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Percy es solo mi amigo, okay?


La hoja de bronce celestial de Percy impactó contra Amax con tal fuerza que explotó en una nube de polvo amarillo . Luego se volvió y cortó el arco de Peak, incrustó su espada en la pierna del pandos y lo hizo desintegrarse hacia adentro como el contenido de un reloj de arena.

Crest disparó con su arco y, afortunadamente para mí, apuntó mal. La flecha pasó zumbando junto a mi cara, con las puntas rozándome la barbilla, y se clavó en mi butaca.

Piper empujó hacia atrás su butaca y chocó contra Timbre de tal forma que lo hizo perder el control de la espada. Antes de que el pandas pudiera recuperarse y decapitarla, Jason se sobreexitó.

Lo digo por los rayos. El cielo se iluminó, la pared de cristal curva se hizo añicos y unos tentáculos de electricidad envolvieron a Timbre y lo frieron hasta reducirlo a un montón de cenizas.

Efectivo, sí, pero no con el sigilo que yo deseaba.

—Uy—dijo Jason.

Crest soltó el arco con un gemido de horror y retrocedió tambaleándose mientras luchaba por desenvainar su espada. Percy lo miró y bajó su arma.

—Crest—dijo—, rendirte no es ninguna vergüenza. Tú no eres un guerrero.

El pandos tragó saliva.

—Tú-tú no me conoces.

—Estas sujetando la espada al revés—observó Percy—. Así que a menos que quieras clavártela...

Crest intentó corregir la situación torpemente.

—¡Escapa!—le dijo Percy—. Ésta no tiene por qué ser tu lucha. ¡Lárgate! Has algo que de verdad disfrutes, porque claramente no eres feliz como mercenario.

Él debió detectar la seriedad en la voz de Percy. Soltó la espada y miró penosamente las cenizas de los otros pandai.

—Me... me gusta tocar música, pero el tío Amax siempre dijo que era una pérdida de tiempo, dice que le lastima los oídos, pero solamente no quiere aceptar que yo...—se detuvo en seco.

Yo no era la mayor aficionada de la música, en especial cuando mi hermano se ponía a practicar con su cítara a las dos de la madrugada. Pero comprendía lo que era vivir en una sociedad que no aceptaba tus gustos o derechos. Después de todo, me dedicaba a acoger a chicas que escapaban de lugares en los que no aceptaban sus gustos y/o derechos.

El pandos saltó a través del gran agujero del cristal y se sumió en la oscuridad con la ayuda de sus orejas.

—¿No avisará a todo el mundo que estamos aquí?—preguntó Piper.

—No lo creo—dije—. Además, da igual. Acabamos de anunciar nuestra llegada con rayos.

—Sí, perdón—se disculpó Jason—. A veces pasa.

A mí me parecía que un poder como el de los relámpagos necesitaba mayor control, pero no teníamos tiempo para discutir ese asunto. Mientras Percy nos cortaba las bridas, Florence y Grunk entraron corriendo en la estancia.

—¡Alto!—gritó Piper.

Florence tropezó y cayó de bruces en la alfombra, y su rifle disoaró un cargador entero de refilón y destrozó las patas de un sofá cercano.

Grunk levantó su garrote y atacó. Instintivamente invoqué mi arco, coloqué una flecha y la lancé... directa al ojo del cíclope.

Me quedé atónita. ¡Había dado en el blanco!

Grunk calló de rodillas, se desplomó de lado y se desintegró.

Piper se acercó a Florence, que gemía con la nariz partida.

—Gracias por parar—dijo, y acto seguido lo amordazó y le ató las muñecas y los tobillos con sus propias bridas.

—Vaya, fue interesante—Jason se volvió hacia Percy—. Cuando intenté luchar con los pandai, me desarmaron como si para ellos fuera pan comido, pero tú, con Contracorriente...

—Artemis y yo llevamos un tiempo viajando—dijo Percy—, el peligro constante me mantiene en condición. No es lo mismo entrenar solo que luchando contra monstruos.

Jason asintió.

—Supongo que tienes razón, bro. Pero ¿y ahora qué?

Una voz amortiguada zumbó en mi cabeza. ¡AHORA, LA VIL RUFIÁN DE ARTEMISA ME SACARÁ CON PRESTEZA DEL OJO DE ESTE MONSTRUO!

—Vaya—había hecho lo que siempre había temido, y con lo que a veces había fantaseado. Había utilizado por error la Flecha de Dodona en combate. Su punta sagrada vibraba en la cuenta ocular de Grunk, del que sólo quedaba su craneo: un botín de guerra—. Lo siento—dije, extrayendo la flecha.

Percy me miró extrañado.

—¿Esa es...?

—La Flecha de Dodona—dije.

¡Y MI FURIA NO CONOCE LÍMITES!, recitó la flecha. ¡ME UTILIZARON PARA MATAR A SUS ENEMIGOS COMO SI FUERA UNA FLECHA CUALQUIERA!

—Si, sí, te pido disculpas. Pero cállate, por favor—me volví hacia mis compañeros—. Tenemos que movernos rápido. Se acercan las fuerzas de seguridad.

—El emperador está en el barco doce—dijo Percy—. Pero el de los zapatos es el cuarenta y tres, que está justo en la dirección contraria. ¿A donde vamos?

Jason señaló la Flecha de Dodona.

—Ésa es la fuente de profecías móvil de la que nos hablaste, ¿verdad? Deberías preguntárselo a ella.

Por un lado, parecía más seguro ir directo a donde los zapatos del emperador y evitar una confrontación, y por el otro, tal vez el emperador tenía puestos los dichosos zapatos. Y la única forma de saberlo era...

—Ya los oíste, oh, sabia flecha. ¿Por donde vamos?

¿ME DICES QUE ME CALLE Y AHORA ME PIDES CONSEJO? ¡QUE VERGÜENZA! ¡QUÉ VILEZA! DEBEN SEGUIR LAS DOS DIRECCIONES SI QUIEREN OBTENER ÉXITO. PERO CUIDADO. VEO UN GRAN DOLOR Y UN FRAN SUFRIMIENTO. ¡UN SACRIFICIO DE LO MÁS SANGRIENTO!

—¿Qué dijo?—preguntó Piper.

Estuve tentada a mentir. Me dieron ganas de decirles a mis amigos que la flecha era partidaria de que volviéramos a Los Ángeles y acampáramos en la playa.

Sin embargo pensé en la forma en la que habíamos animado a Jason para que le contara la verdad a Piper sobre la profecía de la sibila. Decidí que debía hacer lo mismo.

Les expliqué lo que la flecha había dicho.

La mirada de Percy adquirió un tono sombrío.

—Entonces, ¿nos separamos?—Piper sacudió la cabeza—. No me gusta nada el plan.

—A mi tampoco—dijo Jason—. Eso quiere decir que seguramente sea la decisión correcta.

Se arrodilló y recató su gladius del montón de polvo que constituía los restos de Timbre. A continuación, lanzó la daga Katoptris a Piper.

—Yo iré por Calígula—dijo—. Aunque no lleve puestos los zapatos, podré darles algo de tiempo y distraer a las fuerzas de seguridad.

Percy alzó su espada,

—Yo también voy, cuando Jason y yo combinamos poderes somos invencibles. Además hace bastante que no lucho junto a mi bro.

Cruzamos miradas, en el fondo, ambos sabíamos que sólo era una manera de vigilar a Piper y a Jason para que no les pasara nada.

Jason nos lanzó a Piper y a mí una última mirada de preocupación.

—Tengan cuidado.

Percy y yo nos miramos.

—Ten cuidado, Percy.

El esbozó una pequeña sonrisa.

—Tu también cuídate Arty.

El par se semidioses saltaron por la ventana rota. Casi de inmediato brotaron disparos en la cubierta de la proa.

Miré a Piper haciendo una mueca.

—No te preocupes—me aseguró—. Ellos dos estarán bien, ahora vamos a comprar zapatos.




Esperó lo justo para que le limpiara y le vendara la herida de la cabeza en los baños más cercanos. Luego se puso el casco de combate de Florence y nos fuimos.

Pronto me di cuenta de que Piper no necesitaba el poder de persuasión para convencer a la gente. Se desenvolvía con seguridad yendo de barco en barco como si no estuviera fuera de lugar. Los yates contaban con poca vigilancia; tal vez porque la mayoría de los pandai y las estriges se habían ido volando a averiguar cuál era la causa del relámpago del barco veintiséis. Los pocos mercenarios mortales con los que nos cruzamos no dirigieron a Piper más que una breve ojeada. Como yo iba detrás de ella, a mí también me hicieron caso omiso. Supuse que si estaban acostumbrados a trabajar codo con codo con cíclopes y orejones, podían pasar por alto a un par de adolescentes con material antidisturbios.

El barco veintiocho era un parque acuático flotante con piscinas de varios pisos conectadas mediante cascadas, toboganes y tubos transparentes. Un solitario socorrista nos ofreció toallas al pasar y se quedó triste al ver que no agarrábamos ninguna.

El barco veintinueve: un spa con todo tipo de servicios. De cada Portillo abierta salía vapor. En la cubierta de popa, un ejército de masajistas y especialistas en cosméticos con cara de aburrimiento permanecía listo por si Calígula decidía pasarse con más de cincuenta amigos.

El barco treinta era un banquete móvil en sentido literal. La embarcación entera parecía diseñada para ofrecer un bufet libre las veinticuatro horas del día, invitación que nadie aceptaba. Los chefs aguardaban. Los meseros esperaban. Se sacaban nuevos platos y se retiraban los viejos. Sospechaba que la comida sin probar, suficiente para alimentar la zona metropolitana de Los Ángeles, se tiraba por la borda. Un triste desperdicio...

La suerte nos abandonó en el barco treinta y uno. En cuanto cruzamos la rampa con alfombra roja y llegamos a la proa, supe que teníamos problemas. Grupos de mercenarios de servicio vagueaban de aquí a allá hablando, comiendo y consultando sus celulares. Antes de que siquiera nos vieran nos llevé a cubierto.

—Eso estuvo cerca—susurré.

—Sí... encontremos por donde cruzar—asintió Piper.

Entramos al interior del barco, las zonas con maquinaria y otros equipos, y empezamos a atravesar los pasillos en dirección a popa.

Mientras atravesábamos los pasillos Piper me sorprendió con una pregunta.

—¿Exactamente que tienes con Percy?

Me detuve en seco.

—¿A... a qué te refieres?

—Artemisa, por favor. Ustedes dos actúan como más que amigos.

—No... no sé de qué hablas.

—Artemisa—insistió ella.

—El... Mira, me es físicamente atractivo, pero es solo un hecho OBJETIVO.

Ella me miró no muy convencida.

—Ajá.

—Además—dije—, su personalidad. Es increíble, siempre amable, siempre respetuoso, está allí para quien lo necesite y siempre me apoya cuando lo necesito y...—me di un zape mentalmente—. Y son sólo las hormonas de este cuerpo adolescente mortal hablando, Percy es increíble, pero es solo mi amigo.

—Artemisa, no intentes racionalizar el amor con ciencia. Tú, diosa de la luna, debes saber mejor que nadie que la forma de los mortales de ver el mundo suele contraponerse a lo que sucede en realidad.

Supongo que no podía discutirlo, pero no podía ser verdad. El hecho de que el universo funcionara de una manera no quería decir que sólo fuera de esa manera. Yo conducía la luna por el cielo, pero también había un gigantesco pedazo de roca dando vueltas a la tierra en el espacio.

—Es imposible—dije, más para mi misma que para Piper—. Sencillamente no es posible, estas mal, como tú madre siempre lo ha estado.

Piper siguió caminando.

—Artemisa, él te llama "Arty" y te gusta, se andaban tomando de la mano de camino a aquí, y esas miraditas que se dieron antes de que nos separáramos no fueron muy discretas. ¡Por los dioses! ¡Te vio en ropa interior y tu reacción fue retroceder sonrojada cuando con cualquier otro hubiera sido acecinarlo en el acto!

—Yo no...

—Además—siguió Piper—. Conociendo a tus cazadoras, ellas ya me habrían llenado de flechas por sugerir tal cosa, pero tú solamente lo niegas sin dar argumentos y te sonrojas mientas más hablo de él.

Me detuve para notar que mi cara efectivamente estaba ardiendo.

Pero... no era posible, Percy era mi amigo, el estaba igual de peleado con el amor que yo. Además, yo era una doncella jurada. No era posible que pudiera pensar en esas cosas. Piper sólo era una niña de Afrodita sobrepensando las cosas.

Era imposible, ¿verdad? No era posible que yo estuviera ¿enamorada?

No, no lo era. Solamente había dejado que la niña de Afrodita se metiera demasiado en mi cabeza. Las hormonas de ese cuerpo adolescente eran las que me hacían sentir raro, y solamente era mi amistad con Percy lo que me hacía sentir tan bien cuando estaba junto a él. Y definitivamente sólo eran interpretaciones infundamentadas las de Piper.


¿Verdad?


—No—dije, esta vez con un tono de autoridad que no sabía que aún conservaba—. Soy una diosa doncella, jamás me he enamorado ni lo haré, solo estas sobreanalizando las cosas. Percy es mi amigo y nada más. Y será mejor que dejes el tema antes de que tome represalias.

—Artemisa...

—Está conversación terminó.

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