Ten cuidado a dónde apuntas eso, Piper.
—No se rían—advirtió Piper cuando salió de su cuarto.
Piper McLean iba vestida para el combate con unida Converse blancos, unos jeans ceñidos y gastados, un cinturón de piel y una camiseta naranja del Campamento Mestizo. En un lado del cabello llevaba trenzada una pluma azul intenso: una pluma de arpía, si no me equivocaba.
Tenía sujeta al cinturón una daga de hoja triangular como las que solían portar las mujeres griegas: un parazonio. Que yo recordara, tenía fundamentalmente un uso ceremonial, pero era bastante afilada.
Del otro lado del cinturón de Piper pendía... Ah. Se me figuró que ese era el motivo de que se sintiera cohibida. Enfundado contra el muslo tenía un carcaj en miniatura lleno de proyectiles de treinta centímetros de largo, con una mochila, llevaba el tubo de un metro veinte centímetros de una caña de río.
—¡Una cerbatana!—dije—. ¡Adoro esas cosas!
No era la mayor experta, pero no se me daba nada mal. Eran fáciles de portar y muy furtivas. ¿Cómo no iban a encantarme?
Piper se rascó el cuello.
—Mi abuelo Tom me hizo ésta hache mucho tiempo. Siempre quería que practicara.
La perilla de Grover se movió como si quisiera liberarse de su mentón.
—Las cerbatanas son muy difíciles de manejar. Mi tío Ferdinand tenía una. ¿Qué tal se te da?
—No soy la mejor tiradora—reconoció Piper—. No se me da ni de lejos tan bien como a mi prima de Tahlequa; ella es una campeona tribal. Pero estuve practicando la última vez que Jason y yo estuvimos en el Laberinto—tocó el carcaj—. Éstas fueron bastante útiles. Ya lo verán.
Grover logró contener su nerviosismo. Yo entendía su preocupación. En manos de un novato, una cerbatana era más peligrosa para los aliados que para los enemigos.
—¿Y la daga?—preguntó el sátiro—. ¿De verdad es...?
—Katopris—dijo Piper orgullosamente—. Perteneció a Helena de Troya.
Eso me tomó por sorpresa.
—¿Tienes la daga de Helena de Troya? ¿Dónde la encontraste?
La chica se encogió de hombros.
—En un cobertizo del Campamento.
Percy no se veía para nada sorprendido.
—No es lo más raro que hemos encontrado allí—dijo el simplemente.
—¿La hoja todavía muestra visiones?—pregunté.
Piper negó con la cabeza.
—Las visiones se interrumpieron el verano pasado. ¿No tendrá nada que ver eso con que re echarán a patadas del Olimpo?
Me encogí de hombros.
—No tengo ni la menor idea de como funciona la daga, tal vez sí, tal vez no.
—Esto... ¿Piper?—dijo Percy—. El auto está hacia allá, ¿a donde vamos?
Ella sonrió burlonamente.
—Creo que tenemos algo mejor que el Pinto. Síganme.
Nos llevó hasta el camino de acceso, donde el señor McLean había reanudado sus funciones de vagabundo alelado. Andaba sin rumbo fijo por la entrada con la cabeza gacha como si buscara una moneda en el suelo. Se había pasado los dedos por el pelo y le habían quedado algunos mechones parados.
Los empleados de la empresa de mudanzas estaban haciendo el descanso para comer delante de la puerta trasera de una camioneta y comían en unos platos de porcelana que sin duda habían estado en la cocina de los McLean poco antes.
El señor McLean miró a Piper. No parecieron preocuparle la daga ni la cerbatana.
—¿Vas a salir?
—Sólo un rato—ella lo besó en la mejilla—. Volveré por la noche. No dejes que se lleven los sacos de dormir, ¿okey? Podemos acampar en la terraza. Será divertido.
—Está bien—él le dio una palmadita en el brazo distraídamente—. Buena suerte... ¿con los estudios?
—Sí— dijo Piper—. Con los estudios.
Cómo no adorar la Niebla. Puedes salir tranquilamente de tu casa armada hasta los dientes y acompañada se un sátiro, un semidiós y una antigua diosa del Olimpo, y gracias a la magia alteradora de la percepción de la Niebla, tu padre mortal cree que vas a estudiar con un grupo de compañeros. "Eso es papá. Tenemos que repasar unos problemas de matemáticas sobre la trayectoria de los dardos de cerbatana contra blancos en movimiento"
Piper nos llevó a la casa del vecino de enfrente: una mansión frankesteiniana con azulejos toscanos, ventanas modernas y aguilones victorianos.
En la rotonda de la entrada, un hombre corpulento vestido con ropa deportiva salía de su Cadillac Escalade blanco.
—¡Señor Bedrossian!—gritó Piper.
El hombre se sobresaltó y la miró con cara de terror. A pesar de su camiseta para entrenar, sus pants y sus llamativos tenis, parecía que hubiera estado vagueando más qué haciendo ejercicio. Ni estaba sudado ni jadeaba. Su pelo ralo formaba un brochazo de grasa negra sobre su cuero cabelludo. Cuando fruncía el ceño, sus facciones se desplazaban al centro de su cara como si rodeara los agujeros negros idénticos de sus fosas nasales.
—Pi-Piper—tartamudeó—. ¿Qué estas...?
—¡Me gustaría pedirle prestado el Escalade! ¡Gracias!—la chica sonrió.
—Bueno, en realidad no es...
—¿No es ningún problema?—continuó ella—. ¿Y le encantaría dejármelo el resto del día? ¡Fantástico!
La cara de Bedrossian se retorció.
—Sí—consiguió pronunciar—. Claro.
—¿Las llaves, por favor?
El señor Bedrossian le lanzó el llavero y entró corriendo en su casa tan rápido como le permitieron sus pants.
Percy silbó en voz baja.
—Adoro cuando haces eso ¿Cuánto tiempo llevas atormentando a ese sujeto?
—¿Qué fue eso?—preguntó Grover.
—Eso—dije— fue su capacidad de persuasión—volví a estudiar a Piper McLean—. Un raro don entre los hijos de Afrodita; ¿le pides prestado a menudo el coche a ese tipo?
Piper se encogió de hombros.
—Ha sido un vecino horrible. Tiene un montón de coches más. Créanme, para él no es ningún problema. Además, normalmente devuelvo lo que pido prestado. Normalmente. ¿Nos vamos? ¿Quién conduce?
Percy y yo intercambiamos una mirada nerviosa.
—Pero...
Piper esbozó una sonrisa de inquietante dulzura como diciendo "podría obligarlos a hacerlo"
—Yo conduzco—dijo Percy.
Tomamos la carretera de la costa con una gran vista en el Bedrossianmóvil. Como el Escalade era sólo un poco más pequeño que el tanque escupefuego de Hefesto, había que tener cuidado de evitar las motos que pasaban rosando, los buzones, los niños montados en triciclos y otros obstáculos.
—¿Vamos a pasar por Jason?—preguntó Percy.
A su lado en asiento del copiloto, Piper cargó la cerbatana con un dardo.
—No es necesario. Además, está en clase.
—¿Tú no?—pregunté.
—Yo estoy de mudanza, ¿recuerdan? El lunes que viene tengo que ir a la prepa de Tahlequa—levantó la cerbatana como si fuera una copa de champán—. Arriba, Tigers.
Sus palabras sonaron extrañamente desprovistas de ironía. Me pregunté cómo podía estar tan reasignada a su destino, tan dispuesta al dejar que Calígula los expulsara a ella y a su padre de la vida que habían forjado allí. Pero como tenía un arma cargada en la mano, no le llevé la contraria.
Percy echó un vistazo por el espejo retrovisor.
—Grover, Deja de comerte el cinturón de seguridad.
Él escupió la tira.
—Perdón.
—Volviendo a la pregunta—dijo Piper—. No. Estaremos muy bien sin Jason. Yo puedo enseñarles cómo entrar en el Laberinto. Al fin y al cabo, fue mi sueño. Es la entrada que utiliza el emperador, así ye debería ser la forma más directa de llegar al centro, donde tiene a la sibila.
—Y cuando entraron la otra vez—dijo Percy—, ¿qué pasó?
Piper encogió de hombros.
—Lo típico en el Laberinto: trampas, pasillos que cambian... y también unas criaturas extrañas. Guardias. Son difíciles de describir. Y fuego. Mucho fuego.
Me acorde de la visión en la que Herófila levantaba sus brazos encadenados en la sala con lava y pedía disculpas a alguien.
—¿No encontraron el Oráculo?—pregunté.
Piper se quedó callada a lo largo de media manzana contemplando vistas fugaces del mar entre las casas.
—Yo no. Pero Jason y yo nos separamos un rato. Ahora... me pregunto si me contó todo lo qué pasó. Estoy segura de que se calló algo.
Grover volvió a abrocharse el cinturón de seguridad machacado.
—¿Por qué?
—Es una muy buena pregunta y un buen motivo para volver sin él—dijo Piper—. Quiero verlo todo con mis propios ojos.
Tenía la sensación de que Piper ocultaba bastante información sobre sí misma: dudas, conjeturas, sentimientos íntimos, tal vez lo que le había pasado en el Laberinto.
Bravo, pensé. Nada anima más una misión peligrosa que el drama personal de dos héroes que tuvieron una relación sentimental y puede, o puede que no, se cuenten entre ellos (y a los demás) toda la verdad.
Piper me indicó que me dirigiera al centro de Los Ángeles.
Lo consideré una mala señal. El "centro de Los Ángeles" siempre me había parecido un oxímoron, como "helado caliente" o "inteligencia militar". (Sí, Ares, era un insulto)
En Los Ángeles todo son extensiones y barrios periféricos. No está pensado para tener un centro, como la pizza tampoco está pensada para tener piña.
Mientras serpenteábamos por las calles, vi bastantes bloques de departamentos, tiendas modernas y hoteles abiertos recientemente.
Paramos cerca de Grand Park, que ni eta grande ni valía como parque. Al otro lado de la calle se alzaba un panal de ocho pisos de concreto y cristal.
—¿Un Registro Civil?—pregunté.
—Sí—dijo Piper—. Pero no vamos a entrar. Percy, estaciona el coche en aquella zona de carga. Ésta permitido estacionarse quince minutos.
Grover se inclinó hacia delante.
—¿Y si no hemos vuelto al cabo de quince minutos?
Piper sonrió.
—Entonces estoy segura de que los de la grúa cuidarán bien del Escalade del señor Bedrossian.
Una vez fuera del coche, seguimos a Piper a un lado del complejo gubernamental, donde llevó un dedo a los labios para pedir silencio y nos hizo señas para que nos asomáramos a la esquina.
Un muro de concreto de seis metros de alto recorría la manzana a lo largo, salpicado de anodinas puertas metálicas que, deduje, eran entradas de servicio. Delante de una de esas puertas, a mitad de la manzana, se hallaba un extraño guardia.
Pese a hacer un día caluroso, llevaba traje y corbata negros. Era achaparrado y fornido, con unas manos extremadamente grandes. Tenía algo enrollado alrededor de la cabeza que no acababa de identificar, como un pañuelo palestino extragrande hecho de felpa blanca peluda. Ese detalle aislado tal vez no habría sido tan raro. Podría haber sido un vigilante privado que trabajaba para un magnate del petróleo saudí. Pero ¿qué hacía en un callejón al lado de una puerta metálica que no parecía tener nada de particular? ¿Y por qué su cara estaba totalmente cubierta de pelo blanco?
Grover olfateó el aire y nos hizo escondernos detrás de la esquina.
—Ese tipo no es humano—susurró.
—Premio para el sátiro—susurró Piper.
—¿Qué es?—preguntó Percy.
Piper miró el dardo de su cerbatana.
—Buena pregunta. Pueden ser un auténtico problema si no los agarras por sorpresa.
—¿Hay más de uno?—pregunté.
—Sí—Piper frunció el ceño—. La última vez había dos. Y tenían el pelo negro. No sé por qué este es distinto. Pero esa puerta es la entrada del Laberinto, así que tenemos que cargárnoslo.
Percy se llevó la mano al bolsillo.
—Espera—pidió Piper—. Usa a Contracorriente sólo si yo fallo—tomó aire varías veces—. ¿Listos?
No creía que aceptara un no por respuesta, de modo que asentí con la cabeza como Grover y Percy.
La chica salió, levantó la cerbatana y disparó.
Era un tiro de quince metros, al límite de lo que yo considero una distancia factible para el uso de una cerbatana, pero Piper dio en el blanco. El dardo atravesó la pernera izquierda de la criatura.
El guardia miró el extraño nuevo accesorio que le sobresalía del muslo.
"Estupendo", pensé. "Sólo lo hicimos enojar"
Percy destapó a Contracorriente.
Grover buscó su zampoña.
Invoqué mi arco de caza.
—Un momento—dijo Piper.
El guardia se inclinó hacia un lado como si toda la ciudad se estuviera escorando a estribor y acto seguido cayó redondo en la acera.
Arqueé las cejas.
—¿Veneno?
—La receta especial del abuelo Tom—dijo Piper—. Vamos. Les enseñaré lo más raro de Cara Peluda.
...
Perdón por la tardanza, ahora un par de avisos.
Es probable que hoy no pueda subir el capítulo normal, pero aún no está confirmado.
Lo que sí esta confirmado es que el martes (que vendría siendo mañana) no voy a subir capítulo ni aquí ni en la otra historia que llevo actualmente.
Finalmente les quería recordar que sugieran títulos para los capítulos, que ya van varias partes sin nombre.
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