La mitad del camino:
Los siguientes cinco minutos fueron caóticos... por decirlo de alguna manera.
De las grietas del techo cayeron tauri silvestres que se estrellaron contra tiendas, aplastaron trogloditas, desperdigaron sombreros, platos soperos y tiestos de setas. Prácticamente en el acto, perdí de vista a Will, Rachel y Nico en medio del pandemónium. Esperaba que Criii-Bling y sus tenientes los hubiesen puesto a salvo de inmediato.
Un toro se desplomó justo enfrente de mi y me separó de Percy y Grrr-Fred. Mientras el animal se ponía de pie (¿de pezuña?) con dificultad, lo sorteé haciendo parkour por encima de él, desesperada por no perder a Percy.
Lo vi a unos tres metros de distancia, mientras Grrr-Fred tiraba de él hacia el río por motivos desconocidos. El espacio reducido y los obstáculos del andén parecía dificultar la capacidad nata de los trogloditas para correr, pero aún así Grrr-Fred se movía a toda velocidad. Si Percy no se hubiera resistido a dejarme mientras se abrían paso entre los destrozos, no hubiese tenido la más remota oportunidad de alcanzarlos.
Brinqué por encima de un segundo toro. (Oye, si la vaca podía saltar la luna, no veía por qué la luna no podía saltar sobre dos vacas). Otro animal pasó disparado a ciegas junto a mi, mugiendo de pánico mientras trataba de sacudirse una tienda de piel de toro de los cuernos. Supongo que yo también me hubiera dejado llevar un poco por el pánico si tuviera la piel de un miembro de mi especie alrededor de la cabeza.
Casi había alcanzado a Percy cuando vi que en el andén se desarrollaba una crisis. El pequeño troglo con gorra de hélice, mi camarero en la cena, se había separado de los demás niños. Ajeno al peligro, perseguía su bola de cristal dando traspiés mientras la esfera rodaba directa hacía un toro que embestía.
Alargué la mano para tomar el arco, pero me acordé de que había agotado las flechas de los carcajs. Soltando un juramento desenfundé mi cuchillo y me puse en guardia.
—¡EH!—grité.
Con eso conseguí dos cosas: que el troglo se parase en seco y que el toro se volviese hacia mí Justo a tiempo para meterle el cuchillo en un orificio nasal.
—¡Mu!—exclamó el toro.
—¡Mi bola!—gritó el niño de la gorrita mientras su esfera de cristal rodaba entre las patas del toro en dirección a mí.
—¡Yo te la devolveré!—dije, una promesa absurda dadás las circunstancias—. ¡Corre! ¡Ponte a salvo!
Lanzando una última mirada triste a su bola de cristal, el niño de la gorrita saltó del andén y desapareció por el camino.
El toro expulsó la daga del hocico de un soplido. Me lanzó una mirada asesina, con sus ojos azules brillantes y abrasadores como llamas de butano en la penumbra de las cuevas. Entonces atacó.
Retrocedí, tropecé con una olla y me di una culada. Justo antes de que el toro pudiese pisotearme y convertirme en mermelada con sabor a Artemisa, un enorme chorro de agua lo bañó y lo arrastró lejos de allí.
—¡Vamos!—Percy, que de alguna manera había convencido a Grrr-Fred de que volviese sobre sus pasos, se encontraba a escasa distancia—. Tenemos que irnos ahora—me tendió la mano, y gustosa acepté.
Agarré la bola de cristal del niño de la gorrita, me levante con ayuda de Percy y seguimos a Grrr-Fred hasta la orilla del Río.
—¡Saltad!—ordenó Grrr-Fred.
No tuvo que decirlo dos veces, agarré de la mano a Percy y saltamos juntos de inmediato.
Juro que vi en el rostro de Percy como se arrepentía en el último segundo al recordar que en esa misma agua los trogloditas vaciaban sus orinales.
Ah, los ríos subterráneos. Que fríos. Que rápidos. Que llenos de rocas.
Me imagino que ser arrastrada por uno de ellos debería de ser algo terrible, pero estaba con un hijo de Poseidón.
Percy nos sostuvo a Grrr-Fred y a mi sin ninguna dificultad aparente.
—¿A donde?—preguntó.
El troglo se veía impresionado de que Percy pudiera cargarnos a ambos mientras se mantenía suspendido firmemente en medio de la corriente del río.
Se sacudió la sorpresa de la cabeza y señaló hacia la oscuridad.
—Sigamos algunos kilómetros río abajo.
Percy nos llevó rápidamente por el agua, ayudado por la corriente. Vi como varias rocas de aspecto sumamente filoso sobresalían de la superficie del río, pero las sorteamos con facilidad mientras nos deslizábamos por el agua.
Finalmente nos detuvimos en una saliente y salimos del agua por orden de Grrr-Fred.
—Los toros salvajes pueden nadar—nos recordó—. Debemos marcharnos antes de que puedan rastrear esta saliente. Tomen.
Nos entrego a cada uno un pedazo de cecina. Por lo menos olía como si hubiese sido cecina antes de nuestro chapuzón en el río. Ahora parecía más bien una rodaja de esponja de mar.
—Cómanselo—nos mandó.
Percy probó un trozo, hizo una mueca pero tampoco pareció disgustarle. La corriente se había llevado su gorro de marinero, lastima, le quedaba bien.
Probé un bocado de la cecina. No estaba buena. Sin embargo, estaba insípida y digerible. Cuando el primer bocado me bajó por la garganta, un calor recorrió mis extremidades. Me bulló la sangre y se me destaponaron los oídos.
—Increíble—dije—. ¿Venden esto?
—Déjenme trabajar—pidió Grrr-Fred—. Tenemos el tiempo a nuestro favor, pero no podemos permitirnos perder ni un minuto más.
Se volvió y examinó la pared del túnel.
A medida que se me aclaraba la vista y los dientes dejaban de castañetearme tanto, evalué nuestro sanitario. A nuestros pies, el río seguía rugiendo, feroz y ruidoso. El saliente era lo bastante ancho para que los tres nos sentásemos, justos de espacio, pero el techo era tan bajo que hasta Grrr-Fred tenía que encorvarse un poco.
Aparte del río, no vi ninguna salida: solo la pared de rocas lisas que Grrr-Fred estaba mirando.
—¿Hay algún pasaje secreto?—preguntó Percy con curiosidad.
El troglo frunció el entrecejo.
—Todavía no, criatura marina.
Lo dijo de tal forma que sonara mejor que "morador de la superficie". Al parecer el paseo en el Percy-bote lo había impresionado más de lo que le gustaba admitir.
Hizo crujir los nudillos, movió los dedos y empezó a excavar. Bajo sus manos, la roca se desmenuzaba en pedazos livianos como el merengue, que Grrr-Fred retiraba y lanzaba al río. A los pocos minutos, había despejado medio metro cúbico de piedra con la facilidad con la que un mortal saca ropa de un armario. Y siguió excavando.
Recogí un trozo de rocalla preguntándome si sería quebradizo. Lo apreté y rápidamente me cortó en el dedo.
El siguiente minuto, Percy se dedicó a ayúdame a sacarme y a sacar el agua de mis carcaj y zapatillas. Mientras Grrr-Fred seguía excavando.
Por fin, una nube de polvo brotó del agujero que había excavado. El troglo gruñó de satisfacción. Salió y dejó ver un pasaje de un metro y medio de profundidad que daba a otra cueva.
—Deprisa—dijo—. Cerraré el túnel detrás de nosotros. Con suerte, bastará para despistar a los tauri durante un rato.
Nuestra suerte duró, ¿qué raro no?
Mientras nos abríamos camino con cuidado por la siguiente caverna, no paraba de mirar hacia atrás a la pared que Grrr-Fred había cerrado, esperando que irrumpiese una manada de diabólicas vacas rojas mojadas, pero ninguna la atravesó.
Grrr-Fred olfateó con desaprobación.
—Territorio humano.
Percy suspiró aliviado.
—¿Por donde se va a la luz del día?
Grrr-Fred le enseñó los dientes.
—No uses ese lenguaje conmigo.
—¿Qué lenguaje? ¿Luz del...?
El troglo siseó.
—¡Si fueses un tunelerito, te lavaría la boca con basalto!
Sonreí con diversión.
—Sería interesante verlo.
Percy se volvió a verme.
—Se supone que estás de mi lado.
Grrr-Fred gruñó una vez más.
—Vengan, por aquí.
Nos condujo más adelante, internándonos en la oscuridad.
Yo había perdido la noción del tiempo, pero me imaginé a Rachel Elizabet Dare señalando su reloj y recordándome que era tarde, muy tarde. Solo esperaba que llegásemos a la torre de Nerón antes de que anocheciese.
Esperaba de igual manera que Nico, Will y Rachel hubiesen sobrevivido al ataque de los toros. Sí, nuestros amigos eran ingeniosos y valientes. Con suerte todavía contarían con la ayuda de los trogloditas. Pero muy a menudo la supervivencia era cuestión de pura suerte.
—¿Grrr-Fred?—empezó a preguntar Percy.
—Se dice Grrr-Fred—lo corrigió el troglo.
—¿GRRR-Fred?
—Grrr-Fred.
—¿GRRR-Fred?
—¡Grrr-Fred!
Percy parpadeo dos veces.
—Como se diga—dijo—, ¿y nuestros amigos? ¿Crees que Criii-Bling cumplirá su promesa y les ayudará a llegar a los tanques del emperador?
Grrr-Fred rió burlonamente.
—¿Prometió eso el director general? Yo no le oí.
—Pero...
—Hemos llegado.—Se detuvo al final del pasillo, donde una estrecha escalera de ladrillo conducía hacia arriba—. Hasta aquí puedo llegar. Esta escalera os llevará a una de las estaciones de metro de los humanos. Desde allí, podréis llegar a la Corteza Costrosa. Subiréis a la superficie a menos de cinco metros de la torre de Nerón.
Parpadeé.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Soy un troglo—dijo, como si estuviese explicándole algo a un tunelerito especialmente corto.
Agaché la cabeza en señal de respeto.
—Gracias, Grrr-Fred.
Él asintió bruscamente con la cabeza. Me fijé en que a mí no me corrigió la pronunciación.
Percy me miró y se cruzó de brazos, le sonreí burlonamente. Los gruñidos se me daban bien, como antigua diosa de los animales salvajes.
—He cumplido mi deber—dijo Grrr-Fred—. Lo que les pase a vuestros amigos depende de Criii-Bling, suponiendo que el director general siga vivo después de la destrucción que habéis causado en nuestra central, bárbaros sin sombrero. Si por mi fuera...
No se molestó en terminar la frase. Deduje que Grrr-Fred no votaría a favor de ofrecernos opciones de compra de las acciones de la empresa en la próxima reunión de accionistas de trogloditas.
Saqué la bola de cristal del niño de la gorrita de la mochila y se la ofrecí a Grrr-Fred.
—Por favor, ¿puedes devolvérsela a su dueño? Y gracias por guiarnos. Por si sirve de algo, lo que dijimos antes iba en serio. Tenemos que ayudarnos unos a otros. Es el único futuro por el que vale la pena luchar.
Grrr-Fred hizo girar la esfera de cristal de entre los dedos. Sus ojos eran inescrutables como las paredes de una caverna. Podrían haber sido duros e imperturbables, o haber estado a punto de convertirse en merengue, o a un paso de ser atravesados por vacas cabreadas.
—Que cavéis bien—dijo finalmente. Acto seguido desapareció.
Percy escudriñó el huevo de la escalera. Frunció el ceño.
—Bueno, supongo que aquí es donde se pone fea la cosa.
Suspiré.
—Eso creo—lo miré a los ojos—. Gracias por hacer todo esto conmigo, desde el principio has estado para mi.
El me sonrió.
—Hemos estado juntos, tú también me has ayudado—me dijo—. Acabemos con toda esta locura de una vez para que podamos ir a hacer algo normal de pareja ¿quieres?
Me encantaba la idea.
A pesar de los nervios y el miedo, me armé de valor para terminar con lo que habíamos empezado hacía ya seis meses.
Me acerqué a Percy y lo besé, el aceptó el gesto y lo correspondió. Mientras disfrutaba ese breve momento, me preguntaba muy en el fondo de mi mente si sería la última vez que lo podría hacer.
Nos tomamos de la mano, miramos los escalones y luego a nosotros.
Asentimos a la vez y subirnos juntos hacia la Corteza Costrosa.
...
Vaya... justo este capítulo es la mitad del libro.
Se me está pasando demasiado rápido el tiempo y esta cosa ya va llegando a su final.
Tengo preparada una pequeña sorpresa que les revelaré para cuando vayamos por la recta final, léase los últimos dies capítulos.
Pero hasta entonces, ya tengo pensado que historia voy a hacer después de que acabe aquí, aunque obviamente seguiré con mi historia de "el héroe más grande que ha habido" y "una nueva frontera" que, si no las han visto, les animó a leerlas.
Eso fue todo por hoy, nos vemos mañana con el siguiente capítulo.
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