Capítulo cuarenta y cuatro
No sé qué despedida fue más difícil.
A primera hora, Hazel y Frank se reunieron con nosotros en la cafetería para darnos las gracias por última vez. Luego se fueron a despertar a la legión. Tenían intenciones de empezar en seguida las reparaciones del campamento para distraer a todo el mundo de las numerosas pérdidas sufridas antes de que llegara la conmoción. Viéndolos irse juntos por la vía Pretoria, tuve la agradable certeza de que la legión estaba a punto de presenciar una nueva edad de oro. Como Frank, la Duodécima Legión Fulminata resurgiría de sus cenizas, aunque con suerte un poco más tapada que en ropa interior.
Minutos más tarde, Thalia y Reyna pasaron con los galgos metálicos y el par de pegasos rescatados. Su partida me era emocionante, sabía que nos volveríamos a ver bastante seguido cuando terminara toda esta locura.
Reyna me dio un último abrazo.
—Estoy deseando tener unas largas vacaciones.
Thalia y yo nos miramos y echamos a reír.
—¿Vacaciones?—dijo Thalia—. Lamento decirlo, querida, pero tenemos trabajo duro por delante. Hemos estado siguiendo en rastro de la zorra teumesia por el Medio Oeste durante meses, y no hemos tenido mucha suerte.
—Exacto—asintió Reyna—. Unas vacaciones—dio un último abrazo a Percy—. Cuídate, y no se anden comiendo las caras en medio de las misiones importantes.
Thalia alzó una ceja sin entender, yo deslicé mi mano hacia la de Percy y entrelacé mis dedos con los de él.
Thalia abrió mucho los ojos.
—¿Ustedes están...?
Llevé un dedo a mis labios en un gesto de "shhh".
Ella respiró profundamente y echó a reír.
—Y lo peor... ni siquiera me sorprende—dijo Thalia—. Es más, creo que ya ma lo esperaba.
Cuando Percy y yo nos fuimos de la cafetería por última vez, Bombilo incluso lloró. Bajo su apariencia arisca, el mesero bicéfalo resultó ser un auténtico sentimental. Nos dio una docena de panes, una bolsa de granos de café y nos dijo que nos largáramos antes de que se pusiera a berrear otra vez.
Lavinia nos esperaba en la reja del campamento mascando chicle mientras sacaba brillo a su nueva insignia de centuriona,
—Hacía años que no madrugaba tanto—se quejó—. No voy a soportar ser oficial.
El brillo de sus ojos decía otra cosa.
—Lo harás estupendamente—dijo Percy.
Cuando Lavinia se adelantó para abrazarlo, me fijé en la erupción que recorría la mejilla y el cuello de la señorita Asimov, tapado sin éxito con base de maquillaje.
Carraspeé.
—¿Es posible que anoche te escaparas para ver a cierto Roble Venenoso?
Lavinia se ruborizó.
—¿Y qué? Me han dicho que el centurionazgo me favorece mucho.
Percy puso cara de preocupación.
—Vas a tener que invertir en mucha loción si sigues así.
—Ey, ninguna relación es perfecta—dijo Lavinia—. ¡Por lo menos con ella veo los problemas de antemano! Nos las arreglaremos.
No me cabía duda de que así sería. Me abrazó y por alguna razón me revolvió el pelo.
—Más les vale venir a verme. Y no se mueran. Si se mueren, les daré una patada en el trasero con mis zapatos de baile.
—Entendido—dije.
Realizó un último paso de baile, nos hizo una señal como diciendo: "Les toca", y se fue corriendo con intenciones de reunir a la Quinta Cohorte para un largo día de tap. (Me compadezco de ellos)
Viéndola irse, me asombré de todas las cosas que habían pasado desde que Lavinia Asimov nos acompañó por primera vez al campamento, pocos días antes. Habíamos vencido a dos emperadores y a un rey. Habíamos salvado un campamento, una ciudad y un bonito par de zapatos. Y por encima de todo, había visto a mi hermano, y él me había devuelto la salud, inclusive había apretujado en mi cerebro ocho años de escuela de medicina. Ahora Percy y yo íbamos a embarcarnos en la que podía ser nuestra última misión con buenas expectativas y optimismo... o, por lo menos, con una noche de sueño reparador y una docena de panes.
Fuimos por última vez a la Nueva Roma, donde nos esperaban Tyson y Ella. Sobre la entrada de la librería, un letrero recién pintado rezaba LIBROS EL CÍCLOPE.
—¡Yupi!—gritó Tyson cuando cruzamos la puerta—. ¡Pasen! ¡Hoy celebramos la inauguración!
—Gran inauguración—lo corrigió Ella, mientras se ocupaba de una fuente de cupcakes y un racimo de globos en el mostrador de información—. Bienvenidos a Libros y Profecías y También un Gato El Cíclope.
—No cabía todo en el letrero—confesó Tyson.
—Debería haber cabido—dijo Ella—. Necesitamos un letrero más grande.
Encima de la anticuada caja registradora, Aristófanes bostezaba como si todo lo tuviera sin cuidado. Lucia un gorrito de fiesta y una expresión que decía: "Si traigo esto puesto, es porque los semidioses no tienen cámaras fotográficas ni redes sociales"
—¡Los clientes pueden comprar profecías para sus misiones!—explicó Tyson, señalándose el pecho, que estaba todavía más lleno de versos sibilinos—. ¡Y también pueden elegir las últimas novedades literarias!
—Yo recomiendo el Almanaque del agricultor de 1924–nos dijo Ella—. ¿Quieren un ejemplar?
—Ah... la próxima vez, tal vez—contestó Percy—. Nos dijeron que tienen una profecía para nosotros.
—Sí, sí—ella deslizó un dedo por las costillas de Tyson buscando los versos correctos.
El cíclope se retorció y rio tontamente.
—Aquí—dijo Ella—. Sobre su brazo.
"Maravilloso", pensé. "La Profecía del Brazo de Tyson"
Ella leyó en voz alta:
Oh, hija de Zeus, enfréntate al último reto.
A la torre de Nerón sólo dos ascienden.
Saca a la bestia que a tu hermano quitó el puesto
Esperé.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, sí, sí. Eso es—volvió a los cupcakes y los globos.
—¿Eso es todo?—pregunté
—Sí, sí, sí. Eso es todo—asintió Ella distraídamente.
Percy y yo nos miramos.
—Suena... incompleto—dijo Percy.
—¿Tal vez haya que encontrar los demás versos en el camino?—dije, no muy convencida.
Era lo mejor que teníamos por el momento.
—La torre de Nerón—dijo Ella, cambiando la posición de los globos—. Nueva York, seguro. Sí.
Reprimí un quejido.
La arpía tenía razón. Tendríamos que volver adonde habían empezado mis problemas: Manhattan, en cuyo centro se alzaba el reluciente cuartel general del triunvirato. Después tendría que enfrentarme a la bestia que había usurpado el puesto de Apolo. Sospechaba que ese verso no hacía referencia al alter ego de Nerón, la Bestia, sino a la bestia real. Pitón, la antigua enemiga de mi hermano. No tenía ni idea de cómo podría encontrarla en su guarida de Delfos y mucho menos vencerla.
Percy exhaló con satisfacción.
—Nueva York, ya era hora de volver a casa—dijo—. Mis padres, el campamento y Meg debe de estar esperando que lleguemos.
—Bien—dije—. ¿Cómo llegamos allí?
—¡Ah! ¡Ah!—Tyson levantó la mano. Tenía la boca manchada de cobertura de cupcake—. ¡Yo iría en cohete especial!
Lo miré fijamente.
—Y... ¿Tienes un cohete espacial que nos puedas prestar?
Su expresión se desinfló.
—No.
Miré por los ventanales de la librería. A lo lejos, el sol se elevaba por encima del monte Diablo. Un viaje de miles de kilómetros que no podíamos hacer en cohete, de modo que tendríamos que buscar otro medio. ¿Caballos? ¿Águilas? ¿Un coché autoconducido que estuviera programado para no desempeñarse por los carriles elevados de la autopista? Tendríamos que confiar en que los dioses nos concedieran buena suerte. (Introducir JAJAJAJAJAJAJAJAJA aquí). Y quizá, si la fortuna nos sonreía, podríamos visitar a nuestros viejos amigos del Campamento Mestizo cuando volviéramos a Nueva York. Esa idea me infundió ánimo.
—Bueno, Percy—dije—. Veamos si nos las arreglamos para no destruir el siguiente coche que consigamos.
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