Un hermano asesino y un emperador maligno.
Haber, todo el mundo ha cometido uno o dos homicidios sin importancia a lo largo de su vida. Ya saben, eliminar ciudades enteras con flechas de plata y mandar cerdos gigantes a cometer una masacre solo por que no me dieron manzanas. Es más, una vez Apolo y yo habíamos matado a una familia de unos dieciséis miembros porque su madre había dicho algo sobre la nuestra.
Pero eso no calificaba como asesinato, era más como muerte por desastre natural.
Sin embargo, cuando entré tropezando en el baño, dispuesta a vomitar en un excusado que habíamos limpiado el día anterior, me invadieron las visiones. Me vi en la antigua Roma un frío día de invierno.
Un viento gélido recorría los salones del palacio. En los braceros ardían fuegos de luz parpadeante. Los rostros de los guardias pretorianos no revelaban ninguna señal de mal estar, sin embargo si prestabas atención se podía escuchar el ruido que hacían sus armaduras cuando tiritaban.
Un chico al que reconocí como Apolo caminó entre los guardias son oposición alguna. Si bien el no se veía como el, yo sabía de alguna manera que no se explicar que era el.
Apolo abrió las puertas de bronce de los aposentos del emperador.
—¡LÁRGATE!—gritó Cómodo desde las sombras.
Una jarra de bronce pasó volando junto a la cabeza de mi hermano y se estrelló en la pared con tal fuerza que agrietó los azulejos del mosaico.
—Yo también lo saludo—dijo Apolo—. Nunca me gustó ese fresco.
El emperador parpadeó, tratando de fijar la vista.
—Ah... eres tú, Narciso. Pasa. ¡Deprisa! ¡Tranca las puertas!
Hizo lo que le pidió.
"Narciso" ese era el emperador personal de Cómodo, un atleta gladiador, y también aquel que se encargó de terminar con el reinado del terror del emperador. Y al parecer, también mi hermano mellizo.
Cómodo estaba arrodillado en el suelo, aferrándose al lateral de un sofá en busca de apoyo. En medio de la opulencia del dormitorio con sus cortinas de seda, sus muebles dorados y sus paredes con frescos de vivos colores, el emperador parecía fuera de lugar, como un mendigo sacado de un callejón. Tenía una mirada de loco. En su barba relucía saliva. Su túnica blanca estaba salpicada de vómitos y sangre, cosa que supongo no era de extrañar considerando que su amante y el prefecto le habían echado veneno durante su comida.
—Intentaron matarme— gruñó—. ¡Se que fueron ellos! No me moriré. ¡Se lo demostraré a todos!
Apolo se le acercó con cuidado, como si fuera un animal herido.
—No morirá por culpa del veneno. Es demasiado fuerte.
—¡Exacto!— se levantó del sofá, con los nudillos blancos del esfuerzo—. ¡Mañana me sentiré mejor, en cuanto decapite a esos traidores!
—Tal vez sería mejor que descansara unos días—propuso Apolo—. Tómese un tiempo para reflexionar.
—¿REFLEXIONAR?— Cómodo hizo una mueca de dolor—. No necesito reflexionar, Narciso. Los mataré y contrataré a nuevos asesores. A ti, por ejemplo. ¿Te interesa el puesto?
—Yo solo soy un entrenador personal—dijo mi hermano.
—¿Que más da? ¡Te convertiré en noble! ¡Gobernarás la Colonia Comodiana!
Me estremecí al oír el nombre, igual que el Apolo de la visión. Fuera del palacio, nadie aceptaba el nuevo nombre que el emperador había dado a Roma, los ciudadanos se negaban a llamarse comodianos. A las legiones les enfurecía que ahora se las conociera como comodianas. Durante la época de Roma siempre preferí pasar el menor tiempo en las ciudades y estar todo lo posible en el campo, mientras menos tuviera que lidiar con el orden y reglas romanas mejor.
—Por favor, César—le imploró Apolo—. Dejé las ejecuciones y los juegos. Tómese un tiempo para curarse. Un tiempo para meditar las consecuencias.
El emperador enseñó los dientes salpicados de sangre.
—¡No empieces tú también! Pareces mi padre. ¡Ya estoy harto de pensar en las consecuencias!
Recuerdo la condición de Roma en esos años, sí no se deshacían de Cómodo la mitad del senado perecería. Los cimientos de la misma Roma, baluarte de los dioses del Olimpo, se sacudirían. Y aun así los días de Cómodo estaban contados, parecía una carrera de cuanto daño podría hacer antes de ser asesinado de una u otra forma.
Apolo inclinó la cabeza en señal de sumisión.
—Por supuesto, César. ¿Puedo prepararle un baño?
Cómodo asintió gruñendo.
—Debería quitarme esta ropa mugrienta.
Apolo lleno un gran baño de mármol de agua humeante con perfume de rosas. Le ayudó a quitarse su túnica sucia y le ayudó a meterse en la bañera, no sabía que era capaz de pixelar mis visiones, fue un buen descubrimiento. Por un momento, el emperador se relajó y cerró los ojos.
Apolo le limpió las babas y la sangre de la barba con una esponja. Le lavó la cara con cuidado. A continuación cerró las manos en torno a su cuello.
—Lo siento.
Sumergió la cabeza del emperador bajo el agua y empezó a apretar.
Cómodo era fuerte. Incluso estando débil, se retorció y forcejeo. Apolo tuvo que echar mano de su fuerza divina para mantenerlo sumergido, y al hacerlo rebeló su verdadera condición, con sus facciones cambiando a las de mi hermano.
Cómodo se quedó quieto, con los ojos muy abiertos de sorpresa y traición. No podía hablar, pero esbozó mudamente con los labios: "Tú... me... bendijiste".
Eso arrancó un sollozo a Apolo. Ahora lo entendía, el día en el que el padre de Cómodo murió, mi hermano le prometió a Cómodo que siempre contaría con sus bendiciones. Pero ahora estaba poniendo fin a su reinado. El interfirió directamente en los asuntos de los mortales, y no lo hizo para salvar vidas, ni para salvar Roma, sino porque no soportaba ver morir a su antiguo amante a manos de otro.
El último aliento del emperador borboteo a través de los pelos de su barba. Apolo se encorvó sobre el, llorando, rodeando su cuello con las manos, hasta que el agua del baño se enfrió.
La visión se desvaneció. Me dieron arcadas. Me encontraba encorvada senté otra pila de agua: un excusado de la Estación de Paso. No sabía cuánto tiempo llevaba allí arrodillada, temblando, sacudidas por las arcadas, deseando poder deshacerme de mi envoltura corporal con la facilidad con que me libraba del contenido de mi estómago.
Noté que había alguien junto a mi.
—¿P...Percy?—intenté levantarme, pero me tropecé.
—Aquí estoy Arty—me sujetó por los hombros antes de que me cayera de frente—¿estás bien?
—S...si, solo—arcadas—las visiones, cada vez son peores.
Percy asintió con la cabeza, me ayudó a sentarme con cuidado recargada en la pared.
—¿Necesitas algo?—preguntó.
—Dime cuanto tiempo estuve allí.
Percy ladeo la cabeza de un lado a otro.
—No sabría decirte con exactitud, pero le calculo unos treinta minutos, iba a dejarte privacidad pero empezaste a retorcerte y me dio cosa que te fueras a dar de cabeza contra el suelo.
Sonreí.
—Gracias—noté que mi cabello estaba recogido atrás de mis hombros, de manera que no me estorbaba al vomitar, lo señalé débilmente—¿Fuiste tu?—pregunté, el asintió tímidamente—gracias.
—No hay problema.
Noté que el seguía envuelto en vendas en lugar de estar curado.
—Percy—dije—. A la enfermería, atiende tus heridas, gracias por ayudarme, pero también ayúdate a ti mismo.
El asintió con la cabeza.
—Claro, pero antes, ¿que fue lo que viste?
Respiré profundamente.
—Vi a mi hermano, la razón por la que el emperador lo odia tanto, el fue quien lo mató.
—¿No habías dicho que ellos fueron pareja?
—Supongo que eso lo hace peor, o eso dímelo tú.
Percy hizo una mueca.
—Tienes razón.
Nos quedamos en silencio un rato, admirando el pequeño desastre que había echo.
—Gracias por quedarte conmigo—dije.
El me sonrió.
—¿Que quieres que te diga? Somos amigos.
"Amigos" me gustaba como sonaba eso, aunque, por motivos que no comprendí sentía que podía sonar aún mejor.
Percy me ofreció la mano para ayudarme a levantarme, la acepté con gusto.
—Tengo que ir a la enfermería, y luego a ver qué tareas me toca hacer. Si necesitas algo avísame.
—Claro—asentí—Gracias otra vez.
El me sonrió una última vez antes de irse cojeando por sus heridas.
Caminé fuera del baño y me recargue en la pared.
—Tienes un buen amigo.
Me sobresalte. Al lado de mi estaba Josephine sonriendo afablemente.
—Gracias, Jo. Tengo suerte de contar con el para esto, sin el... no sé qué sería de mi en este momento como mortal.
—Leo me contó que el tubo que pasar cosas muy difíciles— dijo Josephine.
—Ni te imaginas—dije—el solo deja ver una pequeña parte de lo que siente y sabe al mundo, ni siquiera estoy segura de comprenderlo del todo, pero ya me ha contado cosas sobre el que sólo yo sé.
—Tiene suerte de haberte conocido, señora Artemisa—dijo Josephine—. Sé que usted no lo considera así, sé que piensa que los que se juntan con usted terminan mal, pero eso no es siempre verdad, enfóquese en lo positivo, no solo vea las cosas malas. Piense en cómo lo han ayudado sus viajes con usted.
Lo medité por un segundo.
—No es la misma persona que encontré deprimida en el departamento de su familia.
—Y usted no es la misma que era cuando dejé la caza, pero no para mal, ha conservado sus valores positivos, y ha aprendido de muchos de sus errores y parece que seguirá aprendiendo.
—Gracias, Josephine. Pero aún temo de que algo terrible pase y todo termine como siempre.
—Define "siempre" ¿Recuerda cuando me encontró?—preguntó ella, yo asentí— me saco de allí, Al Capone, Diamond Joe, Papa Johnny. Estaba en el más profundo agujero y usted me sacó, y ahora tengo una vida feliz, y mejorará en cuanto saquemos al emperador de la ciudad y recuperemos a Georgie.
Tal vez ella tenía razón, debería enfocarme un poco en las cosas buenas que he echo.
—Por ahora, dime en que puedo ayudar.
—Bueno, señora del parto, tenemos una grifo allí arriba que necesita poner un huevo.
...
Bueno, no es de lo mejor, la verdad para dibujar prefiero el anime, pero meh, estaba aburrido, acababa de subir el capituló anterior, encontré un diseño de Artemisa que me gustó bastante y ¡tachan!
Está medio pedorro pero necesitaba hacer un dibujo de esto o habría fallado como Pertemis shipper.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro