La mística flecha se queda sin wifi
—¡Alto!—gritó Grover—. ¡Venimos en son de paz!
El pájaro no se dejó impresionar. Atacó, y di no le dio al sátiro en la cara, fue porque Meh se abalanzó a estocadas contra la criatura. La estrige giró bruscamente, pirueteó entre las cimitarras y se posó en la rampa un poco más arriba.
—¡¡¡Scriii!!!—gritó, erizando las plumas.
—¿Cómo es que tienes que matarnos?-=preguntó Grover.
Meg frunció el entrecejo.
—¿Puedes hablar con ella?
—Pues sí—contestó el sátiro—. Es un animal.
—¿Por qué no nos explicaste hasta ahora qué estaba gritando?—inquirió Meg.
—¡Porque antes solo gritaba "scriii"!—explicó el—. Ahora dice "scriii" en plan "Tengo que matarlos"
Intenté mover las piernas. Parecía que se hubieran convertido en sacos de cemento, cosa que me resultó un tanto divertida. Seguía sin poder mover los brazos y notaba una sensación en el pecho, pero no sabía cuánto duraría.
—¿Que tal si le preguntas a la estrige por qué tiene que matarnos?—propuse.
—¡Scriii!—dijo Grover.
Me estaba hartando del idioma de las estriges. El pájaro contestó con una serie de graznidos y chasquidos.
Mientras tanto, en el pasillo, las otras estriges chillaban y aporreaban la red de tomateras. Empezaron a asomar garras negras y picos dorados que convirtieron a los tomates en salsa pico de gallo. Calculé que disponíamos de unos minutos hasta que los pájaros consiguieran romper la maya vegetal y nos mataran a todos, pero sus picos afilados eran monismos.
Grover se retorció las manos.
—La estrige dice que la enviaron para que se beba nuestra sangre, se coma nuestra carne y nos destripe, aunque no necesariamente en ese orden. Dice que lo siente, pero que es una orden directa del emperador.
—Malditos emperadores—farfulló Percy—. ¿Cual de ellos?
—No lo sé—contestó Grover—. La estrige lo llama Scriii.
—¿Puedes traducir destripar?—observó Meg—, pero no puedes traducir el nombre del emperador?
Personalmente, me parecía bien. Desde que nos habíamos ido de Indianápolis, había pasado mucho tiempo dándole vueltas a la profecía que habíamos recibido en la Cueva de Trofonio. Ya nos habíamos encontrado con Nerón y Cómodo, y me temía lo peor sobre la identidad del tercer emperador, com quien todavía no habíamos coincidido. De momento no buscaba confirmación. La euforia del veneno de la estrige estaba empezando a disiparse, y como estaba a punto de ser devorada viva por una súperlechuza chupasangre, no necesitaba más motivos para ceder a la desesperación.
La estrige se abalanzó sobre Meg, que se hizo a un lado, golpeó al pájaro en las plumas de la cola con la cara de la cuchilla cuando la criatura pasó a toda velocidad y lanzó a la desdichada ave contra la pared de enfrente, donde se dio de cabeza contra los ladrillos y estalló en una nube de polvo de monstruos y plumas.
—¡Meg!—grité—. ¡Te dije que no la matarás! ¡Te caerá una maldición!
—No la maté. Se suicido contra la pared.
—No creo que las Moiras piensen lo mismo.
—Pues no les digamos.
—¿Chicos?—Grover señaló las tomateras, que estaban menguando rápidamente atacadas por garras y picos—. Ya que no podemos matar a las estriges, tal vez deberíamos reforzar esa barrera.
Levantó su zampoña y tocó. Meg transformó sus espadas en anillos y estiró las manos hacia las tomateras. Los tallos se volvieron más gruesos, y las raíces lucharon por afianzarse en el suelo de piedra, pero era una batalla perdida. Al otro lado ahora había demasiadas estriges que golpeaban y atravesaban los nuevos brotes en cuanto aparecían.
—Es inútil—Meh retrocedió dando traspiés, con la cara salpicada de gotas de sudor—. Poco podemos hacer sin tierra ni sol.
—Tienes razón—Grover miró por encima de nosotros y siguió con la vista la rampa en espiral hasta la oscuridad—. Ya casi estamos ahí. Si conseguimos llegar a lo alto antes de que las estriges pasen...
—Pues subiremos— anuncio Meg.
—¿Hola?—dije tristemente—. Aquí, una exdiosa paralizada.
Percy me miró haciendo una mueca en disculpas.
—Artemis...creo que voy a tener que llevarte.
—Has lo que tengas que hacer—dije—. Rápido.
Sin más remedio, Percy se vio obligado a tener que cargarme al estilo nupcial para sacarme de allí, situación que no era precisamente del agrado de ninguno, aunque tampoco del desagrado. Hey, pudo ser peor.
Es ligeramente probable que me hubiera ruborizado levemente por la cercanía, sólo un poco... la adrenalina del momento de vida o muerte, sí... eso es.
Empezamos a subir por la estrecha rampa tras Grover, con mis pies paralizados colgando sobre el suelo. Meg nos siguió volviendo la vista de vez en cuando hacia las tomateras, que se iban rompiendo rápidamente.
—Artemisa, háblanos de las estriges, por favor—pidió Meg.
Escudriñé en mi cerebro buscando datos útiles.
—Son... son pájaros del mal agüero—dije—. Cuando aparecen, pasan cosas malas.
—No me digas—comentó ella—. ¿Qué más?
—Ejem, normalmente se alimentan de los jóvenes y los débiles. Bebés, ancianos, diosas paralizadas...; esa clase de gente. Se crían en los confines del Tártaro.
—Esto... Arty—dijo Percy—. ¿Sabes cómo podemos espantarlas? Si no podemos matarlas, ¿como las detenemos?
—Sé de algunas maneras muy efectivas para ahuyentarlas—dije—, pero no recuerdo ninguna.
Meg suspiró decepcionada.
—¿Puedes hablar con tu flecha mágica?—pidió—. A ver si sabe algo. Yo intenté ganar algo de tiempo.
Bajó corriendo por la rampa. Hablar con la flecha era lo único que podía empeorar el día, pero no veía otra opción mejor, si iba a ser inútil en combate y Percy iba a tener que cargarme en brazos mínimo podía ayudar proporcionando información.
Alargué la mano por encima del hombro, rebusqué en el carcaj y saqué el proyectil mágico.
—Hola, sabía y poderosa flecha—dije. (Siempre es mejor empezar haciendo la barba).
TE DEMORASTE MUCHO, recitó la flecha. HE INTENTADO HABLAR CONTIGO UN TIEMPO INDECIBLE.
—Han pasado cuarenta y ocho horas—contesté.
EN VERDAD, EL TIEMPO PASA MUY DESPACIO CUANDO UNO ESTÁ EN EL CARCAJ. DEBERÍAS PROBARLO, A VER QUÉ TE PARECE.
—Okey—resistí las ganas de partir el astil de la flecha—. ¿Qué puedes contarme de las estriges?
DEBO DECIRTE QUE... UN MOMENTO. ¿ESTRIGES? ¿POR QUÉ ME PREGUNTAS POR ELLAS?
—Porque, para su... para tu información, están a punto de matarnos.
¡DEMONIOS!, exclamó la flecha gimiendo. ¡DEBEN EVITAR TALES PELIGROS!
—No se me había ocurrido—dije—. ¿Tienes alguna información relacionada con estas aves, oh, sabio proyectil?
La flecha vibró; sin duda trataba de acceder a Wikipedia, aunque ella siempre niega que se conecte a internet. Tal vez sea una casualidad que siempre resulté de más utilidad cuando estamos en una zona con wifi gratis.
Percy cargo con mi lamentable cuerpo mortal por la rampa. Grover resoplaba y jadeaba mientras se tambaleaba peligrosamente cerca del borde. El suelo de la sala estaba ahora a quince metros por debajo de nosotros; lo bastante lejos como para sufrir una caída letal. Veía a Meg paseándose abajo, murmurando para sí y abriendo más sobres de semillas.
Arriba, parecía que la rampa no acabara nunca. Fuera lo que fuera lo que nos aguardaba al final, suponiendo que tuviera un final, permanecía en la oscuridad.
Finalmente, la Flecha de Dodona emitió su veredicto: LAS ESTRIGES SON PELIGROSAS.
—Una vez más, tú sabiduría ilumina las tinieblas—dije.
CALLA, continuó la flecha. ES POSIBLE MATAR A ESOS PÁJAROS, AUNQUE EL QUE LO HAGA QUEDARÁ MALDITO Y HARÁ QUE APAREZCAN MÁS ESTRIGES.
—Ya, ya. ¿Qué más?
—¿Que dice?—preguntó Percy.
Entre sus muchas irritantes cualidades, la flecha únicamente hablaba mentalmente conmigo, de modo que yo no sólo parecía un chiflado cuando hablaba con ella, sino que tenía que informar continuamente de sus divagaciones a mis amigos.
—Todavía está buscando en Google—le respondí—. Tal vez, oh, flecha, podrías hacer la búsqueda "estrige más vencer".
¡YO NO HAGO TRAMPAS!, rugió la flecha. Acto seguido se quedó callada suficiente tiempo para escribir "estrige + vencer".
SE PUEDE REPELER A LOS PÁJAROS CON VÍSCERAS DE CERDO, informó. ¿TIENEN?
—Grover—grité—, ¿de casualidad no tendrás vísceras de cerdo?
—¿Qué?—el sátiro se volvió—. ¿Por qué iba a llevar vísceras de cerdo? ¡Soy vegetariano!
Meg subió con dificultad por la rampa para reunirse con nosotros.
—Los pájaros casi han pasado—informó—. Probé con distintas palabras. Intenté invocar a Melocotones...—se le quebró la voz de desesperación.
Ah, sí. Melocotones.
Al parecer Meg tiene un amigo Carpos (espíritu de los cereales, o en este caso fruta) a su servicio. Nunca lo he visto, supongo que tiene sentido ya que el Laberinto no es un lugar para una planta. Aún así, Meg parecía tenerle mucho estima.
—¿Que más, Flecha de Dodona?—grité—. ¡Tiene que haber algo aparte de intestinos de cerdo pata acorralar a las estriges!
ESPEREN, dijo la flecha. ¡ATENCIÓN! PARECE QUE EL MADROÑO PUEDE SERVIR.
—¿Que mi moño qué?—pregunté.
Demasiado tarde.
Debajo de nosotros, las estriges atravesaron la barricada de tomates lanzando gritos sanguinarios y entraron a tropel en la estancia.
...
Recuerden sugerir nombre para el capítulo, espero les guste.
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