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Otro setne no, por favor.


Dragones del sol... Los odio.

Comparados con otros dragones, no son especialmente grandes. Pero lo que no tenían en tamaño, lo compensaban con su crueldad.

Las mascotas de Medea gruñían, lanzaban mordiscos y mostraban sus colmillos de porcelana eh los hornos ardientes de sus bocas. Sus alas, plegadas contra sus lomos, relucían como paneles solares. Pero lo peor de todo eran sus brillantes ojos naranja.

—No miren sus ojos—advertí—. Los paralizarán.

Le di u;codazo a Percy.

—No los mires,

El parpadeó y salió de su estupor.

—Lo siento...

—No nos han presentado formalmente—la voz de la hechicera se volvió dulce y trabquilizadora—. Soy Medea. Y supongo que tú eres Percy Jackson. He oído hablar mucho de ti—tocó la barandilla del carro—. Acércate, querido. No tienes por qué temerme.

Percy frunció el entrecejo confundido. Bajo la punta de su espada con una mirada vidriosa.

—¿Qué?

—Está utilizando su capacidad de persuasión—la voz de Piper me alcanzó como un vaso de agua helada en la cara—. No la escuches, Percy. Y tú tampoco, Artemisa.

Medea suspiró.

—¿De verdad, Piper McLean? ¿Vamos a enfrentarnos en otro combate de oratoria?

—No hace falta—dijo Piper—. Volvería a ganar yo.

Medea frunció el labio haciendo una buena imitación de los gruñidos de los dragones del sol.

—¿Y como piensas que puedes vencerme?—escupió Medea—. ¿Con un pez fuera del agua y está criatura patética que no merece llamarse diosa?

—Escúchame bien hechicera de mierda—apunté a Medea con el arco—. Será mejor que te calles antes de que te atraviese el craneo con una flecha. Mis poderes...

—No están—dijo Medea—. Mírate, Artemisa. ¡Mira lo que te hicieron tu padre y tu hermano! Pero no te preocupes. Tu sufrimiento se acabó. ¡Yo te sacaré el poder que te quede y le daré un buen uso!

Los nudillos de Percy se volvieron blancos en la empuñadura de su espada.

—¿Qué quiere decir eso?—murmuró—. Espero que no sea como Setne... Oiga, Doña mágica, ¿a qué se refiere?

La hechicera sonrió. Ya no llevaba la corona que le correspondía por derecho natural como princesa de la Cólquida, pero en su cuello todavía brillaba un diñé dorado: las antorchas cruzadas de Hécate.

—¿Se lo cuento yo, Artemisa, o se lo cuentas tú? Sin duda sabes por qué los traje aquí.

"Ella me trajo aquí..." pensé.

Como si cada paso que había dado desde que había salido de aquel contenedor de Manhattan hubiera estado predeterminado, orquestado por ella... El problema era que me parecía perfectamente posible. Esa hechicera había destruido reinos. Había traicionado a su propio padre ayudando al Jason original a robar el Vellocino de Oro. Había matado a su hermano y lo había cortado en trocitos. Había acecinado a sus propios hijos. Era la seguidora más cruel y más ávida de poder de Hécate, y también la más temible. Y no sólo eso, también era una semidiosa de linaje ancestral, la nieta del mismísimo Helios, antiguo titán del sol.

Eso significaba...

De repente caí en cuenta, un descubrimiento tan horrible que se me doblaron las rodillas.

—¡Artemisa!—gritó Piper—. ¡Levántate!

Lo intenté, de verdad, pero mis piernas no colaboraban. Me puse a cuatro patas y dejé escapar un indecoroso gemido de dolor y terror. Oí un plas, plas, plas y me pregunté su las amarras que fijaban mi mente a mi cráneo mortal se habían roto finalmente.

Entonces me di cuenta de que Medea me estaba aplaudiendo educadamente.

—Eso es—rio entre dientes—. Tardaste, pero hasta tu lento cerebro acabó percatándose.

Percy me sujetó cuidadosamente.

—No te rindas, Artemis—me pidió—. Dime qué pasa.

Me ayudó a levantarme.

Intenté articular alguna palabra y darle la explicación que me pedía, pero cometí el error de mirar a Medea, cuyos ojos eran tan hipnóticos como los de sus dragones. En su rostro vi el cruel regocijo y la ardiente violencia de Helios, su abuelo, en sus días de gloria: antes de caer en el olvido, antes de que mi hermano ocupara su lugar como señor del carro del sol.

—Sí...—logré decir—. Es como Setne...

—¿Quién... quién es Setne?—preguntó Piper.

Percy movió la cabeza como diciendo "luego te explicamos"

Me acordé de cómo había muerto el emperador Calígula. Estaba a punto de irse de Roma; pensaba zarpar a Egipto y formar una nueva capital allí, en una tierra donde la gente entendiera a los dioses vivientes. Pretendía auto proclamarse dios en vida: Neos Helios, el Nuevo Sol; no sólo de forma nominal, sino literalmente. Por eso sus pretores estaban tan impacientes por matarlo la noche antes de su partida.

"¿Cual es su propósito?", había preguntado Grover.

—Calígula siempre ha tenido el mismo objetivo—dije con voz ronca—. Quiere ser el centro de la creación, el nuevo dios del sol. Quiere suplantar a Apolo, como el suplantó a Helios.

Medea sonrió.

—Ese era el plan original. Pero no contábamos con tu caída a la tierra y tuvimos que modificar los planes. Calígula no quiere ser el nuevo dios del sol. Quiere ser el señor de todos los astros, empezando por la luna.

Piper se movió.

—¿Cómo que... suplantar?

—¡Sustituir!—dijo Medea, y empezó a contar con los dedos como si estuviera dando consejos de cocina en un programa de televisión—. Primero, extraeré toda la esencia inmortal de Artemisa, que no es mucha en este momento, de modo que no me llevará mucho tiempo. Luego añadiré su esencia al guiso que tengo preparado, el poder sobrante de mi querido y difunto abuelo.

—Helios—dije—. Las llamas del Laberinto. Reconocí... reconocí su ira.

—Bueno, el abuelo es un poco cascarrabias—Medea se encogió de hombros—. Es lo qué pasa cuando tu fuerza vital se consume prácticamente del todo y luego tu nieta te reanima invocándote poco a poco, hasta que te vuelves una tormenta de fuego embravecido. Ojalá sufrieras lo que ha sufrido Helios, y te pasarás milenios gritando en estado de semiconciencia, estando lo bastante despierta como para saber lo que has perdido y sentir dolor y resentimiento por ello. Pero, por desgracia, no disponemos de tanto tiempo. Calígula está impaciente. Tomaré lo que queda de ti y de Helios, invertiré ese poder en mi amigo el emperador y, voilà!, ¡un nuevo dios de los astros! Después, sólo habrá que repetir el proceso con tu hermano Apolo y la titanide Selene y estará todo listo.

—Pero...—dijo Piper—. No puedes sustituir a un dios y crear uno nuevo.

La hechicera no se molestó en contestar.

Percy y yo nos miramos. Sabíamos que lo que Medea proponía era totalmente posible. Los emperadores de Roma se habían hecho semidivinos simplemente instaurando el culto entre la población. A lo largo de los siglos, varios mortales se habían erigido dioses o habían sido a la categoría de divinidad por los dioses del Olimpo. Percy de hecho estuvo a punto de ser uno de esos en el pasado.

En cuanto a destruir a los dioses, la mayoría de los titanes había sido eliminada o desterrada hacia miles de años. Y allí estaba yo, una simple mortal, desprovista de toda divinidad, sólo porque mi padre quería darle una lección a mi hermano.

Y finalmente estaba Setne, el hechicero egipcio al que Percy y yo habíamos visto consumir una diosa y luego ascender a un estado cuasidivino.

Para una hechicera con el poder de Medea, esa magia estaba a su alcance, siempre y cuando sus víctimas fueran lo bastante débiles para ser vencidas, como los restos de un titán consumido hacia mucho o una chica de quince años llamada Diana Artemisa que había caído de lleno en su trampa.

—¿Acabarías con tu propio abuelo?—pregunté.

Lo sé, pregunta estupida. Estaba hablando con la mujer que mató a sus propios hijos y a su hermano.

—¿Por qué no? Todos los dioses son parientes y siempre están intentando matarse.

No soporto cuando una hechicera malvada tiene razón.

—Ya fue suficiente—dijo Medea—. Mi paciencia tiene un límite. ¿Quieren hacerse una idea de a quien se enfrentan?

Medea agitó las riendas, y los dragones embistieron.

...

Para la gente de cultura:

¿Soy el único que cuando lee "Neos Helios" sólo puede pensar en el HÉROE Elemental Neos y sus fusiones?

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