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¿Podemos saltar esta parte? Por favor. ¿Qué no? Mierda.


Ah... esto será humillante.

Percy y yo caímos en picada a través de la oscuridad; la cuerda iba desenrollándose a medida que rebotábamos en una roca tras otra y me raspaba salvajemente la ropa y la piel.

Hice lo más normal que uno puede hacer en esos casos, gritar:

—¡YUPIIIIII!

La cuerda se tensó de golpe y me hizo tan violentamente la maniobra de Heimlich que por poco escupí el apéndice. Percy gruñó sorprendido, su agarre se soltó y el siguió cayendo a oscuras. Un instante más tarde, un chapoteo resonó debajo.

Reí colgada en el vacío.

—¡Que divertido! ¡Otra vez!

El nudo en mi cintura se deshizo, y me zambullí en un agua gélida.

Probablemente mi estado de delirio evitó que me ahogara en el acto. No sentí la necesidad de luchar, retorcerme o respirar. Me hundí, ligeramente entretenida con mi propio aprieto. Los sorbos que había bebido de las fuentes de Lete y Mnemósine combatían en mi mente. No me acordaba de mi nombre, cosa que me resultaba muy graciosa, pero recordaba con total claridad las hojas negras de los cuchillos del gigante Gration cuando me enfrenté a él hacía milenios.

No debería haber podido ver nada debajo del agua oscura. Sin embargo, me asaltaban imágenes. Tal vez se debía a que mis globos oculares se estaban congelando.

Vi a mi padre Zeus, sentado en una silla de jardín junto a una piscina panorámica en el borde de una terraza. Más allá de la piscina, un mar azul celeste se extendía hasta el horizonte. La escena habría sido más adecuada para Poseidon, pero yo conocía ese sitio: el bloque de departamentos de mi madre en Florida. (Sí, tengo una de esas madres inmortales que se retiran a Florida; ¡qué se le va a hacer!)

Leto estaba arrodillada al lado de Zeus, rezando con las manos juntas. Sus brazos bronceados brillaban en contraste con su vestido de playa blanco. Su cabello largo rubio caía serpenteando por su espalda en una intrincada trenza.

Eso me hizo recordar el día en que le pregunté a mi madre de donde había sacado yo mi cabello castaño. Al parecer, Febe (que vendría siendo mi abuela) lo tenía de ese color. Y ya sé qué hay todo un rollo sobre genes recesivos y dominantes y esas cosas. Pero meh, somos dioses, la genética sirve a nosotros.

—¡Por favor, milord!—suplicó mi madre—. Es su hija. ¡Ya aprendió la lección!

—Todavía no—tronó Zeus—. No tendría que haberme desafiado. Todavía tiene que pasar por la auténtica prueba, prueba que correspondía a Apolo.

Reí y saludé con la mano.

—¡Hola, mamá! ¡Hola, papá!

Como me encontraba bajo el agua y seguramente alucinaba, mis palabras no deberían haberse oído. Aún así, ambos miraron sorprendidos. Zeus frunció el ceño.

La escena se desvaneció. Me encontré ante otro inmortal.

Delante de mi flotaba una diosa oscura, con un cabello color ébano que se mecía en la corriente fría y un vestido que hondeaba a su alrededor cual humo volcánico.

—¡Hola, Estigia!

Sus ojos color obsidiana se entornaron con curiosidad.

—He detectado un disturbio en mis aguas, relacionado con un antiguo juramento que hiciste hace mucho tiempo... te estaré observando.

La diosa desapareció. Alguien me sacó del agua y caí sobre una superficie de piedra dura.

Mi rescatador era un chico atractivo de alrededor de diecisiete años. Le caían gotas de agua de una camiseta azul. Tenía los brazos llenos de arañazos sangrantes que se serraban rápidamente. Sus jeans y sus tenis estaban cubiertos de lodo.

En su mano sostenía una hermosa espada de bronce celestial que brillaba tenuemente y me permitía verlo con claridad.

—Tengo la impresión de que te conozco, guapo—dije con la voz ronca—. Te llamas Perry... no olvídalo, no pareces un ornitorrinco. ¿Perseo? No, ese estaba muerto, ¿o es que habían dos?

El me miró con una cara de preocupación y confusión total.

—¿Estas... estas bien?, ¿es alguna clase de broma?

—¡No!—le dediqué una sonrisa alegre, pese a estar empapada y temblando. Se me pasó por la mente que debía de estar sufriendo un shock hipotérmico. Me acordaba de todos los síntomas: escalofríos, mareo, confusión, ritmo cardiaco acelerado, náuseas, fatiga... ¡Vaya, me los sabía todos!

Ojalá me acordara de mi nombre. Se me ocurrió que tenía dos. ¿Uno era Diana? ¡Que bonito! El otro... creo que empezaba por "A"

—Me llamó Percy—dijo.

—¡Sí! Sí, claro. Gracias. Y yo soy...

—Artemisa.

—¡Eso es! Y hemos venido por el Oráculo de Trofonio.

El inclinó la cabeza.

—¿No te acuerdas de nuestros nombres, pero te acuerdas de eso?

—Que raro, ¿verdad?—me incorporé con dificultad. Se me habían amoratado los dedos, y probablemente no era una buena señal—. ¡Me acuerdo de los pasos qué hay que dar para pedir algo al Oráculo! Primero hay que beber de las Fuentes de Lete y Mnemósine. Yo ya lo hice, ¿verdad? Por eso me siento tan rara.

—Sí...—Percy se había secado mágicamente, alargó la mano hacia mi con duda, me toco rápidamente del hombro y yo también me sequé mágicamente. ¡Que útil! Aún así estaba helando—. Tenemos que seguir adelante o moriremos congelados.

—Huy, ¡yo sé cómo evitar morir por un shock hipotérmico!—dije—, primero hay que secarse, ¡eso ya lo hicimos! Luego se tiene que tener contacto de piel con piel para compartir el calor corporal...

—No vamos a hacer eso—dijo Percy.

—¿Por qué? ¿No se supone que te querías no morir?

Se llevó las manos a las sienes y se las sobó.

—No, no quiero morir. Pero tampoco vamos a hacer eso, es por respeto a ti. Ahora, tenemos que completar la misión.

—¡Está bien!—acepté su ayuda para ponerme de pie—. Después de beber de las fuentes, tenemos que bajar a una cueva. ¡Oh! ¡Ya llegamos! Luego tenemos que adentrarnos en ella. Hum. ¡Por allí!

En realidad, sólo había un camino.

Antes de poder llegar, Percy me tomó del brazo.

—Artemisa, quiero que por favor te controles. ¿Okay? Mírame a los ojos.

Miré hacia sus orbes verse mar.

—¡Uh! Son lindos.

Puso cara de sorpresa por unos segundos.

—Eh... gracias, los tuyos también. Ahora, escucha los nombres que te voy a decir y dime lo que te hacen sentir.

Asentí animadamente.

Orion: odio.

Erection: asco y repulsión 

Egeón: ira

Zoë: nostalgia y respeto.

El me soltó lentamente.

—¿Ya estas mejor?

Asentí con la cabeza, aún todo se me hacía loco y gracioso pero había logrado centrarme.

Quince metros por encima de nosotros, una diminuta rendija de luz brillaba en la grieta por la que habíamos caído. La cuerda colgaba fuera de nuestro alcance. No podíamos salir por donde habíamos entrado. A nuestra izquierda se alzaba una escarpada cara de roca. Aproximadamente a la mitad del muro, una cascada manaba de una fisura y caía en la charca que había a nuestros pies. A nuestra derecha, el agua formaba un río oscuro y salía por un estrecho túnel. El risco sobre el que nos encontrábamos serpenteaba junto al río y tenía la anchura justa para andar por encima, suponiendo que no resbaláramos, nos cayéramos y nos ahogáramos.

Percy:

Esto estaba siendo muy, enserio MUY raro. Primero Artemisa comportándose como... como no Artemisa. Luego estamos en una cueva de la oscuridad absoluta de que se yo, la única luz que teníamos era Contracorriente y la única salida que veía era inalcanzable. Estaba cansado por detener a los yales, y tenía que lidiar con una diosa mentalmente inestable. Otro día normal en el mundo mitológico supongo.

Artemisa se quedó mirando a la cuerda que colgaba de la entrada.

—¿Era verdad?—preguntó—. Lo de mis ojos, ¿te gustan?

Eso me tomó por sorpresa.

—Son hermosos—respondí con sinceridad.

—¡Yupi!, ahora vamos— echó a andar delante de mi siguiendo el riachuelo.

Artemisa:

A medida que el túnel torcía, la cornisa de roca se estrechó. El techo descendió hasta que casi tuve que arrastrarme. Detrás de mi, Percy respiraba temblorosamente con una mezcla de frío y falta de aliento por el esfuerzo.

Me costaba hablar y articular pensamientos racionales al mismo tiempo.

Avancé paseando alegremente, salvo por las zonas donde el techo del túnel estaba demasiado bajo. En esos sitios, avancé arrastrándome alegremente.

A pesar de caerme al río unas cuantas veces, pegarme en la cabeza con alguna que otra estalactita y atragantarme con el olor a guano de murciélago, no me sentía angustiada. Parecía que las piernas me flotaran. El cerebro se me bamboleaba dentro del cráneo y se reequilibraba como un giroscopio.

Cosas que recordaba: había tenido una visión en la que aparecía mi mamá. Ella intentaba convencer a Zeus de que me perdonara. ¡Qué detalle! También había tenido una visión en la que salía la diosa Estigia. Tenía curiosidad... algo sobre un juramento que se disturbaba.

Cosas que no recordaba: ¿no tenía un hermano gemelo? ¿Cómo se llamaba...? ¿Lester? No lo sabía, pero me parecía un nombre apropiado para el. ¿Y por qué Zeus estaba enojado con migo? Algo sobre retarlo... pero ¿a que? ¿Una batalla Pokémon? ¿Un juego de cartas en motocicletas?. ¿Quien era el chico sexy con la espada brillante que me seguía y por qué quería morirse de un shock hipotérmico?

Puede que tuviera la cabeza hecha un lío, pero mis sentidos estaban tan despiertos como siempre. Ráfagas de aire cálido procedentes de más adelante me rosaban la cara. Los sonidos del río se desvanecieron, y el eco se volvió más profundo y más grande. Un nuevo olor acometió mis fosas nasales: un aroma más seco y más amargo que el guano de murciélago. Ah, sí... piel de reptil y excrementos.

El túnel se ensanchó hasta formar una cámara grande. Un lago de unos veinte metros de diámetro cubría toda la zona, excepto un islote de roca situado en el centro. Por encima de nosotros, el techo abovedado estaba erizado de estalactitas como arañas de luces negras. El islote y la superficie del agua estaban cubiertos de una capa reptante de serpientes, como espaguetis olvidados en agua hirviendo. Mocasines de agua. Unos animales encantadores. Miles.

—¡Serpientes!—exclamé.

Percy no compartía mi entusiasmo. Retrocedió muy lentamente hacia el túnel.

—¿Por qué hay tantas serpientes en la cueva?

Sonreí.

—No tengo idea, aún así, tenemos que llegar al islote del frente.

—Pero si nos acercamos ¿no nos matarán las serpientes?

—¡Probablemente!—sonreí—. ¡Vamos a averiguarlo!—Me tiré al lago.

Comed, mis Pertemis shipers, ¡comed!

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