Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capituló seis


Oh, los sueños.

Si ya te cansaste de oírme hablar de mis pesadillas, imagínate a mi que los vivía de primera mano.

Vi una hilera de yates de lujo surcando las olas iluminadas por la luna frente a la costa de California: cincuenta barcos en formación de chebrón cerrada, guirnaldas con luz brillando en sus proas y gallardetes morados ondeando al viento en torres de comunicaciones luminosas. Las cubiertas estaban plagadas de todo tipo de monstruos: cíclopes, centauros salvajes, pandai orejudos y blemias con la cabeza en el pecho. En la cubierta de popa de cada yate, una cuadrilla de criaturas parecía estar construyendo algo parecido a un cobertizo o... o un tipo de arma de asedio.

El sueño hizo zoom al puente del primer barco. La tripulación se afanaba mirando monitores y ajustando instrumentos. Repartidos detrás de ellos en unos sillones reclinables con tapicería dorada que hacía juego, se hallaban dos de las personas que más detestaba en el mundo.

A la izquierda estaba sentado el emperador Cómodo. Me llamó la atención que parecía que le hubieran pulido la piel alrededor de los ojos. Tenía las pupilas empañadas. La última vez que habíamos coincidido lo había deslumbrado con un estallido de resplandor divino, y era evidente que todavía no se había curado. Eso fue lo único que me gustó de volver a verlo.

En el otro sillón reclinable estaba sentado Cayo Julio César Augusto Germánico, también conocido como Calígula.

La ira tiñó el suelo de dolor rojo sangre. ¿Cómo podía estar allí acostado tan campante en su ridículo uniforme de capitán cuando sólo unos días antes había matado a Jason Grace? ¿Cómo osaba dar sorbos a su bebida helada y sonreír con tal satisfacción?

Calígula parecía bastante humano, pero yo sabía que no había que atribuirle ningún tipo de compasión. Tenía ganas de estrangularlo. Lamentablemente, no podía hacer nada salvo observar y hachar humo.

—Piloto—gritó Calígula indolentemente—, ¿a qué velocidad vamos?

—A cinco nudos, señor—contestó uno de los mortales uniformados—. ¿Acelero?

—No, no—Calígula sacó una cereza de su bebida y se la metió a la boca. Masticó y al sonreír mostró unos dientes rojo intenso—. De hecho, reduzcamos a cuatro nudos. ¡La mitad de la diversión está en el viaje!

—¡Sí, señor!

Cómodo frunció el entrecejo. Dio vueltas al hielo de su bebida.

—No entiendo por qué vamos tan despacio—masculló Cómodo—. A velocidad máxima, ya podríamos estar allí.

Calígula rio entre dientes.

—Amigo mío, todo es cuestión de tiempo. Tenemos que dejar a nuestro difunto aliado el mejor hueco para atacar.

Cómodo se estremeció.

—Detesto a nuestro difunto aliado. ¿Estás seguro de que se le puede controlar...?

Ya lo hemos hablado—el tono cantarín de Calígula eta ligero y despreocupado y cordialmente homicida, como si dijera: "La próxima vez que me interrogues, yo sí te controlaré echándote cianuro en la bebida"—. Debes fiarte de mí, Cómodo. Recuerda quién te ayudó en los momentos difíciles.

—Ya te di las gracias un montón de veces. Además, no fue culpa mía. ¿Cómo iba a saber que a Diana todavía le quedaba luz adentro?—parpadeó con mucho esfuerzo—. Te venció... y también a tu caballo.

El rostro de Calígula se ensombreció.

—Sí, Bueno, pronto arreglaremos eso. Entre tus tropas y las mías tenemos más que suficiente poder para aplastar a la castigada Duodécima Legión. Y si resultan ser tan tercos que no se rinden, siempre queda el plan B—gritó por encima del hombro—. ¿Boost?

Un pandos vino a toda prisa de la cubierta de popa, con sus enormes orejas peludas sacudiéndose a su alrededor como alfombritas. En las manos tenía una hoja de papel grande doblada varías veces como un mapa o unas instrucciones.

—¿S-sí, princeps?

—Informa de nuestro avance.

—Ah—la cara oscura peluda de Boost se contrajo—. ¡Bien! ¡Bien, amo! ¿Otra semana?

—Una semana—dijo Calígula.

—Bueno, señor, estas instrucciones...—Boost dio la vuelta al papel y lo miró con el ceño fruncido—. Todavía estamos localizando la "ranura A" de la "pieza siete". Y no nos han mandado suficientes tuercas. Y las baterías necesarias no son del tamaño normal, así que...

—Una semana—repitió Calígula, sin perder el tono cordial—. Pero la luna de sangre saldrá dentro de...

El pandos hizo una mueca.

—¿Cinco días?

—Entonces, ¿puedes tener el trabajo hecho en cinco días? ¡Magnífico! Sigue así.

Boost tragó saliva y se escabulló todo lo rápido que le permitieron sus pies peludos.

Calígula sonrió a su colega emperador.

—¿Lo ves, Cómodo? Pronto el Campamento Júpiter será nuestro. Con suerte, los libros sibilinos también estarán en nuestras manos. Entonces podremos negociar cómo es debido. Cuando llegue el momento de enfrentarnos a Pitón y repartirnos las distintas partes del mundo, te acordarás de quien te ayudó... y quién no.

—Claro que me acordaré. Estúpido Nerón—Cómodo removió los cubitos de hielo de su bebida—. ¿Cuál es éste, el Shirley Temple?

—No, ése es el Roy Rogers—respondió Calígula—. El mío es el Shirley Temple.

—¿Y estás seguro de que es lo que beben los guerreros modernos cuando entran en combate?

—Desde luego—dijo Calígula—. Ahora disfruta de la travesía, amigo mío. Tienes cinco días enteros para broncearte y recuperar la vista. ¡Entonces gozaremos de una bonita matanza en el Área de la Bahía!

La escena desapareció, y me sumí en una fría oscuridad.

Me encontraba en una cámara de piedra tenuemente iluminada llena de muertos vivientes que arrastraban los pies, apestaban y gemían. Algunos estaban secos como momias egipcias. Otros parecían casi vivos, exceptuando por las espantosas heridas que los habían matado. Al fondo de la estancia, entre dos columnas toscamente labradas, estaba sentada... una presencia, envuelta en una bruma fucsia. Alzó su faz esquelética, me clavó sus ardientes ojos morados—los mismos ojos que me habían mirado en la cara del demonio del túnel—y se puso a reír.

La herida de mi abdomen se encendió como un reguero de pólvora.

Me desperté gritando por un intenso dolor. Me encontraba temblando y sudando en una habitación extraña.

—¿Tú también?—preguntó Percy.

Estaba de pie junto a mi catre, asomado a una ventana abierta.

—¿Qu-que pasa?—traté de incorporarme, pero fue un error.

La herida de mi estómago era como una dolorosa línea de fuego. Me miré y vi mi abdomen envuelto en unas vendas que olían a hierbas y ungüentos curativos. Si los curanderos del campamento ya me habían atendido, ¿por qué seguía doliéndome tanto?

—¿Dónde estamos?—pregunté con voz ronca.

—En la cafetería.

Eso resultaba ridículo.

Nuestra habitación no tenía barra, ni máquina de café, ni meseros, ni pastelitos ricos. Era un simple cubo encalado con un catre contra cada una de las paredes, una ventana abierta entre las y una trampilla en el rincón más alejado del suelo, cosa que me hizo pensar que estábamos en el último piso. Podríamos haber estado en una celda, sólo que la ventana no tenía barrotes.

Me acordé del mesero con dos cabezas y delantal verde que nos había mirado con el ceño fruncido en la vía Praetoria. Me preguntaba por qué había tenido la amabilidad de darnos alojamiento y por qué la legión había decidido instalarnos precisamente allí.

—¿Por qué exactamente...?

—Especie lemuriana—dijo Percy—. Bombilo tenía la reserva más cercana. Los curanderos la necesitaban para tu herida.

Olí las vendas. Uno de los armas que detecté era ciertamente especie lemuriana. Una sustancia efectiva contra los no muertos. ¿A qué más olía aquel ungüento curativo...? ¿Azafrán, mirra, virutas de cuerno de unicornio? Oh, esos curanderos romanos eran buenos. Entonces, ¿por qué no me encontraba mejor?

—No querían moverte demasiadas veces—explicó Percy—. Así que nos quedamos aquí. No está mal. El baño está abajo. Y el café es gratis.

—Eso es bueno.

Aparte de que siempre era bienvenida una buena tasa de café. Algo que había descubierto es que la cafeína y azúcar por algún motivo ayudaban a serenar la hiperactiva mente de Percy. Mi teoría personal era que su cerebro de movía tan excesivamente rápido que todo lo demás parecía moverse en extremo despacio, y eso le daba tiempo de sobra a Percy para meditar y pensar las cosas con claridad. Pero eso era sólo una suposición.

—¿Cuanto tiempo estuve inconsciente?

—Un día y medio.

—¡¿Qué?!

—Tranquila, necesitabas dormir.

Me quité las lagañas de los ojos y me obligué a reincorporarme, reprimiendo el dolor y las náuseas.

Entonces recordé un detalle de nuestra conversación.

—Dijiste que nos quedamos aquí, pero a ti te habían ofrecido un sitio en el barracón de tu cohorte ¿no es así?

Percy se removió nervioso.

—Eso... Diana, cuando intenté irme, tú... me llamaste. Intenté retirarme varias veces pero no parabas de revolverte, así que los curanderos decidieron que lo mejor sería que me quedara contigo.

¿Lo había llamado estando dormida? No me sorprendía demasiado, pero sería complicado de explicar, principalmente porque ni yo misma conocía la respuesta.

Hubiera sido muy fácil decir que seguramente fue Artemisa quien lo llamó y aparentar que no lo quería cerca. Pero esa era la cuestión, yo no quería aparentar nada de eso, solo quería hablar con él y explicarle todo el asunto de mis formas grecorromanas.

Me empecé a reír, lo que fue una tortura para mi castigado abdomen, pero aún así no paré.

Percy:

Por alguna razón Diana se empezó a reír. Por un instante me preocupé, pensé en llamar a algún médico por si le ocurría algo, tal vez algún efecto secundario del rasguño del demonio o algo así.

Pero me detuve al escuchar su risa con más atención. Aunque se notaba el malestar en su voz, su risa era sincera y alegre, una risa que había escuchado muchas veces soltar a Artemis, capaz de alegrarme el día con sólo oírla. Debería de haber dejado de torturarme a mi mismo con esos pensamientos, pero en ese momento podía ver claramente a Arty frente a mi otra vez.

—¿Qu-qué...?

—Te vez tierno cuando estás preocupado?—dijo Diana.

Eso me confundió aún más.

—Esto...

Ella me dedico una gran sonrisa alegre y algo traviesa.

—Seguramente te estes preguntando por ese cambio tan repentino entre la romana seria y, bueno, esto.

Asentí con la cabeza algo desconcertado.

—Pues sí, en realidad.

Ella intentó dar un paso pero se cayó de frente, alcancé a sostenerla antes de que tocara el suelo.

—Gracias. Y ahora, como decía, déjame explicarte esto—dijo alegremente.

Me las arreglé para sentarla en su catre nuevamente.

Tú me conoces mejor que nadie, Perce—dijo—. Sabes que soy un espíritu libre, no me gusta seguir las reglas precisamente, solo ponerlas.

Eso definitivamente lo sabía, Artemis, o mejor dicho, Diana era una líder por naturaleza, y yo sabía un par de cosas sobre ser líder, una de ellas era una gran capacidad para dar instrucciones y una incapacidad aún más grande para seguir las instrucciones de alguien más.

—Entiendo.

—Y, nunca tuve muchos problemas, sólo actuar seria frente a mi padre y todo bien—continuó—. Pero luego llegaron estos romanos con sus sistemas y reglas y jerarquías complejas y tuve que adaptarme—explicó.

Empezaba a entender por dónde iba ese asunto.

—Así que, como Diana, te portabas extremadamente seria y profesional frente a todos, la soldado romana perfecta—deduje.

Ella sonrió descaradamente.

—Awww. ¿Qué soy perfecta? Gracias—dijo ella, intenté que no se notara como se me subía la sangre a la cara—. Pero sí, con el público en general soy la soldado seria que viste allá afuera. Pero entre gente de confianza, como por ejemplo... no lo sé, cierto hijo de Neptuno que está junto a mí en este momento...

—Es Posei... ¿sabes qué?, olvídalo. Continúa.

—Como decía, con gente con la que de verdad verdad confío para las cosas más privadas, como tú. Puedo mostrarme tal como soy en mi forma romana. Es como dejar que se acumule la presión en una botella, si no puedo liberarla constantemente en pequeñas cantidades, como sí lo hago como Artemisa, la libero en una explosión de rebeldía y falta de seriedad.

Se señaló a sí misma moviendo las manos como diciendo: "¡Voilà!"

Parecía sospechoso a primera vista, pero podía notar perfectamente la sinceridad en sus ojos.

—Entonces, en privado te muestras divertida y algo alocada, pero en público sigues todas las reglas y protocolo romano.

Ella asintió con la cabeza animadamente. De hecho parecía haber adquirido un alto nivel de hiperactividad.

—Sipi—volvió a reír alegremente—. De hecho, eres la primera persona en siglos con la que me animo a mostrarme así, Perce.

Alcé una ceja.

—Eso me lleva a otra pregunta—dije—. ¿Cómo funciona todo esto? Lo de griega y romana, quiero decir. ¿Exactamente en que se diferencian Artemis y tú.

Diana:

Justamente a eso quería llegar.

A pesar del terrible dolor en mi vientre, me sentía muy alegre.

—Es un poco complejo de explicar—dije—. No es que seamos dos personas diferentes, más bien somos la misma entidad. Es como si fuera un cambio de switch mental, mantengo todos mis pensamientos, recueros y emociones que tenia como Artemisa, pero con otra personalidad.

Percy se veía confundido, pero asentía con la cabeza lentamente.

—No creo llegar a entender del todo como funciona—dijo—. Pero sí sigues siendo la Artemis que conozco...

—No te preocupes—le aseguré—. Sigo siendo yo, solo te pido que no me llames "Artemis" haces que me duela la cabeza.

El hizo una mueca.

—¿Ni siquiera Arty?

Negué con la cabeza.

—No, lo siento. Me gusta el apodo, pero como dije me causa bastante dolor. Así que ve pensando en uno nuevo, Perce.

El lo meditó por un segundo.

—¿"D"?

Me encogí de hombros.

—Lo que tú decidas, sólo quería aclarar esto. Lamento lo del lago Temescal, quería que supieras que aún somos amigos, pero que cuando estemos con más gente, volveré al MODO SERIO.

Percy se rió por primera vez desde que empezamos a hablar.

—De acuerdo, pero te pido por favor, que aún en tu "modo serio" me sigas diciendo Percy, o al menos por mi apellido, lo que sea menos "Perseus"

Suspiré con resignación.

—Como quieras, pero me gusta la carita que pones cuando te digo Perseus, bien confundido y sin entender qué pasa.

Percy negó con la cabeza con diversión.

Recargué mi cabeza en su hombro y respiré su aroma a mar.

—Extrañaba hacer esto.

—Pero si literalmente lo hiciese en el avión de camino aquí.

—Lo sé, pero aún así lo extrañé. ¿Me ayudas a levantarme?

El me sonrió nuevamente con esa familiaridad que habíamos obtenido en nuestros viajes.

—Claro, D. Con cuidado.




Me dolía estar de pie, pero si había estado acostada en aquel catre un día y medio, quería moverme antes de que los músculos se me hicieran puré. Además, estaba empezando a darme cuenta de que tenía hambre, sed y necesitaba usar el baño. Así de engorrosos son los cuerpos humanos.

Me apoyé contra el alféizar y miré afuera. Debajo, los semidioses recorrían afanosamente la vía Praetoria: llevaban provisiones, se incorporaban a los servicios asignados, corrían entre los barracones y el comedor. El ambiente de conmoción y pena parecía haber disminuido. Ahora daba la impresión de que todo el mundo estaba ocupado y resuelto. Estirando el cuello y mirando hacia el sur, vi que la Colina de los Templos bullía de actividad. Además habían levantado andamios en montones de sitios. Sonidos de martillazos y piedras picadas resonaban a través del valle. Desde mi posición elevada, identifique al menos diez nuevos santuarios y dos grandes templos que no estaban cuando habíamos llegado, y había más en construcción.

—Valla—murmuré—. Estos romanos no pierden el tiempo.

—Está noche es el funeral de Jason—me explicó Percy—. Quieren acabar las obras antes de la celebración.

A juzgar por el ángulo del sol, calculé que eran aproximadamente las dos de la tarde. Considerando el ritmo que llevaban, deduje que tendrían tiempo de sobra para terminar la Colina de los Templos e incluso de construir un estadio deportivo o dos antes de la cena.

Jason habría estado orgulloso. Ojalá hubiera podido estar allí para ver lo que había inspirado.

La vista me parpadeó y se oscureció. Pensé que iba a volver a desmayarme. Entonces me di cuenta de que algo grande y oscuro había pasado revoloteando justo al lado de mi cara y había entrado por la ventana.

Me volví y hallé un cuervo posado en mi catre. Erizó sus plumas grasosas observándome con un ojo negro pequeño y brillante. ¡CRUAC!

—Perce—dije—, ¿ves lo mismo que yo?

—Sí, de hecho lo hago—dijo despreocupado—. Hola Frank. ¿Qué tal?

El pájaro cambió de forma, su figura se hinchó y se transformó en un humano corpulento, sus plumas se derritieron y se convirtieron en ropa, hasta que Frank Zhang apareció sentado ante nosotros, con el pelo bien lavado y peinado, y la parte de arriba de la piyama de seda sustituida por una platera de manga corta morada del Campamento Júpiter.

—Hola, Percy—dijo como si fuera lo más normal cambiar de especie en plena conversación—. Venía a ver cómo estaba todo y... es vidente que están bien—hizo un gesto incómodo con la mano—. Porque tú ya nos dijiste que estás bien, y Lady Diana ya se levantó, y...

Percy le puso una mano en el hombro.

—Frank, gracias por preocuparte, pero estoy bien ¿okey? Ya se los repetí varias veces.

Alcé una ceja en dirección a Percy.

—Voy a suponer que ya les contaste a los pretores sobre tu situación con la hija de Minerva, ¿o me equivoco?

Percy asintió con la cabeza seriamente.

—Así es, Lady Diana—me guiñó el ojo fugazmente—. Y también los puse al tanto sobre toda la situación en general.

Frank asintió.

—Sí, nos explicó la profecía que recibieron en el Laberinto en Llamas. "Artemisa encara la Muerte en la tumba de Tarquinio, salvo que la puerta del dios silente sea haberla por la hija de Belona" ¿no?.

Me estremecí internamente. No quería que me recordaran esas palabras, sobre todo teniendo en cuenta los sueños que había tenido, y la insinuación de que pronto me enfrentaría a la muerte. Decidí concentrarme en la parte de la profecía que me llamaba la atención de forma negativa.

—Así es, pretor Zhang. No sé si ya hayan descifrado lo que significan los versos. Pero en este momento me llama la atención la primera palabra.

—"Artemisa"—repitió Percy—. No "Diana", ¿significa que vas a cambiar de forma en algún punto o sólo es una metáfora?

Yo no lo sabía, pero si mientas construíamos la profecía nos habíamos molestado en diferenciar entre Diana y Artemisa era por algo.

—No se lo que eso pueda significar—reconoció Frank—. Pero la profecía responde a unas cuantas preguntas sobre... en fin, lo que ha estado pasando aquí. A ella y a Tyson les había dado suficiente información para investigar. Creen que podrían tener una pista...

Se interrumpió cuando Percy se golpeó la frente con la mano.

—Dioses ¡Tyson!, aún no lo he ido a ver.

Frank le sonrió a Percy.

—Bueno, tenemos que hablar con ellos de todas formas, así que, ¿qué les parece ir andando a la Nueva Roma?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro