El mundo bajo nuestros pies:
No vi toda la vida pasar ente mis ojos, pero si busque en el pasado algo que pudiese haber hecho para molestar a Nico di Angelo, lamentablemente habían bastantes.
Me lo imaginé diciendo: "¡Sí, estos son los sacrificios!", y luego tomando a Will de la mano y desapareciendo en las tinieblas mientras Rachel, Percy y yo éramos denotados por un ejército de diminutos hombres rana disfrazados y embadurnados de barro.
—Estos no son los sacrificios—dijo Nico, y pude volver a respirar—. ¡Les he traído una oferta mejor! ¡Le veo, oh gran Criii-Bling!
Eso sí, Nico no dijo "criii". Emitió un chirrido que me indicó que había estado practicando troglodités. Tenía un acento que taladraba el oído.
Los trogloditas se acercaron, olfateando y esperando, mientras Nico tendía la mano para que Will le diese algo.
Will metió la mano en la mochila. Sacó el lagarto disecado y se lo dio a Nico, que lo desenvolvió como una reliquia sagrada y lo sostuvo en alto.
La multitud dejó escapar un grito ahogado colectivo.
—¡Oooh!
A Criii-Bling le temblaron los orificios nasales. Pensé que iba a saltarle el gorro de la cabeza de la emoción.
—¿Es un... GRRR... escinco de cinco rayas... CLIC?
—En efecto...GRRR—dijo Nico—. Ha sido difícil de encontrar, oh, Criii-Bling, portador de los mejores sombreros.
Criii-Bling se lamió los labios. Le caía la baba por toda la corbata.
—Un regalo ciertamente poco común. En nuestro reino solemos encontrar lagartijas italianas. Tortugas. Ranas del bosque. Culebras ratoneras. De vez en cuando, con suerte, un crótalo.
—¡Ricos!—chilló un troglo del fondo—. ¡Crótalos ricos!
Varios troglos más asintieron emitiendo chirridos y gruñidos.
—Pero un escinco de cinco rayas—dijo Criii-Bling—es un manjar que raramente vemos.
Criii-Bling tomó el escinco con sus manos de dedos largos y garras puntiagudas. Supuse que se metería el reptil a la boca y se acabó. En cambio, el troglodita se volvió hacia su gente y pronunció un breve discurso en su idioma. Los troglos prorrumpieron en vítores y agitaron sus sombreros. Un troglo con un gorro de cocinero salpicado de barro se abrió paso a empujones hasta la parte delantera del grupo. Se arrodilló ante Criii-Bling y aceptó el escinco.
El jefe de la tribu se volvió hacia nosotros sonriendo.
—¡Compartiremos este presente! ¡Yo, Criii-Bling, director general... CLIC... de los trogloditas, he decretado que se prepare una gran sopa para que todos los accionistas puedan degustar el maravilloso escinco!
Más vítores de los trogloditas. "Claro", comprendí. Si Crii-Bling imita a George Washington, no sería un rey; sería un director general.
—A cambio de este gran regalo—continuó—, no te mataremos ni te comeremos, Nico di Angelo, aunque eres italiano y nos preguntamos si sabrás tan bien como una lagartija italiana.
Nico agachó la cabeza.
—Es muy amable por su parte.
—También nos abstendremos generosamente de comer a tus compañeros—unos cuantos accionistas de Criii-Bling murmuraron "¿Eeeh, qué?"—, aunque bien es cierto que, como tú, no llevan sombreros, y ninguna especie sin sombrero puede considerarse civilizada.
Rachel y Percy se alarmaron, probablemente porque Criii-Bling seguía babeando copiosamente mientras anunciaba que no iba a comernos. O tal vez estaban pensando en los maravillosos sombreros que podrían haber llevado si lo hubiesen sabido.
Will el Fosforescente nos miró asintiendo con la cabeza en actitud tranquilizadora y esbozó mudamente las palabras: "No pasa nada". Por lo visto, la entrega de un regalo, seguida de la promesa de no comer ni matar a tus invitados, era el protocolo diplomático habitual de los trogloditas.
—¡Apreciamos su generosidad, oh, Criii-Bling!—dijo Nico—. Propongo un pacto entre nosotros: un acuerdo que nos reportaría a todos muchos sombreros, además de reptiles, ropa elegante y rocas.
Un murmullo de excitación recorrió la multitud. Parecía que Nico había dado con los cuatro elementos de la lista de deseos de Navidad de los trogloditas.
Criii-Bling llamó adelante a unos cuantos troglos con cargos superiores, que deduje que debían de ser miembros de la junta de directivos. Uno era el cocinero. Los otros llevaban una gorra de policía, un casco de bomberos y un sombrero vaquero. Tras una breve consulta, Criii-Bling se volvió hacia nosotros dirigiéndonos otra sonrisa de dientes puntiagudos.
—¡Muy bien!—dijo—. ¡Los llevaremos a nuestra sede social, donde nos daremos un banquete a base de sopa de escinco y.... CLIC, GRRR... hablaremos más detenidamente de esos asuntos!
Una horda de accionistas entusiastas y gruñones nos rodeó. Una falta de consideración absoluta por el espacio personal, como cabía esperar de una especie que habitaba en túneles, nos levantaron, nos llevaron corriendo a hombros y nos sacaron de la caverna para internarnos en un laberinto de túneles a una velocidad que habría puesto en evidencia a los tauri silvestres.
—Bueno, al menos no nos comieron—dijo Percy.
Supongo que eso ya era ganancia.
A primera vista, la sede social de los trogloditas parecía una estación de metro abandonada. El ancho andén estaba bordeado de columnas que sostenían un techo abovedado de azulejos negros que absorbían la tenue luz de unas macetas de setas bioluminiscentes esparcidas por la cueva. En el lado izquierdo del andén, en lugar de la base de la vía, se hallaba la calzada hundida de tierra compactada que los troglos habían usado para llevarnos allí. Y a la velocidad que corrían, ¿quién necesitaba trenes?
Por el lado derecho del andén corría un río subterráneo de corriente rápida. Los troglos llenaban sus calabazas y calderos de esa fuente, y también vaciaban sus orinales en ella, aunque como eran personas civilizadas portadoras de sombreros, vertían sus orinales río abajo del punto del que sacaban el agua que bebían.
A diferencia de una estación de metro, no se veían escaleras que subiesen, no salidas señaladas claramente. Solo el río y el camino por el que habíamos llegado.
El andén bullía de actividad. Montones de troglos corrían aquí y allá y milagrosamente lograban hacer sus tareas cotidianas sin perder los montones de sombreros que llevaban en la cabeza. Unos se ocupaban de unas ollas colocadas sobre unos trípodes en fogones. Otros—¿comerciantes, quizá?—regateaban el precio de cuñis de piedras. Niños troglos, cuyo tamaño no era mayor que el de bebés humanos, retozaban jugando a la pelota con esferas de cristal sólido.
Habitaban en tiendas. La mayoría las habían usurpado del mundo de los humanos, circunstancia que me trajo desagradables recuerdos del surtido de artículos de camping del Desmadre Militar de Macrón de Palm Springs. Otras parecían de diseño troglo, cosidas con cuidado a partir de las pieles rojas greñudas de los tauri silvestres. No tenía ni idea de cómo los troglos habían conseguido desollar y coser aquellas pieles impenetrables, pero saltaba a la vista que, como enemigos ancestrales de los toros salvajes, habían hallado la forma.
También me hacía preguntas sobre esa rivalidad. ¿Cómo unos hombres rana subterráneos enamorados de los sombreros y los lagartos se convertían en enemigos mortales de una raza de toros diabólicos de color rojo chillón? Tal vez al principio de los tiempos, los dioses ancestrales les habían dicho a los primeros troglos: "¡Podéis elegir a vuestros enemigos!". Y los primeros troglos habían señalado con el dedo al otro lado de los campos recién creados y habían gritado: "¡No soportamos a esas vacas!"
En cualquier caso, me consolaba saber que aunque los troglos no eran aún nuestros amigos, al menos teníamos un enemigo en común.
Criii-Bling nos había proporcionado una tienda de huéspedes y un foso para hacer fuego y nos había instado a que nos pusiésemos cómodos mientras él se encargaba de los preparativos de la cena. O, mejor dicho, había instado a Nico a que se pusiese cómodo. El director general no paraba de mirarnos a Rachel, a Percy y a mí como si fuésemos medias redes colgadas en un escaparate. En cuanto a Will, los trogloditas parecían no hacerle casi. Mi teoría era que, como Will brillaba, lo consideraban simplemente una fuente de luz, como si Nico hubiese llevado su propia maceta de setas luminosas. A juzgar por la expresión ceñuda de Will, no le hacía gracia.
Habría sido más fácil tranquilizarse si Rachel no hubiese estado continuamente mirando el reloj y recordándonos que eran las cuatro de la tarde, luego las cuatro y media, y que Percy y yo teníamos que entregarnos al anochecer. Solo esperaba que los trogloditas fuesen como las personas mayores y cenasen prontísimo.
Percy aprovechó para tomarse una siesta. Supongo que aunque yo sí dormí bien, no lo dejé a él hacer lo mismo. Will y Nico estaban sentados al otro lado del foso para hacer fuego manteniendo una tensa discusión. Yo no oía lo que decían, pero por sus expresiones faciales y los gestos de sus manos, capté lo esencial:
Will: "Me agobio, me agobio, me agobio"
Nico: "Tranquilo, seguro que no morimos"
Will: "Me agobio. Troglos. Peligrosos. Puaj"
Nico: "Troglos buenos. Sombreros bonitos"
O algo por el estilo.
Al cabo de un rato, el troglo del gorro de cocinero apareció en nuestro campamento. En la mano tenía un cazo humeante.
—Criii-Bling está dispuesto a hablar ahora—dijo en nuestro idioma, con un marcado acento troglodités.
Todos empezamos a levantarnos, pero el cocinero nos detuvo con un rápido movimiento de cazo.
—Solo con Nico, la lagartija italiana... ejem, YIII... digo, el hijo italiano de Hades. El resto esperáis aquí hasta la cena.
Pareció que sus ojos brillantes añadiesen: "¡Cuando puede que estéis en el menú o puede que no!"
Nico apretó la mano de Will.
—Todo irá bien. Enseguida vuelvo.
A continuación, él y el cocinero se fueron. Exasperado, Will se lanzó sobre su esterilla junto al fuego y se tapó la cara con la mochila, con lo que la iluminación que nos proporcionaba su fulgor se redujo aproximadamente en un cincuenta por ciento.
Rachel escudriñaba el campamento; sus ojos relucían en la penumbra.
Me preguntaba qué veía con su visión ultraclara. Quizá los trogloditas daban todavía más miedo de lo que yo era consciente. Quizá sus sombreros eran todavía más espléndidos. En cualquier caso, se le pusieron los hombros rígidos como un arco tenso. Trazaba líneas con el dedo en el suelo manchado de hollín como se se muriese por tener sus pinceles.
—Cuando te entregues a Nerón—me dijo—, lo primero que tienes que hacer es conseguirnos tiempo.
Su tono me inquietó casi tanto como sus palabras: "cuando", no "si" yo me entregaba. Rachel había aceptado que esa era la única solución posible. La realidad de mi problema se enroscó y se acurrucó en mi garganta como un escinco de cinco rayas.
Asentí con la cabeza.
—Conseguir tiempo. Sí.
—Nerón querrá incendiar Nueva York en cuento te tenga—dijo—. ¿Por qué iba a esperar? A menos, claro, que tú le des un motivo.
Tenía la sensación de que no me gustaría la propuesta de Rachel. No tenía una idea clara de lo que Nerón pretendía hacer conmigo cuando me entregase... aparte de la tortura y la muerte de rigor. Luguselva creía que el emperador nos mantendría a Percy y a mí con vida al menos por un tiempo, aunque no había precisado lo que sabía de los planes de Nerón.
Cómodo había querido convertir mi muerte en un espectáculo. Calígula había querido extraerme la divinidad que me quedaba y sumarla a su poder con la ayuda de la hechicería de Medea. Nerón podía tener ideas parecías. O—y me temía que era lo más probable— cuando acabase de torturarme, podía entregarme a Pitón para sellar su alianza. Sin duda la vieja enemiga reptil de mi hermano disfrutaría engulléndome entera y dejando que muriese en su barriga durante muchos días de digestión insoportables.
A Pitón realmente no le importaba yo, solo me veía como una herramienta a usar para atraer a Apolo, para lastimarlo. No tenía pensado darle ese gusto.
—¿Qué motivó haría esperar a Nerón?—pregunté.
Rachel trazaba florituras en el hollín: ondas, quizá, o el contorno de las cabezas de unas personas.
—¿Dijiste que el Campamento Mestizo está listo para ayudar?
—Sí... Kayla y Austin me dijeron que permanecerían alerta. Además, Quirón debería volver pronto al campamento. Pero un ataque a la torre de Nerón estaría condenado al fracaso. El objetivo de que nos entreguemos...
—Es distraer al emperador de lo que Nico, Will y yo esteremos haciendo, con suerte, gracias a la ayuda de los troglos: inutilizar los tanques de fuego griego. Pero tendrás que darle a Nerón otro incentivo para evitar que pulse ese botón cuando te entregues. De lo contrario, no tendremos tiempo para sabotear su arma, por muy rápido que los troglos puedan correr o excavar.
Entendí lo que ella insinuaba. El escinco de cinco rayas de la realidad empezó a deslizarse lenta y dolorosamente por mi esófago.
—Quieres avisar al Campamento Mestizo—dije—. Que emprendan un ataque de todas formas, a pesar de los riesgos.
—Yo no quiero nada—repuso ella—. Pero es la única forma. Tendrá que estar perfectamente sincronizado. Tú y Percy se entregan. Nosotros nos ponemos manos a la obra con los trogloditas. El Campamento Mestizo se prepara para el ataque. Pero si Nerón cree que el campamento entero va a por él...
—Sería algo por lo que valdrá la pena esperar. Acabar con toda la población del Campamento Mestizo a la vez que destruye la ciudad, todo en medio de una terrible tormenta de fuego—tragué saliva—. Podría limitarme a decir un farol. Podría decir que vienen refuerzos.
—No—dijo Rachel—. Tiene que ser de verdad. Nerón tiene a Pitón de su parte. Pitón lo sabrá.
No me molesté en preguntarle por qué. Es posible que el monstruo todavía no pudiese ver a través de los ojos de Rachel, pero yo recordaba perfectamente como sonaba su voz a través de la boca de mi amiga. Estaban conectados. Y esa conexión se estaba intensificando.
Me negaba a considerar los detalles de un plan tan disparatado, pero me sorprendí preguntando:
—¿Cómo avisarás al campamento?
Rachel esbozó una sonrisa.
—Yo puedo usar móviles. Normalmente no llevo ninguno, pero no soy una semidiosa. Suponiendo que consiga volver a la superficie, donde los móviles funcionan, puedo comprar uno barato. Quirón tiene un ordenador viejo y cutre en la Casa Grande. Apenas lo usa, pero sabe buscar mensajes o correos electrónicos en situaciones de emergencia. Suponiendo que esté allí.
Parecía muy tranquila, cosa que me hizo sentir más agitada.
—Tengo miedo, Rachel—reconocí—. Una cosa es ponerme yo en peligro. Pero ¿el campamento entero? ¿Todo el mundo?
Sus ojos verdes me estudiaron detenidamente.
—Lo sé, Cintia. Pero tendrás que confiar en mí. Ese camino arcano, lo que se supone que tengo que mostrarte, estoy convencida de que se trata de eso. Así es como podemos arreglarlo todo.
"Arreglarlo todo"
¿Qué significaba arreglarlo todo?
Ni todos los éxitos del mundo nos devolverían a Jason, no a Dakota, ni a Don, ni a Planta del Dinero, ni a Heloise, ni a los muchos héroes que habían caído. No podíamos reparar esas tragedias.
Miré a Rachel a los ojos.
—Confío en ti. Lo arreglaré todo. O moriré en el intento.
Un mundo en el que el futuro estaba controlado por un reptil gigante, en el que la esperanza se apagaba, en el que los héroes sacrificaban su vida en vano, y el dolor y la adversidad no podían dar fruto a una vida mejor era un mundo mucho peor a un mundo sin Artemisa.
Rachel asintió con la cabeza, satisfecha.
—Estoy orgullosa de ti—dijo—. Pase lo que pase. Recuérdalo.
Era extrañamente gratificante. Rachel se comportaba como la hermana mayor que jamás tuve, era difícil de explicar.
El cocinero volvió a aparecer en nuestro campamento con el delantal y el gorro salpicados de caldo humeante. Todavía tenía un brillo ávido en los ojos.
—VISITANTES...YIII... ¡venid conmigo! ¡Estamos listos para el banquete!
...
Bueno, en un tema a parte, como algunos sabrán soy jugador de Yu-Gi-Oh! Y recién me acaba de llegar esta preciosidad:
¿A quién les recuerda?
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