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Pankakes:


¿Pesadillas?

¡Claro, por qué no!

Sufrí una serie de pesadillas en bucle; las mismas escenas repetidas una y otra vez: Luguselva precipitándose por una terraza. La anfisbena desconcertada mientras dos flechas de ballesta inmovilizaban sus pescuezos contra la pared. El globo ocular de las Hermanas Grises volando a mi regazo y quedándose allí como si estuviese embadurnado en pegamento.

Traté de encauzar mis sueños por caminos más plácidos: mi bosque favorito para cazar, recorrer los grandes montes en Grecia, el momento en el que partí a Cómodo en pedazos mientras éste se retorcía en la forma de un pequeño jackalope. Nada dio resultado.

En lugar de eso, me encontré en el salón del trono de Nerón.

El loft ocupaba un piso entero de su torre. Por todas partes las paredes de cristal daban a las torres de Manhattan. En el centro de la estancia, sobre un estrado de mármol, el emperador se hallaba repantigado en un llamativo trono con cojines de terciopelo. Su pijama de satén morado y su bata atigrada habría sido la envidia de Dioniso. Tenía la corona de laurel dorado ladeada en la cabeza, un detalle que me hizo querer ajustarle la barba que le rodeaba el mentón como una correa.

A su izquierda había una fila de jóvenes; semidioses, supuse: miembros adoptivos de la familia imperial como lo había sido Meg. Conté once en total, dispuestos del más alto al más bajo, con una edad que oscilaba de entre los dieciocho y los ocho años. Llevaban togas con ribetes morados por encima de su variopinta colección de ropa de calle para indicar su estatus real. Sus expresiones eran un caso de estudio sobre los efectos del estilo abusivo de Nerón como padre. El más pequeño parecía paralizado de asombro, miedo y adoración a su héroe. Los que eran un poco más mayores parecían abatidos y traumatizados, con los ojos vacíos. Los adolescentes mostraban una gama de ira, rencor y odio a sí mismos, todo reprimido y cuidadosamente orientado en una dirección que no fuese Nerón. Los adolescentes más mayores padecían Nerones en miniatura: sociópatas juveniles cínicos, duros y crueles.

Dos germani entraron pesadamente al salón del trono portando una camilla, Meg entró también arrastrando los pies detrás de ellos. Sobre la camilla hacia la figura robusta y magullada de Luguselva. La dejaron a los pies de Nerón y Meg se colocó a su lado.

—Entonces, ambas vuelven con las manos vacías—dijo Nerón con desdén—. Tendremos que poner en práctica el plan B, entonces. Un ultimátum de cuarenta y ocho horas me parece razonable.—Se volvió hacia sus hijos adoptivos—. Lucio, dobla la seguridad en los tanques. Emilia, manda las invitaciones. Y encarga una tarta. Algo bonito. No todos los días tenemos la ocasión de destruir una ciudad del tamaño de Nueva York.

Mi yo del sueño cayó en picado a través de la Torre a las profundidades de la tierra.

Estaba en una cueva enorme. Sabía que debía de encontrarme en alguna parte debajo de Delfos, la sede del Oráculo más sagrado de Apolo, porque la sopa de gases volcánicos que se arremolinaban a mi alrededor tenían un olor único en el mundo. Oí a la enemiga acérrima de mi hermano, Pitón, en la oscuridad, arrastrando su inmenso cuerpo sobre el suelo de piedra.

—Sigues sin verlo.—Su voz era un rumor grave—. Oh, Artemisa, qué cerebro más diminuto y raquítico tienes. Atacas, comes piezas, pero nunca estudias el tablero entero. Unas pocas horas, como mucho. Es lo que hará falta cuando caída el último peón. ¡Y tú me harás el trabajo sucio! ¡Tu misma desencadenarás el final de tu querido hermano Apolo!

Su risa fue como una explosión que perforase en lo profundo de la piedra, pensada para derribar una ladera. El miedo se apoderó de mí hasta que no pude respirar más.









Me desperté sintiéndome como si me hubiera pasado horas tratando de escapar de un capullo de pierda. Me dolían todos los músculos del cuerpo.

Ojalá alguna vez me despertara sintiéndome genuinamente descansada, pero ese no era mi día.

Me incorporé, atontada y con la vista borrosa. Estaba tumbada en mi viejo catre en la cabaña ocho. La luz del sol entraba a raudales por las ventanas... ¿luz matutina? ¿De verdad había dormido tanto? Acurrucado a mi lado, algo caliente y peludo gruñía y olfateaba mi almohada. A primera vista, pensé que podía ser un pitbull, aunque estaba segura de que yo no tenía ningún pitbull. Entonces alcé la vista y me di cuenta de que se trataba de la cabeza sin cuerpo de un leopardo.

—Oh, ¿qué haces aquí?—pregunté mientras tomaba al animal entre mis brazos.

Seymour había sido en el pasado una cabeza de leopardo disecada y filiada en una placa, para luego ser liberada de un mercadillo por Dioniso, que la había concedido una nueva vida. Si mal no recordaba, normalmente Seymour residía sobre la repisa de la chimenea de la Casa Grande, cosa que no explicaba porque había estado mordiendo mi almohada.

El leopardo gruñó y lamió mis dedos, esperaba que no tanteando el sabor.

Personalmente siempre preferí a los lobos y los perros, pero la verdad era que la gran mayoría de animales me fascinaban, y los leopardos no eran una excepción.

Inspeccioné la cabaña, habían dejado una muda de ropa limpia cerca de mí catre además de mi arco y carcaj.

Claro, no tardé en notar que en ese momento estaba vestida únicamente con mi ropa interior, podía ver claramente como me había llenado de golpes y cicatrices, pero a pesar de las prisas por vestirme decidí enrollarme en las mantas de mi catre cuando oí que tocaban la puerta.

—Arty, ¿estás despierta?

Me quité una lagaña del ojo izquierdo.

—Sí, adelante.

Percy y Will entraron a la cabaña con paso vacilante, Percy se sentó en el catre frente al mío.

—Considerando que ya teníamos más médicos, decidimos que lo mejor sería que alguna de las hermanas de Will te atendiera—explicó—. Aún así decidimos venir a ver qué tal estabas.

Asentí con la cabeza.

—Gracias... yo, ¿cuanto tiempo estuve fuera?

—Unas diecinueve horas—dijo Will con preocupación.

Hice una mueca.

Percy frunció el ceño.

—Ese es... ¿Seymour?

El leopardo gruñó en respuesta.

—Sí, estaba aquí cuando desperté.

Will lo tomó de entre mis brazos.

—Vamos a llevarte a la casa grande—dijo, antes de asomarse por la puerta y pedirle a un chico que pasaba cerca que se lo llevara.

—Lo mejor será que te des un baño—dijo Percy—. Ya va a ser hora del desayuno, supongo que ya viste la ropa que te dejamos.

Asentí con la cabeza.

—Te dejamos sola, avisa si necesitas algo—dijo Will antes de salir por la puerta.

Percy lo siguió, pero antes de salir se volvió a verme.

—Me estaba preocupando—dijo—. Que bueno que estés bien.

Una vez que estuve duchada y vestida—con unos vaqueros y una camiseta naranja del campamento—, Will volvió para vendarme la frente. Me dio una aspirina para el dolor general. Y estaba empezando a sentirme casi humana otra vez—en el buen sentido—cuando una caracola sonó a lo lejos para convocar a los campistas al desayuno.

Cuando salíamos de la cabaña, nos topamos con Kayla y Austin, que llevaban a la cabaña de Apolo a tres campistas más pequeños.

—¡Artemisa!—me saludó Kayla. La luz del sol de junio acentuaba sus pecas. Las puntas teñidas de verde de su cabello naranja me recordaban a dulces de Halloween—. Es bueno volver a verte.

—Y también a ti, Percy—añadió Austin chocando puños con él.

—Ejem—dijo uno de los chicos detrás de Austin.

—Ah, sí. ¡Perdón chicos!—Austin se hizo a un lado—. Este año tenemos tres nuevos campistas de Apolo, Gracie, Jerry y Yan. Chicos, estos son Percy Jackson, seguro ya han escuchado algo de él por aquí. Y esta de aquí es nuestra tía, Artemisa.

Los jóvenes saludaron tímidamente con la mano.

—Está teniendo algunos problemas con su divinidad en estos momentos—explicó Will.

Rodeé los ojos y seguí andando al comedor seguida del resto.

Percy se quedó atrás para conversar un poco con los nuevos campistas, relatándoles como había sido su primera vez en el campamento. Lo mejor de todo era que nunca mencionó su combate con el minotauro, ni la misión que tuvo que emprender poco después. Se limitó a describir como había sido sus primeros días como campista. Era obvio que no trataba de impresionar a nadie, solamente buscaba que los más jóvenes se sintieran identificados.

Lo amo.

Esta bien, lo dije, déjeme en paz.

Mientras caminábamos, justo delante de nosotros, un niño de unos nueve años salió dando traspiés de la cabaña de Ares. El casco le engullía la cabeza por completo. Corrió a alcanzar a sus compañeros de la cabaña dejando una estela serpentina con la punta de una espada demasiado larga para él.

—Todos los novatos parecen muy pequeños—murmuró Will—. ¿Nosotros éramos tan pequeños?

Kayla, Austin y Percy asintieron con la cabeza.

—Y eso que él debe de tener unos nueve años—dijo Percy—. Imagínese debió de ser la llegada a los siete años de... Annabeth...

Lo dijo con un tono más bien receloso, no triste ni agresivo, pero sin duda tampoco alegre o nostálgico, simplemente Percy no sabía que pensar de la hija de Atenea.

Y ni como juzgarlo, después de todo lo qué pasó junto a Annabeth Chase, el hecho de que ella lo apuñalara por la espalda de la forma en la que lo hizo, para después volver a contactarlo porque su primo, Magnus Chase, necesitaba ayuda para detener al Ragnarok. Percy había vuelto a hablar con ella y a interactuar de manera "normal", pero siempre desconfiado y poco amigable.

Sabía que a Percy no le gustaba guardar rencores de esa manera, pero en su situación ¿qué más se puede hacer? Simplemente superarlo y seguir con su vida sería la opción lógica, pero él no podía dejar de ver e interactuar con Annabeth porque necesitaban hablar sobre cómo Magnus evitaría que el fin del mundo nos matara a todos.

El lado bueno, el semidiós hijo de Frey ya había partido en su misión para detener al dios nórdico Loki, así que no habíamos tenido que lidiar con Annabeth en un buen tiempo.

Kayla, Will, Austin y yo cruzamos miradas, decidimos que lo mejor sería cambiar de tema.





Después de las comidas relativamente ordenadas de la Duodécima Legión en el Campamento Júpiter, el desayuno en el pabellón comedor me impactó. Los monitores trataban de explicar las normas para sentarse (como si las hubiese), mientras los campistas que volvían competían por los sitios al lado de sus amigos, y los novatos procuraban no matarse unos a otros con sus nuevas armas. Las dríades se abrían paso entre la multitud con platos de comida, y los sátiros trotaban detrás de ellas y les robaban bocados. Las madreselvas florecían en las columnas griegas y perfumaban el aire.

En el fuego sacrificial, los semidioses se turnaban para echar una parte de su comida a las llamas como ofrenda a los dioses: mazorcas de maíz, tocino, tostadas, yogur... (¿Yogur?) Una columna ininterrumpida de humo ascendía al cielo. Como ex-diosa, agradecía la intención, pero también me preguntaba si el olor a yogur quemado merecía la contaminación del aire.

Me senté en mi solitaria mesa y contemplé el pabellón comedor.

Percy estaba solo en la mesa de Poseidón, por su lado Will, Kayla, Austin y el resto de hijos de Apolo estaban sentados en la mesa siete. Se me hizo raro que Nico no estuviera con ellos. Normalmente solía rondar cerca de Will, sin importar las normas de las cabañas.

Entonces lo vi, el hijo de Hades estaba sentado al lado de Dioniso en la mesa principal. El plato del dios había una montaña de Hotcakes. El de Nico estaba vacío. Parecían estar enfrascados en una conversación seria y profunda. Dioniso casi nunca permitía que semidioses se sentasen en su mesa. Si concedía a Nico toda su atención, es que debía de pasar algo muy grave.

Me acordé de lo que Dioniso había dicho el día anterior antes de que yo me desmayase.

"Ese chico ya na recibido bastantes malas noticias"

No tenía certeza del asunto, pero suponía que gracias a sus poderes, Nico ya había descubierto que Jason había muerto, probablemente yo no hice más que confirmar lo que él ya sabía.

—No es culpa tuya—dijo la voz de Will.

Me volví hacia atrás, para encontrarme a mi sobrino, que se había parado junto a mi mesa. Un pequeño vacío legal, se supone que los campistas no pueden sentarse en una mesa que no les corresponde, pero en ningún lugar dice nada sobre permanecer parados al lado de dicha mesa.

—Yo... lo sé, creo—murmuré.

Will negó con la cabeza.

—Cuando Nico perdió a Bianca pasó mucho tiempo furioso. Quería ir al inframundo a rescatarla, cosa que... como hijo de Hades, se supone que no puede hacer. En fin, cuando por fin estaba empezando a aceptar la muerte de ella, se enteró de lo de Jason, la primera persona a la que realmente consideraba un amigo. Y eso desencadenó muchas cosas en él. Nico ha viajado por los rincones más profundos del inframundo solo, incluso el Tártaro. Es un milagro que haya sobrevivido.

—Y sin perder la cordura—convine. A continuación volví a mirar a Dioniso, el dios de la locura, que pare Ia estar dando consejos a Nico—. Oh...

—Sí—asintió Will, cuya preocupación se reflejaba en su rostro—. Se han sentado juntos en casi todas las comidas, aunque últimamente Nico no prueba bocado... Ha tenido... supongo que se podría llamas trastorno por estrés postraumático. Tiene visiones del pasado. Sueña despierto. El señor D intenta ayudarle a darle algún sentido. Lo peor son las voces.

—¿Voces?—pregunté.

Will se encogió de hombros con impotencia.

—Nico no le cuenta gran cosa. Solo... que alguien del Tártaro no para de llamarlo. Alguien necesita su ayuda. Lo único que he podido hacer para evitar que vaya corriendo al inframundo solo fue pedirle que hable antes con el señor D. Para saber qué es real y que no. Luego, si tiene que ir... iremos juntos.

Unas gotas de sudor frío me cayeron entre los omoplatos. No me imaginaba a Will en el inframundo: un sitio sin sol, ni curación, ni bondad. Si no era lugar para mi hermano, mucho menos lo era para sus hijos.

—Espero que no sea necesario.

Will asintió con la cabeza.

—A lo mejor si conseguimos eliminar a Nerón... a Nico le sirve para centrarse en otra cosa por un tiempo, suponiendo que podamos ayudarte.

—Yo...

Clinc, clinc, clinc.

Dioniso se levantó de la mesa principal, con un vaso y una cuchara en las manos. En el pabellón comedor se hizo el silencio. Los semidioses se volvieron y guardaron el pregón de la mañana. Me acordé de que a Quirón le costaba mucho conseguir que todo el mundo atendiese. Claro que Quirón no tenía el poder de convertir a todos los presentes en racimos de uvas.

—Artemisa, Will Solace y Peter Jonson, preséntense en la mesa principal—dijo Dioniso.

—Como usted diga...—Percy sonrió maliciosamente—. Baco.

La apariencia de Dioniso parpadeó fugazmente antes de que se agarrara la cabeza adolorido.

Ahh, la vieja carta de confundir a los dioses con sus contrapartes romanas. Seriamente esperaba que Diana y yo hubiéramos superado ese problema.

—Eres una molestia—gruñó Dioniso, luego se volvió al resto de campistas—. Es es todo. ¿Tengo que decirles cómo comer el desayuno? ¡Seguid!

Los campistas retomaron su alegre caos habitual. Recogí mi plato, Will se dirigió a su mesa para tomar el suyo propio, y Percy se levantó de su mesa.

Fuimos a sentarnos con Dioniso y Nico en la Mesa Principal Internacional de los Hotcakes.

...

Hotcakes, pankakes, panqueques, tortitas, como sea que les digan en tu país.

Perdón por no subir capítulo aller, aún no me recuperó de mi último viaje, pero debería de recuperar el ritmo dentro de poco.

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