Odio el olor a clavo.
—¿Qué es?—volvió a preguntar Percy—. Parece un... no lo sé.
"Parece un no lo sé" lo crean o no, eso lo describía correctamente.
El guardia estaba tumbado boca arriba, en estado semiconsciente, echando espuma por la boca, con los ojos medió cerrados y los párpados temblando.
Tenía ocho dedos en cada mano. Eso explicaba por qué se veían tan grandes desde lejos. A juzgar por la anchura de sus zapatos de piel negros, supuse que también tenía ocho dedos en los pies. Parecía joven, como mucho un adolescente en términos humanos, pero salvo la frente y las mejillas, toda su cara estaba cubierta de un fino pelo blanco similar al pelaje del pecho de un terrier.
Sin embargo, lo más llamativo eran sus orejas. Lo que yo había confundido con una prenda para la cabeza se había desenrollado y había dejado al descubierto dos óvalos de cartílago caídos con forma de orejas humanas, pero del tamaño de una toalla de playa cada uno. Sus cabales auditivos eran lo bastante anchos como para atrapar pelotas de béisbol, y estaban llenos de tantos pelos que Piper podría haberlos utilizado a modo de plumas para decorar todos los dardos de su carcaj.
—Orejón—recordé—. Debe de ser uno de los orejones de los que habló Macrón.
Grover dio un paso atrás.
—¿Las criaturas que Calígula está usando como guardia personal? ¿Es necesario que den tanto miedo?
Observé al joven humanoide.
—Piensen en lo desarrollado que debe de ser su oído, no debe de haber manera de sorprenderlos estando cerca de uno. Si no es a la distancia, no se como podrías esconderte de él.
— Y luchan como no se imaginan—dijo Piper—. Dos de ellos estuvieron a punto de matarnos a Jason y a mí, y eso que ambos hemos luchado contra muchos monstruos.
No veía que el guardia llevara armas encima, pero no me costaba creer que fuera un duro rival. Esos puños de ocho dedos podrían haber hecho mucho daño.
—No sabría decir que es—reconocí—. Si el emperador los contrata es que son seres inteligentes, no animales salvajes. Seguramente sepa que es y no lo recuerde ahora, denme algún tiempo a ver si este cerebro mortal se digna a darnos información.
—No te sobre esfuerces demasiado, Artemis— dijo Percy—. La mayoría de monstruos "inteligentes" adoran decir que es lo que son, sólo hay que darles tiempo.
Eso era indiscutible, la mayoría de monstruos anunciaban con mucho orgullo su especie y costumbres.
—Oigan—nos interrumpió Grover—, ¿qué hacemos con el orejón?
Piper escudriñó la calle.
—Sigue pareciéndome raro que sólo haya un guardia—dijo ella, cavilando—. ¿Y por qué es tan joven? Lo normal, después de que logramos entrar aquí la otra vez, sería que hubieran puesto más guardias. A menos...
No terminó la frase, pero yo la oí fuerte y claro: "A menos que quieran que entremos"
Estudié el rostro del guardia, que seguía temblando debido a los efectos del veneno. ¿Por qué su cara tenía que recordarme al pecho de un perro? Hacía difícil el querer matarlo.
—Piper, ¿qué hace exactamente tu veneno?
Se arrodilló y sacó el dardo.
—A juzgar por el efecto que tuvo en los otros orejones, lo paralizará un buen rato, pero no lo matará. Es veneno de serpiente de coral diluido con unos ingredientes vegetales especiales.
—Recuérdame que nunca beba tu infusión de hierbas—murmuró Grover.
La chica sonrió.
—Podemos dejar al orejón. No me parece justo mandarlo al Tártaro.
Piper se acercó a la puerta metálica. La abrió y dejó ver un montacargas oxidado con una sola palanca de mando y ninguna puerta.
—Bien, sólo para que quede claro—dijo—, les enseñaré por dónde entramos al Laberinto Jason y yo, pero no pienso hacer el típico numerito de rastreadora india americana. No sé rastrear. No soy su guía.
Todos aceptamos de buena gana, como hace uno cuando un amigo con opiniones firmes y dardos envenenados le da un ultimátum.
—Otra cosa—continuó—, si alguno de ustedes siente la necesidad de recibir un guía espiritual, yo no estoy aquí para eso. No voy a darles antiguos consejos cheroquis. ¿Todo el mundo de acuerdo? Pues todos a bordo.
El interior del montacargas estaba mal iluminado y olía a sulfuro.
Me acordé d que Hades tenía un ascensor en Los Ángeles que llevaba al inframundo. Esperaba que Piper no se hubiera confundido de misión.
—¿Estas segura de que este cacharro va al Laberinto en Llamas?—pregunté—. Porque no traje palitos para Cerbero.
—Cerbero prefiere las pelotas de goma roja—corrigió Percy.
Alcé una ceja con curiosidad.
—¿Cómo sabes eso?
El y Grover cruzaron una mirada incómoda, eso me dijo lo que necesitaba saber.
Piper dio al interruptor. El montacargas traqueteó y empezó a descender.
—La primera parte es sólo mortal—nos aseguró—. El centro de Los Ángeles está lleno de túneles de metro abandonados, refugios antiaéreos, cloacas...
—Las cosas que más me gustan—murmuró el sátiro.
—No conozco bien la historia—dijo Piper—, pero Jason me dijo que durante la ley seca los contrabandistas y los fiesteros utilizaban algunos túneles. Ahora hay grafiteros, fugitivos, indigentes, monstruos, funcionarios públicos...
Percy alzó una ceja.
—¿Funcionarios públicos?
—Sí—dijo Piper—. Algunos empleados municipales utilizan los túneles para ir de un edificio a otro.
Grover se estremeció.
—¿Pudiendo andar al sol en contacto con la naturaleza? Es repugnante.
Nuestra caja metálica oxidada traqueteaba y chirriaba. No sabía lo que había abajo, pero sin duda nos oiría llegar, sobre todo si tenía orejas del tamaño de toallas de playa.
A los quince metros, el montacargas se paró dando sacudidas. Ante nosotros se extendía un pasillo de cemento totalmente cuadrado e incluso, iluminado con débiles fluorescentes azules.
—Parece despejado—dijo Percy.
—Sólo espera—dijo Piper —. Lo divertido está más delante.
Grover agitó las manos sin demasiado entusiasmo.
—Yupi.
El pasillo cuadrado daba a un túnel cilíndrico más grande con el techo cubierto de conductos y tuberías. Las paredes estaban llenas de grafitis. Había latas vacías, ropa sucia y sacos de dormir mohosos tirados por el suelo que inundaban el aire del inconfundible olor de un campamento de indigentes: sudor, orines y desesperación absoluta.
Ninguno dijo nada hasta que salimos a un túnel todavía más grande con una vía de tren oxidada. En las paredes, letreros metálicos agujereados rezaban: ALTO VOLTAJE, PROHIBIDO EL PASO Y LA SALIDA.
El basalto crujía bahía nuestros pies y las ratas correteaban por la vía y nos chillaban al pasar.
—Las ratas—susurró Grover— son unas maleducadas.
No podía negarlo, supongo que una cosa buena debía tener el ya no poder hablar con los animales.
Después de cien metros, Piper nos llevó hasta un pasillo lateral revestido de linóleo. Hileras de fluorescentes medió fundidos parpadeaban en lo alto. A lo lejos, apenas visible a la tenue luz, dos figuras se hallaban desplomadas en el suelo una al lado de la otra. Supuse que eran dos indígenas hasta que Grover se quedó inmóvil.
—¿Pita? ¿Planta del Dinero?—gritó alarmado, luego corrió hacia ellas, el resto lo seguimos.
Pita eta un enorme espíritu de la naturaleza digno de su planta.
De pie, debía de medir al menos dos metros y diez centímetros, y tenía una piel de color gris azulado, largas extremidades y un cabello serrado que debía ser la muerte literal para el champú. Alrededor del cuello, las muñecas y los tobillos, llevaba unas cintas con espinas, por si alguien trataba de inmiscuirse en su espacio personal. Arrodillada al lado de su amiga, Pita no tenía demasiado mal aspecto hasta que se volvió y dejó ver sus quemaduras. El lado izquierdo de su cara era una masa de tejido carbonizado y savia reluciente. Su brazo izquierdo no era más que un rizo café seco.
—¡Grover!—dijo con voz seca—. Ayuda a Planta del Dinero. ¡Por favor!
El sátiro se arrodilló junto a la dríade herida.
Su cabello era una mata tupida de discos trenzados como monedas verdes. Su vestido estaba hecho del mismo material, de modo que parecía estar ataviada con una lluvia de monedas de color clorofila. Su cara estaba arrugada como un globo de fiestea que llevaba una semana inflada. De las rodillas para abajo, le habían desaparecido las piernas; se habían quemado. Intentó enfocar la vista en nosotros, pero sus ojos eran de un verde opaco. Cuando se movía, le caían monedas de jade del pelo y del vestido.
—¿Grover está aquí?—parecía que respirara una mezcla de gas de cianuro y limaduras de metal—. Grover..., estuvimos muy cerca.
Al sátiro le tembló el labio inferior y sus ojos se inundaron de lágrimas.
—¿Qué pasó? ¿Cómo...?
—Allí abajo—dijo Pita—. Llamas. Ella salió de repente. Magia...—empezó a escupir sabía.
Piper miró con cautela por el pasillo.
—Voy a reconocer el terreno. Enseguida vuelvo. No quiero que me agarren por sorpresa.
Se fue a toda prisa por el corredor.
Pita intentó hablar otra vez, pero se cayó de lado. Percy logró atraparla y sostenerla sin acabar atravesado. Miró a Grover en busca de ayuda.
—No puedo hacer mucho por ellas aquí abajo—dijo Grover—. Las dos necesitan agua y sol. Enseguida. Las llevaré a la superficie.
Percy golpeó con la palma una pared y un pequeño chorro de agua se filtró por una grieta desde alguna tubería cercana.
—Es todo lo que puedo hacer sin colapsar el sistema, lo siento.
Percy y yo ayudamos a Pita a ponerse en pie.
—Estoy bien—insistió ella, tambaleándose precariamente—. Déjenme tomar algo de agua y podré caminar. Ayuden a Planta del Dinero.
Grover la levantó con delicadeza.
—Vallan a la superficie ahora—dije.
Grover asintió.
—Tengan cuidado, buena suerte.
El sátiro se interno a toda prisa en la oscuridad con las dos dríades justo cuando Piper volvía.
—¿A donde van?—preguntó.
—A la superficie, están en estado crítico. Necesitan agua y sol de inmediato—expliqué.
La chica frunció todavía más el ceño.
—Espero que no tengan problemas para salir. Si el guardia se despierta...—dejó la frase en el aire—. En fin, pongámonos en marcha. Estén atentos. Tengan los ojos bien abiertos.
A menús que me inyectara cafeína pura, no sabía cómo podía estar más despierta ni como podía tener los ojos más abiertos. Percy y yo seguimos a Piper por el sombrío pasillo iluminado con fluorescentes.
A los treinta metros, el pasillo se abría a un inmenso espacio que parecía...
—Un momento—dije—. ¿Esto es un estacionamiento subterráneo?
Desde luego lo parecía, salvo por la ausencia total de coches. En el suelo de cemento abrillantado había flechas indicadoras amarillas y filad de espacios cuadriculados pintados que se perdían en la oscuridad. Hileras de columnas cuadradas sostenían el techo seis metros más arriba. En algunas había letreros como TOCAR EL CLAXON, SALIDA, CEDA EL PASO A LOS VEHÍCULOS DE LA DERECHA.
En una ciudad con tantos coches como Los Ángeles, resultaba extraño que alguien abandonara un estacionamiento utilizable. Por otra parte, supuse que los parquímetros eran una buena solución cuando tu otra opción era un inquietante laberinto frecuentado por grafiteros, grupos de dríades y funcionarios públicos.
—Aquí es—dijo Piper—. Éste es el sitio donde Jason y yo nos separamos.
El olor a sulfuro era más intenso allí, mezclado con una fragancia dulce..., como a clavo y miel. Me puso nerviosa, había algo, algo que (para variar) no podía identificar.
Percy arrugó la nariz.
—¿Qué es ese olor? Es horrible.
—Sí—convino Piper—. La última vez olía igual. Pensé que era por...—sacudió la cabeza—. En fin, justo aquí salió una cortina de llamas de repente. Jason corrió hacia la derecha y yo hacía la izquierda. Les aseguro, parecía un calor lleno de maldad. Es el fuego más intenso que he notado en mi vida, y he luchado contra Encélado.
—¿Y qué pasó cuando tú y...—me detuve antes de decir "el chico"—... Jason se separaron?
Piper se dirigió a la columna más cercana y pasó la mano por encima de las letras de un letrero de CEDA EL PASO.
—Intenté encontrarlo, claro. Pero desapareció sin más. Lo busqué mucho tiempo. Me puse como loca. No estaba dispuesta a perder a otro...
Titubeó, pero lo entendí. Ya había sufrido la pérdida de Leo Valdez, a quien hasta hacía poco había creído muerto. No estaba dispuesta a perder a otro amigo. Cosa que yo entendía a pa perfección.
—El caso—dijo— es que empecé a oler esa fragancia. ¿Esa especie de aroma a clavo?
—Es inconfundible y asqueroso—dijimos a la vez Percy y yo.
Nos miramos incómodos y luego a Piper, ella sólo alzó una ceja.
—Como sea... el olor empezó a volverse muy intenso—continuó Piper—. Sinceramente, me asusté. Sola, a oscuras, me entró el pánico. Me largué—hizo una mueca—. No fue muy heroico, lo sé.
Yo no iba a criticarla, considerando que en ese momento las rodillas me estaban temblando y enviando un mensaje en código morse: "¡¡¡Huye!!!"
—Jason apareció más tarde—dijo Piper—. Simplemente, cruzó la salida. No quiso hablar de lo que había pasado. Sólo dijo que no serviría de nada volver al Laberinto. Que las respuestas estaban en otra parte. Dijo que quería considerar unas ideas y que se pondría en contacto conmigo—se encogió de hombros—. Eso fue hace dos semanas. Todavía estoy esperando.
—Encontró el Oráculo—aventuré.
—Es lo que creo. A lo mejor, si vamos en esa dirección—señaló a la derecha—, lo descubrimos.
Ninguno de nosotros se movió. Ninguno gritó "¡Viva!" y se zambulló alegremente en la oscuridad perfumada de sulfuro.
Los pensamientos me daban vueltas muy rápido en la cabeza.
Un calor maligno, como si tuviera personalidad propia. El seudónimo del emperador: Neos Helios, el Nuevo Sol, el intento de Calígula por investirse a sí mismo dios viviente. Una frase que Nervio Macrón había dicho: "Espero que quede lo suficiente de usted para que la amiga mágica del emperador pueda trabajar"
Y esa fragancia a clavo y miel, como un perfume antiguo, combinada con sulfuro.
—Pita dijo "Ella salió de repente"—recordé.
La mano de Piper apretó la empuñadura de su daga.
—Esperaba haber oído mal. O a lo mejor con "ella" se refería a Planta del Dinero.
—Oigan—dijo Percy—. Escuchen.
Era difícil con el ruido que me hacía la cabeza mientras me daba vueltas, pero al final lo oí: un estrépito de madera y metal resonando en la oscuridad y el susurro y el chirrido de unas grandes criaturas que se movían con rapidez.
—Piper—dije—, ¿a que te recuerda ese perfume? ¿Por qué te dio miedo?
Sus ojos eran ahora de un azul eléctrico como su pluma de arpía.
—Una... una vieja amiga, alguien que mi mamá me advirtió que algún día volvería a ver. Pero no podía ser ella...
—Una hechicera—deduje.
—Chicas—nos interrumpió Percy.
—Sí—la voz de Piper se volvió fría y grave, como si acabara de darse cuenta del lío en el que estábamos metidos.
—Una hechicera de la Cólquida—dije—. Una nieta de Helios que conducía un carro.
—Tirado por dragones—apuntó Piper.
—Chicas—repitió Percy, en tono más urgente—, tenemos que escondernos.
Demasiado tarde, claro.
El carro dobló la esquina traqueteando, tirado por dos dragones dorados que escupían gases dorados por sus orificios nasales como locomotoras alimentadas a base de sulfuro. La conductora no había cambiado desde hacía miles de años. Todavía era morena y regia, y apareció con su vestido negro de seda ondeando a su alrededor.
Piper sacó su daga. Se situó a la vista. Percy siguió su ejemplo y destapó a Contracorriente y se puso hombro con hombro con la hija de Afrodita. Yo invoqué mi arco y me posicione también junto a Percy. Los tres formando una extraña pared sumamente atropellable.
—Medea—Piper escupió la palabra con todo el veneno y la fuerza con la que escupiría un dardo por la cerbatana.
La hechicera tiró de las riendas y paró el carro. Su expresión de sorpresa no duró mucho.
Medea rio con genuino placer.
—Piper McLean, querida muchacha—me clavó su mirada oscura y rapaz—. Está es Artemisa, deduzco. Oh, me has ahorrado mucho tiempo y molestias. ¡Cuando hayamos terminado, servirás de aperitivo a mis dragones!
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