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Tengo otra sobrina, o eso creo. De nuevo, Apolo es tu culpa.




Por si se lo preguntan, llevar a la elefanta a la Estación de Paso no fue en lo absoluto difícil.

Nada más llegar al lado del edificio, los ladrillos hicieron ruido, cambiaron de sitio y formaron un amplio arco y una suave pendiente descendente.

Livia entró sin vacilar. Al fondo del pasillo encontramos un establo para elefantes perfecto con techo alto, abundantes montones de heno, ventanas de listones para que entrara luz del sol, un riachuelo que corría por el centro de la estancia y una televisión de pantalla grande sintonizada en el Canal Elefante de Hefesto TV que emitía Los auténticos elefantes de la meseta africana. Incluido en el paquete premium (y si se lo preguntan, sí, me pagaron para hacer dicha publicidad). Y lo mejor de todo, no había ningún gladiador ni ninguna otra armadura para elefante a la vista.

Livia resopló en señal de aprobación.

—Me alegro que te guste—dije mientras desmontábamos—. Ahora, déjanos ayudarte con esa armadura.

Thalia ayudó a Percy a llegar a la enfermería y volvió para ayudarme a quitar la armadura al paquidermo, después de diez minutos estuvo listo.

—Todo listo—dije—. Pásatelo bien mientras nosotras vamos a buscar a nuestras anfitrionas.

Livia se metió en el riachuelo, se tumbó de lado y se dio una ducha con la trompa. Se veía muy feliz, me alegré por ella.

Thalia y yo subimos varios tramos de escaleras, caminamos a través de un gimnasio y volvimos al salón principal, donde había un gran grupo reunido.

Josephine y Emmie estaban arrodilladas junto al sofá en el que se hallaba tumbada Georgina, quien temblaba, lloraba y reía. Emmie trataba de hacer beber agua a la niña. Jo le humedecía la cara con un trapo. El Trono de Mnemósine se encontraba a su lado, pero no sabía si ya habían intentado utilizarlo. Desde luego que Georgie no tenía mejor aspecto.

En el taller de Josephine, Leo se hallaba dentro de la cavidad pectoral de Festo manejando un soplete. El dragón se había enroscado lo máximo posible, pero aún así ocupaba un tercio de la sala. Tenía un lado de la caja torácica levantado como el cofre de un trailer. Las piernas de Leo sobresalían, y a su alrededor llovían chispas en el suelo.

No parecía que a Festo le preocupara su operación de cirugía invasiva. Emitía un ronroneo ruidoso y grave desde el fondo de su garganta.

Parecía que Calipso se había recuperado plenamente de la excursión del día anterior al zoo. Corría por la sala llevando comida, bebida y suministros médicos a los prisioneros rescatados. Algunas de las personas que habíamos liberado se veían tan cómodas en el lugar que supuse que antes de ser capturados habían residido mucho tiempo en la estación.

Los dos chicos demacrados estaban sentados en la mesa, masticando con moderación pedazos de pan recién hecho. Cazadora se hallaba en un estrecho corto con otras cazadoras, murmurando entre ellas y lanzando miradas de recelo a Litierses, entonces se fijaron en mi, estaban a punto de correr a hacer preguntas, pero las detuve con un gesto de la mano. Un claro "más tarde"

El Deshojador estaba sentado en un sillón reclinable en un rincón, mirando a la pared, con su pierna y demás heridas vendadas. Percy estaba recargado en un sofá, otra vez cubierto en vendajes, me saludó con un gesto de la cabeza.

Sssssarah, la dracaena, había descubierto la cocina. Se encontraba junto a la alacena, sosteniendo una cesta de huevos de corral frescos y tragándoselos enteros uno tras otro.

El tal Jamie estaba en el gallinero de los grifos, trabando amistad con Heloise y Abelard. Los grifos lo dejaban rascarles debajo del pico; señal de gran confianza, sobre todo considerando que estaban vigilando un huevo en el nido (y sin duda temían que Sssssarah lo viera). El chico ahora iba vestido con un traje de oficina color caramelo y una camisa de vestir. El echo de que la estación pudiera suministrar ropa sin problemas hacía más raro el que Leo se esmerara en utilizar la ropa de Georgina.

El resto de los prisioneros liberados se paseaban mordisqueando pan y queso, mirando asombrados el techo de vidrio de colores y asustándose de tanto en tanto cuando oían ruidos fuertes, un síntoma común en quienes padecían trastorno de estrés pos comódico. Agamedes flotaba sin cabeza entre los recién llegados, ofreciéndoles su bola 8 mágica, que supongo que era lo que él entendía por charlar.

Meg McCaffrey se había puesto otro vestido verde y unos jeans, que alteraban su habitual combinación de colores. Se acercó a donde yo estaba.

