Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cerrando un ciclo:


¿Por qué tan grande?

Nunca lo había pensado antes, pero después de seis meses fuera, el salón del trono del Olimpo me parecía absurdamente gigantesco. El interior podría haber alojado un portaaviones. El gran techo abovedado, sembrado de constelaciones, podría haber dado cabida a las cúpulas más grandes creadas por los humanos. La rugiente hoguera central tenía el tamaño idóneo para asar una furgoneta. Y, claro, los tronos propiamente dichos eran del tamaño de torres de asedio, diseñados para seres que medían seis metros de estatura.

Al vacilar en el humoral, pasmada ante la enormidad de todo, me di cuenta de que estaba respondiendo mi propia pregunta. El objetivo de hacer las cosas grandes era hacer sentir pequeños a nuestros ocasionales invitados.

No solíamos invitar a seres "inferiores" de visita, pero cuando lo hacíamos, nos gustaba que se quedasen boquiabiertos y que tuviesen que estirar el cuello para vernos bien.

Si luego optábamos por bajar de nuestros tronos y reducirnos al tamaño de los mortales, para poder llevar aparte a esas visitas y mantener una charla confidencial con ellos, o darles una palmadita en la espalda, parecía que hacíamos algo muy especial por ellas descendiendo a su nivel.

No había ningún motivo por el que los tronos no pudiesen ser de tamaño humano, pero entonces habríamos parecido demasiado humanos. O de doce metros de altura, pero eso habría sido demasiado incómodo; habríamos tenido que gritar demasiado para hacernos oír. Habríamos necesitado lupas para ver a nuestros visitantes.

Incluso podríamos haber hecho tronos de quince centímetros de altura. Personalmente, me habría encantado verlo. Un héroe semidiós se presenta despacio ante nosotros después de una horrible misión, hinca su rodilla frente a un grupo de dioses en miniatura, y Zeus chilla con voz de Mickey Mouse: "¡Bienvenido al Olimpo!"

Mientras pensaba en todo eso, caí en la cuenta de que las conversaciones de los dioses se habían interrumpido. Todos se habían vuelto para mirarme en la puerta. Ese día estaba presente la panda al completo, circunstancia que solo se daba en ocasiones especiales: el solsticio, las saturnales, el Mundial de Fútbol.

Tuve un momento de pánico. ¿Sabía aún cómo volverme de seis metros de altura? ¿Tendrían que ponerme un asiento elevador?

Llamé la atención de Apolo. El asintió con la cabeza y sonrió para alentarme.

Eso me dio la confianza que necesitaba. Entré con aire resuelto en el salón. Para gran alivio mío, mi estatura aumentó a cada paso que daba. Una vez con el tamaño adecuado, me senté en mi viejo trono, justo al otro lado de la hoguera enfrente de mi hermano, con Atenea a la derecha y Afrodita a la izquierda.

Miré a los ojos a cada dios uno por uno, desafiándolos a decir algo.

Zeus simplemente me observó con una mirada turbulenta bajó sus pobladas cejas morenas. Había optado por vestirse al estilo tradicional con un quitón blanco suelto, que no era la prenda más indicada para él considerando cómo le gustaba sentarse despatarrado.

—Has vuelto—comentó el señor supremo de la obviedad.

—Sí, padre.—Me preguntaba si la palabra "padre" sonaba tan mal como sabía. Traté de controlar la bilis que me subía por dentro. Eché un vistazo a los demás dioses—. Bien, ¿quién ganó la apuesta?

Hefesto por lo menos tuvo la cortesía de moverse incómodo en su asiento, claro que él siempre estaba incómodo. Atenea lanzó una mirada fulminante a Hermes como diciendo: "Te dije que era mala idea"

—Hermana—dijo Hermes—. Solo lo hicimos para dominar los nervios. ¡Estábamos preocupados por ti!

Ares bufó.

—Sobre todo por la torpeza con que te desenvolviste ahí abajo. Me sorprende que durases tanto.—Se puso colorado, como si acabase de darse cuenta de que estaba hablando en voz alta—. Ejem... o sea, bien hecho, hermana. Has sobrevivido.

—Así que perdiste un dineral—resumí.

Ares maldijo entre dientes.

—Atenea y Apolo se reparten el bote.—Hermes se frotó el bolsillo trasero, como si todavía le doliese en la cartera.

Alcé una ceja en dirección a los mencionados.

Apolo solo me sonrió, mientras que Atenea se encogió de hombros.

—Sabiduría. Siempre viene bien.

Miré a todos los presentes, extendí los brazos para comunicar con señas que estaba dispuesta a oír lo que fuese: cumplidos; insultos; críticas constructivas... No tenía idea de cual era el orden del día de la reunión, y descubrí que tampoco me importaba mucho.

Dos tronos a mi izquierda, Dioniso tamborileaba con los dedos en sus reposabrazos con estampado de leopardo. Debido a su exilió en el Campamento Mestizo, casi nunca le permitían visitar el Olimpo. Y cuando lo hacía, normalmente tenía cuidado de no hablar a menos que se dirigiesen a él. Así que hoy sorprendió a todos cuando se atrevió a hablar:

—Pues yo opino que lo hizo de maravilla—comentó—. Creo que, en tu honor, todo dios que esté actualmente castigado en la tierra debería ser perdonado de inmediato...

