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Un aplauso para la magnífica elefanta


—¿Quemarme vivo?—Preguntó Percy—¿Es que a Los emperadores no se les ocurre nada más? Primero Nerón con sus capullos incendiarios y ahora tú.

Eso pareció golpear el sentido de la originalidad de Cómodo.

—¿Pero acaso Nerón lo hizo utilizando un Formula Uno? No, mi idea es totalmente original.

Percy rodó los ojos.

—Como digas. Sigo creyendo que sólo te copiaste.

El semidiós levantó su espada y se preparó para atacar, pero los mercenarios de la tribuna apuntaron con los rifles. No importaba que yo estuviera a cincuenta metros de distancia, sus armas tenían la potencia y el alcance suficiente para eliminarme. Un enjambre de puntos rojos flotó sobre mi pecho.

—No, no, no—lo reprendió el emperador señalándome—. Mi juego, mis reglas.

Un equipo de mecánicos vestidos con togas empujaron otro coche de Fórmula Uno a la pista: una máquina de vivo color morado con un número 1 dorado en el cofre. Del techo sobresalía una lanza metálica de seis metros de altura, rematada con un trozo de tela.

—Mañana te colgaremos allí arriba, entonces daré una vuelta al circuito, te prenderé en fuego, luego daré otra vuelta y atropellaré a Diana con mi coche. ¡Creo que lo llaman la vuelta de la victoria!

Cómodo miró a Percy como diciéndole: "¿vez que si soy original?"

—Por ahora, completemos el ensayo, daré dos vueltas y luego los atropellaré, después de todo mientras más lastimados estén hoy, menos resistencia pondrán mañana. Una vez esté en el coche, mis mercenarios no se entrometerán. ¡Pueden intentar detenerme como les plazca!

La multitud asintió gritando. Cómodo subió al coche de un salto. Su equipo de mecánicos se dispersó, y el vehículo morado aceleró en medio de una nube de humo.

Empecé a hacer planes. ¿Cuanto tardaría el coche de carreras en recorrer el circuito? Segundos, como mucho. Ademas, sospechaba que el parabrisas de Cómodo estaba hecho a prueba de flechas.

Percy se volvió hacia mi.

—Por favor dime que tienes algún plan.

Cómodo ya había recorrido medio circuito. Podría haber ido más rápido, pero insistía en desviarse y saludar con la mano a las cámaras. Los otros coches de carreras se hacían a un lado para dejarlo pasar, un detalle que me hacía plantearme si entendían el concepto de carrera.

Tuve una idea loca y desesperada, ya saben, como esas que siempre nos funcionan.

En la base del enorme casco de los Colts estaba grabado el nombre LIVIA. Supuse que era como se llamaba la elefanta.

Me incliné hacia el paquidermo.

—Livia, ¿quieres pisotear a un emperador?

Ella barritó; su primera muestra real de entusiasmo. Yo los elefantes eran muy inteligentes, su disposición a ayudar me decía que Cómodo la había tratado muy mal, a juzgar por sus ganas de matarlo.

Livia corrió hacia la pista, desviando a empujones a los otros animales y apartando a gladiadores de nuestro camino con la trompa.

—¡Buena elefanta!—grité—. ¡Estupenda elefanta!

Gasté todas mis flechas (menos la estúpida parlante) derribando gladiadores, cíclopes y cinocéfalos.

Livia iba disparada por el carril central hacia el coche de carreras. Cómodo viró bruscamente y se situó frente a nosotras, con su rostro sonriente reflejado en todos los monitores de video del estadio. Parecía encantado ante la perspectiva de una colisión frontal.

Yo, no tanto. Cómodo era difícil de matar. Mi elefanta y yo, no; Confiaba en que obligáramos s Cómodo a salir de la carretera, dar un volantazo y con suerte hacerlo volcar. Pero debería haberme imaginado que no se echaría atrás en un duelo para ver quien era más valiente. Sin casco, su pelo se agitaba violentamente a su alrededor y hacía que su corona de laurel dorada pareciera en llamas.

"Sin casco..."

Idea loca y desesperada, parte dos.

Saqué el único objeto afilado que me quedaba, la Flecha de Dodona.

Me incliné hacia delante y serré la correa inferior del casco de fútbol americano de Livia.

¿CÓMO OSAS...?

—Cállate y sé útil por una vez, ni siquiera te estoy disparando.

Como decía... serré la correa inferior del casco. Se partió fácilmente. ¡Gracias a los dioses por los productos de plástico barato!

—Livia—dije—. ¡Lánzalo!

La estupenda elefanta lo entendió.

Mientras avanzaba a toda velocidad, enroscó la trompa alrededor del protector facial y arrojó el casco como si de un frisbee se tratara.

Cómodo dio un volantazo. El gigantesco casco blanco rebotó en el parabrisas del coche, pero el auténtico daño ya estaba echo. El vehículo morado saltó al campo en un ángulo increíblemente inclinado, se ladeo y dio tres volteretas que tumbaron a una manada de avestruces y un par de desafortunados gladiadores.

—¡OHHHHHH!—la multitud se puso en pie. La música cesó. Los gladiadores que quedaban retrocedieron hacia el borde del campo, mirando el coche de carreras imperial volcado.

Salía humo del chasis. Las ruedas daban vueltas y soltaban virutas de las bandas de rodamiento.

Yo quería creer que el silencio del público era una pausa esperanzada. Tal vez tenían el deseo de que Cómodo no saliera de entre los restos del accidente, que hubiera quedado reducido a una mancha imperial en el césped artificial a la altura de cuarenta y dos yardas.

Lamentablemente, una figura humeante emergió arrastrándose de entre los restos. A Cómodo le ardía la barba. Tenía la cara y las manos negras de hollín. Se levantó, con la sonrisa intacta, y se estiró como si acabara de echar una siesta reparadora.

—¡Muy buena, Diana!—agarró el chasis del coche de carreras destrozado y lo levantó sobre su cabeza—. ¡Pero necesitarás algo más que esto para matarme!

Tiró a un lado el coche, que aplastó a un desgraciado cíclope.

El público prorrumpió en vítores y dio zapatazos.

—¡DESPEJEN EL CAMPO!—gritó el emperador.

Enseguida docenas de adiestradores de animales, médicos y recogepelotas salieron corriendo al césped. Los gladiadores supervivientes se fueron malhumorados, como si se hubieran dado cuenta de que ningún combate a muerte pudiera competir con lo que Cómodo acababa de hacer.

Mientras el emperador daba órdenes a sus sirvientes, Percy se colocó junto a mi.

—Me quedé sin ideas—confesé.

Percy lo meditó por un segundo.

—Supongo que puedo retarlo a un duelo a muerte, no lo rechazará enfrente de todos sus soldados, incluso puedo intentar hacerlo jurar que te deje ir...

—No— lo detuve— o nos vamos los dos o no me voy.

—Artemisa, por favor...

—¡Bueno!—Cómodo se encaminó hacia nosotros. Cojeaba ligeramente del tobillo derecho, pero si le dolía mucho, no daba muestras de ello—. ¡Fue un buen ensayo! Mañana, más muertes; incluirás las suyas, por supuesto. Modificaremos la parte del combate. Puede que añadamos unos cuantos coches de carreras y balones de basquetbol. ¡Y tú, Livia, vieja elefanta picársela!—apuntó al paquidermo agitando el dedo—. ¡Ésa es la energía que yo buscaba! Si hubieras mostrado tanto entusiasmo en nuestros anteriores juegos, no hubiera tenido que matar a Claudio.

Livia pataleo y barritó. Le acaricié un lado de la cabeza, tratando de calmarla, pero notaba su inmensa angustia.

—Claudio era tu amigo—deduje—. Cómodo lo mató.

El emperador se encogió de hombros.

Le avisé: participa en mis juegos o ya verás. ¡Pero los elefantes son muy tercos! Son grandes y fuertes y acostumbran a salirse con la suya... como los dioses. Aún así—me guiñó el ojo—, es increíble lo que se puede conseguir con un poco de castigo.

Livia piafó. Ella quería atacar y yo también, pero después de ver a ese desgraciado lanzar un coche de carreras, sospechaba que no tendría problemas para derribar a Livia.

—Ya lo atraparemos—le murmuré—. Espera y verás, pagará por todo lo que ha echo.

—¡Sí, hasta mañana!—convino Cómodo—. Tendrán oportunidad de pelear, excepto tú Jackson, tu estarás colgado. Pero de momento... ¡Ah, por ahí vienen mis guardias para acompañarlos a sus celdas!

Un escuadrón de germani encabezado por Litierses salió corriendo al campo.

El Deshojador tenía un feo moretón nuevo en la cara que se parecía sospechosamente a la huella de uña avestruz. Eso me agradó. También le sangraban varios cortes nuevos en los brazos, y tenía las perneras de los pantalones he has jirones. Los rasgones parecían hechos por puntas de flecha de caza menor, como si mis cazadoras hubieran estado jugando con su objetivo, afanándose por eliminar sus pantalones. Aún en la pésima situación en la que estábamos, no pude evitar sentir una enorme oleada de emoción al saber que ellas estaban por aquí.

Litierses hizo una torpe reverencia.

—Milord.

—¿Sí?

—Hemos hecho retroceder a las invasoras de la puerta principal.

—Ya era hora—murmuró el emperador.

—Eran las cazadoras de Artemisa, señor.

Cómodo río como si le hubieran contado un chiste.

—Sabía que eventualmente vendrían a buscarla— no parecía especialmente preocupado, sonrió cruelmente—. ¿Las mataron a todas?

—Las...—Lit tragó saliva, mis chicas no eran fáciles de matar—. No, milord. Nos dispararon desde múltiples posiciones y se replegaron, y eso nos hizo caer en una serie de trampas. Sólo perdimos a diez hombres, pero...

—Perdieron a diez hombres—Cómodo examinó sus uñas manchadas de hollín—. ¿Y a cuantas de esas cazadoras mataron?

Lit se alejó poco a poco. Le palpitaban las venas del cuello.

—No... no estoy seguro. No encontramos cadáveres.

—De modo que no puedes confirmar ninguna muerte—Cómodo me miró—. Pero aún tenemos a su señora, nos servirá como señuelo—se volvió hacia el Deshojador.

—¿Dónde estas, Alarico?

Uno de los germani dio un paso adelante.

—¿Señor?

—Detén a Diana y a Perseo Jackson. Procura que el tenga una buena celda para pasar la noche y lleva a la ex-diosa a mi habitación. Y mata a la elefanta. ¿Qué más? Ah, sí— Cómodo sacó un cuchillo de caza de la bota de su traje de carreras—. Sujeta los brazos de Litierses mientras le rebanó el pescuezo. Ya es hora de cambiar de prefecto.

Antes de que Alarico pudiera llevar a cabo las órdenes, el tejado del estadio explotó.

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