—Hola Meg—salude—, te presento a Thalía, mi lugarteniente.

La hija de Deméter alargó el brazo y estrechó la mano de Thalía.

—Hola.

Thalía sonrió.

—Es un placer Meg. Lady Artemisa me contó de lo poderosa que eras, sería bueno tenerte en la caza.

Meg se encogió de hombros.

—No lo sé, no estoy segura. Tengo que pensarlo...

Thalía río.

—Bueno, tu piénsalo, con su permiso, voy a ver a las cazadoras antes de que maten a Litierses— ella se fue.

—Hablando del rey de Roma...—Meg señaló al hijo de Midas herido—. ¿Por qué lo trajeron aquí?

El Deshojador no se había movido. Miraba la pared apartando la cara de la multitud, como si los invitaran a que le clavaran un puñal por la espada. Incluso desde el otro lado de la sala, parecía irradiar ondas de desesperanza y derrota.

—Percy pensó que sería buena idea, no conozco sus motivos, en realidad no creo que los tenga, es una buena persona por naturaleza.

La niña observó a su medio hermano.

—¿Confías en Lit?

Meg hablo en un tono áspero, pero le temblaba el labio inferior. Levantó el mentón como si se preparara para recibir un puñetazo; la misma cara que había puesto Litierses cuando el emperador lo había traicionado, la misma cara que había puesto la diosa Deméter, hacia una eternidad, ante Zeus, con una voz llena de dolor e incredulidad: "¿Vas a dejar que Hads secuestre a mi hija Perséfone?".

Meg me estaba preguntando si podíamos confiar en Litierses. Pero la pregunta que de verdad quería hacer era mucho más general: ¿podía confiar en alguien? ¿Había alguien en el mundo— familia o amigo— que la apoyara realmente?

—Joven Meg—dije—. No puedo estar segura de Litierses, pero si algo me a enseñado Percy es que sólo fracasamos cuando dejamos de intentarlo.

Ella estudió un callo en su dedo índice.

—¿Incluso después de que alguien intente matarnos?

Me encogí de hombros.

—Muchas veces conoces a tus aliados cuando estos intentan matarte o viceversa—dije recordando la vez que Percy me contó como conoció a Carter Kane—. Además, sí yo perdiera la fe en todo el que ha intentado matarme, no me quedarían aliados en el Consejo Olímpico. (Excluyendo a Apolo)

Ella hizo un mohín.

—Las familias son tontas.

—En eso—dije—, estamos totalmente de acuerdo, sin embargo, por tonta que pueda ser la familia con la que te tocó vivir, tu puedes elegir quien es tu verdadera familia, las cazadoras son mi familia y eso no tiene nada de tonto.

Josephine echó un vistazo y me vio,

—¡Allí está!

Se acercó a toda prisas me tomó de la muñeca y tiró de mí hacia el sofá.

—¡Estuvimos esperándola! ¡Tenemos que usar la silla!

Eso me confundió.

—No tenían por qué esperarme—dije.

—Sí, teníamos que esperarla—dijo Josephine—. Cada vez que intentábamos poner a Georgie en el trono, se agitaba y gritaba tu nombre.

Georgie giró la cabeza hacia mí.

—¡Artemisa! Muerte, muerte, muerte.

Hice una mueca

—Ojalá dejará de hacer esa asociación.

Emmie y Josephine la levantaron con cuidado y la colocaron en el Trono de Mnemósine. Esta vez Georgie no se resistió.

Cazadoras y prisioneros liberados se reunieron, aunque me fijé en que Meg se quedaba al fondo de la sala, bien lejos del Georgina. (Más tarde me enteré de que eso era porque cada ves que Georgina veía a Meg se ponía a gritar cosas sobre Neón)

—¡La libreta de la cocina!—Emmie señaló la cocina—. ¡Que alguien la traiga, por favor!

Calipso hizo los honores. Volvió corriendo con un pequeño cuaderno amarillo y una pluma.

Georgina se balanceó. De repente, pareció que todos sus músculos se derritieran. Se habría desplomado de la silla si sus madres no la hubieran sujetado.

Entonces se sentó muy erguida. Dejó escapar un grito ahogado. Sus ojos se abrieron de golpe, con las pupilas grandes como monedas. De su boca salió humo negro. El olor rancio, a alquitrán hirviendo y huevos podridos, hizo retroceder a todo el mundo menos a la dracaena, Sssssarah, quien aspiró el aire ávidamente.

Georgina ladeo la cabeza. Volutas de humo brotaban entre los mechones desiguales de su pelo castaño como si fueran un autómata, o un blemia con el coco falso averiado.

—Artemisa— la boca de Georgina se retorció en una sonrisa cruel—. ¿Así que mi padre por fin escuchó mi plegaria?

Esa no era la voz de Georgie, era la misma voz que había escuchado en mi visión, la voz de Trofonio.

Emmie intentó tocar el hombro de Georgina, pero se echó atrás como si la piel de la niña abrasara.

—¿Que sucede?—preguntó—. Esto no es una profecía. Nunca había pasado algo así...

—¿Será que Apolo mandó a esta hermanita mía a hacer sus recados?— Georgina señaló por la ventana hacia el sol—. No es mejor que el emperador.

¿"Esta hermanita"? Si lo decía en sentido literal, entonces...

—Mañana por la mañana, Artemisa—dijo Trofonio—. La cueva sólo será accesible al amanecer. Tu profecía se revelará... o la del emperador. En cualquier caso, no podrás esconderte en tu pequeño refugio. Ven en persona. Trae al chico, tu amo. Los dos entrarán en mi caverna sagrada.

Georgina dejó escapar una risa horrible.

—Puede que los dos sobrevivan. O puede que sufran el mismo destino que mi hermano y yo.  Me pregunto si mi padre esta ves si interferirá.

Lanzando una última bocanada negra, Georgina se cayó de lado. Josephine la recogió antes de que tocara el suelo.

Emmie corrió a ayudarla. Juntas colocaron con delicadeza a Georgie en el sofá y la arroparon con mantas y cojines.

Calipso se volvió hacia mí. La libreta vacía colgaba de su mano.

—Corrígeme si me equivoco—dijo—, pero eso no fue una profecía. Era un mensaje para ti.

Todo el mundo se volvió para mirarme.

—Tienes razón—dije—. Trofonio no le dio a la niña una profecía. Le dio... un saludo grabado.

Emmie me miró desesperada.

—¿Se curará? Cuando se emite una profecía en el Trono de la Memoria, normalmente el suplicante vuelve a la normalidad a los pocos días. ¿Volverá Georgie...?—se le quebró la voz—. ¿Volverá con nosotras?

Quería decirle que sí, pero la verdad es que no tenía idea, yo sabía muy poco sobre el funcionamiento de los oráculos.

—No... no lo sé—reconocí—. Solo nos queda tener fe.

Ella y Josephine se tomaron de la mano para reconfortase mutuamente.

—Ejem—dijo Leo—Este... ¿lo de "hermanita"? Si Georgina es la hermana de Trofonio, ¿eso quiere decir que es hija de Apolo ¿no?

Asentí con la cabeza.

—Georgina tiene padres estupendos independiente de si es hija o no de me hermano, pero si sí lo fuera sería bastante más fácil para ella recuperarse de su experiencia con el oráculo—dije.

—Eso también explicaría muchas cosas—dijo Calipso—. Por qué Georgina se sentía tan en sintonía con el oráculo, y por qué pudo sobrevivir a la experiencia. Si Apolo es su padre...

—Ella ya tiene padres—Josephine rodeó la cintura de Emmie con el brazo—. Estamos aquí.

Calipso levantó la mano en señal de disculpa.

—Claro. Me refería...

—Siete años—la interrumpió Emmie, acariciando la frente de su hija—. La hemos criado durante siete años. Nunca nos importó de dónde venía, No quienes podían ser sus padres biológicos. Cuando Agamedes la trajo, consultamos las noticias. Consultamos las denuncias de la policía. Enviamos mensajes Iris a todos nuestros contactos. Nadie había denunciado la desaparición de un bebé como ella. O sus padres biológicos no la querían o no podían criarla...—miró los rayos de sol que entraban por la ventana, se veían más apagados y grises que de costumbre—. O a lo mejor ni siquiera sabían que existía.

Todos miramos a Georgina, esperando que un símbolo se posara sobre su cabeza, que un sol o un arco la confirmara como hija de Apolo. Pero nadie la reconoció.

—Se curará—decidí—. Su mente es fuerte. Arriesgó la vida y la cordura pata transmitirnos ese mensaje. Lo mejor que podemos hacer ahora es seguir las indicaciones del Oráculo.

Percy me miró desde el sofá.

—Bueno, ¿entonces nos vamos al amanecer?

Josephine se sentó en el con dificultad.

—Sí, Percy. Es el único momento en que se puede entrar en la Caverna de las Profecías.

Suspiré para mis adentros. Siempre había sido partidaria de despertar temprano y aprovechar el día, pero después de dos días tan movidos necesitaba urgentemente un día entero para no hacer más que dormir.

Un silencio incómodo se hizo en la sala. Georgina respiraba entrecortadamente en sueños. En sus perchas, los grifos erizaban las plumas. Jamie hizo crujir los nudillos pensativamente.

Finalmente, Thalía habló:

—Mi señora, el Oráculo dijo... ¿que Percy es su amo?

Percy y yo nos miramos, aún sin palabras sabíamos perfectamente lo que el otro estaba pensando: "mierda"

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