—No—le espetó Zeus.

Dioniso volvió a hundirse en su trono con un suspiro de abatimiento.

Bueno, lo había intentado, y lo entendía. Su castigo parecía totalmente carente de sentido y desproporcionado. Pero los caminos de Zeus eran inescrutables, no siempre sabíamos cuál era su plan.

Es probable que fuera porque no tenía plan.

Deméter había estado entrelazando tallos de trigo con nuevas variedades resistentes a la sequía, como acostumbraba a hacer mientras escuchaba nuestras deliberaciones, pero entonces dejó a un lado su cesto.

—Estoy de acuerdo con Dioniso. Artemisa es digna de elogio.

Tenía una sonrisa afable. Su cabello rubio ondeaba movido por una brisa invisible. Traté de encontrar algún parecido con su hija Meg, pero eran tan diferentes como un grano y una cáscara de cereal. Decidí que prefería la cáscara.

—Ayudaste a mi hija—continuó Deméter—. Le hiciste encontrar en sí misma la fuerza que necesitaba para salir adelante, gracias.

Asentí con la cabeza sin decir nada.

La reina Hera se levantó el velo. Como había visto en el sueño, tenía los ojos enrojecidos e hinchados de llorar, pero cuando habló, lo hizo con un tono duro como el bronce.

Lanzó una mirada furibunda a su marido.

—Por lo menos Artemisa hizo algo.

—No empieces otra vez—dijo Zeus con voz cavernosa.

—Mi elegido—dijo Hera—. Jason Grace. Tu hijo. Y tu...

—¡Yo no lo maté, mujer!—tronó Zeus—. ¡Fue Calígula!

—Sí—soltó Hera—. Y por lo menos Artemisa lloró su muerte. Por lo menos se vengó.

Un momento... ¿Qué estaba pasando? ¿Me estaba defendiendo mi madrastra malvada?

Para gran sorpresa mía (y de todos), cuando Hera me miró a los ojos, su mirada no era hostil. Parecía que buscase solidaridad, lástima incluso. "¿Ves con lo que tengo que lidiar? ¡Tu padre es horrible!"

En ese momento sentí compasión por mi madrastra por primera vez en, ejem, mi vida. No me malinterpretes. Seguía odiándola. Pero se me pasó por la cabeza que ser Hera puede que no fuese tan fácil, considerando con quien estaba casada. Esa misma fue una de las razones por las que hice mi juramento hacia tanto tiempo, después de ver la locura que podía alcanzar Hera por culpa de un hombre, supe que lo mejor sería definitivamente mantenerme alejada de eso.

—En cualquier caso—masculló Zeus—, parece que después de dos semanas, el arreglo de Artemisa es permanente. Pitón se ha ido de verdad. Los oráculos son libres. Las Moiras pueden volver a devanar su hilo sin estorbos.

Esas palabras se depositaron sobre mí como cenizas del Vesubio.

El hilo de las Moiras. ¿Cómo no lo había pensado antes? Las tres hermanas eternas utilizaban su telar para hilar las vidas de dioses y mortales. Cortaban la cuerda del destino cuando era el momento de que alguien muriese. Eran superiores y más poderosas que cualquier oráculo. Más poderosas incluso que los dioses del Olimpo.

Al parecer, el veneno de Pitón había hecho algo más que suprimir las profecías. Si también podía interferir en el tejido de las Moiras, el reptil podría hacer puesto fin o prolongado las vidas según considerase oportuno. Las consecuencias eran horripilantes.

Me llamó la atención otro detalle de la declaración de Zeus. Había dicho que parecía que mi arreglo era permanente. Eso daba a entender que Zeus no estaba seguro. Sospechaba que cuando yo había caído al borde del Caos, Zeus no había podido ver. Incluso su visión de lejos tenía sus limitaciones. Él no sabía exactamente lo que había pasado, cómo había vencido a Pitón, como había regresado del abismo.

Capté una mirada de Atenea, que asintió con la cabeza casi de forma imperceptible.

—Sí, padre—dije—. Pitón se ha ido. Los oráculos son libres. Espero que obtenga tu aprobación.

Mi tono era seco, muy seco, incluso me sorprendí a mi misma.

Zeus se acarició la barba como si considerase las infinitas posibilidades del futuro. Poseidón me miró fijamente, con una expresión clara de "luego hablamos"

—Estoy satisfecho—declaró Zeus.

Los dioses dejaron escapar un suspiro colectivo. Por mucho que fingiésemos ser un consejo de doce miembros, en realidad éramos una tiranía. Zeus no era tanto un padre benevolente como un líder con mano de hierro dotado de las armas más poderosas y la capacidad de despojarnos de nuestra inmortalidad cuando lo ofendíamos.

Sin embargo, por algún motivo, no me sentí aliviada de librarme de Zeus. De hecho, tuve que reprimirme para no poner los ojos en blanco.

—Bien—dije.

—Sí—asintió Zeus. Carraspeó incómodo—. Bienvenida de nuevo a la divinidad, hija mía. Todo ha salido de acuerdo con mi plan. Los has hecho admirablemente. ¡Estás perdonada y puedes volver a tu trono!

Hubo algunos aplausos de cortesía de las demás deidades.

Apolo era el único que parecía contento de verdad.

—¿Qué es lo primero que vas a hacer ahora que has vuelto?—preguntó Hermes—. ¿Aniquilar tíos mortales? ¿Conducir el carro lunar muy cerca de la tierra para crear maremotos?

Poseidón me miró alzando una ceja.

Yo los fulminé a todos con la mirada.

—Creo que visitaré a unos viejos amigos.

Afrodita soltó un chillido que me dejó medio sorda.

—¡¿Te refieres a Percy?!

Eso llamó la atención de todos otra vez hacía mí.

—Sobre eso...—murmuré—. ¿Exactamente, cuánto vieron?

Apolo se inclinó en su trono.

—Desde que entraron en la torre—dijo—. ¿Por qué? ¿Sucedió algo antes de eso?

—Nada que sea de su incumbencia.

Afrodita se rió.

—Pero sí que es de mi incumbencia, querida.

Atenea tomó su turno para abordarme.

—¿Y qué hay de tu juramento?

—Yo...

Cuando empezaba a perder el control de la situación, mi padre me ayudó, por una vez.

—Bueno, pues—Zeus echó un vistazo a la sala por si alguno de nosotros quería tener una oportunidad de arrastrarse a sus pies—. El consejo ha terminado.

Los dioses del Olimpo se esfumaron uno tras otro para retomar la travesura divina con la que habían estado ocupados. Finalmente, solo quedamos cuatro personas en la sala.

Apolo me abrazó una última vez.

—De verdad me debes muchas explicaciones—dijo.

—Las tendrás—aseguré—. Solo, dame algo de tiempo.

Mi hermano desapareció en una llama dorada.

Poseidón se paró frente a mi.

—Lo lastimaron—dijo—. Yo nunca intervine o dije algo sobre la relación de mi hijo con la criatura de Atenea, sabía que era decisión de Percy, aunque hubiera algo que no me agradaba del asunto. Ya vimos como acabó eso.

Yo solo pude asentir en silencio.

—No sé exactamente que haya entre ustedes dos—siguió—. Si los hace felices, adelante. Pero si lo lastimas...

Dejó la frase en el aire, pero entendí perfectamente su significado.

El dios de los océanos desapareció entre brisa marina.

Finalmente, quedamos Zeus y yo solos.

Mi padre tosió contra el puño.

—Sé que piensas que el castigo fue duro, Artemisa.

Contesté, manteniendo una expresión neutra:

—No, padre—dije—. Sé... se que no debería haber intervenido por mi hermano. Las experiencias que gané... creo... sé que a Apolo le hubiesen sido más útiles.

Zeus analizó mi respuesta.

—Confiaba en que solamente Apolo podría vencer a Pitón—siguió Zeus—. Solo él podía liberar a los oráculos. Pero parece que me equivoqué.

—Entonces... si creías que sólo Apolo podría hacerlo—dije—. ¿Por qué me dejaste tomar su lugar?

Zeus me miró fijamente.

Me desafiaste, y yo respondí—dijo—. Pero a Apolo le sirvió, cualquier sufrimiento que pudiera haber tenido viajando como mortal, lo vivió al ver como el peso de sus acciones caía en ti. Aprendió lo que necesitaba, y creo que tú también. Me has hecho sentir orgulloso.

Es interesante como lo expresó: yo lo había desafiado y el había respondido, la culpa no era de él, era mía. Era aterrador lo similar que se oía eso al discurso de Nerón hacia sus hijos.

Supongo que podría haberme enfurecido con él y haberlo puesto verde. Estábamos solos. Probablemente él lo esperaba. Dada su vergüenza e incomodidad en ese momento, puede que incluso me hubiese salido bien la jugada.

Pero eso no le habría hecho cambiar. No habría variado nada entre nosotros.

No puedes cambiar a un tirano tratando de ser peor que él. Meg no podría haber cambiado a Nerón, como yo tampoco podía cambiar a Zeus. Solo podía ser distinta a él. Mejor. Más... humana. Y reducir el tiempo que pasaba con él a lo mínimo posible.

Y había una forma de hacer eso.

—Ya no puedo más con esto, padre—dije.

Zeus no pareció entender lo que yo quería decir. Se inclinó en su trono y me miró fijamente.

—Artemisa...

Me levanté del trono y me empecé a deshacer en luz plateada.

—Esto es mi renuncia oficial a mi trono en el Olimpo—sentencié—. Lego mi lugar a quien el consejo considere apropiado. Mantendré y cumpliré con mis responsabilidades como diosa, pero no pienso volver a pisar esta sala a menos que sea absolutamente necesario.

Sabía que esa decisión me traería algunos problemas en el futuro, tendría conversaciones incómodas y definitivamente Zeus me buscaría más tarde para aclarar las cosas.

Pero eso era un problema para después. Había otros sitios en los que prefería estar, y tenía intención de visitarlos todos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro