Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cuatro decapitaciones en un solo sueño


Como era de esperarse, tuve sueños terribles.

Me encontraba al pie de una enorme fortaleza una noche sin luna. Ante mí, unos muros toscamente labrados se alzaban decenas de metros, salpicados de motas de feldespato que brillaban como estrellas.

Al principio sólo oía el ulular de los búhos en el bosque situado detrás se mí. Luego, al pie de la fortaleza, hubo un rechinar de piedras. Una pequeña trampilla apareció donde antes no había ninguna, un joven salió a gatas con un saco pesado a cuestas.

—¡Vamos!— susurró a alguien que seguía en el túnel.

El hombre se levantó con dificultad, y el contenido de su saco tintineó. Al parecer acababa de robar un gran tesoro.

Se volvió en dirección a mi, por un segundo creí que era Apolo, era prácticamente igual, con la excepción del cabello, ya que el del chico era oscuro en lugar de dorado. Era sin duda una de las criaturas de mi hermano, no sabía si hijo o legado, probablemente su hijo por el parecido.

De la trampilla emergió la cabeza de otro joven. Debía de ser ancho de espaldas porque tenía problemas para pasar.

El primer chico rió entre dientes.

—Te dije que no comieras tanto, hermano.

A pesar del esfuerzo, el otro joven alzó la vista y sonrió. No se parecía al primero en absoluto. Tenía el pelo rubio rizado, y la cara inocente, bobalicona, y fea como la de un simpático burro.

Supuse que si el primer chico era hijo de Apolo, el otro debía de ser de la misma mujer mortal pero con su marido.

—No puedo creer que haya funcionado— dijo el segundo chico, mientras se soltaba el brazo izquierdo retorciéndolo.

—Pues claro que funcionó— dijo el primero—. Somos unos famosos arquitectos. Construimos el templo de Delfos. ¿Por qué no iba a confiar en nosotros el rey Hirieo para que construyéramos su cámara de trono?

—¡Con túnel secreto para ladrones y todo!

—Bueno, eso él nunca lo sabrá— repuso el primer chico—. Ese viejo idiota y paranoico creerá que sus criados le robaron todo el tesoro. Vamos, date prisa, torpe.

El segundo chico estaba demasiado ocupado riendo como para soltarse. Estiró el brazo.

—Ayúdame.

El primero puso los ojos en blanco. Dejó el saco del tesoro en el suelo... e hizo saltar una trampa.

El saco cayó justo encima de un cable trampa, que al parecer solo se activaba cuando el ladrón salía del túnel. El rey pretendía atrapar a los traidores con las manos en la masa.

En el árbol más próximo, un arco mecánico disparó una ruidosa bengala al cielo que describió un arco de llamas rojas a través de la oscuridad. Dentro del túnel, una viga de apoyo se rompió y aplastó el pecho del chico que seguía allí bajo una lluvia de piedras.

(Nota del autor: ¡Cesar!.jpg)

El chico del túnel lanzó un grito ahogado, agitando el brazo libre. Se le salieron los ojos de las órbitas mientras tosía sangre. El primer chico gritó horrorizado. Corrió al lado de su hermano y trató de sacarlo tirando, pero sólo consiguió hacer gritar a su compañero.

—Déjame— dijo el chico aplastado.

—Ni hablar— el hijo de Apolo tenía el rostro surcado de lágrimas—. Es culpa mía. ¡Fue idea mía! Iré por ayuda. Se... se lo diré a los guardias...

—Te matarán a ti también— dijo el chico aplastado con voz ronca—. Vete mientras puedes. Una cosa más, hermano: el rey conoce mi cara —soltó un grito ahogado, y su respiración emitió un borboteo— . Cuando encuentre mi cadáver...

—¡No digas eso!

—Sabrá que tú estabas conmigo— continuo el hombre tortilla, con la mirada clara y serena que da la certeza de la muerte—. Te localizara. Declarará la guerra a nuestro padre. Asegúrate de que no puedan identificar mi cuerpo.

La plasta intentó agarrar débilmente el cuchillo que colgaba del cinturón de si hermano.

El chico de Apolo gimió. Entendió lo que su hermano le pedía. Oyó a los guardias gritar a lo lejos. No tardarían en llegar.

Alzó la voz a los cielos.

—¡Tómame a mí! ¡Sálvalo a él, por favor, padre!

El padre del chico, Apolo, decidió hacer caso omiso de su plegaria, tenia sentido, la fama del chico era por diseñar el templo en Delos. Y el utilizo su reputación y talento para convertirse en un ladrón. Se lo había buscado.

Desesperado, el chico desenvaino el cuchillo. Besó la frente de su hermano por última vez y acto seguido posó la hoja sobre el cuello del joven aplastado.

—Adiós, Agamedes...

El sueño cambio.

Ahora estaba en una larga cámara subterránea que parecía una imagen alternativa del salón principal de la Estación de Paso. En el techo curvo brillaban azules blancos de metro. A cada lado de la sala, donde habría estado el foso de la vía en una estación de tren, discurrían canales de agua abiertos. Las paredes estaban llenas de monitores de televisión que emitían videoclips de un hombre una y otra vez.

Los videos me recordaban a los anuncios de programas de televisión nocturnos que se ven en Times Square. El hombre hacía muecas a la cámara y en cada plano llevaba un conjunto distinto, pero todos con piel de león.

Era perturbadoramente perturbador.

Un rótulo de colores llamativos se desplazaba por la pantalla: ¡EL NUEVO HÉRCULES!

A ver, yo no tengo nada en contra de reemplazar a Hércules, pero este tipo parecía igual de idiota que el original.

Además de que era más como una caricatura de Heracles, una versión más similar a la de los medios audiovisuales de entretenimiento, menos atlético y exageradamente musculoso.

En medio de la sala, flanqueado por guardaespaldas y asistentes, se hallaba el hombre en cuestión, acomodado en un trono de granito, y vestido únicamente con un traje de baño de piel de león.

Me dieron ganas de vomitar.

Con una expresión aburrida, empleando dos dedos, daba vueltas a un hacha de un metro ochenta de largo que estaba a punto de poner en peligro la anatomía de su asesor más cercano.

Arrodilladas ante el emperador se hallaban dos personas que habían aparecido en mi visión del ático de Nerón: Marco, el enjoyado chico chacal, y Vortingern, el bárbaro.

Marco intentaba explicar algo al emperador. Agitaba desesperadamente las manos.

—¡Lo intentamos! ¡Escuche señor!

El emperador no parecía inclinado a escuchar. Su mirada desinteresada se desvió a través del salón del trono a varias distracciones: un bastidor de instrumentos de tortura, una hilera de videojuegos, un juego de pesas y una diana de pie que tenía un retrato de Apolo, erizada de cuchillos clavados.

En las sombras del fondo de la sala se movían con inquietud animales raros metidos en jaulas. No había ningún grifo, pero si habían varias criaturas que no había visto desde hacía siglos. Media docena de serpientes árabes aladas revoloteaban en una jaula de canarios descomunal. Dentro de un cercado de oro, un par de criaturas parecidas a toros con cuernos enormes olfateaban un comedero. ¿Eales europeos, tal vez? Dioses, esos ya eran raros en la antigüedad.

Marco siguió gritando excusas hasta que, a la izquierda del emperador, un hombre rollizo con un traje de oficina carmesí soltó:

—¡Basta!

El asesor describió un amplio arco alrededor del hacha giratoria del emperador. Tenía la cara tan roja y sudorosa que pensé que en cualquier momento sufriría de una insuficiencia cardíaca. Avanzó hacia los dos suplicantes.

—¿Nos están diciendo— gruñó— que la perdieron? Dos siervos fuertes y capaces del triunvirato perdieron a una niña. ¿Cómo pudo ocurrir?

Marco ahuecó las manos.

—No lo sé, lord a Cleandro! Paramos en una tienda en las afueras de Dayton. Ella fue al baño y... y desapareció.

Marco miró a su compañero en busca de apoyo. Vortingern gruñó.

Cleandro, el asesor del traje rojo, frunció el ceño.

—¿Había algún tipo de planta cerca de los baños?

Marco parpadeó.

—¿Una planta?

—Sí, idiota. De las que crecen.

—Yo... bueno, cerca de la puerta había una grieta en la banqueta con una mata de dientes de león, pero...

—¿Qué?— gritó Cleandro—. ¿Dejaron a una hija de Deméter cerca de una planta?

"Una hija de Deméter" al parecer la joven Meg había logrado evadir a sus escoltas.

Marco se quedó con la boca abierta como un pez.

—Señor, era... ¡era sólo una hierba!

—¡Lo único que ella necesita para teletransportarse!— gritó Cleandro—. Deberían haberse percatado de lo poderosa que se está volviendo. ¡Solo los dioses saben dónde está ahora!

—En realidad— dijo el emperador, e inmediatamente rodó se detuvo en la sala—, yo soy un dios. Y no tengo idea.

Dejó de dar vueltas a su hacha. Escudriñó el salón del trono hasta que su mirada se posó en una criada blemia que colocaba bizcochos y canapés en un carrito pata el té. No iba disfrazada: su cara estaba bien a la vista en su pecho, aunque debajo de la barbilla, a la altura de la barriga, llevaba una falda negra con un delantal de encaje blanco.

El emperador apuntó. Lanzó despreocupadamente el hacha a través de la sala, y la hoja se clavó entre los ojos del monstruo. La blemia se tambaleó y logró decir "buen disparo, milord", y acto seguido se deshizo en polvo.

Los asesores y guardaespaldas aplaudieron educadamente.

El emperador rechazó sus elogios con un gesto de la mano.

—Estoy harto de estos dos— señaló a Marco y Vortingern—. Fallaron, ¿verdad?

Cleandro se inclinó.

—Si, milord. Por su culpa la hija de Deméter anda suelta. Si llega a Indianápolis, podría darnos un montón de problemas.

El emperador sonrió.

—Ah, pero tú también fallaste, ¿no es así, Cleandro?

El hombre de traje rojo tragó saliva.

—Señor, yo... yo le aseguro...

—Fue idea tuya dejar que Nerón enviara a estos idiotas. Creías que ayudarían a capturar a Diana. Ahora la niña nos traicionó. Y Diana está en algún lugar de mi ciudad, y tú todavía no la has detenido.

—Señor. Las entrometidas de la Estación de Paso...

—¡Eso es!— dijo el emperador—. Tampoco las has encontrado a ellas aún. Y no me hagas hablar de todos los errores que has cometido con la ceremonia de nombramiento.

—¡Pe-pero, señor! ¡Tendremos miles de animales para que los mate! Cientos de cautivos...

—¡ME ABURRO! Te lo dije, quiero algo creativo. ¿Eres mi prefecto del pretorio o no, Cleandro?

—S-si, señor.

—Y por tanto eres responsable de cualquier error.

—Pero...

—Y me estas aburriendo— añadió Cómodo—, y eso se castiga con la pena de muerte— miró a cada lado del trono—. ¿Quién es el siguiente en la cadena se mandó? Hablen.

Un joven dio un paso adelante. No era un guardaespaldas germanus, pero sin duda era un luchador. Su mano reposaba en la empuñadura de una espada. Su rostro eta un mosaico de cicatrices. Vestía de manera informal— unos jeans, una camiseta de manga corta roja y blanca en la que decía CORNHUSHERS, los Deshojadores de Maíz que daban nombre a un equipo de fútbol americano de Nebraska, y un pañuelo rojo sobre su cabello oscuro rizado—, pero se desenvolvía con la seguridad de un asesino experto.

—Yo soy el siguiente, señor.

El emperador inclinó la cabeza.

—Hazlo, pues.

—¡No!— gritó Cleandro.

El Deshojador se movió a una velocidad de vértigo. Su espada destelló. Tres personas cayeron mueras de tres tajos fluidos, con las cabeza separadas de los cuerpos.

El emperador aplaudió con regocijo.

—¡Oh, qué bien! ¡Fue muy divertido, Litierses!

—Gracias, señor— el Deshojador limpió la sangre de la hoja de su arma.

—¡Eres casi tan diestro con la espada como yo!— dijo el emperador—. ¿Te conté alguna vez cómo decapite a un rinoceronte?

—Sí, milord, fue impresionante— el tono de Litierses era seco—. ¿Me da permiso para retirar los cadáveres?

—Claro— dijo el emperador—. A ver... tú eres hijo de Midas ¿no?

Litierses frunció el ceño, y a su rostro parecieron salirle nuevas cicatrices.

—Sí, señor.

—Pero ¿no puedes convertir lo que tocas en oro?

—No, señor.

—Qué lastima. Pero sí que matas gente. Eso está bien. Tus primeras órdenes serán buscar a Meg McCaffrey y a Diana. Tráemelas vivas si es posible, y... hum. Había otra cosa.

—¿La ceremonia de nombramiento, señor?

—¡Si!— el emperador sonrió—. Si, si. Tengo unas ideas maravillosas para animar los juegos, pero como Diana y la niña andan sueltos por ahí, deberíamos adelantar el plan de los grifos. Ve al zoo enseguida. Trae a los animales aquí para que estén más seguros. Si haces todo eso por mí, no te matarė. ¿Te parece justo?

Los músculos del cuello de Litierses se tensaron.

—Por supuesto, señor.

Mientras el nuevo perfecto del pretorio escupía órdenes a los guardias y les mandaba que arrastraran los cadáveres decapitados, alguien pronunció mi nombre,

—Artemisa, despierta.

Abrí los ojos parpadeando. Calipso y Percy estaban allí.

—Ya era hora, me estaba preocupando— dijo Percy.

—¿Que...?

—intentamos despertarte por casi cinco minutos— explicó Calipso— tenemos que darnos prisa, ya casi está amaneciendo, y tenemos que ir al zoo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro