Tipos sin cabeza nos persiguen. O mira, un fantasma de queso.
Debo felicitar a Percy por su rápida reacción, extrañaba poder invocar mi arco de la nada y disparar de inmediato, pero tristemente así no funciona la mortalidad.
Tengo que tener mi arco y carcaj cuidadosamente envuelto en mantas a mi espalda para evitar que la humedad de las nubes deformara la madera durante el vuelo.
Además, dudo de que mi arco me hubiera servido de mucho contra las blemias.
No me había enfrentado a ninguno de su especie desde los tiempos de Julio César, y habría pasado gustosamente otros dos mil años sin ver a uno. Los blemias no temían ni respetaban el tiro con arco. Eran recios luchadores de combate cuerpo a cuerpo de piel gruesa.
—Leo— dije—, activa el dragón.
—Acabó de ponerlo en ciclo de sueño.
—¡Deprisa!
Leo toqueteo los botones de la maleta. No pasó nada.
—Te lo dije. Aunque Festo funcionara bien, cuesta mucho despertarlo cuando está dormido.
Maravilloso, pensé. Calipso se encorvaba sobre su mano rota, murmurando palabrotas en minoico. Leo tiritaba en ropa interior. Y yo... en fin, era una mortal. Y encima, en lugar de enfrentarnos a nuestros enemigos con un gran autómata que escupía fuego, ahora tendríamos que hacerlo con un accesorio de equipaje metálico difícil de transportar. Percy intentaba apuntar a los enemigos con su espada, pero eran demasiados y no podía cubrirnos a todos.
—¿Algún plan brillante?— preguntó Percy— ¿o uno no tan brillante? Estamos algo desesperados.
Más lugareños se reunieron en nuestra posición. Dos agentes de policía bajaron corriendo la escalera del Capitolio. En la esquina Senate Avenue, un trío de basureros abandonó su camión y se acercó pesadamente empuñando grandes cubos de basura metálicos.
Media docena de hombres vestidos con trajes de oficina procedentes de la otra dirección cruzó el césped del Capitolio.
—¡Chingada madre! ¿En esta ciudad todo el mundo tiene el coco metálico?— dijo Leo.
—Ríndanse por favor,—pidió uno de los trabajadores que se acercaban— y no tendremos que hacerles daño. ¡Eso es cosa del emperador!
Los blemias nos rodearon, pero se mantenían a distancia segura de Percy, quien no paraba de apuntarles con Contracorriente. Una blemia se nos acercó demasiado por atrás, pero a pesar de tener la mano rota, Calipso no se rindió. Lanzando un grito desafiante, volvió a atacar. La blemia recibió una patada de karate en su gigantesca nariz.
—¡No!— le advertí demasiado tarde.
Como ya dije, los blemias son seres recios. Es difícil hacerles daño, y todavía más difícil matarlos. El pie de Calipso impactó en su objetivo, pero se torció el tobillo con un desagradable ruido seco. Se desplomó, balbuceando de dolor.
—¡Cal!— Leo corrió a su lado—. ¡Atrás, cara de pechuga!
—Vigila ese lenguaje, jovencito— lo reprendió la blemia—. Me temo que tendré que pisotearte.
La criatura levantó un zapato, pero Leo fue más rápido.
—¡Magician's Red!
Invocó una bola de fuego, la lanzó como una pelota de béisbol y le dio al monstruo con fuerza entre los enormes ojos situados a la altura de su pecho. Las llamas lo invadieron y prendieron fuego a sus cejas y ropa.
Mientras la blemia gritaba y daba traspiés, Leo gritó:
—¡Ayúdame, Artemisa!
Me di cuenta de que me había quedado quieta, paralizada de la impresión. Ayude a Calipso a ponerse en pie (su pie bueno, por lo menos). Nos echamos sus brazos sobre los hombros y empezamos a alejarnos cojeando.
Percy nos cubría de tres blemias, logró eliminar a una, pero los monstruos no se acercaban demasiado a él, y Percy no Los atacaba demasiado ya que estaba cubriéndonos.
Habíamos avanzado diez metros cuando Leo se detuvo súbitamente.
—¡Olvidé a Festo!
—Voy— Percy intentó llegar hacia la maleta, pero los blemias le cerraron el paso, interponiéndose entre el semidiós y el dragón.
—¡Déjalo!— ordené. Lo se, yo dándole órdenes a mi amo legal, cosas del destino.
—¿Que?— gritó Leo.
—¡En este momento la prioridad es poner a Calipso a salvo, no podemos arriesgarnos a ir por la maleta! Volveremos más tarde, tal vez los blemias no le hagan caso.
—Pero si descubren cómo abrirlo, si le hacen daño...
—¡MARRRGGGH!— detrás de nosotros, la blemia chamuscada se arrancó los jirones de su traje en llamas. De cintura para abajo, tenía el cuerpo cubierto de un pelo rubio enmarañado, parecido al de un sátiro. Le ardían las cejas, pero por lo demás, su cara parecía intacta. Escupió cenizas y miró coléricamente en dirección a nosotros—. ¡Eso no estuvo bien! ¡VAYAN POR ELLOS!
Teníamos casi encima a los hombres de negocios, lo que anulaba cualquier esperanza sobrante de recuperar a Festo sin que nos atraparan.
Elegimos la única opción que nos quedaba: correr.
—Lo-lo siento—murmuró Calipso, con la cara salpicada de gotas de sudor—. Supongo que Noh estoy hecha para el combate cuerpo a cuerpo.
—No te preocupes— dijo Percy, corriendo a nuestro lado— intentaré distraerlos, tal vez consiga tiempo.
—No— dije— en este momento separarnos es una pésima idea, cargando con Calipso no puedo luchar, así que si nos encontramos con otro peligro más delante te necesitamos con nosotros, los blemias son muy lentos, corramos más rápido y estaremos bien.
Los blemias tienen una pésima percepción de la profundidad, lo que los hace caminar con cautela, súmele eso a sus cuerpos desproporcionados y a tener que equilibrar una cabeza sobre su... ejem, cabeza.
—¡Buenos días!— un agente de policía apareció a nuestra derecha, con su arma de fuego en ristre—. ¡Alto o disparo! ¡Gracias!
Leo sacó una botella de cristal tapada de su cinturón portaherramientas. La lanzó a los pies del agente, y unas llamas verdes estallaron a su alrededor. Al agente se le cayó la pistola. Empezó a arrancarse el uniforme en llamas y dejó a la vista en su torso una cara con peludas cejas y una barba en la barriga que debía ser afeitada.
—Uf— exclamó Leo—. Esperaba que fuera una blemia. Era mi último frasco de fuego griego. Y no puedo lanzar más bolas de fuego si no quiero desmayarme, así que...
—¿Desmallarte?— preguntó confundido Percy—¿por eso evitas utilizar tus poderes últimamente? Pero si te enfrentaste de tú a tú con Gaia convertido en una masa antropomórfica de fuego, ¿que te pasó?
—Me morí— respondió Leo— me morí y reviví ¿recuerda? Eso no le hizo mucho bien a mi organismo.
—Oigan— dijo Calipso— necesitamos encontrar refugio. Artemisa, ¿donde está el que mencionaste?
Intenté hacer memoria, pero mi cerebro mortal era incapaz de recordar la ubicación exacta de la estación.
—No... ¡No lo se!, mi maldito cerebro de mortal se niega a recordar.
Nos metimos en South Capitol. Eché un vistazo por encima del hombro y vi que la multitud de vecinos sonrientes con cabezas falsas nos estaba alcanzando. Un obrero de la construcción se detuvo a arrancar la salpicadera de una camioneta Ford y se reincorporó al desfile, con su nuevo garrote de cromo al hombro.
Mientras tanto, los mortales corrientes— al menos, los que no parecían interesados en querer matarnos de momento— se ocupaban de sus asuntos, llamando por teléfono, esperando a que cambiara el semáforo o bebiendo café en las cafeterías cercanas, totalmente ajenos a nuestra presencia.
El corazón me latía con fuerza. Las piernas me temblaban. Detestaba tener un cuerpo mortal, tiene muy poca poca resistencia y mucha fragilidad.
—¡Allí!— dijo Calipso. Señaló con la barbilla lo que parecía un callejón detrás de un hotel.
Me estremecí al recordar mi primer día en Nueva York como mortal.
—Probemos— aceptó Percy—. Podríamos escondernos allí o... no sé.
"No sé" parecía un plan B demasiado esquemático, pero yo no tenía nada mejor que ofrecer.
La buena noticia era que el callejón no estaba bloqueado. Podía ver claramente una salida en el otro extremo de la manzana. La mala noticia era que las áreas de descarga de la parte trasera del hotel estaban cerradas, lo que no nos dejaban ningún sitio donde escondernos, y la otra parte del callejón estaba bordeada de botes de basura.
Recorrimos con dificultad el callejón lo más rápido que pudimos. Sin embargo nos detuvimos al ver la extraña aparición.
—Pero ¿que...? Demonios.
El espectro emitía una tenue luz anaranjada. Llevaba un quitón tradicional, unas sandalias y una espada envainada, como un guerrero griego... un guerrero griego decapitado, ¿mencioné que le faltaba la cabeza?. Sin embargo, a diferencia de los blemias, era evidente que esa persona había sido humana. Del cuello cortado caían gotas de sangre etérea que salpicaban su túnica naranja.
—Es un fantasma color queso— dijo Leo.
El espíritu levantó la mano y nos hizo cañas para que avanzáramos.
El fantasma era... inquietante, no tenía idea sobre quién pudiera ser, pero presentía que era importante.
Detrás de nosotros, las voces de los blemias aumentaron de volumen. Los oí gritar "¡Buenos días!", "¡Disculpe!" Y "¡Bonito día a sus paisanos se Indiana.
—¿Que hacemos?— preguntó Calipso.
—Segur al fantasma—dije.
—¿Que?— gritó Leo.
—Que sigamos al fantasma de color queso— dijo Percy—. Como tú siempre dices: "Que el queso los acompañe".
—Era una broma.
El fantasma naranja volvió a hacernos señas y acto seguido se fue flotando hacia el final del callejón.
Detrás de nosotros, una voz gritó:
—¡Ahí están! Un tiempo precioso, ¿verdad?
Me volví justo a tiempo para ver que la salpicadera se nos acercaba dando vueltas hacia nosotros.
—¡Agáchense!— derribé a Calipso y a Leo y arranqué más gritos de dolor a la hechicera. La salpicadera de la camioneta pasó por encima de nuestras cabezas, cayó en un contenedor y provocó una festiva explosión de confetí tirado en la basura.
Nos levantamos con dificultad. Calipso temblaba; ya no se quejaba del dolor. La pobre estaba entrando en estado de shock.
Percy preparó su espada y Leo sacó una engrapadora de su cinturón portaherramientas.
—Ustedes vallan delante. Yo los entretendré todo lo que pueda.
—Percy, son demasiados— dijo Leo con su engrapadora en mano— déjame ayudarte.
—¿Que vas a hacer?— preguntó el hijo de Poseidón—. ¿Clasificarlos y ordenarlos? No tenemos tiempo para que hagas uno de tus súper planes improvisando inventos.
—¡Voy a aventarles cosas!— dijo Leo—. ¿A menos que se te ocurra una idea mejor?
—Ba-basta ya, los dos— dijo Calipso tartamudeando—. No-no vamos a dejar a nadie. Caminen. Izquierda, derecha, izquierda, derecha.
Salimos del callejón a una plaza circular totalmente abierta. ¿Por qué los habitantes de Indiana no podían hacer una ciudad más laberíntica y con sitios para esconderse.
En medio de un camino de entrada con forma de anillo había una fuente rodeada de jardines de flores en letargo. Hacia el norte se levantaban las torres gemelas de otro hotel. Hacia el sur se alzaba un edificio de ladrillo rojo y granito más antiguo e imponente: una vieja estación de tren. A un lado de la construcción, una torre de reloj se elevaba unos sesenta metros en el cielo. Encima de la entrada principal, bajo un arco de mármol, un rosetón descomunal brillaba en un marco de cobre verde, como una versión en vidrio de colores de la diana con la qu3 jugábamos una noche a la semana en el monte Olimpo.
Que nostalgia, extrañaba las noches de juegos, incluso extrañaba tener que aguantar a Atenea presumir su puntuación en el Scrabble.
Nuestro guía espectral había desaparecido, pero no me importó, acababa de recordar la información que necesitaba.
Sonreí.
—a la estación de tren, ¡Rápido!— dije.
—¿Segura?— preguntó Percy.
—Créanme, me lo agradecerán, ¡vamos!
Antes de poder hacer nada: Los blemias nos rodearon. La muchedumbre salió repentinamente del callejón detrás de nosotros. Un coche patrulla viró bruscamente y entró en la rotonda al lado de la estación de tren. Una excavadora se metió en el camino de acceso del hotel, mientras el operario agitaba la mano y gritaba alegremente: "¡Hola! ¡Voy a excavarlos!"
Todas las salidas de la plaza fueron rápidamente bloqueadas.
Tenía miedo, cosa que tristemente se estaba volviendo habitual.
—¿A alguien se le ocurre una idea?— pregunté—. Una idea buena, por favor.
A juzgar por su cara, la idea más brillante de Calipso en ese momento era intentar no vomitar. Leo levantó su engrapadora, que no pareció asustar a los blemias, Percy se colocó protectoramente entre nosotros y las blemias, pero eran demasiados enemigos y de demasiados ángulos, tal vez el hubiera podido con ellas, pero no sin descuidarnos, y en este momento no podía luchar sin dejar caer a Calipso.
Una blemia dio un paso al frente de entre la multitud.
—Carambolas, estoy un poco molesta con ustedes, queridos.
—¿Carambolas?— preguntó Percy confundido—¿es eso una maldición?
—Las blemias no pueden insultar como nosotros— expliqué— su sentido de la etiqueta no se los permite.
El monstruo agarró la señal de tráfico más cercana y la arrancó del suelo sin problemas.
—Y ahora, por favor, no se muevan ¿de acuerdo? Voy a aplastarles la cabeza con esto.
...
Hey, quería preguntarles dos cosas.
La primera, es si preferirían que fuera menos descriptivo con los lugares y zonas, ósea en lugar de decir "entramos a un patio circular de seis metros y medio de diámetro con césped verde y estatuas de cisnes repartidas por el sitio con una entrada con forma de arco de tres metros de altura bla bla bla" diga algo así como "llegamos a un patio circular con césped de unos seis metros y medio"
La segunda es: ¿debería poner esta foto como portada del siguiente libro de las pruebas de la luna?
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