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¡Estupendo! "Botitas" viene a por nosotros ¡Que Dora nos ayude!


¿Reconoces el nombre de Calígula?

Si no es así, considérate afortunado.

Alrededor de la Cisterna, las dríades de los cactus sacaron sus espinas, la parte inferior de Mellie se deshizo en niebla y el pequeño Chuck acabó escupiendo un trozo de poliestireno.

—¿Calígula?—al entrenador Hedge le empezó a temblar el ojo como cuando Mellie amenazaba con quitarle sus armas ninja—. ¿Estás segura?

Ojalá no lo hubiera estado. Ojalá hubiera podido anunciar que el tercer emperador era el anciano y bondadoso Marco Aurelio, o el noble Adriano, o el incompetente de Claudio.

Pero Calígula...

Incluso para los que sabíamos poco sobre él, el nombre de Calígula evocaba las más siniestras y perversas imagines. Si mandato fue más sangriento e infame que el de Nerón, que había crecido temiendo a su retorcido tío abuelo Cayo Julio César Germánico.

Calígula: sinónimo de asesinato de asesinato, tortura, locura, exceso. Calígula: el malvado tirano com el que se comparaba a los demás malvados tiranos. Calígula: cuya reputación era peor que la de unos diez Cómodos combinados.

Grover se estremeció.

—Siempre he odiado ese nombre. ¿Qué significa, por cierto? ¿Asesinó de sátiros? ¿Chupasangre?

—Botitas—dije.

El cabello de Josué se puso de punta, cosa que a Meg le pareció fascinante.

—¿Botitas?—Josué echó un vistazo a la Cisterna, preguntándose tal vez si no había entendido la broma. Nadie reía.

—Sí.

Todavía me acordaba de lo mono que estaba el pequeño Calígula con su uniforme de legionario en miniatura cuando acompañaba a su padre, Germánico, en sus campañas militares. ¿Por qué los sociópatas siempre eran tan adorables de niños?

—Los soldados de su padre le pusieron el apodo cuando eta un niño—expliqué—. Llevaba unas botas de legionario muy pequeñas, unas caligae, y a ellos les parecía graciosísimo. Así que lo llamaron Calígula: Botas Pequeñas, o Patucos, o Botitas. Pueden elegir la traducción que prefieran.

—Ósea—dijo Percy—, que sí Dora la Exploradora hubiera sido transmitida en la antigua Roma, su mono se llamaría Calígula.

¿Tantas cosas que decir y me sales con eso? Es difícil permanecer seria cuando no puedo dejar de reír por esas ocurrencias.

Nopal pinchó sus enchiladas con el tenedor.

—Por mí, como si se llamara Cielito Pimpollo. ¿Cómo podemos vencerlo para que nuestra vida vuelva a la normalidad?

Los otros cactus gruñeron y asintieron con la cabeza. Estaba empezando a sospechar que los nopales eran los agitadores natos del mundo de los cactus. Si juntas los suficientes, iniciarán una revolución y derrocarán el reino animal.

—Tenemos que andarnos con cuidado—advertí—. Calígula es un maestro poniendo trampas a sus enemigos. ¿Les suena la expresión "Cavar tu propia tumba"? Se creó para Calígula. Él disfruta de su reputación de loco, pero es una tapadera. Está totalmente cuerdo. Y también es completamente amoral, aún más que...

Me interrumpí. Estaba apunto de decir "aún más que Nerón", pero ¿cómo podía hacer un comentario así delante de Meg, cuya infancia entera había sido emponzoñada por Nerón y su alter ego, la Bestia?

"Ten cuidado, Meg", decía siempre Nerón. "Pórtate bien o despertarás a la Bestia. Yo te quiero mucho, pero la Bestia... No me gustaría que hicieras algo malo y terminaras sufriendo"

¿Cómo podía cuantificar yo semejante maldad?

—En fin—dije—, Calígula es listo, paciente y paranoico. Si ese Laberinto en Llamas es una trampa compleja, parte de un plan más ambicioso, no será fácil de superar. Y aunque lo encontremos, vencerlo será todo un nuevo reto.

Grover se estremeció.

—Si la mitad de las cosas que he oído sobre Calígula son verdad... Hizo una pausa; al parecer se percató de que todo el mundo lo estaba observando y evaluando si debían dejarse llevar por el pánico a partir de las reacciones del sátiro. Yo, por mi parte, no quería estar en medio de una sala llena de cactus gritando y corriendo de un lugar a otro.

Afortunadamente, Grover no se puso nervioso.

—Nadie es invencible—declaró—. Ni titanes ni gigantes ni dioses..., y menos un emperador romano que se llama Botitas. Ese tipo está haciendo que el sur de California se marchite y muera. Él está detrás de las sequías, el calor y los incendios. Tenemos que encontrar la forma de detenerlo. Artemisa, ¿cómo murió Calígula la primera vez?

Hice memoria. Como siempre, el disco duro mortal que tenía por cerebro estaba lleno de lagunas, pero me acordé de un túnel oscuro atestado de guardias pretorianos apiñados alrededor del emperador, con sus cuchillos brillantes y resplandecientes de sangre.

—Lo mataron sus propios guardias—dije—, y seguro que eso lo hizo todavía más paranoico. Macrón dijo que el emperador cambiaba continuamente su guardia personal. Primero los autómatas sustituyeron a los pretores. Luego los cambió por mercenarios y estriges y... ¿orejones? No sé qué significa eso.

Una dríade resopló indignada. Supuse que era Cholla, ya que parecía una Cylindropuntia cholla: pelo blanco escaso, barba blanca rizada y grandes orejas con formas de raquetas cubiertas de púas.

—¡Ninguna persona decente con orejas grandes trabajaría para semejante bellaco! ¿No tiene más puntos débiles? ¡Debe de tener alguno más!

—¡Sí!—terció el emperador Hedge—. ¿Le dan miedo las cabras?

—¿Es alérgico a la savia de cactus?—preguntó esperanzada Aloe Vera.

—No que yo sepa—dije.

Las dríades reunidas se quedaron decepcionadas.

—Recibieron una profecía en Indiana, ¿no?—preguntó Josué—. ¿No hay alguna pista en ella?

Tenía un tono escéptico, tenía sentido. Una profecía indianesa no sonaba igual de bien que una profecía délfica.

—Tengo que encontrar el "palacio del oeste"—dije—. Debe de ser la base de operaciones de Calígula.

—Nadie sabe dónde está—masculló Nopal.

Puede que fueran imaginaciones mías, pero me dio la imprecisión de que Mellie y Gleeson intercambiaron una mirada de inquietud. Esperé a que dijeran algo, pero permanecieron callados.

—Otra pista de la profecía—continué—. Tengo que "arrancarle el aliento de la recitadora del crucigrama". Creo que quiere decir que tengo que liberar al Oráculo de su control.

—¿Tiene crucigramas ese Oráculo?—preguntó Reba—. A mí me gustan los crucigramas.

—No tengo idea—acepté—. Por otro lado, la profecía también anunciaba que Grover nos traería aquí, y que durante los próximos días pasarán cosas terribles en el campamento Júpiter...

—La luna nueva—murmuró Meg—. Es dentro de poco.

—Hay otro verso—recordó Grover—. "Para recorrer el camino con las botas de tú adversario" ¿Puede tener algo que ver con las botitas de Calígula?

Imagine mis pies apretujados en unos zapatitos de piel para un niño pequeño. Me empezaron a doler los dedos de los pies.

—Espero que no—contesté—. Pero si logramos liberar del Laberinto en Llamas al oráculo, estoy segura de que nos ayudaría. Me gustaría contar con más información antes de correr a enfrentarme con Calígula en persona.

—Volvemos al punto de partida—dijo Josué—. Tú necesitas liberar al Oráculo. Nosotros necesitamos que el fuego se apague. Para eso necesitamos recorrer el Laberinto, pero nadie sabe cómo hacerlo.

Gleeson Hedge se aclaró la garganta.

—Puede que alguien lo sepa.

Nunca tantos cactus habían mirado fijamente a un sátiro.

Cholla acarició su barba blanca rala.

—¿Quien es ese alguien?

Hedge se volvió hacha su esposa, como diciendo: "Todo tuyo, tesoro"

Mellie dedicó unos microsegundos más a reflexionar sobre el cielo nocturno y tal vez sobre su antigua vida como soltera nebulosa.

—La mayoría de ustedes sabe que hemos estado viviendo con los McLean—dijo.

—La familia de Piper McLean—explicó Percy—, hija de Afrodita.

Me acordaba de ella: se encontraba entre los siete semidioses que habían zarpado a bordo del Argo II. De hecho, había abrigado la esperanza de encontrarlos a ella y a su novio, Jason Grace, por encargo de mi lugarteniente Thalia, hermana mayor de este último.

Mellie asintió con la cabeza.

—Yo fui la ayudante personal del señor McLean. Gleeson ejercía de padre y amo de casa, y lo hacía estupendamente...

—¿Verdad que sí?—convino él, dándole al pequeño Chuck la cadena del nunchaku para que la mordiera.

—Hasta que todo se torció—continuó Mellie suspirando.

Percy ladeó la cabeza.

—¿A que te refieres?

—Es una larga historia—dijo la ninfa de las nubes en un tono que daba a entender: "Te lo contaría, pero luego tendría que convertirme en nubarrón y llorar a mares y fulminarte con un rayo"—. El caso es que hace un par de semanas Piper soñó con el Laberinto en Llamas. Creía que había encontrado una forma de llegar al centro. Se fue a investigar con... ese chico, Jason.

"Ese chico" ¡Hey! Esa es mi forma de referirme a los hombres con los que estoy molesta (prácticamente todos). Eso me dijo que Mellie no estaba contenta con Jason Grace, hijo de Júpiter.

Percy también pareció notar eso último, prestó más atención a lo que Mellie decía.

—Cuando volvieron...—la ninfa hizo una pausa, y su mitad inferior se arremolinó en una espiral de materia de nube—. Dijeron que habían fracasado, pero creo que no contaron toda la verdad. Piper insinuó que habían encontrado algo allí abajo que... les había sacudido.

Pareció que los muros de la Cisterna crujieran y se movieran en medio del refrescante aire nocturno, como si vibraran compasivamente con la palabra "sacudido". Pensé en el sueño en el que la mujer encadenada, pedía disculpas a alguien después de darle una terrible noticia: "Lo siento. Te salvaría si pudiera. La salvaría a ella".

¿Se dirija a Jason, Piper o a los dos? Si era así y en realidad habían encontrado el Oráculo...

—Necesitamos hablar con esos semidioses—decidí.

Mellie agachó la cabeza.

—No puedo llevarlos. Volver... me partiría el corazón.

Hedge pasó al pequeño Chuck al otro brazo.

—Yo podría...

Mellie le lanzó una mirada de advertencia.

—No, yo tampoco puedo—murmuró Hedge.

—Yo los llevaré—se ofreció Grover, aunque parecía más agotado que nunca—. Sé dónde está la cada de McLean. Pero, ejem, ¿podríamos esperar a mañana por la mañana?

Una sensación de alivio se apoderó de las dríades reunidas. Sus púas se relajaron. La clorofila volvió a su tez. Grover no había resuelto sus problemas, pero les había dado esperanza: la sensación de que al menos podíamos hacer algo.

Contemplé el círculo de cuelo naranja brumoso que se alzaba por encima de la Cisterna. Pensé en los incendios que resplandecían hacia el oeste, y en lo que podía estar pasando hacia el norte en el Campamento Júpiter. Sentada en el fondo de un pozo en Palm Springs, sin poder ayudar a los semidioses romanos ni saber lo que les estaba ocurriendo, podía empatizar con las dríades: arraigadas a la tierra, observando con desesperación cómo el fuego descontrolado se acercaba más y más.

No quería frustrar sus nuevas esperanzas, pero me sentí en la obligación de decir:

—Hay más. Es posible que su santuario deje de ser seguro.

Les conté lo que Incitatus le había dicho a Calígula por teléfono. Y no, nunca pensé que informaría de una conversación entre un caballo parlante y un emperador romano muerto.

Aloe Vera se puso a temblar y sacudió varias espinas triangulares de su cabello con gran valor medicinal.

—¿Có-cómo saben que existe Aeithales? ¡Nunca nos han molestado aquí!

Grover hizo una mueca.

—No lo sé. Pero... el caballo insinuó que Calígula fue quien lo destruyó hace años. Dijo algo así como: "Ya sé que crees que te ocupaste de ese sitio, pero sigue siendo peligroso"

La cara marrón corteza de Josué se puso todavía más oscura.

—No tiene sentido. Ni siquiera nosotros sabemos qué eta este lugar.

—Una casa—dijo Meg—. Una casa grande construida sobre pilotes. Estas cisternas... servían de columnas de apoyo, refrigeración geotérmica, suministro de agua.

Las dríades se erizaron de nuevo. No dijeron nada y esperaron a que Meg continuará.

Ella retiró los pies mojados, un gesto que la hizo parecer una ardilla nerviosa a punto de marcharse dando brincos. Me acordé de que había querido irse de allí en cuanto habíamos llegado y de ahí nos había advertido que era peligroso. Recordé un verso de la profecía del que aún no habíamos hablado: "La hija de Deméter encontrará sus raíces de antaño"

—Meg—dije, lo más delicadamente posible—, ¿por qué conoces este sitio?

Su expresión se volvió tensa pero desafiante, como si no supiera si romper a llorar o pelearse conmigo.

—Fue mi hogar—respondió—. Mi padre construyó Aeithales.

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