Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Batallas perdidas:


"Muerte a mis enemigos" era un magnífico grito de guerra. Un auténtico clásico, pronunciado con convicción.

Sin embargo, se perdió parte del dramatismo cuando Nerón pulsó el botón y las persianas de las ventanas empezaron a bajar.

El emperador soltó una maldición—quizá una que Meg le había enseñado—y se lanzó a los cojines del sofá, buscando el control remoto correcto.

Meg había desarmado a Emilia, como había prometido, y ahora blandía su espada prestada mientras más y más hermanos adoptivos la rodeaban, impacientes por participar en su ejecución.

Nico y Percy se abrían paso entre los germani. Eran más de una decena contra dos, pero sus espadas mágicas no tardaron en infundir un saludable respeto. Hasta los bárbaros saben superar una curva de aprendizaje pronunciará si es lo bastante afilada y dolorosa. Aún así, sabía que Nico no podría aguantar mucho más, sobre todo porque las lanzas de los germani tenían mayor alcance, y el ojo de Hades solo podía ver con el ojo derecho. Vercorix gritó a sus hombres y les ordenó que rodeasen a los semidioses. Por desgracia, parecía que al teniente canoso se le daba mucho mejor reunir a sus fuerzas que entregar controles remotos.

Percy se concentraba en cubrir el lado ciego de Nico con su escudo, mientras se defendía el mismo con su espada, pero aún así, la batalla se veía complicada.

En cuanto a mí, ¿cómo puedo explicar lo difícil que es usar un arco después de haber sido apuñalada en el costado? Todavía no estaba muerta, y eso confirmaba que el puñal no había tocado ninguna de las arterias y órganos importantes de mi cuerpo, pero cuando intentaba levantar el brazo me daban ganas de gritar de dolor.

Había perdido sangre. Sudaba y tiritaba. A pesar de todo, mis amigos me necesitaban. Tenía que hacer lo que estuviese en mi mano.

—Mountain Dew, Mountain Dew—murmuré, tratando de despejar la cabeza.

Primero, le di una patada más a Lucio en la cara y lo dejé inconsciente. Luego disparé una flecha a otro semidiós imperial que estaba a punto de apuñalar a Meg por la espalda. No quería matar a nadie, recordando la cara de terror de Casio en el ascensor, pero le di a mi objetivo en el tobillo y le hice gritar y andar como una gallina por el salón del trono. Eso me dejó buen sabor de boca.

Mi mayor problema era Nerón. Con Meg, Nico y Percy sobrepasados por los enemigos, el emperador tenía tiempo de sobra para buscar controles remotos en el sofá. El hecho de que las puertas blindadas estuvieran destrozadas no parecía haberle hecho perder el entusiasmo por inundar la torre de gas venenoso. Tal vez, al ser un dios menor sería inmune. Tal vez hacía gárgaras con gas sasánida cada mañana.

Disparé al centro de su cuerpo; un tiro que debería haberle partido el esternón. En cambio, la flecha se hizo astillas contra su toga. Quizá la prenda contaba con alguna forma de magia protectora. O eso o la había confeccionado un sastre muy bueno. Con gran dolor, coloqué otra flecha en el arco. Esta vez apunté a la cabeza de Nerón. Recargaba muy despacio. Cada tiro era un suplicio para mi cuerpo torturado, pero apuntaba bien. La flecha le dio justo entre los ojos. Y se hizo añicos infructuosamente.

A Nerón también lo había confeccionado un sastre muy bueno, al parecer.

El emperador me miró frunciendo el entrecejo desde el otro lado del salón.

—¡Basta!—Y acto seguido volvió a buscar su control.

Me desmoralice aún más. Estaba claro que Nerón todavía era invulnerable. Luguselva no había conseguido destruir sus fasces. Eso significaba que nos enfrentábamos a un emperador que tenía tres veces más poder que Calígula o Cómodo, y ellos no habían sido precisamente unas presas fáciles. Si en algún momento Nerón dejaba de preocuparse por el aparato del gas venenoso y nos atacaba, estaríamos muertos.

Nueva estrategia. Apunté a los controles remotos. Cuando el tomó el siguiente, se lo arrebaté de la mano de un tiro.

Nerón gruñó y agarró otro. Yo no podía disparar lo bastante rápido.

