Enserio, odio a mi sobrino.
No sabía que pudiera moverme tan rápido. Al menos, en este cuerpo de mortal.
Crucé el lago hasta que llegué al lado de Percy. Traté desesperadamente de espantar a las abejas, pero las motas de oscuridad se arremolinaban a su alrededor y se metían en su boca, su nariz y sus oídos... incluso en sus conductos lagrimales. Cosa que me parecía tan fascinante como perturbador.
—¡Basta, Trofonio!—grité.
—Esto no es cosa mía—dijo el espíritu—. Tu amigo abrió su mente al Oráculo Oscuro. Hizo preguntas. Ahora está recibiendo las respuestas.
—¡No hizo ninguna pregunta!
—Ah, claro que sí. Casi todas sobre ti, Artemisa. ¿Qué será de ti? ¿Adónde debes ir? ¿Cómo puede ayudarte? Ésas son las mayores preocupaciones qué hay en su mente. Qué lealtad tan impresionante...
Percy empezó a retorcerse. Lo tumbé de lado, como hay que hacer cuando alguien sufre un ataque. Me devané los sesos. ¿Qué más? Apartar los objetos puntiagudos de alrededor... Todas las serpientes habían desaparecido, bien. Tomé a contracorriente y la alejé de Percy, pero la mantuve apenas lo suficientemente cerca como para que su luz bronce me permitiera ver lo que hacía. No podía hacer gran cosa respecto a las abejas. Su piel estaba fría, pero yo no tenía nada cálido y seco para taparlo. Su aroma habitual—aquel olor salado a mar—se había convertido en el olor de una charca de agua estancada y sucia.
—Percy—sollocé—. No me dejes, por favor. Concéntrate en mi voz.
El murmuraba de forma incoherente. Presa del pánico, me di cuenta de que si me daba una orden directa en su estado de delirio, incluso algo sencillo como "Déjame en paz" o "Vete", me vería obligada a obedecer. Tenía que encontrar una forma de afianzar su mente, de protegerle de las visiones más siniestras. Era difícil cuando mi propia mente seguía un poco embotada y no podía fiarme totalmente de ella.
Murmuré unos cánticos sanadores: antiguas melodías antiguas curativas que hacía siglos Apolo me había enseñando en caso de emergencias.
La respiración de Percy de volvió más regular, pero el enjambre oscuro seguía envolviéndolo, atraído por sus miedos y sus dudas como... en fin, como abejas al polen.
—Ejem—dijo Trofonio—. Bueno, en cuanto al favor que me prometiste...
—¡Cállate!—le ordené.
—Cállate—murmuró Percy en su estado febril.
Decidí interpretarlo como un eco, no como una orden, dirigido a Trofonio y no a mí. Afortunadamente, mis cuerdas vocales estuvieron de acuerdo.
Arrastré a Percy hacia el agua. Las abejas no lo abandonaron, volaban por el agua como si no fuera más que aire, supongo que porque eran fantasmas. Intenté pensar en algo a lo que Percy pudiera aferrarse para expulsar la oscuridad que lo envolvía. Repase rápidamente los dominios de Poseidón: tormentas, un poco inútil de momento; caballos, no veía de que podrían servir; terremotos; eso nos había metido en el problema en primer lugar; y el mar, el mar era demasiado extenso, tenía que haber algo allí que sirviera de algo... no se me ocurría nada.
Empecé a hablar con el sobre cualquier cosa, como cuando veníamos de camino en coche, se me escapaban las lágrimas. Tenía mucho miedo, miedo de perderlo.
No sabía si me estaba oyendo. Sus ojos se movían bajo los párpados cerrados como si hubiera entrado en la fase REM. Ya no se crispaba no se retorcía tanto. ¿O eran imaginaciones mías? Yo temblaba tanto de frío y miedo que era difícil estar segura.
Trofonio emitió un sonido como el de una válvula de vapor al abrirse.
—Acaba de caer en un trance más profundo. Eso no tiene por qué ser una buena señal. Todavía podría morir.
Yo seguí dando la espalda al oráculo.
—No hagas caso a Trofonio, Percy. Él se alimenta del miedo y el dolor. Solo intenta hacernos perder la esperanza.
—Esperanza—dijo el espíritu—. Interesante palabra. Yo tuve esperanza una vez... en que mi padre se comportara como un padre. Lo superé después de estar muerto varios siglos.
—¡Bienvenido a la realidad!—solté—. Apolo arruina todo lo que hace, ¿por qué crees que estoy aquí? Es tan idiota que dejó a su hermana para lidiar con su desastre...
De inmediato me di cuenta de lo que dije. Yo me había ofrecido a tomar el castigo, el había intentado detenerme pero igual acepté. La cueva estaba amplificando mis emociones igual que como había hecho con Percy. Sin duda estaba enojada con Apolo, el había sido el que hizo caso al idiota de su legado, la gran mayoría de enemigos que nos atacaban era para hacerle daño a través de mi. Pero si algo si es Apolo es un buen hermano.
Las abejas se arremolinaron a mi alrededor y zumbaron airadamente, pero no me hicieron daño. Me negué rotundamente a ofrecerles un miedo del que pudieran alimentarse. Despejé mi mente de todo pensamiento o emoción. Lo único que importaba ahora era mantener una actitud positiva, hacer de soporte para Percy.
—Estoy aquí—le aparté el pelo mojado de la frente—. No estás solo.
El gimoteo en su trance.
—Utilicé sus venenos.
Supuse que se refería a su episodio en el Tártaro con cierta diosa del sufrimiento.
—Percy, eso fue solo una tormenta. Eres como el mar, después de una fuerte tormenta todo está más despejado, el oleaje se calma, la basura llega a la costa y sale de tu sistema. Eres alguien muy fuerte, no te derrumbaras por un mal momento, lo sé. Tienes... tienes la cara verde—me volví hacia Trofonio alarmada—. ¿Por qué tiene la cara verde?
—Interesante—parecía cualquier cosa menos interesado—. Tal vez se está muriendo.
Inclinó la cabeza como si escuchara algo a lo lejos.
—Ah. Ya están aquí, esperándolos.
—¿Que? ¿Quienes?
—Los sirvientes del emperador. Blemias—Trofonio señaló al otro lado del lago—. Allí mismo hay un túnel subacuático. Lleva al resto del sistema de cuevas, la parte conocida por los mortales. Los blemias han aprendido que no les conviene entrar a esta cámara, pero los están esperando al otro lado. Es la única vía por la que pueden escapar.
—Pues por allí escaparemos.
—Lo dudo—dijo Trofonio—. Aunque tu amigo sobreviva, los blemias están preparando explosivos.
—¿QUÉ?
—Uy, Cómodo les había dicho que utilicen los explosivos sólo como último recurso. Le gusta tenerme como su adivino personal. Envía aquí a sus hombres de vez en cuando, los saca medio muertos y locos, y consigue visiones gratis del futuro. ¿Que más le da? Pero preferiría destruir este Oráculo a dejarlos escapar con vida.
No sabía que hacer ni que responder.
Trofonio soltó más carcajadas ásperas.
—No pongas esa cara tan triste, Artemisa. Fíjate en el lado bueno: ¡no importa si Percy muere aquí, porque va a morir de todas formas! Mira, ahora le sale espuma de la boca. Ésa es siempre la parte más interesante.
Efectivamente, en la boca de Percy borboteaba espuma blanca. Eso definitivamente no era buena señal.
Tomé su cara entre mis manos.
—Escúchame, Percy—las tinieblas se agitaron a su alrededor y me provocaron un cosquilleo en la piel—. Estoy aquí. Soy Artemisa, Arty como me dices. No te me vas a morir.
Percy se retorció y echó espuma por la boca, escupiendo palabras al azar como "caballo", "crucigrama", "ungulados" o "raíces". Desde un punto de vista médico, eso tampoco era muy buena señal.
Nada de lo que probaba daba resultado. Solo se me ocurrió otro remedio: una técnica antigua para extraer el veneno y espíritus malvados. Hoy en día estaba desactualizada y no era recomendable, además jamás lo había hecho antes, pero me acordé de la quintilla de la Arboleda de Dodona y del verso que más me había quitado el sueño: "Tuvo que digerir muerte y locura".
Y allí estábamos.
Me arrodillé sobre la cara de Percy. Pellizqué su nariz y pegué mi boca a la suya.
En lugar de exhalar como lo haría alguien dando respiración boca a boca, inhalé y absorbí la oscuridad de los pulmones de Percy.
Puede que en algún momento de tu vida te haya entrado agua por la nariz. Pues imagínate esa sensación, sólo que con veneno de abeja y ácido en lugar de agua. El dolor casi me hizo perder el conocimiento; una nube de horror tóxica que me invadió los senos nasales, me bajó por la garganta y me llegó al pecho. Noté que las abejas espectrales rebotaban por mi sistema respiratorio, tratando de salir a picotazos.
Contuve la respiración, decidida a evitarle a Percy la máxima oscuridad durante el mayor tiempo posible. Compartiría esa carga con el aunque me matara.
Entonces, con nuestras mentes fundidas, Percy y yo nos sumimos en el Caos primordial: el miasma con el que las Moiras tejían el futuro, forjando el destino a partir del azar. Usando el poder que dio vida a los primordiales,
Ninguna mente debería exponerse a semejante poder. Incluso cuando era una diosa, me daba miedo acercarme demasiado a los límites del Caos.
Era el mismo peligro al que se exponían los mortales cuando veían la auténtica forma de un dios: una pira ardiente y terrible de puras posibilidades. La visión de algo así podría volatizar a los humanos, convirtiéndolos en sal o en polvo.
Protegí a Percy del miasma lo mejor que pude envolviendo su mente con la mía a modo de abrazo, pero los dos oímos unas desgarradoras voces.
Caballo blanco y veloz, susurraban. La recitadora del crucigrama. Tierras de muerte que abrasa.
Y más: frases pronunciadas excesivamente rápido y que solapaban demasiado para tener sentido. Se me empezaron a quemar los ojos. Las abejas me devoraban los pulmones. Aún así, contuve la respiración. Vi un rio neblinoso a lo lejos: la mismísima Laguna Estigia. Invitándome a cruzar, a acabar con el dolor y llegar de una vez al inframundo.
Entonces nos salvó un pensamiento simultáneo: "No puedo rendirme. Artemisa/Percy me necesita.
Aguanté un instante, y otro. Finalmente, no pude soportarlo más.
Exhalé y expulsé el veneno de la profecía. Respirando con dificultad, me desplomé junto a Percy sobre la piedra fría y mojada. Poco a poco, el mundo recobró su estado sólido. Las voces se habían apagado. El enjambre de abejas fantasmales había desaparecido.
Me levante apoyándome con los codos. Presioné el cuello de Percy con los dedos. Su pulso golpeteaba, tenue y débil, pero no estaba muerto.
—Gracias a las Moiras—murmuré.
Trofonio suspiró en su isla.
—En fin. De todos modos, el chico podría quedar loco para el resto de su vida. Es un consuelo.
Lance una mirada asesino a mi difunto sobrino.
—¿Un consuelo?
—Sí—el inclinó su etérea cabeza, escuchando otra vez—. Más vale que te des prisa. Tendrás que llevar al chico por el túnel subacuático, lástima que es hijo de Poseidón y no puede ahogarse. Aunque los blemias aún pueden matarlos al otro lado. Pero si no los matan, quiero que me hagas el favor que te dije.
Reí. Después de sumergirme en el Caos, no era un bonito sonido.
—¿Esperas que te haga un favor? ¿Por atacar a un chico indefenso?
—Por ofrecerte una profecía—me corrigió Trofonio—. Es tuya, suponiendo que puedas sacársela al chico en el Trono de la Memoria. Y ahora, mi favor, como prometiste: Destruye está cueva.
Me preguntaba si Zeus estaría de acuerdo. Yo había obrado creyendo que mi padre quería que restableciera los antiguos oráculos antes de recobrar la divinidad. No estaba seguro de que destruir la Caverna de Trofonio fuera un plan alternativo aceptable. Claro que si Zeus quería que las cosas se hicieran de una forma determinada, debería haberme dado instrucciones por escrito.
Además, tenía ganas de sepultar en rocas a Trofonio por ser tan desgraciado.
—¿Cómo destruyó este lugar?
—¿Mencioné a los blemias con explosivos de la cueva de al lado? Si ellos no los utilizan, debes utilizarlos tú.
—¿Y Agamedes? ¿Desaparecerá el también?
Tenues destellos de luz brotaron de la figura del espíritu: ¿tristeza, quizá?
—Con el tiempo—dijo Trofonio—. Dile a Agamedes... dile que lo quiero y que siento que éste haya sido nuestro destino.
Su remolino de oscuridad empezó a desenrollarse y desapareció.
La cueva retumbó, y se propagaron ondas a través del lago. No sabía lo que eso significaba, pero no podíamos quedarnos allí. Cargue a Percy como pude y me hundí en el agua.
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