Es la hora de desmayarse y retorcerse en el sofá.
—Bueno— dijo Percy— no he comido prácticamente nada desde ayer, así que voy a la cocina.
—Está bien, conoces las reglas— le dije.
—Nada de atiborrarse, comer lento y solo lo necesario, lo tengo.
Sonreí
Desde hacía ya algún tiempo, empecé a ayudar a Percy con un trauma que su primer padrastro le dejó al no permitirle comer, el hijo de Poseidón comía todo lo que podía tan rápido como le era posible ya que sentía que si no aprovechaba no por podría comer después. El lado consiente ya está dominado, Percy sabe que no necesita comer así, pero aún estábamos trabajando el lado inconsciente, el aún necesitaba ayuda para limitarse y comer despacio, es un trabajo que llevará tiempo, pero lo ha estado llevando bien.
Sin embargo, una vez que se fue Percy, sentí cómo varios rostros, voces y emociones de ase milenios se apoderaron de mis sentidos e inundaron mi mente con tanta fuerza que estuve a punto de desmayarme.
Durante las últimas semanas, durante nuestro viaje hacia el oeste, esas visiones se habían echo frecuentes. Tal vez era mi nueva mente humana tratando de procesar recuerdos divinos. Tal vez Zeus estaba jugando con mi memoria, viendo cuanto tardaría en hacer estallar mi cerebro.
En cualquier caso, apenas había llegado al sofá más cercano cuando me desplomé.
Era vagamente consiente de que Leo y Josephine se encontraban en el puesto de soldadura charlando sobre el proyecto en el que Jo estaba ocupada. No parecían darse cuenta de mi angustia.
Me vi en un bosque junto con varias cazadoras, a Hades se le habían escapado una pareja de perros del infierno, que habían procreado y ahora eran una plaga, por lo que mi misión era eliminarlos.
Normalmente no hubiera tenido problema, podría haber lanzado una flecha y matar a todas las bestias de un golpe, pero me gusta dejar que las cazadoras se hagan cargo para que aprendan a lidiar con las amenazas, y solo intervengo cuando es estrictamente necesario.
Esa vez todo iba normal, hasta que una de mis seguidoras más jóvenes fue herida por uno de los perros, la herida era potencialmente letal, por lo que entre de inmediato para salvarla. Sin embargo mientras me ocupaba de su cuerpo, escuché un llamado de auxilio desde muy lejos.
Extendí mi conciencia para ubicarlo, y allí las vi, cerca de los acantilados de Naxos, dos jóvenes doncellas escapaban de la ira de su padre, este era Estáfio, el rey de Naxos, hijo semidiós de Dionicio. El rey borracho había entrado en cólera porque sus hijas menores Partenos y Hemítea habían roto su vasija de vinos favorita.
Mientras las jóvenes corrían de los intentos de homicidio por parte de su padre, me pedían ayuda desesperadamente. Dos jóvenes doncellas que querían unirse a la caza mientras escapaban de un repulsivo macho, obviamente que quise ayudarlas. Sin embargo no podía descuidar ni por un segundo a mi joven cazadora herida, por suerte para mi, encontré una solución alternativa.
Mi hermano Apolo estaba volando justo encima del lugar mientras la escena ocurría, ya que el iba a verse con la hermana mayor de las chicas, Reo. Por lo que hice lo primero que se me ocurrió, manipulé un poco la percepción de Apolo, para que en lugar de escuchar las plegarias a mi que las jóvenes hacían, escuchara un llamado en su ayuda. No tenía la certeza de que funcionaria, Apolo podía pasar de ellas sin más, pero era lo único que podía hacer.
Las jóvenes saltaron al vacío, por suerte Apolo si decidió ayudarlas, sin embargo lo hizo de la forma menos sensata posible, en lugar de transformarlas en algún ave o planta para que yo pudiera encontrarlas y des transformarlas, o en lugar de solamente teletransportarlas o cualquier otra cosa que pudo haber echo, las convirtió en diosas menores.
Lo se, una idiotez.
Verán, cuando el consejo quiere convertir en dios a un mortal, se vota y si todo el consejo está de acuerdo (léase, Zeus nos obligó) el mortal obtiene los dominios que le pertenecerán. Sin embargo, un dios puede convertir a un mortal en dios menor sin ningún problema, eso si, debe de renunciar a alguno de sus dominios, a una parte de él, para darle el poder al mortal en cuestión.
Allí me di cuenta de mi error.
Apolo había dado parte de su divinidad porque creyó que llamaban por su ayuda, sin embargo sólo fue un truco mío para poder reclutar a don nuevas cazadoras.
—¡Gracias, lord Apolo!— dijo Pártenos—. ¿Lo envía Artemisa?
La sonrisa de Apolo vaciló.
—¿Artemisa?
—¡Debe de haberlo enviado ella!— dijo Hemítea—. Mientras caíamos, supliqué "¡Ayúdenos Artemisa!"
—No— repuso mi hermano—. Gritaste "¡Ayúdenos, Apolo!"
Las chicas se miraron.
—Ejem... no, milord— dijo Hemítea.
Los tres se miraron fijamente, claramente confundidos.
—¡Bueno, no importa!— dijo Hemítea alegremente—. ¡Le debemos mucho, y ahora podremos hacer realidad nuestros mayores deseos!
—¡Sí— siguió Partenos—, nos haremos miembros de las cazadoras de Artemisa! ¡Gracias, Apolo!
Empleando sus nuevos poderes, destellearon dejando solo a Apolo.
Jamás tuve el valor para explicar lo que sucedió ese día, yo estaba feliz con mis dos nuevas cazadoras totalmente inmortales, que por cierto se hicieron rápidamente un lugar entre las mejores, pero Apolo obviamente no estaba muy contento, cada vez que el se encontraba con la caza, se evitaban mutuamente, y como dije, jamás me atreví a decirle a Apolo lo que sucedió de verdad, por mi culpa el había perdido un poco de su divinidad, siempre me sentí culpable respecto a eso. Mi hermano notó el cambio en mi, pero jamás pudo sacarme la verdad, ya que podía evadir de modo natural su dominio de la verdad.
Esa es otra razón por la que me resentí tanto cuando Emmie abandono a las cazadoras, no solo había dejado la caza, también había abandonado la divinidad que mi hermano sacrificó por ella.
Mi visión cambió.
Me encontraba en un amplio piso de oro y mármol blanco. Por la ventana se distinguían las sombras de la tarde inundando a los edificios de Manhattan.
Ya había tenido esa visión antes, siempre que tenía visiones terminaba aquí tarde o temprano.
Recostado en un diván morado, el emperador Nerón luciendo un traje morado, una camisa azul pastel y unos puntiagudos zapatos de piel de cocodrilo, comía de un plato de fresas mientras hablaba con una joven semidiosa frente a él.
—Meg...— movió la cabeza con tristeza—. Querida Meg. ¡Deberías estar más entusiasmada! Es tu oportunidad de redimirte, querida. No me decepcionarás, ¿verdad?
Su voz era suave u dulce como una fuerte nevada: la clase de nevada que va aumentando y echa abajo cables de alta tensión, hunde tejados y mata a familias enteras.
Delante del emperador, Meg, hija de Deméter, Parecía una planta marchita. El pelo oscuro cortado a lo paje le caía lánguidamente alrededor de la cara. Se hallaba encogida y ataviada con sus ropas de color semáforo. Tenía la cabeza agachada pero advertí que se le habían roto los lentes de pasta de ojos de gato desde nuestro último encuentro en la Arboleda de Dodona. Las puntas con diamantes falsos de cada junta estaban tapadas con cinta adhesiva.
Parecía muy pequeña y vulnerable bajo la mirada de Nerón. Me pregunté cuantas veces nos vimos así yo y el resto de mis medio hermanos olímpicos ante la mirada de Zeus.
Quería ayudar a Meg y torturar de la peor manera al emperador, sin embargo sólo podía observar en silencio.
Meg no dijo nada, pero Nerón asintió con la cabeza como si hubiera contestado la pregunta.
—Ve al oeste— le dijo—. Atrapa a Artemisa antes de que encuentre al siguiente Oráculo. Si no puedas traérmela viva, mátala.
Dobló el dedo meñique, mostrando un anillo con un diamante de unos cien quilates.
Uno de sus guardaespaldas imperiales de la fila que tenía detrás dio un paso adelante. Como todos los germani, era un hombre enorme, literalmente gigantesco, una masa de musculosa embutida en una coraza de cuero. Con un cabello castaño despeinado y un rostro que hubiera dado miedo incluso sin el tatuaje de serpiente que se enroscaba por su cuello y le subía hasta la mejilla derecha.
—Éste es Vortingern— dijo Nerón—. Él te mantendrá... protegida.
El emperador paladeó la palabra "protegida" como si tuviera varios significados posibles, ninguno bueno.
—Viajarás también con otro miembro de la Casa Imperial por si, ejem, surgen dificultades.
Nerón volvió a flexionar el meñique. De las sombras de la escalera salió un adolescente. El cabello oscuro le caía sobre los ojos. Llevaba unos pantalones negros holgados, una camisa negra sin mangas y tantas joyas se oro alrededor del cuello que parecía una suerte de ídolo religioso. De su cinturón colgaban tres dagas envainadas, dos a la derecha y una a la izquierda.
En conjunto, el chico me recordaba algo a Nico di Angelo, el hijo de Hades, eso si Nico fuera un poco mayor, más cruel, y hubiera sido criado por chacales.
—Ah, bien, Marco— dijo Nerón—. Enséñale a Meg su destino ¿quieres?
Marco sonrió fríamente. Levantó la palma de la mano, y encima de las puntas de sus dedos apareció una imagen brillante: un panorama a vista de pájaro de una ciudad, Indianápolis.
—Meg, querida— dijo Nerón—, quiero que lo consigas. Por favor, no fracases. Si la Bestia vuelve a enfadarse contigo...— se encogió de hombros en un gesto de impotencia. Su voz reflejaba sinceridad y preocupación—, no sé cómo podría protegerte. Encuentra a Artemisa. Mata a su amo, y sométela. Sé que puedes hacerlo. Y, querida, ten mucho cuidado en el palacio de nuestro amigo el Nuevo Hércules. Él no es tan caballeroso como yo. No te dejes contagiar por su obsesión de destruir la Casa de las Redes. Es totalmente secundaria. Cumple tu misión y vuelve rápido conmigo.
—Nerón extendió los brazos—. Entonces volveremos a ser una familia feliz.
Marco abrió la boca, tal vez para hacer un comentario sarcástico, pero cuando hablo lo hijo con la voz de Percy e interrumpió la visión.
—¡Artemisa!
Dejé escapar un grito ahogado. Me encontraba otra vez en la Estación de Paso, tumbada en el sofá. De pie junto a mí, con el ceño fruncido de preocupación, estaban Jo, Emmie, Leo, Calipso y Percy.
—Tu... tuve un suelo— señalé débilmente a Emmie—. Y tú aparecías en él. Y... el resto de ustedes, no tanto, pero...
—¿Un sueño?— Percy me miró con preocupación—. Artemisa, teñirse los ojos totalmente abiertos. Estabas ahí tumbada retorciéndote. Te he visto tener visiones antes pero... jamás como esa.
Me temblaban los brazos. Me tomé la mano derecha con la izquierda, pero eso no hizo más que empeorar la situación. Quería un abrazo, pero no iba a pedirlo con tanta gente de testigo.
—E... escuché algunos detalles, o cosas que no recordaba. Sobre Meg. Y sobre los emperadores. Y...
Josephine me examino con duda.
—¿Segura de que estas bien, mi señora? No tienes buena cara.
—Estoy bien— los tranquilicé—. ¿Que pasa? ¿Ya te curaste, Calipso?
—En realidad, estuviste horas inconsciente— ella levantó la mano que se había roto hacía poco, que ahora parecía como nueva, y movió los dedos—. Pero, sí, Emmie no tiene nada que envidiar a Apolo como curandera.
—Eso es cierto— dije—. Esperen, ¿llevo horas aquí tumbada y nadie se dio cuenta?
—Estaba dormido— se disculpó Percy— perdón.
—En la enfermería— dijo Calipso— también dormí una siesta.
Leo se encogió de hombros
—Estábamos algo ocupados hablando de trabajo. Seguramente no te habríamos visto tan pronto si alguien no hubiera querido hablar contigo.
—Ajá— convino Calipso, con una mirada de preocupación—. Insistió mucho.
Señaló hacia el rosetón.
Al principio me pareció ver unos puntos naranja. Entonces me di cuenta de que una aparición flotaba hacia mí. El fantasma de queso sin cabeza había vuelto.
...
Buenas, ¿que tal les pareció mi interpretación del por qué Apolo ayudó a las hermanas? En el libro original jamás se explicó que sucedió en realidad, nada más nos dicen que ellas llamaron a Artemisa y Apolo escuchó que lo llamaban a él. Así que decidí hacer mi propia versión de los echos, espero les haya gustado.
Ahora bien, preguntas, sugerencias, ideas, alguna petición. Todo es bienvenido
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