Perdón:
Nico me miró fijamente por un par de segundos.
—¿Qué estas...?
—Me disculpó contigo—respondí otra vez—. En su momento, sólo pensaba en reclutar a otra chica para las cazadoras, era una semidiosa muy poderosa y podía sentirlo. Jamás concederé como su partida, independientemente de lo que sucedió después, podría haberte afectado. Nunca pensé en que Bianca di Angelo era tu única familia, y que, al unirla a la mía, te arrebataría a la única persona que te quedaba. Acepto responsabilidad total sobre lo que le sucedió a tu hermana después, y te pido disculpas. Debí de pensar en que, por su edad y situación, ella no rechazaría mi oferta, y que no consideraría todos los factores antes de tomar una decisión. Aún pienso que Bianca hubiera sido una excelente cazadora, pero debí de haber esperado más para intentar reclutarla, en lugar de dejar que mis prejuicios hacia con los chicos nublaran mi juicio y me hicieran conducirla a su muerte.
Era paradójico, la razón por la que solía odiar el amor era porque nublaba el juicio y afectada tu menta. Nunca, en cuatro mil años, me detuve a pensar en que el rechazo y prejuicio hacían exactamente lo mismo.
La mirada de Nico se había oscurecido.
Me miró muy atentamente, buscando cualquier signo de duda o mentira en mis palabras, finalmente agacho la cabeza y dejo que las lágrimas se le escapasen.
—No solo fue Bianca—dijo—. Desde que Thalia es tu lugarteniente, no ha parado de reclutar chicas, cada vez más jóvenes y en más cantidad. ¿Cuantas vidas tiene que arriesgar a una edad tan temprana? Les creo que la caza sea un buen lugar para ellas, el mejor en muchos casos. ¿Pero a esa edad? Estoy seguro de qué hay niñas que aún ni siquiera saben abrocharse los cordones, y ya las tienen viajando por el país y cazando monstruos. Sé que seguramente las rescatan de hogares abusivos, pero dime ¿crees que en esos hogares no habían también niños, como lo fui yo alguna vez, a los que tu y tus cazadoras se llevaron a su única familia? ¿Crees que no dejaron solos a un montón de niños pequeños a los que seguramente castigarían por la desaparición de sus hermanas? Eres la protectora de los niños, deberías haberlo sabido.
Me quedé en silencio, mi mente estaba nublada y atontada, pero las palabras me cayeron como un balde de agua fría.
—No... nunca lo consideré...
Nico se secó las lágrimas.
—Te perdonó, Artemisa—dijo—. De verdad. Pero éste asunto aún no ha terminado, éste no es ni el momento ni el lugar para hablar de ello, pero tenemos que terminar esta conversación.
Me sujeté la cabeza, todo se volvió oscuro.
Artemisa:
Y estoy de vuelta.
Nico me miró raro por un momento.
—¿Acabas de...?
—Sí, esa de allí era Diana—dije—. Somos la misma, y diferentes a la vez.
Él sacudió la cabeza.
Mientras Nico me ayudaba a ponerme de pie, el Jefazo se desplomó en un montón de huesos.
Supongo que controlar a un esqueleto al mismo tiempo que levantaba mi patético cuerpo requirió un gran esfuerzo hasta para Nico.
Era sorprendentemente fuerte. Tuve que apoyar casi todo mi peso en él porque la habitacion seguía dándome vueltas, la cara me dolía horrores y volví a sufrir de un ataque de risa tonta casi mortal.
—¿Donde... dónde está Will?—pregunté.
—No lo sé.—Nico tiró más fuerte de mi brazo sobre sus hombros—. De repente me dijo: "Me necesitan", y de fue disparado en otra dirección. Ya lo encontraremos.—Nico parecía preocupado de todas formas—. ¿Y tú? ¿Cómo has... hecho todo esto exactamente?
Supongo que se refería a los montones de ceniza y arroz, las sillas rotas, los tableros de mandos y la sangre de mis enemigos que decoraba las paredes y la moqueta. Intenté no reírme como una loca.
—¿Pura suerte?
—Nadie tiene tanta suerte. Creo que estas empezando a recuperar más poderes divinos. Pero muchos más.
—¡Yupi!—Se me doblaron las rodillas—. ¿Dónde está Rachel?
Nico gruñó tratando de mantenerme de pie.
—Estaba bien la última vez que la vi. Ella es la que me mandó aquí a por ti: durante el último día no ha parado de tener visiones. Está con los troglos.
—¡Tenemos a los troglos! ¡Hurra!—Casi me caí de cara, Nico me logró detener antes de que chocara contra el suelo, volví a reír.
"Vaya", pensé abstraídamente. La patada en la cabeza debe de haberme aflojado el cerebro.
Nico me llevó medio a rastras por el pasillo mientras me ponía al corriente de sus aventuras desde que habíamos estado en el campamento de los troglos. Yo no podía concentrarme, y no paraba de soltar risitas en momentos inadecuados, pero deduje que, sí, los troglos les habían ayudado a desactivar los tanques de fuego griego; Rachel había conseguido pedir ayuda al Campamento Mestizo, y la torre de Nerón era ahora el campo de juego de la guerra urbana más grande del mundo.
A cambio, yo lo conté que Lu ahora tenía cubiertos en lugar de manos...
—¿Eh?
Había ido a quitarle los fasces de Nerón a un leontocéfalo...
—¿Un qué?
Y yo tenía que ir a la esquina sudeste del ala de la residencia a buscar a Meg.
Eso, al menos, Nico lo entendió.
—Estás tres pisos por debajo.
—¡Sabía que algo fallaba!
—Será difícil ayudarte a atravesar todos los enfrentamientos. Cada nivel es, en fin...
Habíamos llegado al final del pasillo. Nico abrió una puerta de una patada y entramos en la Sala de Conferencias de las Calamidades.
Media docena de trogloditas daban saltos por la sala luchando contra el mismo número de guardias de seguridad mortales. Además de sus elegantes prendas de vestir y sombreros, todos los troglos llevaban unas gruesas gafas de protección oscuras para resguardarse los ojos de la luz, de tal manera que parecían miniaviadores en una fiesta de disfraces. Algunos guardias intentaban dispararles, pero los troglos eran menudos y rápidos. Incluso cuando una bala les alcanzaba, simplemente rebotaba en su piel dura como las rocas y les hacía susurrar de fastidio. Otros guardias habían recurrido a porras antidisturbios, que no eran mucho más efectivas, los troglos brincaban alrededor de los mortales zurrándoles con garrotes, robándoles los cascos y básicamente pasándoselo bomba.
Grrr-Fred, Poderoso de los Sombreros, jefe de seguridad empresarial, saltó de una lámpara, partió la crisma a un guardia y acto seguido cayó en la mesa de conferencias y me sonrió. Encima de la gorra de policía se había puesto una nueva gorra en la que ponía TERRENOS TRIUNVIRATO.
—¡BUEN COMBATE, Artemisa-Diana!—Se golpeó el pecho con sus puñitos y a continuación arrancó un altavoz de la mesa y se lo lanzó a la cara a un guardia que se acercaba.
Nico me guió a través del caos. Cruzamos otra puerta y tropezamos contra un germanus, al que Nico empaló con su espada de hierro estigio sin ni siquiera detenerse.
—La zona de aterrizaje del Campamento Mestizo está un poco más adelante.
—¿Zona de aterrizaje?
—Sí. Prácticamente todos han venido a ayudar.
—¿Dioniso también?—Habría pagado una fortuna de dracmas por verlo convertir a nuestros enemigos en uvas y luego pisotearlas.
—Bueno, no, el señor D, no—dijo Nico—. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Los dioses no luchan en batallas de semidioses. Exceptuando a la aquí presente.
—¡Yo soy una excepción!—grité emocionada, tal vez demasiado cerca de la oreja de Nico.
—No hagas eso, por favor—murmuró mientras se sobaba su oído.
—¡De acuerdo! ¿Quien más ha venido? ¡Cuéntame! ¡Cuéntame!—Me sentía como si me llevase a mi fiesta de cumpleaños y me muriese de ganas de saber la lista de invitados. ¡También me sentía como si me estuviese muriendo!
