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Los heroes nunca mueren... ¿cierto?


Artemisa:

Durante las siguientes horas mi mente me abandonó.  

No recuerdo que Tempestad nos dejara en la playa, aunque debió hacerlo. Me acuerdo de momentos aislados, cómo encontrarnos a Percy en medio del mar. Piper gritándome, o sentada entre las olas sollozando sin derramar lágrimas, o agarrando en vano puñados de arena húmeda y lanzándolos al mar. Unas cuantas veces apartó de un manotazo la ambrosía y el néctar que yo trataba de darle.

Yo estaba acostumbrada a lidiar con chicas con serios problemas emocionales, pero estaba tan agotada que no recordaba cómo debía hacer el acercamiento.

Recuerdo haber paseado despacio por la estrecha playa, descalza, con la camiseta fría del agua marina. El tapón de menjurje curativo palpitaba en mi pecho y dejaba salir un poco de sangre de vez en cuando.

Ya no estábamos en Santa Bárbara. No había puerto, ni hílela de súperyates, sólo el oscuro océano Pacífico que se extendía ante nosotros. Detrás se alzaba impotente un acantilado oscuro, y vimos una sinuosa escalera de madera que subía hacia las luces de una casa situada en lo alto.

Percy también había llegado nadando. Estaba totalmente empapado, a pesar de poderse secar a conveniencia, parecía que sencillamente no tenía la voluntad para hacerlo. Tenía la ropa echa jirones, las piernas y los brazos estaban llenos de lo que parecían mordidas y rasguños que se serraban rápidamente al contacto en el agua y la comida divina. Estaba sentado al lado de Piper, compartiendo ambrosía con ella.

Lo que más claramente recuerdo es a Piper diciendo "No está muerto"

Lo dijo una y otra vez, tan pronto como consiguió pronunciar alguna palabra, cuando el néctar y la ambrosía disminuyeron la hinchazón de su boca. Todavía tenía muy mal aspecto. Su labio superior necesitaba puntos. Sin duda le quedaría una cicatriz. Su mandíbula, su barbilla y su labio inferior eran un gigantesco moretón de color berenjena. Sospechaba que la factura del dentista sería considerable. Aún así, logró pronunciar las palabras con una firme determinación.

—No está muerto.

Percy le agarró el hombro.

—No... no sé qué pasó allí, ¿tan... tan malo fue?

Nadie le respondió.

Percy apretaba con fuerza algo en su mano, parecían algún tipo de escamas y colmillos. Miró los objetos con resentimiento, cómo si tuvieran la culpa de que Jason no estuviera allí. Si eran lo que sospechaba, tal vez era cierto.

—Tempestad encontrará a Jason—insistió Percy, cuando ninguna le contestó—. Sólo tenemos que esperar.

Tempestad..., claro. Después de que el ventus nos llevara a Piper y a mí allí, recordaba vagamente que ella había abordado al espíritu, empleando palabras confusas y gestos para mandarle que volviera a los yates a buscar a Jason. Tempestad se había ido corriendo a través de la superficie del mar como una tromba electrificada.

Percy quiso ir también, pero lo detuve.

Perder a Jason era doloroso. Pero, ¿perder a Percy? Yo no lo resistiría...

Contemplando ahora el horizonte, me preguntaba si podía esperar buenas noticias.

Los recuerdos del barco estaban volviendo, y al juntarse formaban un fresco más horrible que cualquier pintura de las paredes de Calígula.

El emperador me había advertido: "Esto no es un juego". Efectivamente, él no era Cómodo. A pesar de lo mucho que Calígula le gustaba la teatralidad, él nunca echaría a perder una ejecución añadiendo efectos especiales vistosos, avestruces, balones de basquetbol, coches de carreras y música a todo volumen. Calígula no hacía ver que mataba. Él mataba.

—No está muerto—Piper repetía su mantra como si tratara de utilizar su poder de persuasión tanto consigo misma como con nosotros—. Ha sufrido demasiado para morir ahora así.

Yo quería creerle.

Lamentablemente, había presenciado decenas de miles de muertes de mortales. Pocas tenían sentido. La mayoría era prematura, inesperada, indigna y, como mínimo, un tanto bochornosa. Las personas que merecían morir tardaban una eternidad en estirar la pata. Los que merecían vivir siempre se iban demasiado pronto.

Caer en combate contra un emperador malvado para salvar a sus amigos parecía una Muerte demasiado plausible para un héroe como Jason Grace. Él me había contado lo que la sibila eritrea le había dicho. Si no le hubiéramos pedido que viniera con nosotros...

"No te culpes", dijo una parte de mi cerebro. "Fue decisión suya"

"¡Era mi misión!", replicó la otra parte de mí. "¡De no ser por mí, Jason estaría a salvo en la habitación de su residencia, dibujando nuevos templos para deidades menores desconocidas! Piper estaría ilesa, con su padre, preparándose para su nueva vida en Oklahoma"

Sólo podía contemplar el mar y esperar, confiando en que Jason Grace apareciera galopando, sano y salvo, en medio de la oscuridad.

Finalmente, el aire se impregnó de olor a ozono. Relampagueó sobre la superficie del agua. Tempestad llegó corriendo a la orilla, con una silueta oscura sobre el lomo que parecía una alforja.

El caballo de viento se arrodilló y dejó a Jason con cuidado en la arena. Piper gritó y corrió a su lado. Percy la siguió. Lo más terrible fue la expresión de alivio momentánea en sus caras, antes de que se apagara.

Jason tenía la piel del color de un pergamino en blanco, salpicado de lodo, arena y espuma. El mar le había limpiado la sangre, pero su camisa del internado se había vuelto morada como una faja senatorial. De los brazos y las piernas le sobresalían flechas. Tenía la mano derecha fija en un gesto de señalar, como si siguiera diciéndonos que nos fuéramos. Sus expresión no se antojaba de angustia ni de miedo. Parecía en paz, como si acabara de dormirse después de un día duro. Yo no quería despertarlo.

Piper lo sacudió y gritó sollozando:

—¡¡¡Jason!!!—su voz resonó en los acantilados.

Percy se dejó caer en el suelo pesadamente, observó el cuerpo de Jason. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.

Aún sabiendo la verdad, puse la mano en la fría frente de Jason, un detalle que no hizo más que confirmar lo evidente.

—Yo... lo siento...

—Tiene que haber una solución—dijo Piper—. ¡La cura del médico! ¡Leo la recibió!

Negué con la cabeza.

—Leo tenía la cura en la mano cuando murió—aclaré con delicadeza—. Pasaron por muchas penalidades para conseguir los ingredientes. Y además necesitaron que Asclepio se la preparara. Esta vez no daría resultado, Asclepio solía decir que la muerte es casi siempre letal, hay ocasiones en las que no hay nada que hacer. Lo siento, Piper. Es demasiado tarde.

—No—insistió ella—. No, los cheroquis siempre han dicho...—respiró entrecortadamente, como si se preparara para el dolor resultante de pronunciar muchas palabras—. Una de las leyendas más famosas. Cuando el hombre empezó a destruir la naturaleza, los animales decidieron que el hombre era un peligro y todos juraron que se defenderían. Cada animal tenía una forma distinta de matar a los humanos. Pero las plantas... eran buenas y compasivas. Ellas juraron lo contrario, dijeron que buscarían la forma de proteger a la gente. Por eso hay una cura vegetal para cada cosa, sea cual sea la enfermedad o el veneno o la herida. Alguna planta tiene la cura. ¡Sólo hay que saber cuál!

Hice una mueca.

—Piper, esa leyenda encierra una gran verdad y sabiduría. Pero aunque siguiera siendo una diosa, no podría ofrecerte un remedio para resucitar a Jason. Si algo así existiera, Haces no permitiría que se usara.

—¡Las Puertas de la Muerte, entonces!—dijo—. ¡Medea volvió por allí! ¿Por qué no Jason? Siempre hay y a forma de engañar al sistema. ¡Ayúdame!

Su poder de persuasión me invadió, eficaz como una orden directa de Percy. Entonces miré la expresión plácida del antiguo pretor.

—Piper—dije—, tú y Jason lucharon para serrar las Puertas de la Muerte porque sabían que no estaba bien que los muertos volvieran al mundo de los vivos, hubieron sacrificios para lograrlo, Percy cayó al Tártaro para lograrlo. Jason Grace me parecía muchas cosas, pero no era un tramposo. ¿Crees que querría que hicieras pedazos el cielo, la tierra y el inframundo para resucitarlo?

A Piper le brillaron los ojos airadamente.

—A ti no te importa porque eres una diosa. Tú volverás al Olimpo después de liberar a los oráculos. Así que, ¿qué más te da? Nos estás utilizando para conseguir lo que quieres, como todos los dioses.

Estallé una vez más.

—¡No te atrevas a decir que no me importan las vidas mortales! ¿Me escuchaste?—dije con furia—. Durante más de cuatro mil años lo único que he visto son las muertes y pérdidas de aquellas que incluso considero como mis hijas. Cada vez que una de mis cazadoras muere se hace un vacío en mi corazón que no comprenderás nunca. Años tras años, milenios tras milenios de una pérdida tras otra. ¡Dejé de tener amigos solo para evitarme el dolor de la pérdida!

Me levanté y encaré frente a frente a la hija de Afrodita.

Ella me miró desafiante también levantándose del suelo.

—¡¿Tú me hablas de no traer a los muertos de regreso!?—dijo— ¡¡Fuiste tu la que pidió a Asclepio que reviviera a tu amigo Hipólito!! ¿Y te atreves a decirme lo que debo o no debo hacer? ¿Por qué Hipólito sí y Jason no?

—¡Traer de regreso a Hipólito no fue más que traer dolor a todos a mi alrededor!—contraataqué— Brontes, Estéropes, Arges, Apolo, el propio Asclepio. Todos pagaron por mi deseo egoísta de revivir a mi amigo.

Me erguí a mi altura completa y mis ojos quedaron varios centímetros por encima de los de Piper.

—¿Cómo crees que fue para mí ver a Zoë, mi única amiga durante milenios, morir frente a mis ojos sin poder hacer nada solo porque las Moiras decidieron que querían cortar su hilo en ese momento?

Puede que la cosa se estuviera saliendo un poco de control.

La mano de Piper se desvió hacia su daga y yo deslicé la mía hacia la funda de mi cuchillo.

—¡Basta!

Un grupo de piedras que estaban a algunos metros de nosotras estallaron en mil pedazos cuando una ola las impactó con una fuerza arrolladora.

Por un segundo el viento arreció y el mar se alborotó, pero tan rápido como vino la tempestad se fue.

Percy se levantó se acercó hasta quedar junto al cuerpo de Jason.

—Basta, las dos—su voz era poderosa y autoritaria—. Piper, tú no conoces de nada a Artemis. Ella no es como los otros dioses, a mi ya me quedo más que claro y espero que a ti también.

Se arrodilló junto a Jason.

—La culpa de lo qué pasó hoy es de Calígula y nada más—observó los objetos que tenía en su mano—. O tal vez sí de algo más.

Depósito una pieza del tamaño de un cuchillo grande de cocina en la mano de Jason, un diente de serpiente marina.

Eso era un gran avance en realidad, en el pasado mi Percy se hubiera culpado por la Muerte de su amigo, pero ahora sabía verdaderamente a quien debía buscar y hacer pagar.

"¿Mi?" ¿Y eso de donde vino?

Los tristes ojos verdes del hijo de Poseidón observaron el cuerpo de Jason.

—Adiós, bro...

Todos guardamos silencio por un rato, quería ir a consolar a Percy, pero sabía que al menos de momento debía darle su espacio, cuando el me necesitara me lo haría saber.

Detrás de mí, a media cuesta del acantilado, la voz de un hombre gritó:

—¿Piper?

Tempestad huyó y se deshizo en viento y gotas de lluvia.

Vestido con un pantalón de piyama a cuadros y una camiseta blanca, Tristán McLean bajaba a toda prisa la escalera del acantilado.

"Claro" comprendí. Tempestad nos había llevado q la cada de McLean en Malibú. De algún modo había sabido que debía ir allí. El padre de Piper debió de escuchar todos los gritos desde lo alto del acantilado.

El hombre corrió hacia nosotros haciendo golpetear sus chancletas contra las palmas de los pies, salpicando de arena los bajos de su pantalón. Su cabello se agitaba por delante de sus ojos, pero no ocultaba su expresión de inquietud.

—¡Estaba esperándote, Piper!—gritó—. Estaba en la terraza y...

Se quedó inmóvil, primero al ver el rostro lleno de heridas de su hija y luego al ver el cuerpo tumbado en la arena.

—Ay, no, no—corrió junto a Piper—. ¿Qué...qué está...? ¿Quién?

Una vez se hubo asegurado de que su hija no corría peligro de muerte inmediato, se arrodilló al lado de Jason y puso la mano en el cuello del chico para tomarle el pulso. Naturalmente, no lo encontró.

Nos miró consternado. Casi pude percibir cómo la Niebla se arremolinaba alrededor de Tristan McLean mientras el hombre intentaba descifrar lo que veía, buscando la forma de ponerlo en un contexto que su cerebro mortal pudiera entender.

—¿Un accidente de surf?—aventuró—. Ay, Piper, sabes que esas rocas son peligrosas—se detuvo un momento para ver las rocas destrozadas por Percy, abrió mucho los ojos como si fueran prueba de lo sucedido—. ¿Por qué no me lo dijiste...? ¿Cómo has...? Da igual. Da igual—sacó el teléfono del bolsillo del pantalón de piyama con las manos temblorosas y marcó el número de urgencias.

El teléfono chirrió y pitó.

—El teléfono no... No..., no lo entiendo.

Piper rompió a llorar apretándose contra el pecho de su padre. En ese momento, Tristan McLean debería haberse venido abajo de una vez por todas. Su vida se había ido a pique. Había perdido todo por lo que había trabajado a lo largo de su carrera. Y encontrar ahora a su hija herida y a su exnovio muerto en la playa de su finca embargada... sin duda bastaba para hacer temblar la cordura de cualquiera. Calígula tendría otro motivo para celebrar una bonita velada de trabajo sádico.

Sin embargo, la resistencia humana me sorprendió una vez más.

La expresión de Tristan McLean se volvió dura como el acero. Su concentración aumentó. Debió de comprender que su hija lo necesitaba y que no podía darse el gusto de recordarse en la autocompasión. Le quedaba un papel importante que interpretar: el de padre de Piper.

—Tranquila, cariño—dijo, abrazando su cabeza—. Tranquila, lo... lo solucionaremos. Lo superaremos.

Se volvió hacia Percy, pero este no estaba prestando atención.

Le temblaba todo el cuerpo y apretaba con fuerza las escamas que tenía en la mano.

—Todo lo estaba haciendo por ayudarte, Artemis—susurró—. Pero ahora es personal, Calígula lo hizo personal.

Acto seguido escapó de la escena aún con lágrimas en los ojos.

Tristan lo miró desconcertado.

—¿Quién...?

Piper alzó la vista, con los hijos hinchados y enrojecidos.

—El primo de Jason, le...le duele también... tal...tal vez hasta se culpe—se volvió hacia mi—. Ve con él, te va a necesitar.

Ella tenía razón en parte, Percy no se culpaba a si mismo por lo ocurrido, pero sí necesitaría ayuda.

—Una cosa más, Artemisa. No vuelvas. ¿Me oyes? Tú... lárgate.

—Pipes—dijo su padre—. Ellos no...

—Ellos no, ella—corrigió la chica—. ¡¡¡Vete!!!

Me volví y fui tras Percy.

Mientras corría, no sabía qué me pesaba más, si mi cuerpo agotado o la bala de cañón de pena y culpa que sentía en mi pecho. Mientras me alejaba, oí los sollozos de Piper resonando en los oscuros acantilados.

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