El emperador me apuntó con el aparato y apretó los botones como si fuese a liquidarme. Sin embargo, tres pantallas de televisión gigantes descendieron del techo y se encendieron parpadeando. En la primera apareció un noticiario local: imágenes en directo tomadas desde un helicóptero que daba vueltas alrededor de la torre en la que nos encontrábamos. Por lo visto, estábamos ardiendo. Tanto rollo con la torre indestructible para eso. La segunda pantalla mostraba un torneo de golf. La tercera estaba dividida entre los canales de noticias Fox News y MSNBC, que uno al lado del otro deberían haber bastado para producir una explosión de antimateria. Supongo que el hecho de que viese las dos cadenas era una señal de la inclinación apolítica de Nerón, o quizá de personalidades múltiples.

Como persona de personalidades múltiples que yo era, decidí no juzgar.

Nerón gruñó de frustración y tiró el control remoto.

—¡Deja de luchar contra mí, Diana! Te mataré igualmente. ¿No lo entonces? ¡O yo o el reptil!

La frase puso nerviosa e hizo que mi siguiente disparo se desviase. Impactó en la entrepierna de Vercorix, que cruzó las piernas de dolor mientras le flecha recorría su cuerpo hasta hacerlo cenizas.

—Hasta cuando fallo acierto—murmuré con algo de diversión.

En el otro lado de la sala, detrás del estrado de Nerón, aparecieron más bárbaros que venían a defender al emperador con las lanzas en ristre. ¿Tenía Nerón un armario escobero lleno de refuerzos allí detrás? Era de lo más injusto.

Meg seguía rodeada de sus hermanos adoptivos. Había logrado hacerse con un escudo, pero sus enemigos eran muchos más. Yo entendía su deseo de abandonar las cimitarras que Nerón le había regalado, pero estaba empezando a poner en duda el momento que había elegido para esa decisión. Además, ella parecía empeñada en no matar a sus atacantes, pero sus hermanos no se andaban con esos remilgos. Los otros semidioses la iban acorralando, y sus sonrisas de confianza eran indicio de que intuían la victoria inminente.

Nico y Percy estaban perdiendo terreno contra los germani. Ambos peleaban con heridas previas, a Nico parecía que la espada le pesara cinco kilos más a cada segundo, mientras que los movimientos de Percy se hacían más lentos y predecibles, al tiempo que sus heridas se reabrían y empezaba a sangrar de las piernas y brazos.

Estiré el brazo hacia mis carcajs y me di cuenta de que solo me quedaba una flecha que disparar, sin incluir a la Flecha de Dodona.

Nerón sacó otro control remoto. Antes de que yo pudiese apuntar, pulsó un botón. Una bola de espejos bajó del centro del techo. Se encendieron una luces y empezó a sonar música.

Nerón tiró el control y agarró... oh, dioses. El último control. El último siempre es el bueno.

Una rápida evaluación del lugar me hizo decidir mi mejor jugada.

—¡Nico!—grité.

No tenía ninguna posibilidad de derribar a Nerón. De modo que disparé al germanus que se interponía justo entre el hijo de Hades y del trono. El bárbaro voló por los aires y se desvaneció en la nada.

Nico, bendito fuese su sombrero de vaquero, entendió mi intención. Atacó, escapó del cerco de germani y se lanzó directamente a por el emperador con todas las fuerzas que le quedaban.

El espadazo descendiente de Nico debería haber partido a Nerón de la cabeza a la cola de demonio, pero el emperador agarró la hoja con la mano libre y la paró en seco. El hierro estigio siseo y empezó a echar humo mientras él la sujetaba. Le cayeron gotas de sangre dorada entre los dedos. Arrebató la espada a Nico de un tirón y la lanzó al otro lado de la sala. Nico se abalanzó sobre la garganta de Nerón, dispuesto a estrangularlo o convertirlo en un esqueleto de Halloween. El emperador le propinó un revés con tal fuerza que el hijo de Hades voló seis metros por los aires y se estrelló contra la columna más cercana.

—¡No podéis matarme, idiotas!—gritó Nerón al ritmo de la música—. ¡Soy inmortal!

Pulsó el control remoto. No pasó nada visible, pero el emperador chilló de júbilo.

—¡Ya está! ¡Este es el bueno! Todos sus amigos están muertos. ¡JA, JA, JA, JA, JA, JA!

Meg gritó indignada. Trató de escapar de su cerco de atacantes, como lo había hecho Nico, pero uno de los semidioses le puso la zancadilla. Mi amiga se dio de bruces contra la alfombra. La espada se le escapó de la mano y cayó con estrépito.

Yo quería ir a ayudarla, pero sabía que estaba demasiado lejos. Aunque disparase la Flecha de Dodona, no podía derribar a un grupo entero de semidioses.

Entonces, una patada mandó a uno de los semidioses imperiales lejos de Meg. Percy detuvo la lanza de un germanus con su escudo, propinó un corte con su espada. Atravesó el pecho de un segundo germani, disolviéndolo en polvo. Detuvo el ataque de un nuevo semidiós imperial. Y luego cayó.

Por muy poderoso que Percy fuera, eran demasiados enemigos y él estaba herido y cansado. Un germanus le asestó una patada en la espada, luego un semidiós imperial otra más en la cara y finalmente le puso un pie en el pecho.

Habíamos fracasado. Más abajo, nuestros amigos morirían asfixiados: el campamento entero borrado del mapa con un solo clic del control de Nerón.

Los germani levantaron a Nico y a Percy y los llevaron a rastras ante el trono. Los semidioses imperiales apuntaron a Meg con sus armas, que ahora estaba postrada e indefensa.

Tres de los cuatro semidioses más poderosos que conocía habían sido derrotados, tres hijos de la primera generación de dioses olímpicos, los nietos del poderoso titán del tiempo, mis primos, derrotados casi al mismo tiempo en la misma sala.

—¡Magnífico!—Nerón sonrió—. Pero lo primero es lo primero. ¡Guardias, matad a Diana!

Los refuerzos de germani cargaron hacia mí.

Tomé el puñal ensangrentado que Lucio había usado contra mi y me puse en guardia, sabía que no lograría nada con ello. Pero no caería sin luchar.

Entonces, detrás de mí, una voz familiar bramó:

—¡ALTO!

Tenía un tono tan autoritario que hasta los guardias y miembros de la familia de Nerón se volvieron hacia las puertas blindadas destruidas.

Y, sé que ya ha pasado muchas veces, por un segundo creí que se trataba de mi hermano, Apolo. Sin embargo, en el umbral se encontraba Will Solace, irradiando luz brillante. A su izquierda estaba Luguselva, sana y salva, con los muñones ahora armados con dagas en lugar de cubiertos. A la derecha de Will se hallaba Rachel Elizabeth Dare, que sujetaba un hacha grande envuelta en un haz de varas doradas: los fasces de Nerón.

—Nadie le pega a mi novio—rugió Will—. ¡Y nadie mata a mi tía!







Los guardias de Nerón se prepararon para atacar, pero el emperador gritó:

—¡QUIETO TODO EL MUNDO!

Su voz sonó tan aguda que varios germani miraron había atrás para asegurarse de que había sido él quien había hablado.

A los semidioses de la familia imperial no pareció hacerles mucha gracia. Estaban a punto de darle a Meg el mismo trato que a Julio César había recibido en el Senado, pero detuvieron sus armas por orden de Nerón.

Rachel Dare echó un vistazo a la estancia: los muebles y bárbaros cubiertos de polen, los árboles crecidos de las dríades, el montón de huesos de toro, las ventanas y columnas agrietadas, las persianas que seguían subiendo y bajando solas, las televisiones a todo volumen, la música sonando, la bola de discoteca dando vueltas...

—¿Qué han estado haciendo aquí, chicos?—murmuró.

Will Solace atravesó el salón con paso seguro gritando: "¡Apartad!" a los germani. Fue directo hasta Nico y ayudó al hijo de Hades a ponerse de pie. A continuación llevó a rastras a Nico a la entrada. Nadie intentó detenerlos.

¿Y Percy?, bien, gracias.

El emperador retrocedió lentamente en el estrado. Estiró una mano por detrás, como si quisiera asegurarse de que su sofá seguía allí por si necesitaba desmayarse de forma teatral. No hizo caso a Will y Nico. Tenía la mirada fija en Rachel y los fasces.

—Tú.—Nerón apuntó a mi amiga pelirroja agitando el dedo—. Tú eres la pitia.

Rachel levantó los fasces entre los brazos como si fuesen un bebé: un bebé muy pesado, puntiagudo y dorado.

—Rachel Elizabeth Dare—dijo—. Y ahora mismo soy la chica que tiene tu vida en sus manos.

Nerón se lamió los labios. Frunció el entrecejo y a continuación hizo una mueca.

—Tú, todos ustedes, deberían estar muertos.

Parecía al mismo tiempo cortés e irritado, como si estuviese regañando a nuestros compañeros por no avisar antes de dejarse caer a cenar.

Una figura menuda salió de detrás de Luguselva: Criii-Bling, director general de Trogloditas SA, engalanado con seis nuevos sombreros encima de su tricornio. Su sonrisa era casi tan radiante como la de Will Solace.

—¡Las trampas de gas son...CLIC... puñeteras!—dijo—. Hay que asegurarse de que los detonadores funcionan.—Abrió la mano, y cuatro baterías de nueve voltios cayeron al suelo.

Nerón fulminó con la mirada a sus hijos adoptivos como diciendo: "Tenían un solo trabajo"

—¿Y como exactamente...?—Nerón parpadeó y entornó los ojos. El brillo de sus fasces parecía hacerle daño en los ojos—. El Leontocéfalo... Es imposible que lo hayáis vencido.

—No lo he vencido.—Lu avanzó y me permitió ver con más detalle sus nuevos accesorios. Alguien (supuse que Will) le había puesto vendas nuevas, más esparadrapo y mejores Armas, que le daban un aire de Wolverine barato—. Le di al guardián lo que exigía: mi inmortalidad.

—Pero tú no tienes...—Pareció que a Nerón se le cerrase la garganta. Su cara adquirió una expresión de miedo, que era como ver a alguien apretar arena húmeda y expulsar agua por el centro.

No pude evitar reír. Era de lo más inapropiado, pero sentaba bien.

—Lu tiene inmortalidad—dije—porque tú eres inmortal. Los dos han estado conectados durante siglos.

A Nerón le tembló un ojo.

—¡Pero esa es mi vida eterna! ¡No puedes cambiar mi vida por mi vida!

Lu se encogió de hombros.

—Es un poco sospechoso, estoy de acuerdo. Pero al Leontocéfalo pareció resultarle... divertido.

Nerón se la quedó mirando con incredulidad.

—¿Te suicidarías para matarme?

—Sin dudarlo—dijo Lu—. Pero no será necesario. Ahora soy una mortal normal y corriente. Destruir los fasces te producirá el mismo efecto.—Señaló a sus antiguos compañeros germánicos—. Y también a todos tus guardias. Serán libres de tu esclavitud. Entonces... veremos cuanto duras.

Nerón rió tan bruscamente como lo había hecho yo.

—¡No puedes! ¿Es que ninguno de ustedes lo entiende? Todo el poder el triunvirato ahora es mío. Mis fasces...—Se le iluminaron los ojos de una súbita esperanza—. No los han destruido todavía porque no pueden. Y aunque no les importase morir, el poder... todo el poder que he estado acumulando durante siglos se hundiría en adelfos e iría a parar...a...a ella. ¡Y eso no les interesa, créanme!

El terror de su voz era totalmente sincero. Por fin me di cuenta de con cuánto miedo había vivido el emperador. Pitón siempre había sido la auténtica fuerza oculta detrás del trono: un titiritero más poderoso de lo que la madre de Nerón había sido jamás. Como la mayoría de los matones, Nerón había sido modelado y manipulado por un abusón todavía más fuerte.

—Tú... pitia—dijo—. Raquel...

—Rachel.

—¡Eso he dicho! Yo puedo influir en el reptil. Puedo convencerle de que te devuelva tus poderes. Pero si me matas, lo perderás todo. Ella... ella no piensa como un humano. No tiene piedad ni compasión. ¡Destruirá el futuro de nuestra especie!

Rachel se encogió de hombros.

—Me parece que tú ya has elegido a tu especie, Nerón. Y no es la humanidad.

Nerón echó un vistazo desesperado al salón. Fijó la mirada en Meg, que ahora estaba de pie, balanceándose com cansancio en medio de sus hermanos imperiales.

—Meg, querida. ¡Cuéntaselo! Te dije que te dejaría elegir. ¡Confío en tu carácter dulce y buen juicio!

Meg lo observó como si fuese un mural de mal gusto.

Se dirigió a sus hermanos adoptivos:

—Lo que han hecho hasta ahora... no es su culpa. Es culpa de Nerón. Pero ahora tienen que tomar una decisión. Plantarle cara, como hice yo. Suelten las armas.

Nerón siseó.

—Niñata desagradecida. La Bestia...

—La Bestia está muerta.—Meg se dio unos golpecitos en un lado de la cabeza—. Yo la maté. Ríndete ahora, Nerón. Mis amigos te dejarán vivir en una bonita cárcel. Es más de lo que te mereces.

—Ese es el mejor trato que vas a recibir, emperador—dijo Lu—. Dile a tus seguidores que se retiren.

Nerón parecía a punto de echarse a llorar. Daba la impresión de que estaba dispuesto a dejar de lado siglos de tiranía y luchas de poder y a traicionar a su señora reptil. Después de todo, la maldad es un trabajo ingrato y trabajador.

Respiró hondo.

A continuación gritó:

—¡MATADLOS A TODOS!—Y una docena de germani cargaron contra mí.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro