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Un puente de barcos.


Por desgracia para nosotros y para el señor Bedrossian, no había rastro del Cadillac Escalade en la calle en la que lo habíamos estacionado.

—Se lo llevó la grúa—anunció Piper despreocupadamente, como si le sucediera a menudo.

Volvió a la recepción. Unos minutos más tarde, salió por la reja delantera conduciendo la camioneta verde y dorada del internado Edgaton.

Bajó la ventanilla.

—Hola. ¿Quieren ir de excursión?

Cuando arrancamos, Jason miró nervioso por el espejo retrovisor del lado del copiloto, temiendo quizá que el guardia de seguridad privada nos persiguiera y nos exigiera unas autorizaciones firmadas antes de salir del internado para matar a un emperador romano. Pero nadie nos seguía.

—¿Adonde vamos?—preguntó Piper cuando llegamos a la autopista.

—A Santa Bárbara—dijo Jason.

Ella frunció el entrecejo, como si esa respuesta fuera sólo un poco más sorprendente que Uzbekistán.

—Está bien.

Siguió los indicadores a la Autopista 101 Oeste.

Por una vez, esperaba que hubiera embotellamiento por el tráfico. No tenía prisa por ver a Calígula. En cambio, la vía estaba casi vacía.

A mi lado, en el asiento trasero, Percy se removía inquieto en su asiento, como siempre que permanecía quieto mucho tiempo. Su TDAH era bastante mayor al de otros semidioses por una cuestión evolutiva. Más posibilidad de estar en peligro, más y mejores reflejos de combate. Pero cuando estaba en un sitio "seguro" y cerrado, al poco tiempo empezaba a inquietarse.

—¿Cuánto falta?—preguntó.

A mí sólo me sonaba vagamente Santa Bárbara. Esperaba que no demasiado, yo tampoco era muy fanática de estar encerrada en una caja de metal por horas.

—Unas dos horas—dijo Jason—. Hacia el noroeste siguiendo la costa. Vamos al muelle Stearns.

Piper se volvió hacia él.

—¿Has estado allí?

—Yo... sé. Exploré el sitio con Tempestad.

—¿Tempestad?—pregunté.

—Su caballo—aclaró Percy.

—¿Fuiste a explorar solo?—continuó Piper.

—Bueno, Tempestad es un ventus—dijo Jason, obviando la pregunta de Piper—. Sólo que es amistoso. Yo lo... No lo domé exactamente, pero nos hicimos amigos. Normalmente aparece cuando lo llamo y me deja montarlo.

—Volviendo a la pregunta—dijo Piper—. ¿Por qué decidiste ir a explorar el muelle de Stearns?

Jason puso tal cara de incomodidad que temí que fundiera el sistema eléctrico de la camioneta.

—La sibila—contestó finalmente—. Me dijo que encontraría a Calígula allí. Es uno de los sitios donde para.

Piper ladeó la cabeza.

—¿Donde Para?

—Su palacio no es exactamente un palacio—explicó Jason—. Estamos buscando un barco.

Mi estómago se retiró y tomó la salida más próxima a para volver a Palm Springs.

—Eso es bueno—dijo Percy—. El enemigo está en mi elemento, es una ventaja.

—Tiene sentido—dije—. Antiguamente, Calígula era conocido por sus barcazas de recreo: enormes palacios flotantes con baños, teatros, estatuas giratorias, circuitos de carreras, miles de esclavos...

Me acordé de lo mucho que se había indignado Neptuno al ver a Calígula dando una vuelta por la bahía de Bayas, aunque creo que en el fondo tenía envidia porque su palacio no tenía estatuas giratorias.

—En fin—dije—, eso explica por qué tuviste problemas o para localizarlo. Puede ir de puerto en puerto cuando le da la gana.

—Sí—convino Jason—. Cuando estuve explorando, él no estaba allí. Supongo que la sibila se refería a que lo encontraría en el muelle de Stearns cuando tuviera que encontrarlo. Y supongo que ese día es hoy—se movió en el asiento y se apartó de Piper lo máximo posible—. Hablando de la sibila, hay otro detalle que no te comenté sobre la profecía.

Entonces le contó la verdad sobre la palabra de cinco letras que empezaba por eme y no era "mamut"

Ella se tomó la noticia sorprendentemente bien. No le pegó. No levantó la voz. Se limitó a escuchar y luego se quedó callada otro kilómetro y medio más o menos.

Al final sacudió la cabeza.

—Valla detalle.

—Debería habértelo dicho—dijo Jason.

—Pues sí—ella retorció el volante como uno le partiría el pescuezo a una gallina—. Aún así, si te soy sincera, en tu situación puede que yo hubiera hecho lo mismo. Yo tampoco querría que murieras.

Jason parpadeó.

—¿Eso quiere decir que no éstas enojada?

—Estoy furiosa.

—Ah.

—Furiosa, pero también receptiva.

—Okey.

Me sorprendió la naturalidad con la que hablaban el uno con el otro, incluso de asuntos delicados, y lo bien que parecían entenderse. Me acordé de que Piper había dicho que de había desesperado al separarse de Jason en el Laberinto en Llamas, que no soportaba perder otro amigo.

Percy observaba la escena en silencio, sabía perfectamente lo que estaba pensando. Piper y Jason se habían separado como pareja, pero seguían siendo buenos amigos, el ambiente entre ellos era algo tenso e incómodo, pero aún se querían a su manera. Algo que seguramente le hubiera gustado mantener con Annabeth. Claro que ni Jason ni Piper habían abusado psicológicamente del otro o lo había engañado.

Percy:

Me sorprendía como aunque Piper y Jason se habían separado, seguían siendo buenos amigos, el ambiente entre ellos era algo incómodo y tenso, pero aún se querían mucho. Algo que me hubiera gustado poder tener con Annabeth. Claro que, ninguno había abusado psicológicamente del otro o lo había engañado como ella si lo había echo.

Artemisa:

—Bueno—dijo Piper—. Entonces vamos al muelle. Buscamos el barco. Buscamos las botitas mágica de Calígula y lo matamos si se nos presenta la ovación. Pero no dejamos que el otro muera.

—Se nota el cariño—dijo Percy—. Arty y yo aquí presentes nos mordemos morir sin ningún problema.

Jason y Piper se volvieron hacia nosotros por un momento y observaron a Percy con preocupación, como si temieran que le hiciera algo. Al no hacer nada, Piper volvió a poner los ojos en el camino mientras parecía estar haciendo cálculos mentales.

¿Qué había pasado allí?

Caí en cuenta de que Percy nunca me había llamado así frente a ellos. Supongo que su reacción era de esperarse.

—Bueno... ¿Cómo sabremos cuál es el barco?—preguntó Piper.

—Me da la impresión de que lo sabremos—dije—. Calígula nunca fue discreto.

—Suponiendo, claro, que esta vez el barco sí esté—apuntó Jason.

—Más vale que esté—dijo Piper—. Si no, habré robado esta camioneta y te habré sacado de clase de física para nada.

—Claro—dijo él.

Se cruzaron una sonrisa comedida, una expresión que parecía decir: "Sí, entre nosotros la situación sigue siendo rata, pero no pienso dejar que hoy mueras"

Percy seguía inquieto, obviamente le preocupaba la posibilidad de perder a Piper o a Jason. Pero tampoco quería mencionar el tema. Lo mejor que pude hacer para reconfortarlo fue poner mi mano sobre la suya y darle un leve apretón, luego le sonreí. El me sonrió de vuelta, pero se veía algo distante.

Viajamos en silencio por la autopista de la costa.

A nuestra izquierda relucía el Pacífico. Los surfistas surcaban las olas y las palmeras se inclinaban agitadas por la brisa. A nuestra derecha, las colinas áridas y cafés, salpicadas de flores rojas de azaleas ajadas por el calor. Por mucho que lo intentaba, no podía dejar de pensar en aquellas franjas carmesí como la sangre derramada de las dríades caídas en la batalla. Me acordé de nuestras amigas de la Cisterna, que se aferraban valiente y obstinadamente a la vida. Me acordé de Planta del Dinero, maltrecha y quemada en el laberinto subterráneo de Los Ángeles. Tenía que detener a Calígula por ellas. De lo contrario... No. No podía ocurrir lo contrario.

Finalmente llegamos a Santa Bárbara, y comprendí por qué a Calígula podía gustarle el lugar.

Si entrecerrabas los ojos, podía imaginar que estaba otra vez en la ciudad costera romana de Bayas. El recodo de la costa era casi igual, asó como las playas doradas, las colinas con lujosas viviendas de estuco y tejas rojas, y los barcos de recreo amarrados en el puerto. Los lugareños incluso tenían las mismas expresiones tostadas de agradable aturdimiento, como si estuvieran haciendo tiempo entre las sesiones de surf de la mañana y los partidos de golf de la tarde.

La mayor diferencia era que el monte Vesubio no se alzaba a lo lejos. Pero tenía la sensación de que otra presencia se cernía sobre esa ciudad, igual de peligrosa y volcánica.

—Seguro que está aquí—dije, mientras estacionábamos la camioneta en Cabrillo Boulevard.

Piper arqueó las cejas.

¿Percibes una perturbación en la fuerza?

—Percibo mi habitual mala suerte sumada a la de Percy. En un cirio de aspecto tan inofensivo, es imposible que no encontremos problemas.

Pasamos la tarde escudriñando el litoral de Santa Bárbara, de East Beach al rompeolas. Asustamos a una bandada de pelícanos en la marisma. Despertamos a unos leones marinos que echaban la siesta en el puerto pesquero. Nos abrimos paso a empujones entre hordas de turistas que vagaban por el muelle de Stearns. En el puerto, vimos bosque virtual de embarcaciones de un solo mástil, además de algunos yates de lujo, pero ninguno parecía lo bastante grande ni lo bastante llamativo para un emperador romano.

Jason incluso sobrevoló el agua para hacer un reconocimiento aéreo mientras que Percy revisaba al nivel del mar. Cuando volvieron, Jason dijo que no había visto embarcaciones sospechosas en el horizonte.

—No, no hay nada—dijo Percy—. Pero lo habrá.

—¿A qué te refieres?—pregunte.

—Están algo lejos, pero llegarán en algunas horas, son... muchísimos. Enormes, toda una flota. Mi sonar se volvió loco, sentí el gigantesco desplazamiento de agua, no es como nada que hubiera visto antes. Y también... no lo sé, hay algo siguiendo a los barcos desde las profundidades.

Y sin nada más que hacer hasta que la flota de Calígula llegara, nos sentamos en una mesa de un puestecito de playa. Los tacos de pescado a las brasas habían valido el viaje.

Estuvimos sentados en el puestecito disfrutando de la brisa, la comida y el té helado hasta que el sol se escondió y tiñó el cielo de naranja.

Jason se levantó del banco de la mesa.

—Allí—señaló al mar.

El barco pareció surgir del resplandor del sol. El yate era uña reluciente monstruosidad blanca con cinco cubiertas por encima de la línea de flotación y con sus ventanas negras tintadas cual ojos de insecto alargados. Como ocurría con todos los barcos grandes, era difícil estimar su tamaño de lejos, pero el hecho de que tuvieran dos helicópteros a bordo, uno en popa y otro en proa, además de un pequeño submarino sujeto con una grúa en el lado de estribor, me indicaba que no se trataba de un barco de placer corriente. Puede que hubiera yates más grandes en el mundo de los mortales, pero no creía que muchos.

—Tiene que ser ese—dijo Piper—. ¿Pero no habías dicho que eran varios...?

Otro yate, idéntico al primero, emergió de la Luz del Sol a un kilómetro y medio hacia el sur.

—Y aún faltan más—dijo Percy.

Pronto, docenas de yates: una armada desplegada a través de la entrada al puerto como una cuerda que estuviera siendo colocada en un arco.

—No inventen—Piper se frotó los ojos—. Tiene que ser una ilusión.

—No lo es—se me cayó el alma por los pies. Había visto ese tipo de demostración antes.

Mientras nosotros mirábamos, los yates dispuestos en hileras se acercaron unos a otros y anclaron sus pipas a sus proas formando un reluciente cerco flotante de Sycamore Creek hasta el puerto deportivo; como mínimo un kilómetro y medio de largo.

—El puente de barcos—dije—. Lo hizo otra vez.

—¿Otra vez?—preguntó Percy.

—Calígula... en la antigüedad—traté de dominar el temblor de mi voz—. Resumidamente, cuando era niño recibió una profecía, le dijeron que tenía tantas probabilidades de volverse emperador como de cruzar a caballo la bahía de Bayas. Pero Calígula se hizo emperador, y después mandó a construir una flota de súper barcos para alinearlos, crear un puente y cruzar montado a caballo. Calígula no sabía nadar, pero no le importaba. Estaba decidido a burlarse del destino.

Piper junto sus manos por encima de su boca.

—Los mortales tienen que ver esto, ¿no? No puede cortar todo el tráfico marítimo que entra y sale del puerto como si nada.

—Los mortales lo ven—dije—. Mira.

Alrededor de los yates empezaron a congregarse embarcaciones más pequeñas, como moscas atraídas por un fastuoso banquete. Vi dos guardacostas, varias lanchas de la policía local y docenas de botes inflables con motor fueraborda tripulados por hombres vestidos de oscuro equipados con armas: el cuerpo de seguridad privada del emperador, deduje.

—Vienen a ayudarle... —murmuró Percy.

Jason agarró la empuñadura de su gladius.

—Por dónde empezamos? ¿Cómo encontramos a Calígula en medio de toda esa flota?

Yo no quería encontrar a Calígula en absoluto. Quería huir. La idea de la muerte, la muerte permanente con seis letras y eme al principio, de repente me parecía muy próxima. Pero notaba que la seguridad de mis amigos flaqueaba. Necesitábamos un plan.

Percy señaló hacia el centro del puente flotante.

—Empezaremos por el medio: el punto más débil de la cadena.

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