Artemisa encara la muerte
Deseé que hubiera otros cuatro intrusos escondidos en algún lugar del balcón. Seguro que Tarquinio se dirigía a ellos y no a nosotros.
Hazel señaló la salida con el pulgar, el signo universal de ¡LAEGUÉMONOS! Lavinia empezó a andar a gatas en esa dirección. Yo estaba apunto de seguirlo cuando sierto hijo de Neptuno que no voy a mencionarlo lo echó todo a perder.
—¡Lárguense!—ordenó él con una voz autoritaria y fría—. Diana, es una orden directa, les conseguiré tiempo.
Se levantó cuan alto era y saltó por el barandal.
Mis piernas actuaron sin mi consentimiento, mi cuerpo fue arrebatado de mi control y salió disparado del lugar.
—¡No!—grite—. ¡Esta vez no!
El dijo "Diana, es una orden directa" eso solo podía significar una cosa.
Me golpeé fuertemente la cabeza y grité:
—¡Artemisa, si estás allí, trae tu patético trasero griego aquí ahora mismo!
Sentí un terrible dolor de cabeza y, bueno, nos vemos luego.
Artemisa:
¡Hola! Estoy de regreso.
Lastimosamente, era porque cierto adorable idiota hijo de Poseidón decidió que era un buen momento para hacerse el héroe.
¿Cómo es que Diana no notó que se estaba comportando raro últimamente?
Como sea.
Me dolía el abdomen, luego me quejaría con Diana por eso, no le podía dejar el lugar por un par de días sin que nos maldeciera un demonio, que desagradable.
Me detuve en seco y volví por donde había venido, saqué mi arco y disparé una flecha, luego otra, y otra. Hazel murmuró un improperio Io que ninguna dama de los años treinta debería de haber sabido (estoy orgullosa), desenvainó su espada de la caballería y se lanzó a la refriega para que Percy no tuviera que luchar solo. Lavinia se levantó, esforzándose por destapar la manubalista, pero el hule parecía haberse enganchado en el travesaño.
Más muertos vivientes rodearon a Percy debajo del balcón. Su espada daba vueltas y destelleaba amputando miembros, cabezas y reduciendo a polvo a los zombis sin mirarlos a los ojos, mirarlos había sido muy doloroso ya que seguramente serían rostros al menos conocidos .
Hazel decapitó a Celio y se volvió para enfrentarse a los otros dos eurinomos.
El antiguo legionario fallecido de la cara quemada habría apuñalado a Hazel por la espalda, pero Lavinia disparó su ballesta justo a tiempo. La flecha impactó al zombi entre los omóplatos y lo hizo desmoronarse en un montón de piezas de armadura y ropa.
—¡Lo siento, Bobby!—dijo Lavinia sollozando.
Tomé nota mental de no decirle nunca a Hannibal cómo había hallado la muerte su exadiestrador.
No paré de disparar hasta que en el carcaj sólo quedó la Flecha de Dodona. No me di cuenta de que había disparado una docena de flechas en aproximadamente treinta segundos, todos disparos mortales. Los dedos me echaban humo en sentido literal. No había soltado una descarga como ésa desde que era una diosa.
Eso debería haberme llenado de alegría, pero toda sensación de satisfacción fue interrumpida por la risa de Tarquinio. Mientras Hazel y Percy acababan con sus últimos secuaces, el rey se levantó de su sofá sarcófago y nos dedicó un aplauso cerrado. No hay sonido más siniestro que el irónico aplauso lento de dos manos esqueléticas.
—¡Precioso!—dijo—. ¡Qué bonito ha sido! ¡Todos serán miembros valiosos de mi equipo!
Percy arremetió.
El rey no lo tocó, pero con un movimiento rápido de la mano, una fuerza invisible lanzó a Percy por los aires contra la pared del fondo. Su espada cayó al suelo com gran estruendo.
Dejé escapar un sonido gutural. Salté por encima del barandal y caí encima de uno de los astiles de mis flechas gastadas. (Constantemente reprendo a mis cazadoras por dejar las flechas en el suelo,precisamente por eso, más de una vez me he caído en medio de la noche). Resbalé y caí de lleno sobre la cadera. No fue precisamente mi entrada más heroica. Mientras tanto, Hazel embistió contra Tarquinio. Otra ráfaga de fuerza invisible la apartó violentamente.
La risa de Tarquinio resonó en la cámara. En los pasillos situados a cada lado de su sarcófago, reverberaban sonidos de pies que se arrastraban y armaduras que hacían ruido metálico, acercándose más y más. Por encima de mi, en el balcón, Lavinia giraba la manivela de su manubalista. Su pudiera ganarle otros veinte minutos más o menos podría hacer un segundo disparo.
—Vaya, Diana—dijo Tarquinio, mientras espirales moradas de niebla se deslizaban por sus cuencas oculares u entraban a mi boca. Puja—. Ninguno de los dos ha envejecido bien, ¿verdad?
Sentí una punzada en la cabeza y, bueno, fue bueno mientras duró, nos vemos luego... creo.
Diana:
Hola otra vez, ¿me extrañaron?
Me palpitaba el corazón. Busqué a tientas flechas utilizables, pero sólo encontré más astiles rotos. Estuve medio tentada a disparar la Flecha de Dodona, pero no podía arriesgarme a darle a Tarquinio un arma con conocimientos proféticos. ¿Se podía tortitas a las flechas parlantes? No quería averiguarlo.
Percy se levantó com dificultad. Parecía ileso pero malhumorado, como se pone uno cuando es arrojado contra las paredes. Sólo con ver su mirada pude saber que estaba pensando lo mismo que yo: que esa situación era demasiado familiar, demasiado apreciada a la del yate de Calígula cuando Percy y Jason habían sido encarcelados por venti. No podía permitir que se escenificara otra situación como ésa. Estaba harta de monarcas malvados que nos zarandeaban como muñecos de trapo.
Hazel se levantó cubierta de polvo de zombi de la cabeza a los pies. Eso no podía ser bueno para el sistema respiratorio.
—Retrocedan—dijo Hazel.
Era lo mismo que nos había dicho en el túnel del campamento, justo antes de convertir al eurinomo en una obra de arte de techo.
Tarquinio se limitó a reír.
—Ah, Hazel Levesque, tus ingeniosos trucos con piedras no funcionarán aquí. ¡Ésta es la sede de mi poder! Mis refuerzos llegarán en cualquier momento. Será mejor que no se resistan a la muerte. Me han dicho que es más fácil así.
Por encima de mí, Lavinia seguía girando la manivela de su cañón manual.
Percy recogió su espada y soltó un gruñido.
—Les dije que se fueran—respiró profundamente—. Ahora, ¿luchamos o huimos?
Por la forma en que miró a Tarquinio, no me cupo duda de qué prefería.
Eso era raro, Percy era un guerrero, pero no era alguien agresivo, pero ahora estaba desatado.
—Venga, niño—dijo Tarquinio—. Puedes intentar huir, pero pronto estarás luchando junto a mi lado con esa maravilla espada que tienes. En cuanto a Diana... no irá a ninguna parte.
Curvó los dedos. No estaba cerca de mí, pero padecí convulsiones en la herida del abdomen que me provocaron piquetes en la caja torácica y la ingle. Grité. Los ojos se me llenaron de lágrimas.
—¡Basta!—chilló Lavinia. Se lanzó del balcón y cayó a mi lado—. ¿Qué le estás haciendo?
Percy volvió a arremeter contra el rey no muerto, tal vez con la esperanza de agarrarlo desprevenido. Sin ni siquiera mirarlo, Tarquinio lo apartó bruscamente con otra ráfaga de fuerza. Hazel permaneció firme como una columna de piedra caliza, con los ojos clavados en la pared detrás del rey. Una telaraña de pequeñas grietas había empezado a extenderse por la piedra.
—¡Lavinia—dijo el rey—, voy a llevar a Diana a casa!
Sonrió, que era la única expresión facial de la que era capaz, al no tener cara.
—Al final, la pobre Diana se habría visto obligada a buscarme, cuando el veneno se hubiera apoderado de su cerebro. Pero traerla aquí tan pronto... ¡Esto es un regalo especial!
Cerró más su puño huesudo. El dolor se triplicó. Gemí y lloriqueé, lo admito. Se me nubló la vista entre vaselina roja. ¿Cómo era posible sentir tanto dolor y no morir?
De los túneles situados a cada lado del sarcófago de Tarquinio, empezaron a salir más zombis.
—Corran—jadeé—. Lárguense de aquí.
Ahora entendía los versos del Laberinto en Llamas: ya había sido Artemisa, ya estaba encarando la muerte en la Tumba de Tarquinio, o algo aún peor. Pero no permitiera que mis amigos perecieran también.
Sin embargo, obstinada y fastidiosamente, se negaron a marcharse.
—Diana es ahora mi criada, Perseus Jackson—dijo Tarquinio—. No deberías llorar su perdida. Todos sus cercanos terminan con destinos horribles después de todo.
Hazel gritó. La pared del fondo se desplomó y derribó la mitad del techo. Tarquinio y sus tropas desaparecieron bajo una avalancha de rocas del tamaño de vehículos de asalto.
Mi sufrimiento disminuyó a niveles de simple dolor. Lavinia y Percy me pusieron de pie. Unas marcas de infección moradas serpenteaban ahora por mis brazos, probablemente no fiera buena señal.
Hazel se acercó cojeando. Sus córneas habían adquirido su tono gris enfermizo p,
—Tenemos que ponernos en marcha.
Lavinia echó un vistazo el montón de escombros.
—Pero ¿no está...?
—No está muerto—dijo Hazel con amarga decepción—. Puedo percibirlo retorciéndose ahí debajo tratando de...— se estremeció—. No importa. Vendrán más muertos vivientes. ¡Vámonos!
Del dicho al hecho había un trecho.
Hazel avanzaba cojeando y jadeaba mientras nos conducía por otra serie de túneles. Percy vigilaba nuestra retirada cercenando alguno que otro zombi que se cruzaba en nuestro camino y mandándome miradas de arrepentimiento y preocupación. Lavinia tenía que soportar la mayor parte de mi peso, pero era más fuerte de lo que parecía, del mismo modo que era más ágil de lo que aparentaba. Deba la impresión de que no tenía problemas para arrastrar mi lamentable cuerpo por la tumba.
Yo sólo era semiconsciente del entrono. Mi mente se preguntaba: "¿Qué acaba de pasar?"
Después de aquel maravilloso momento de destreza divina con el arco, había sufrido un desagradable y quizá fatal revés con la herida. Ahora no me quedaba más remedio que reconocer que no había mejorado. Tarquinio había hablado de un veneno que avanzaba poco a poco hacia mi cerebro. A pesar de los denodados esfuerzos de los curanderos del campamento, me estaba convirtiendo en una de las criaturas del rey. Enfrentándome a él, al parecer había acelerado el proceso.
Eso debería haberme aterrado. El hecho de que pudiera penar en ello con tal desapego era de por sí preocupante. Decidí que debía de estar entrando en shock, o simplemente muriéndome.
No quería morir sin admitir cierta cosa a mi misma.
"¡Pero no hay nada que admitir!"
"¡Sí, si lo hay! Y lo sabes"
"No"
"Esto, ¿Diana, podrías dejar de tener conversaciones contigo misma? Es algo molesto"
"¿Y tú por qué te vienes a meter en donde no te llaman, Artemisa?"
"Ahhh... porque... ah, lo voy a decir, ¿está bien? porque ambas sabemos que sí hay algo que admitir, al menos a nosotras mismas"
Y bueno, esto es lo que han estado esperando desde hace cuatro libros y medio ¿no es así?
Por fin me daba cuenta, o al menos aceptaba haberlo hecho.
Estaba enamorada.
Percy:
Hazel se detuvo en la intersección de dos pasillos.
—No... no estoy segura.
—¿A que te refieres?—pregunté.
Las córneas de Hazel seguían siendo de color arcilla humeda.
—no detectó nada. Aquí debería haber una salida. Estamos cerca de la superficie, pero... Lo siento.
Guarde a contracorriente en mi bolsillo.
—¿Crees poder llevarnos por aquí abajo hasta algún cuerpo de agua, no importa si no hay salida directa a él, podemos derribar una pared y yo me haré cargo desde allí.
Hazel asintió y continuamos con la caminata.
Mientras caminábamos no paraba de culparme a mi mismo por lo sucedido una y otra vez.
Les había pedido que se fueran, ellas necesitan el tiempo de escape y yo necesitaba enfrentarme al Tarquin zombi. Pero claramente ninguna de las dos cosas salió bien.
¿Cómo había hecho Diana para anular mi comando?
"Artemisa encara la muerte en la tumba de Tarquinio"
Muy lista Arty, sólo espero que no sea muy tarde para ti, tengo que salvarte, quitarte ese veneno, aunque sea lo último que haga.
Después de que derribáramos una pared y sacara a las chicas de debajo de un pequeño lago, continuamos nuestro camino. Gracias al cielo que Lavinia sabía donde estábamos porque "le gusta explorar"
Diana ya prácticamente no se movía, sólo agitaba los pies levemente recargada en Lavinia, posó su mirada en mi y me invadió la culpa.
No debí atacara Tarquinio, sin importar mis motivos.
Ella me dedicó una linda sonrisa, bastante débil.
Sólo logré sentirme peor conmigo mismo, pero le devolví a medias el gesto.
—Alguien de ustedes está herido—preguntó Diana débilmente—. ¿Arañazos, mordidas?
Todos negamos con la cabeza.
—¿Y tú?—pregunté con toda la delicadeza que pude, pero de me salió demasiado la preocupación—. Creía que estabas mejorando.
—Supongo, que fui demasiado optimista.
Quería disculparme por haber entrado en combate, pero sabía que si lo hacía en ese momento me vendría abajo, primero teníamos que llegar a un lugar seguro.
Hazel observó a Diana con recelo.
—Deberías haberte curado. No lo entiendo.
—¿Me das un chicle, Lavinia?—preguntó Diana, para sorpresa de todos.
—¿En cerio?
—Eres una mala influencia.
Ella logró desenvolver el chicle y masticarlo a duras penas, parecía aliviada, supongo que el sabor del chicle era mejor que el de veneno de demonio.
Avanzamos penosamente por el bosque y las montañas camino al campamento.
Yo estaba bien, físicamente, pero tenía la mente revuelta y hecha pedazos.
Después de varios cientos de metros, llegamos a un pequeño arroyo.
—Estamos cerca—dijo Lavinia.
Hazel miró hacia atrás de nosotros.
—Percibo a una docena más o menos detrás de nosotros, se acercan rápido.
Yo no veía ni oía nada, pero confiaba en los sentidos de Hazel.
—Váyanse—dijo Diana—. Avanzarán más rápido sin mí.
—Definitivamente no—contesté.
—Toma, agárrala—Lavinia me pasó a Diana como si fuera una bolsa del súper—. Crucen el arroyo y suban esas colinas. Verán el Campamento Júpiter.
Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había tenido que cargar a Diana/Artemisa en esos viajes, y hacerlo otra vez no me entusiasmaba por una razón. Ella me había prometido que por cada minuto que tuve que cargarla al estilo nupcias, ella me iba a llevar un minuto a mi como costal de papas cuando recuperara su fuerza divina.
Aún así, agradecí su calor familiar, ella se abrazó a mi pecho, algo que jamás había hecho de esa manera entes, sentí algo diferente en ella, se sentía más ligera pero en un sentido más bien metafórico, como si se hubiera librado de un peso que la hubiera estado aplastando por mucho tiempo.
Temía que sólo fuera el veneno de eurinomo.
Miré a Lavinia fijamente.
—¿T tú?
—Yo los alejaré—Lavinia dio unos golpecitos a su manubalista.
—Es una idea terrible—comentó Diana.
—Es mi especialidad—dijo Lavinia.
No estaba seguro si se refería a alejar enemigos o a las ideas terribles.
—Ella tiene razón—decidió Hazel—. Ten cuidado, legionaria. Te veremos en el campamento.
Lavinia asintió con la cabeza y se internó en el bosque como una flecha.
—¿Segura de que es una buena idea?—pregunté a Hazel.
—No—reconoció ella—. Pero, haga lo que haga. Lavinia siempre vuelve sana y salva. Rápido, vamos a nuestro hogar.
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