Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Oh! un sueño profetico? Nos enfrentamos a otro psicopata? Yei...


Percy:

Artemis se desmayó.

Supuse que estaba teniendo una visión del pasado, otra vez.

Tuve que volver a llevarla en brazos para sacarla del Laberinto. La recosté con cuidado en el pequeño campamento que hicimos bajo un cobertizo improvisado con plástico azul.

También tuvimos algunos problemas con Meg, ella parecía sentirse acorralada y con ganas de huir del lugar a la primera oportunidad, sin embargo ella se negó a decirnos lo que le pasaba.

Temiendo que pudiera regresar al laberinto, la convencí de descansar y Grover le tocó música con su zampoña para que se relajara. La dejamos junto a Artemis en el campamento y luego nos sentamos cerca para hacer guardia y hablar.

—¿Como has estado?—preguntó Grover—. Me refiero, no hemos podido conversar propiamente hablando, estos dos días han sido difíciles.

Asentí con la cabeza.

—Sí, y me imagino que para ti aún más. ¿Viajar con una antigua diosa de la naturaleza y una hija de Deméter? Has estado bajo mucha presión.

Grover hizo una mueca.

—Sí, pero... un momento, deja de desviar la conversación. Te pregunté cómo has estado, ya sabes, por lo de Annabeth.

El nombre de mi exnovia seguía siendo un tema delicado. Por un lado me hizo mucho daño, y definitivamente quiero mantener mis distancias con ella. Y por el otro, Annabeth fue mi mejor amiga por años, me salvo la vida en muchas ocasiones y juntos superamos toda clase de desafíos. No quería volver a tener una relación con ella, definitivamente. Pero aún así extrañaba tenerla como amiga.

—Se hace lo que se puede, Grover—dije—. Al principio dolía demasiado, sigue haciéndolo. Pero estoy aprendiendo a superarlo poco a poco.

Grover asintió.

—Lo noté, el cambio en tus emociones. Durante semanas, meses. Cada vez que dormía o estaba desocupado, nuestra conexión por empatía me decía cómo estabas, nada bien me temo—señaló con la cabeza el sitio donde las chicas dormían—. Pero hace dos meses sentí un pequeño cambio, y al poco tiempo estabas mucho mejor. Aún no tienes esa felicidad de antes, pero ya no estás abrumado por la tristeza.

Miré al suelo.

—Pensé en hacerlo ¿sabes? El visitar al tío Hades por la mala.

Eso tomó por sorpresa a Grover.

—¿Por qué? ¿Quéte detuvo?

Suspiré.

—Muchas cosas. Después del Tártaro.... Annabeth no fue la misma, yo tampoco. Me dijo cosas... me hizo sentir como una carga para todos, me hizo ver como todos serían mas felices si yo no estuviera aquí.

Grover parecía tener ganas de darme con sus flautas en la cabeza.

—¡Percy!

—Lo sé—lo detuve—, fue precisamente el darme cuenta de lo contrario lo que me detuvo, además de aprender a apreciar la vida como algo único. Aunque pudiera renacer en el inframundo, no sería la misma persona, la vida es un regalo que no podía rechazar. Eso y que si me moría tu te quedarías en un estado vegetal.

—Gracias— dijo Grover—, entonces, ¿ya abandonaste por completo esas ideas?

Asentí sinceramente.

—Sin duda, las cosas han cambiado mucho los últimos dos meses.

—Ósea desde que llegó Lady Artemisa.

Eso era cierto, la verdad era que Artemis era la responsable de que yo saliera de esa depresión.

—Nos hicimos amigos—dije—, nos ayudamos mutuamente con nuestros problemas, cosas... cosas de mi que no le he contado a nadie, algunos traumas, ella me ha ayudado con todo eso, y yo trato de devolverle el favor, cuando ella llegó a mi puerta ese día, me di cuenta de que lo que más necesitaba y quería era un amigo.

Grover asintió.

—Lo he notado, en sólo estos dos días, han demostrado preocuparse mucho el uno por el otro, es muy sorprendente viniendo de Lady Artemisa hacía un chico.

—Sí... a mi también me sorprendió, y estoy seguro de que jamás nos hubiéramos echo amigos si Zeus no la hubiera obligado a servir a un chico, pero así fueron las cosas.

Grover se recostó contra una pared, los párpados le pesaban por el cansancio.

—Así es, aunque tal vez deberías cuestionarte si lo que tienen es solo una amistad.

La pregunta me tomó por sorpresa.

—¿No estarás preguntando si ella... me gusta? ¿O sí?

Grover se encogió de hombros.

—No lo sé, yo sólo soy un sátiro que puede leer los sentimientos de los demás, especialmente los tuyos. Creo que deberías revisar en tu interior la respuesta, va tanto para ti como para ella.

—¿Sabes qué?—dije—. Voy a hacer la primera guardia, intenta dormir.

Grover rio ya medio dormido.

—Nunca has sido sutil al cambiar de tema.

De inmediato se puso a roncar.

Me quedé pensando por un rato en lo que me dijo.

¿No era posible que me gustara una diosa doncella? ¿Verdad? Artemis es solo mi amiga, nada más. Enamorarme de ella seguramente era un delito penado a muerte incluso en Rusia.

Era sencillamente imposible, sólo éramos amigos, ella no me gustaba en lo absoluto, no era posible, no en un millón de años, ¿verdad?

Artemisa:

Me dicen que llegué a la superficie.

No me acuerdo.

De lo que sí me acuerdo es de los sueños febriles.

Ante mí se erguía una elegante mujer de piel aceitunada, con el cabello largo color caoba recogido entre un chongo y un vestido ligero sin mangas de un gris como las alas de una polilla. Aparentaba unos veinte años, pero sus ojos eran como perlas negras; su duro lustre era producto de siglos, un caparazón defensivo que ocultaba una pena y una decepción indecibles. Eran los ojos de una inmortal que había visto caer civilizaciones.

Nos encontrábamos una al lado de la otra sobre una plataforma de piedra, en el borde de algo parecido a una piscina llena de lava. El aire rielaban debido al calor, y los ojos me picaban por culpa de las cenizas.

La mujer levantó los brazos en un gesto de súplica. Tenía las muñecas esposadas con unos grilletes de hierro al rojo vivo y unas cadenas fundidas la sujetaban a la plataforma, aunque el metal caliente no parecía quemarle.

—Lo siento— dijo.

De algún modo supe que no se dirigía a mí. Yo sólo estaba observando la escena a través de los ojos de otra persona, y esa persona era a la que la mujer acababa de dar una mala noticia, una noticia demoledora, aunque no tenía idea de cual era.

—Te salvaría si pudiera—continuó—. La salvaría a ella. Pero no puedo. Dile a Artemisa que tiene que venir. Sólo ella puede liberarme, aunque sea una...—se atragantó como si se le hubiera atascado un pedazo de cristal en la garganta—. Seis letras—dijo con voz ronca—. Empieza por te.

"Trampa", pensé. "¡La respuesta es "trampa!"

Me entusiasmé por un momento, como cuando estas viendo un concurso y sabes una respuesta. "¡Si yo fuera el concursante, me llevaría todos los premios!", piensas.

Entonces me di cuenta de que no me gustaba ese concurso. Sobre todo si la respuesta era "trampa". Sobre todo si esa trampa era el gran premio que me esperaba.

La imagen de la mujer se deshizo en llamas.

Me encontraba en otro sitio: una terraza cubierta con vista a una bahía iluminada por la luna. A lo lejos, envuelto en niebla, se alzaba el familiar perfil oscuro del monte Vesubio antes de que la erupción de 79 a.C. volara su cima en pedazos, destruyera Pompeya y exterminara a miles de Romanos. (Puedes echarle la culpa a Vulcano. Tuvo una mala semana)

El cielo vespertino tenía un color morado, y la costa se hallaba iluminada únicamente por la luz del fuego, la luna y las estrellas.

Bajo mis pues, baldosas de oro y plata brillaban en el suelo de mosaico de la terraza, un tipo de decoración que muy pocos Romanos podían permitirse. En las paredes había frescos multicolores enmarcados con colgaduras de seda que debían de haber costado cientos de miles de denarios. Descubrí dónde debía de estar: una villa imperial, uno de los muchos palacios de recreo que bordeaban el golfo de Nápoles durante los primeros días del Imperio. Normalmente, un palacio como ése habría desprendido una luz resplandeciente durante toda la noche como muestra de poder y opulencia, pero las antorchas de la terraza estaban apagadas y envueltas en tela negra.

A la sombra de una columna, un joven esbelto miraba hacia el mar. Su expresión se hallaba oscurecida, pero su postura revelaba impaciencia. Tiraba de su túnica blanca, se cruzaba de brazos y taconeaba contra el suelo con los pies calzados en sandalias.

Un segundo hombre salió resueltamente a la terraza con el tintineo de una armadura u ka respiración fatigosa de un fornido luchador. El yelmo de un guardia pretoriano le tapaba la cara.

Se arrodilló ante el joven.

—Está echo, princeps.

Princeps. "Primero de la fila" o "primer ciudadano", el bonito eufemismo que los emperadores romanos empleaban para restar importancia a su poder absoluto.

—¿Está vez estás seguro?—pregunto una voz juvenil y aflautada—. No quiero más sorpresas.

El pretor gruñó.

—Totalmente seguro, princeps.

El guardia estiró sus antebrazos. Unos arañazos sangrantes brillaban a la luz de la luna, como si unas uñas desesperadas le hubieran desgarrado la piel.

—¿Que utilizaste?—el joven parecía fascinado.

—Su almohada—contestó el hombre—. Me pareció lo más fácil.

El joven rio.

—Ese viejo cerdo se lo merecía. Llevo años esperando que se muera y, cuando por fin anunciamos que estiró la crus, tiene la desfachatez de volver a despertar. No, señor. Mañana será un nuevo día, un día mejor para Roma.

Se situó a la luz de la luna y dejó su cara a la vista: una cara que habría preferido no volver a ver.

Las orejas ke sobresalían demasiado. Poseía una sonrisa torcida. Sus ojos tenían la calidez de los de una barracuda.

Aunque no reconozcas sus facciones, seguro que has coincidido con él. Es el abusón de la escuela demasiado encantador para ser cazado; el que inventa las bromas más crueles, tiene a otros que le hacen el trabajo sucio y goza de una reputación intachable ante los profesores. Es el chico que arranca las patas de los insectos y tortura animales callejeros, pero que se ríe con una alegría tan inocente que casi te convence de que se trata de una diversión inofensiva. Es el chico que roba dinero de las limosnas de la iglesia a espaldas de las ancianas que lo alaban por ser "un jovencito tan amable"

Es esa persona, esa clase de maldad.

Y esta noche tenía un nuevo nombre que no auguraba un futuro mejor para Roma.

El guardia pretoriano agachó la cabeza.

—¡Ave, César!




Me desperté del sueño temblando.

—Bienvenida de vuelta, Arty—dijo Percy.

Me incorporé. Tenía la cabeza a punto de estallar. La boca me sabía a polvo de estrige.

Estaba tumbada bajo un cobertizo improvisado: un plástico azul colocado en una ladera con vista al desierto. El sol se estaba poniendo. A mi lado, Meg dormía acurrucada con la mano posada en mi muñeca. Habría sido un detalle entrañable si yo no hubiera sabido dónde habían estado esos dedos. (Una pista: en los agujeros de su nariz)

Percy se hallaba sentado en una losa de piedra cercana. A juzgar por su expresión de agotamiento, supuse que había estado vigilando mientras dormíamos. Grover estaba roncando a algunos metros de allí.

—¿Me desmayé?—deduje.

Percy me pasó una cantimplora.

—Varias horas.

Bebí un trago y me quité las lagañas deseando poder borrar los sueños de mi cabeza con la misma facilidad: una mujer encadenada en una habitación en llamas, una trampa reservada para mi, un nuevo César con la sonrisa afable de un joven sociópata.

"No pienses en eso", me dije. "Los sueños no son necesariamente verdad"

"No", me contesté. "Sólo los malos. Como los que tuve"

Me centré en Meg, que roncaba a la sombra del plástico. Tenis la pierna recién vendada. Llevaba una camiseta de manga corta limpia por encima del vestido manchado. Traté de soltarme la muñeca, pero ella me agarró más fuerte.

—Está bien— me dijo Percy—. Al menos físicamente. Se durmió después de que te trajimos aquí —frunció el ceño—. Pero no le hizo ninguna gracia estar en este lugar. Dijo que quería irse. Temíamos que volviera al Laberinto, pero la convencí de que primero tenía que descansar y Grover le tocó un poco de música para que se relajara.

Asentí con la cabeza, luego bajé la mirada.

—Perdón, por lo del laberinto. Fui una carga, literalmente.

Percy me puso una mano en el hombro y me sonrió.

—¿Lo dices después de haber tenido que arrastrar mi cuerpo inconsciente por la caverna del oráculo oscuro?, no te preocupes, de verdad. Sé que no fue tu mejor momento, pero hey, como dice el dicho, "si tus amigos no están dispuestos a cargar con tu cuerpo paralizado por un laberinto mágico mientras los persigue una bandada de aves asesinas, tal vez deberías replantearte quiénes son tus amigos"

Me reí un poco.

—Gracias, es sólo que... primero me inmovilizaron, luego tuviste que llevarme y luego me desmayé, y yo... necesito un abrazo.

Petición extraña ¿no?, Pues resulta que había descubierto que los abrazos son una buena forma de sentirte a salvo y de serenar tu mente.

Percy vaciló un poco, aún así accedió a mi solicitud, se sentía algo tenso.

—¿Estas bien?—pregunté.

—Sí, sólo pensaba...

Escudriñe nuestro entorno inmediato. Habíamos acampado en la cima de una colina, con el monte de San Jacinto a nuestras espaldas, hacia el oeste, y la extensión de Palm Springs a nuestros pies, hacia el este. Un camino de grava rodeaba el pie de la colina y serpenteaba hacia el barrio más próximo a un kilómetro más o menos por debajo, pero podía apreciar que nuestra cima había albergado una gran estructura en el pasado.

Media docena de cilindros de ladrillo huecos se hallaban hundidos en la pendiente rocosa; cada uno debía tener nueve metros de diámetro, como los armazones de unos ingenios azucareros en ruinas. Las estructuras tenían distintas alturas y se encontraban en diferentes estadios de deterioro, pero estaban niveladas unas con otras por la parte superior, de modo que supuse que debían de haber sido las columnas de apoyo de una casa construida sobre pilotes. A juzgar por los desechos que cubrían la ladera—esquirlas de cristal, tablas carbonizadas, trozos de ladrillo ennegrecidos—, deduje que la casa debía de haberse incendiado muchos años antes.

Entonces caí en la cuenta: debíamos de haber escapado del Laberinto por uno de esos cilindros.

Me volví hacia Percy.

—¿Y las estriges?

Él negó con la cabeza.

—Si sobrevivió alguna, no se arriesgaría a exponerse a la luz del sol, aunque consiguiera atravesar las fresas. Las plantas han llenado todo el hueco—señaló el círculo de ladrillo más lejano, por dónde debíamos de haber aparecido—. Ya no entra Ni sale nadie por allí.

—Y, ¿sabes algo de la base que mencionó Grover?

—Sí, dijo algo sobre que este sitio tiene una energía natural muy poderosa o algo así.

Recogí un ladrillo carbonizado.

Mi conexión con la naturaleza ahora era casi nula, sin embargo si me concentraba lo suficiente podía sentir una especie de vibra especial en el lugar. Eso o tenía lombrices en el estómago, una de dos.

Meg gritó, todavía dormida, y se reincorporó bruscamente parpadeando confundida, despertando a Grover en el proceso.

Por la mirada de pánico de Meg, deduje que sus sueños habían sido aún peores que los míos.

—¿Es-estamos de verdad aquí?—preguntó—. ¿No lo soñé?

—Tranquila—dije- . Estas a salvo.

Ella negó con la cabeza y con los labios le temblorosos.

—No. No, no lo estoy.

Se quitó los lentes torpemente como si prefiriera ver el entorno borroso.

—No puedo estar aquí. Otra vez no.

—¿Otra vez?—preguntó Percy.

Me vino a la mente un verso de la profecía de Indiana: "La hija de Deméter encontrará sus raíces de antaño"

—¿Quieres decir que viviste aquí?

Meg echo un vistazo a las ruinas. Se encogió de hombros tristemente, aunque ignoró si eso significaba "No lo sé" o "No quiero hablar del tema"

Grover se acaricio la piocha pensativamente.

—Una hija de Deméter... En realidad tiene mucho sentido.

Percy hizo una mueca.

—¿En este sitio? ¿Qué va a cultivar aquí? ¿Piedras?

Grover puso cara de ofendido.

—No lo entiendes. Cuando conozcan a los demás...

Meg salió a gatas de debajo del plástico. Se puso de pie con paso vacilante.

—Tengo que irme.

—¡Espera!—suplicó el sátiro—. Necesitamos tu ayuda. ¡Por lo menos habla con los otros!

Ella vaciló.

—¿Otros?

Grover señaló hacia el norte. No vi adónde apuntaba hasta que me levanté. Entonces distinguí, medio oculta detrás de las ruinas de ladrillo, una hilera de seis estructuras cuadradas blancas como... invernaderos. El más cercano a las ruinas se había derretido y desplomado hace mucho, sin duda víctima del fuego. El segundo no estaba mucho mejor. Pero los otros cuatro estaban intactos. En el exterior había montones de macetas de barro. Las puertas estaban abiertas. Dentro, la materia vegetal verde presionaba contra las paredes translúcidas: hojas de palmera como manos gigantes que empujaban para salir.

Grover sonrió de modo alentador.

—Estoy seguro de que ya se habrá despertado todo el mundo. ¡Vamos, les presentaré a la pandilla!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro