Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

De


Artemisa:

Bien, la siguiente visita fue un tanto incómoda.

Era una bonita tarde de verano en Tahlequah, Oklahoma. Había millones de estrellas en el cielo y las cigarras cantaban en los árboles. El calor se asentaba sobre las colinas onduladas. En la hierba brillaban las luciérnagas.

Había deseado aparecer donde estuviese Piper McLean. Acabé en la azotea de una modesta casa de labranza: la cada solariega de los McLean. En el borde de la azotea, dos personas se hallaban sentadas hombro con hombro, sus siluetas oscuras de espaldas a mí. Una se inclinó y besó a la otra.

Me sentí bastante incómoda en ese momento, tanto que empecé a brillar como el flash de una cámara y pasé sin querer de mi forma humana a la de Artemisa: doce años, uniforme de caza, piel clara y todo lo demás. Los dos tortolitos se volvieron para mirarme. Piper McLean estaba a la izquierda. A la derecha estaba sentada otra joven con el pelo moreno corto y un piercing de pedrería en la nariz que centelleaba en la oscuridad.

Piper desenlazó los dedos de los de la otra chica.

—Vaya, Artemisa. Qué oportuna.

—Ejem, perdón. Yo...

—¿Quién es ella?—preguntó la otra chica, probablemente confundida por la niña de doce años que brillaba como una lámpara plateada.

Piper lo pensó por un instante.

—Es...

—Soy hermana de Jason—respondí.

La otra chica hizo una mueca de comprensión, se volvió hacia Piper.

—¿Tu amigo que...?

Piper asintió con la cabeza.

—Sí... perdona, Shel. ¿Me disculpas un momento?

—Claro.

Piper se levantó y me llevó al otro lado de la azotea.

—Fue... bastante lindo que dijeras ser la hermana de Jason.

—Es la verdad—respondí—. El era mi hermano.

Ella asintió con la cabeza.

—Bueno, ¿qué te trae por aquí?

—Solo quería pasar para asegurarme de que las cosas te van bien—dije—. Y parece que sí.

Piper me dedicó un atisbo de sonrisa.

—Bueno, todavía es pronto.

—Estás en proceso.

—Exacto—dijo ella.

—Me alegro por ti.—Le aseguré—. ¿Y tu padre, cómo lo lleva?

—Sí, bueno... pasar de Hollywood a Tahlequah es un gran cambio. Pero parece que ha encontrado tranquilidad. Ya veremos. Me he enterado de que has vuelto al Olimpo. Enhorabuena.

No estaba segura de si procedía una felicitación, considerando mi inquietud general y mi sensación de falta de mérito, pero asentí con la cabeza. Le conté lo que había pasado con Nerón. Le relaté el funeral de Jason.

Ella se abrazó a si misma.

—Eso está bien—dijo—. Me alegro de que el Campamento Júpiter le hiciese justicia. Me alegro de que tú le hicieses justicia.

—Yo no sé nada de eso—dije.

Ella me posó la mano en el brazo.

—No lo has olvidado. Lo noto.

Se refería a ser humana, a honrar los sacrificios que se habían hecho.

—No—dije—. No lo olvidaré. Ese recuerdo forma ahora parte de mí.

—Qué bien. Y ahora, con tu permiso...

Señaló hacia su "amiga" Shel.

—Claro. Cuídate, Piper McLean.

—Tú también, Artemisa. Y, la próxima vez, no estaría mal avisar antes de venir de visita.

Murmuré algo a modo de disculpa, pero ella ya se había vuelto para regresar con su nueva amiga, su nueva vida y las estrellas del cielo.











Siguiente reencuentro: Meg McCaffrey.

Un día de verano en Palm Springs. El calor seco y abrasador me recordaba el Laberinto en Llamas, pero no había nada malicioso ni mágico en él. El desierto simplemente se calentaba.

Aeithales, el antiguo hogar del doctor Phillip McCaffrey, era un oasis de vida fresca y verde. Las ramas de los árboles habían crecido hasta remodelar la estructura en su día artificial y la habían vuelto todavía más imponente que en la infancia de Meg. Las ventanas habían sido sustituidas por capaz de enredaderas que se habrían y cerraban automáticamente para dar sombra y fresco, respondiendo a las más mínimas fluctuaciones de los vientos. Los invernaderos habían sido reparados y ahora estaban repletos de especímenes raros de plantas de todo el sur de California. Manantiales naturales llenaban las cisternas y proporcionaban agua para los jardines y un sistema de refrigeración para la casa.

Aparecí con mi forma humana en el camino de la casa a los jardines y por poco acabé ensartada por las melíades, la troupe particular de Meg compuesta por siete superdríades.

—¡Alto!—gritaron al unísono—. ¡Intruso!

Tal vez había renunciado a mi trono en el Olimpo, pero seguía siendo la señora de lo salvaje. Bastó con una mirada y un leve cambio en mi aura para que me dejaran pasar sin problemas.

Encontré a Meg cavando la tierra junto a los ex miembros de la familia de Nerón, enseñándoles a trasplantar los retoños de cactus. Vi a Emilia y Lucio, que cuidaban con satisfacción de su pequeño cactus. Hasta el joven Casio estaba allí, aunque no tenía ni idea de cómo lo había localizado Meg. Bromeaba con una de las dríades y parecía tan relajado que me costó creer que fuese el mismo Niño que había huido de la torre de Nerón.

Cerca, en el borde de un huerto de melocotones recién plateado, se hallaba el karpos Melocotones en todo su esplendor paralelo. Estaba entablando una conversación con una joven karpos que supuse era originaria de la zona. Se parecía mucho al propio Melocotones, solo que estaba cubierta de una fina capa de espinas.

—Melocotones—le dijo Melocotones.

—¡Higo Chumbo!—replicó la joven.

—¡Melocotones!

—¡Higo Chumbo!

Esa parecía toda su discusión. Tal vez estaba a punto de degenerar en un suelo a muerte por la supremacía de la fruta local. O tal vez era el principio de la historia de amor más grande por madurar. Con los karpoi era difícil saberlo.

Una sonrisa se dibujó en la cara de Meg en cuanto me vio. Llevaba su clásica ropa color semáforo, tocado con un gorro de jardinero an como el sombrerete de una seta. A pesar de la protección, el cuello se le estaba poniendo rojo de trabajar al aire libre.

Le di un fuerte abrazo. Olía a higo chumbo y arena caliente.

—Vosotros seguid—les dijo a sus aprendices—. Volveré.

Los antiguos niños imperiales parecieron encantados de obedecer. De hecho, daba la impresión de que estaban empeñados en trabajar en el huerto, como si su cordura dependiese de ello, y tal vez no me equivocaba.

Meg me llevó a ver la nueva finca, seguidas de seria por las melíades. Me enseñó la caravana en la que ahora vivía la sibila Herófila cuando no estaba trabajando en la ciudad leyendo las cartas del tarot y sanando con cristales. Meg presumió que el antiguo Oráculo sacaba suficiente dinero para cubrir todos los gastos de Aeithales.

Nuestros amigos, las dríades Josué y Aloe Verá se alegraron de verme. Me hablaron de su labor ambulante por el sur de California, plantando nuevas dríades y haciendo todo lo posible por curar los daños de las sequías y los incendios descontrolados. Todavía tenían mucho trabajo por hacer, pero las cosas habían mejorado. Aloe nos siguió un rato embadurnando los hombros quemados de Meg con mejunje y regalándola.

Al final llegamos a la sala principal de la casa, donde Luguselva estaba armando una mecedora. Había sido equipada con unas nuevas manos, obsequio de la cabaña de Hefesto del Campamento Mestizo.

—¡Hola, compi de celda!—Lu sonrió. Hizo un gesto con la mano que normalmente no se asociaba a los saludos cordiales. Luego soltó un juramento y agitó sus dedos metálicos hasta que se abrieron en un saludo propiamente dicho—. Perdona. Estas manos no están bien programadas. Hay que arreglar unos cuantos problemas.

Se levantó y me dio un abrazo de oso. Sus dedos se abrieron y empezaron a hacerme cosquillas entre los omóplatos, pero pensé que debió de tratarse de un acto involuntario, porque Lu no parecía muy aficionada a las cosquillas.

—Te vez bien—dije, apartándome.

Lu rió.

—Tengo a mi Retoño. Tengo un hogar. Vuelvo a ser una mortal normal y corriente, y no lo cambiaria por nada del mundo.

Me contuve antes de decir: "Yo tampoco". La idea me puso melancólica. La idea de envejecer en esa bonita casa hecha de árboles en el desierto, viendo crecer a Meg y convertirse en una mujer fuerte y poderosa... no sonaba mal.

Lu debió de percatarse de mi tristeza. Señaló hacia atrás a la mecedora.

—Bueno, os dejo seguir con la visita. Armar este mueble de IKEA es la misión más difícil que he tenido en años.

Meg me llevó a la terraza cuando el sol de la tarde se estaba poniendo detrás de las montañas de San Jacinto. Y mientras Apolo se dirigía a casa, se acercaba el momento de que yo retomara mi lugar en el cosmos.

—Supongo que tienes que irte—dijo Meg—. A conducir la luna y todo eso.

Le revolví el cabello.

—Sí, pero te prometo que un día de estos te llevaré a dar un paseo en la luna.

Se le iluminó el rostro.

—¿De verdad?

Sonreí.

—Sí, de verdad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro