté.
—Ya lo verás—el tono de urgencia de Lavinia era siniestro, como si no pudiera explicarme cómo era mi ataúd. Tenía que verlo con mis propios ojos.
—Por favor, vamos.
De verdad quería decir que no e irme simplemente, pero sabía que era algo importante.
—Vamos—decidí—. Que sea rápido.
...
Debo admitir que cuando empecé a escribir esto hace ya tantos meses, jamás pensé que justo este libro caería este mes. Bastante apropiado a mi parecer, ya saben: octubre, Halloween, zombis, ustedes entienden.
Y también debo decir que me sorprende no haberme encontrado nunca un fan fic de Percy Jackson sobre Apocalipsis Zombi utilizando esto de los Tarquinio y los eurinomos. Yo ni loco lo haría, pero supongo que allí está la idea, algo así como "Apolo no pudo detener a Tarquinio pero si a Cómodo y a Calígula, y sin obstáculos en su camino recuperó los libros sibilinos y empezó a infectar a todo el mundo poco a poco, siendo el Campamento Júpiter el primero en caer y el Campamento Mestizo y la Casa de la Vida siendo unas de los pocos sitios seguros que quedan"
No lo sé, allí queda la idea.
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