—Ejem, bueno...
Habíamos llegado a unas gruesas puertas correderas de caoba.
Nico abrió una tirando de ella y el sol poniente me cegó.
—Ya hemos llegado.
Una amplia terraza recorría un lado entero del edificio y ofrecía vistas multimillonarias del río Hudson y, más allá, los acantilados de New Jersey, teñidos de color borgoña al atardecer.
La escena de la terraza era aún más caótica que la de la sala de conferencias. Pegasos bajaban en picado por los aires como gaviotas gigantes y de vez en cuando se posaban en el suelo para descargar nuevos refuerzos semidivinos con camisetas naranja del Campamento Mestizo. La barandilla estaba cordelada de amenazantes torretas arponeras de bronce celestial, pero la mayoría habían volado por los aires o habían sido aplastadas. Había tumbonas en llamas. Nuestros amigos del campamento luchaban cuerpo a cuerpo con montones de fuerzas de Nerón: unos cuantos chicos mayores de la Casa Imperial, una brigada de germani, guardias de seguridad mortales e incluso algunos cinocéfalos: guerreros con cabeza de lobo que tenían garras letales y bocas rabiosas babeantes.
Contra la pared había una hilera de árboles plantados en tiestos, como en el salón del trono. Sus dríades se habían alzado para luchar junto con el Campamento Mestizo contra la opresión de Nerón.
—¡Vamos, hermanas!—gritó un espíritu del ficus, blandiendo un palo puntiagudo—. ¡No tenemos nada que perder salvo la tierra de nuestras macetas!
En medio del caos, Quirón en persona trotaba de un lado a otro, con su mitad inferior de corcel blanco llena de carcajs, armas, escudos y botellas de agua de sombra, como una mezcla de supermamá semidivina y furgoneta. Manejaba el arco tan bien como podría haberlo manejado yo mientras animaba y gritaba instrucciones a sus jóvenes alumnos.
—Dennis, procura no matar a semidioses ni mortales enemigos! ¡Bueno, vale, a partir de ahora! ¡Evette, vigila el flanco izquierdo! ¡Bien... para, cuidado, Ben!
Este último comentario iba dirigido a un joven con una silla de ruedas manual, que tenía la musculosa parte superior de su cuerpo enfundada en una camiseta de carreras y unos guantes de conducir llenos de pinchos. Su cabello moreno revuelto ondeaba en todas direcciones, y, al girar, unas hojas afiladas sobresalían de las llantas de sus ruedas que arrastraban con todo el que osaba acercarse. Con su último giro de ciento ochenta grados estuvo a pinto de alcanzar las patas trácelas de Quirón, pero por suerte el viejo centauro era muy ágil.
—¡Lo siento!—dijo sonriendo Ben, que no parecía sentirlo en lo absoluto, y se fue rodando directo contra una manada de cinocéfalos.
—¡Artemisa!—Kayla vino corriendo hacia mí—. Oh, dioses, ¿qué te pasó? Nico, ¿dónde está Will?
—Es una buena pregunta—dijo Nico—. Kayla, ¿puedes llevarte a Artemisa mientras voy a buscarlo?
—¡Sí, vete!
Nico se marchó corriendo y Kayla me llevó a rastras al rincón más seguro que encontró. Me apoyó en la única tumbona intacta que quedaba y empezó a hurgar en su botiquín.
Allí podía disfrutar de una bonita vista de la puesta de sol y de la masacre en curso. Me dio otra vez la risa tonta.
Kayla frunció el entrecejo, claramente preocupada por mi risa. Me untó ligeramente la nariz rota con un ungüento curativo de aroma mentolado.
—Eh, tía. Creo que te va a quedar una cicatriz.
—Ya.—Reí entre dientes—. Otra a la colección. Me alegro de verte, sobrina.
Kayla esbozó una débil sonrisa.
—Yo también. Ha sido una tarde de locos. Nico y los troglos se infiltraron en el edificio por debajo. El resto de nosotros llegamos a distintos pisos de la torre a la vez y aplastamos al personal de seguridad. La cabaña de Hermes ha desactivado muchas de las trampas y torretas y demás, pero todavía hay combates intensos prácticamente por todas partes.
—¿Vamos ganando?—pregunté.
Un germanus gritó cuando Sherman Yang, monitor jefe de la cabaña de Ares, lo tiró por el lado del edificio.
—Es difícil saberlo—contestó Kayla—. Quirón les ha dicho a los novatos que esto era una excursión. Como un ejército de entrenamiento. Tienen que aprender tarde o temprano,
Eché un vistazo a la terraza. Muchos de esos campistas primerizos, que no debían tener más de once o doce años, luchaban con los ojos muy abiertos junto a sus compañeros de cabaña, tratando de imitar lo que hacían sus monitores. Parecían muy pequeños.
Pensé en lo que Nico me había dicho hacía apenas unos minutos antes.
—Hipócrita—murmuré.
En defensa de Nico, él no organizó el ataque. Y por otro lado, Kayla estaba en lo cierto: las aventuras no esperarían a que ellos estuviesen listos. Tenían que lanzarse a la piscina, cuanto antes mejor. No eran simples niños, eran semidioses.
—¡Rosamie!—gritó Quirón—. ¡La espada más alta, querida!
La Niña sonrió y levantó su arma, e interceptó el golpe de una porra de un guardia de seguridad. Acto seguido asestó un golpe a su enemigo con la cara de la hoja de su espada.
—¿Tenemos excursiones cada semana? ¡Es increíble!
Quirón le dedicó una sonrisa apenada y siguió disparando a enemigos.
Kayla me vendó la cara lo mejor que pudo, envolviéndome la nariz con gasa blanca y dejándome bizca. Debía de parecer la mujer parcialmente invisible, cosa que me hizo reír otra vez como una tonta.
Kayla hizo una mueca.
—Bueno, ahora tenemos que limpiarte la cabeza. Bebe esto.—Me acercó un frasco a los labios.
—¿Néctar?
—Nada que ver.
El sabor me explotó en la boca. Enseguida me di cuenta de lo que me estaban dando y por qué: Mountain Dew, el elixir verde lima brillante de la sobriedad absoluta. No sé qué efecto produce a los mortales, pero si le preguntas a cualquier ente sobrenatural, te dirá que la combinación de dulzura, cafeína y sabor de otro mundo a un no sé qué radioactivo del Mountain Dew basta para proporcionar concentración total y seriedad a cualquier dios. Se me aclaró la vista. El mareo se esfumó. No tenía el más mínimo deseo de reír. Una funesta sensación de peligro y muerte inminente se apoderó de mí.
—Meg—dije, acordándome de mi misión—. Tengo que llegar al área residencial.
Kayla asintió con la cabeza.
—Pues allí iremos. Te traje flechas de repuesto. Creí que podrías necesitarlas.
—Muchas gracias, te lo agradesco.
Salimos corriendo y nos metimos en un pasillo que Kayla creía que podía llevar a la escalera. Cruzamos otras puertas y nos vimos en el Comedor de los Desastres.
En otras circunstancias, podría haber sido un bonito sitio para una cena: una mesa con capacidad para veinte comensales, una araña de luces, una enorme chimenea de mármol y paredes recubiertas de paneles de madera con hornacinas para bustos de mármol que representaban la cara del mismo emperador romano. (Si has apostado por Nerón, has ganado un Mountain Dew)
Lo que no encajaba en los planes de cena era el toro salvaje rojo que había llegado al salón y ahora perseguía a un grupo de semidioses alrededor de la mesa mientras ellos le gritaban insultos y le tiraban platos dorados, copas y cubiertos de Nerón. El toro no parecía percatarse de que simplemente podía atravesar la mesa y pisotear a los semidioses, pero sospechaba que acabaría descubriéndolo.
—Uf, esas cosas—dijo Kayla cuando vio al toro.
Me pareció que sería una magnífica descripción en la enciclopedia de monstruos del campamento. "Uf, esas cosas" era todo lo que uno necesitaba saber de los tauri silvestres.
—No se les puede matar—avisé mientras nos uníamos a los demás semidioses y jugábamos al corro de la mesa.
—Sí, ya lo sé.—El tomó de Kayla me indicó que ya había recibido un curso intensivo sobre toros salvajes durante su divertida excursión—. Eh, chicos—dijo a sus jóvenes compañeros—. Tenemos que atraer a ese bicho fuera del comedor. Si conseguimos engañarlo para que se tire por el borde de la terraza...
En el otro extremo de la sala, las puertas se aberraron de golpe.
Otro de mis sobrinos, Austin, apareció con su saxo tenor en ristre. Al verse justo al lado de la cabeza del toro, gritó: "¡Ostras!". Y soltó un "chiii, plap" con el saxo. El toro se apartó dando tumbos y sacudiendo la cabeza desconcertando, mientras Austin saltaba la mesa y sw situaba sigilosamente a nuestro lado.
—Hola—dijo—. ¿Ya ha empezado la diversión?
—Austin—dijo Kayla aliviada—. Necesito atraer a ese toro fuera del comedor. ¿Puedes...?—Me señaló con el dedo
—¿Estamos jugando a "Pasar a Artemisa"—Austin sonrió—. Claro. Yo me encargo.
Mientras Kayla reunía a los semidioses más pequeños y empezaba a disparar flechas para provocar al toro y lograr que la siguiese, Austin me llevó a toda prisa por una puerta lateral.
—¿Adónde vamos, tía?
—Tengo que llegar al ala residencial—dije—. ¿Tres pisos más arriba? ¿La esquina sudeste?
Austin siguió trotando conmigo por el pasillo, pero tenía la boca tirante en una mueca pensativa.
—Creo que nadie ha conseguido abrirse paso aún hasta esa planta, pero vamos allá.
Encontramos una imponente escalera de caracol que nos llevó un piso más arriba. Recorrimos un laberinto de pasillos y a continuación atravesamos una puerta estrecha y entramos a la Sala de los Sombreros de los Horrores.
Los trogloditas habían encontrado una mina de oro en materia de artículos de moda y accesorios para caballeros. El descomunal armario empotrado debía de servir a Nerón de probador de ropa de temporada, porque las paredes estaban llenas de chaquetas de otoño e invierno. Las estanterías estaban rebosantes de bufandas, guantes y, sí, toda clase imaginable de sombreros y gorros. Los trogloditas rebuscaban en la colección con regocijo, colocándose pilas de seis o siete sombreros en la cabeza, probándose bufandas y botas de goma para acentuar su estilo increíblemente civilizado,
Un troglo me miró a través de sus gafas protectoras oscuras, con hilos de baba colgándole de los labios.
—¡Sombreeeeros!
Solo pude sonreír, asentir con la cabeza y avanzar a hurtadillas por el borde del armario, esperando que ninguno de los trogloditas nos confundiese con cazadores furtivos de bombines.
Afortunadamente, los trogloditas no nos prestaron atención. Salimos por el otro lado del armario a un vestíbulo de mármol con una hilera de ascensores.
Dos germani corrieron hacia nosotros nada mas vernos. No tuve tiempo ni siquiera de alzar el arco para cuando una veloz figura ya había cercenado las cabezas de ambos guerreros. Los bárbaros se deshicieron en una nube de polvo dorado.
A Percy se le iluminó la mirada en cuanto me vio, aun estaba cubierto de heridas sangrantes, pero se veía algo mejor. Estaba cubierto de pies a cabeza con polvo dorado y llevaba puesta la armadura antidisturbios de un guardia de Nerón, por lo que supuse que había un hombre semidesnudo noqueado en algún armario de escobas al cual le habían robado la ropa.
—Art...—se le doblaron las rodillas y cayó al suelo casi sin fuerzas.
Corrí hacia donde él y lo acuné en mis brazos, estaba muy aliviada de verlo bien. Él me abrazó.
—Oh, Arty... ha sido un día largo—murmuró—. ¿Te importa si me quedo aquí por un rato?
Sabía que tenía que llegar con Meg lo antes posible, pero aún así, no me pude resistir a acceder. Lo abrasé con fuerza y lo acuné contra mi pecho.
—Está bien—le dije—. Estas bien, no te juzgo por nada de lo que hiciste, era lo que necesitabas para sobrevivir. Sé que no dejarás que vuelva a ocurrir.
El levantó la vista, sus orbes verdes me miraron fijamente.
—¿Cómo lo...?
—Shhh, ya te lo diré—prometí—. Por ahora, tengo que ir por Meg.
El se separó de mí asintiendo, de inmediato lo extrañé.
—Voy contigo, ¿dónde...?
Una explosión proveniente del guardarropas de Nerón nos alertó.
—Cambió de planes, voy a...
Empezó a salir humo de la habitación.
—Sí, ve a hacer de bombero.
Antes de separarnos del todo, nos miramos fijamente una última vez.
—Y una cosa más—le susurré al oído—. Me encanta esa expresión de animal salvaje que pones en combate, te veo luego Buitre.
Le entregué su reloj en la mano.
No sabría decir si él estaba feliz o enojado cuando se fue corriendo a asegurarse de que los Troglos no hubieran incendiado algo en su locura por sombreros.
Austin tuvo la cortesía de no preguntar por lo que acababa de ver. Se detuvo enfrente de un teclado con un símbolo dorado con las iniciales SPQR incrustadas.
—Parece que con este ascensor se accede directamente a los aposentos imperiales. Pero necesitamos una tarjeta magnética.
—¿La escalera?—propuse.
—No lo sé—dijo él—. Al estar tan cerca de las dependencias del emperador, seguro que cualquier vía estará cerrada con llave o llena de trampas. La cabaña de Hermes ha peinado las escaleras de abajo, pero dudo que hayan llegado hasta aquí. Nosotros somos los primeros... después de Percy, supongo.—Toqueteó las teclas de su saxofón—. A lo mejor consigo abrir el ascensor con la secuencia correcta de notas...
Su voz se fue apagando cuando las puertas del ascensor se abrieron solas.
Dentro había un semidiós pequeño con el cabello rubio despeinado y ropa de calle arrugada, dos anillos dorados brillaban en sus dedos corazón.
Casio abrió mucho los ojos cuando me vio. Estaba claro que no esperaba volver a encontrarse conmigo. Parecía que sus últimas veinticuatro horas habían sido casi tan terribles como las mías. Tenía la cara gris y los ojos hinchados e irritados de llorar. Había adquirido un tic nervioso que le recorría el cuerpo de golpe.
—Yo...—Se le quebró la voz—. Yo no quería...—Se quitó los anillos de Meg con las manos temblorosas y me los ofreció—. Por favor...
Miraba más allá de mí. Estaba claro que sólo quería marcharse y salir de la torre.
Miré a ese niño, era muy pequeño y estaba muy asustado. Parecía que esperase que yo me convirtiese en la Bestia, como habría hecho Nerón, y le castigase por lo que Nerón le había obligado a hacer.
Se me escaparon las lágrimas. Dejé que soltase los ánimos de Meg en la palma de mi mano.
—Perdóname...—murmuré—. Te falle como diosa protectora de los niños, les fallé a ti y a todos tus hermanos. Corre, vete de aquí.
Austin carraspeó.
—Sí, pero primero... ¿qué tal si nos das tu tarjeta?—Señaló un cuadrado plastificado que colgaba de un cordón alrededor del cuello de Casio. Se parecía tanto al carné de estudiante que podía llevar cualquier niño que ni siquiera me había fijado en él.
Casio se lo quitó con torpeza. Se lo dio a Austin. Acto seguido echó a correr
Austin trató de descifrar mi expresión.
—Deduzco que has coincidido antes con ese chico.
—Es una larga y desagradable historia—dije—. ¿No será peligroso que utilicemos su pase para el ascensor?
—Puede que sí, puede que no—contestó Austin—. Averigüémoslo.
...
En una nota aparte, hoy mismo veré Spiderman no way home, así que les juro por el Río Estigio que no les haré spoilers de la película.
Y, parece chiste pero es anécdota, voy junto con otros dos amigos, los tres vestidos de traje, saco y corbata, y máscaras de Spiderman.
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