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Serpiente, sí, creo que eso lo describe.


—No, ni hablar.—dije

—Pero Artemisa...

—Sin peros, ya basta de ser el que distrae a los enemigos mientras el resto huye, los Nosoi, el Coloso de Nerón, Los Blemias, Litierses ya basta. Acelera el barco e intenta llegar a esa reja sin que la serpiente nos alcance.

—Yo... de acuerdo.

Avanzamos traqueteando otros diez metros más o menos.

Leo nos llamó la atención.

—Miren allá.

En el muro de contención opuesto, sobresaliendo un poco por encima del nivel de agua, se hallaba el arco de ladrillo de una vieja cañería de distribución, cuya entrada estaba bloqueada con unos barrotes dorados.

—¿Cuántas alcantarillas han visto con rejillas de oro?— preguntó Leo—. Seguro que va directo al palacio del emperador.

Fruncí el ceño.

—Es demasiado fácil, amenos que...

—La serpiente es el guardián— terminó Percy.

Nuestra pequeña embarcación se deslizaba velozmente por el agua, pero el barco no estaba echo para esa rapidez, se ladeaba constantemente y amenazaba con volcarse.

Estábamos a tres metros de la reja cuando nuestra amiga la serpiente surgió del guía en forma de arco reluciente de piel escamosa.

Leo gritó una advertencia totalmente inútil:

—¡Cuidado!

El bote se ladeó. Más arcos de piel de serpiente emergieron a nuestro alrededor: onduladas colinas verdes y cafés surcadas de aletas dorsales dentadas. Contracorriente apareció destellando en la mano de Percy. El semidiós trató de levantarse, pero el esquí se volcó y nos sumió en una explosión fría y verde de burbujas y extremidades.

Al menos el canal no era muy profundo. Toqué el fondo y pude quedarme de pie, boqueando y temblando, con el agua hasta los hombros. Cerca, un rollo de piel de serpiente de un metro de diámetro rodeó nuestro esquí de pedales y apretó. El casco implosiono e hizo pedazos el plástico verde azulado con un sonido de petardos. Se me clavó una astilla en la cara que por poco me dio en el ojo izquierdo.

Leo salió a la superficie; la barbilla apenas le llegaba al nivel del agua. Se dirigió caminando hacia la rejilla de la cloaca y pasó por encima de una colina de piel de serpiente que se interponía en su camino.

Percy salió disparado del agua, seguido de la cabeza del animal.

La frente triangular del monstruo era tan ancha que se podría haber estacionado un coche sobre ella. Sus ojos emitían un brillo naranja como el del fantasma de Agamedes.

La criatura intentó morder a Percy, este utilizando el agua esquivó ágilmente el ataque haciéndose a un lado, luego clavó de lleno su espada en el ojo de la serpiente.

El monstruo echó atrás la cabeza y siseó. La piel de serpiente empezó a moverse por el canal. Fui derribada y me sumergí otra vez.

Sentí como me tomaban y me arrastraban a la superficie, cuando abrí los ojos estaba junto a Percy, quien normalmente podía decidir si quería mojarse o no, pero supongo que en ese momento su concentración estaba en otra cosa ya que estaba empapado de pies a cabeza.

La cabeza de la serpiente se agitaba de un lado a otro como si tratara de sacudirse la ceguera de su ojo herido. Golpeó el bloque de edificios más próximos con la quijada, hizo añicos las ventanas y llenó el muro de ladrillo de grietas. En la azotea, un letrero que rezaba: ¡ALQUILER INMINENTE CON OPCIÓN A COMPRA! Esperaba que eso significara que estuviera vacío.

Leo se dirigió a la rejilla. Recorrió los barrotes dorados con los dedos, tal vez en busca de botones o interruptores o trampas. Percy y yo estábamos a diez metros de él, una gran distancia a través del vasto terreno serpentino.

—¡Deprisa!— le grité.

—¡Vaya, gracias!—gritó él—. No se me había ocurrido.

El canal se revolvió cuando la serpiente recogió sus espirales. Su cabeza se elevó dos pasos por encima de nosotros. Su ojo derecho se había oscurecido pero el monstruo parecía más molesto que herido.

Percy lanzó una estocada al vientre de la criatura. Su espada sólo despidió chispas al impactar contra él.

—¿Qué es esta cosa?—inquirió.

—Me parece que es La Serpiente Cartaginesa—respondí—. Si mal no recuerdo las tropas romanas se enfrentaron a él en Africa, casi ahogó a una legión entera a órdenes de Marco Atilio Régulo.

—De acuerdo...—Percy y la serpiente se miraron con recelo—. ¿Como se mata?

Intenté hacer memoria.

—Creo... creo que la legión la venció con miles de piedras.

—Lo siento, me deje mi legión y piedras en casa.

La serpiente siseó y roció veneno a través del canal. Me descolgué el arco, pero tropecé con un pequeño impedimento. Una cuerda de arco y unas flechas mojadas eran un problema, sobre todo si quería dar en un blanco tan pequeño como el otro ojo de la serpiente. Luego estaba la física de disparar un arco estando sumergida en agua hasta los hombros.

—¿Leo?—grité.

—¡Ya casi estoy!— golpeó la rejilla con una llave inglesa—. ¡Manténganla distraída!

Miré a Percy.

—Tenemos que atacar su otro ojo, o tal vez la boca.

El semidiós tomó un pequeño cartucho de su bandolera.

—Tengo una idea, solo necesito...

La serpiente atacó. Percy y yo nos lanzamos en direcciones opuestas. La cabeza de la criatura provocó una gran ola entre nosotros y me hizo dar volteretas por el agua. Tragué varios litros del líquido del canal y subí a la superficie escupiendo, y entonces me atraganté de horror al ver a Percy rodeado por la cola de la serpiente. La culebra lo levantó del agua y lo situó a la altura del ojo que le quedaba. Percy lanzaba tajos sin parar pero el monstruo lo mantuvo a una distancia prudencial.

Entonces empezó a apretar.

—¡Ya lo tengo!—gritó Leo.

"Clang." Los barrotes dorados de la rejilla se doblaron hacia dentro.

Leo se volvió, sonriendo orgulloso, y entonces vio el aprieto en el que estaba Percy.

—¡No!— levantó la mano por encima del agua y trató de invocar fuego. Sólo consiguió una bocanada de humo. Lanzó una llave inglesa que rebotó en el costado de la serpiente sin causarle daño.

Percy alzó las manos y un embudo de agua rodeó al monstruo, pero no le hizo nada, la serpiente seguramente se sentía bastante cómoda en el agua.

El semidiós gritó mientras la cola de la serpiente le oprimía la cintura.

Me quedé paralizada, incapaz de ayudarla o de pensar.

Sabía que una serpiente normal podría matar a un humano sin problemas, pero una de ese tamaño...

—Art...Artemisa—llamó Percy—el... cartucho.

Escruté frenéticamente el agua hasta que encontré el pequeño objeto flotando y me abalancé sobre el.

Entonces vi que era, era uno de los sistemas de congelamiento que había echo Harley, el hijo de Hefesto en el Campamento Mestizo antes de nuestra misión para buscar la arboleda.

Entendí lo que Percy quería hacer.

—¡Leo!—llamé—¿Tienes cinta adhesiva?

El me miró ofendido.

—¡Claro que tengo cinta adhesiva!

—¿¡Y que esperas!?

El sacó un royo de su cinturón y me lo arrojó.

No sabía exactamente lo que estaba asciendo, pero me las arreglé para pegar el cartucho en una flecha y levanté mi arco.

Sería un tiró imposible, pero era cosa de vida o muerte. Respire profundamente y disparé.

El proyectil trazó un arco por el aire y a duras penas Percy logró atraparla.

—Comete esto, reptil—activó su mecanismo y arrojó la flecha entre las fauces de la serpiente.

No pasó nada.

Me quedé mirado impotente al reptil que sostenía a mi amigo, apunto de matarlo. Entonces el invento de Harley se activó y varios cristales de hielo empezaron a sobresalir del cuello de la criatura, destruyéndola de adentro hacia afuera, y explotando en una nube de polvo dorado. Percy cayó al canal.

Haciendo caso omiso de la lluvia de pedazos de hielo, avancé caminando por el agua y saqué a Percy a la superficie. Lo revisé lo mejor que pude, no parecía tener ningún hueso roto, y se veía en buen estado, eso sí falto de aire.

—Gracias, Artemisa, yo...

—¡Deprisa!—gritó Leo—. ¡La rejilla se están cerrando otra vez!

Me sujeté a Percy, rodeando su cuello con mis brazos. El se impuso rápidamente por el agua y entramos a la cloaca mientras Leo hacía lo posible por mantener la rejilla abierta con una barra de hierro.

Los barrotes se cerraron detrás de nosotros.

—Gra...—Percy dio una bocanada de aire—Gracias por salvarme...—otra bocanada—yo...necesito un segundo.

Se recargó en una pared para recuperar el aliento.

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