El Fraggle Rock nos salva la vida.
Perdón por la tardanza, me quedé dormido cuando iba por la mitad. Recuerden sugerir nombres para el capítulo. Disfruten.
—¡Por ahí vienen!— gritó Meg.
No inventes. Cada vez que uno quería que hablara de algún tema importante, se callaba y cerraba, pero cuando había un peligro evidente, grita "por ahí vienen"
Percy apretó el paso tras Grover mientras subían la rampa.
Al volverme para mirar hacia atrás, vi perfectamente a las estriges que salían de entre las sombras, con sus ojos amarillos brillantes como monedas en una fuente turbia. ¿Había una docena? ¿Más? Considerando los problemas que habíamos tenido con una sola estrige, no me gustaban nuestras posibilidades de éxito frente a una bandada entera, sobre todo porque ahora estábamos alineados como blancos suculentos en una cornisa estrecha y resbaladiza. Dudaba que Meg pudiera ayudar a suicidarse a todos los pájaros estampándolos de cabeza contra la pared.
—¡Madroños!—grité—. La flecha dijo que los madroños repelen a las estriges.
—Es una planta—Grover respiró entrecortadamente—. Creo que una vez conocí a un madroño.
—Flecha—dije—, ¿qué es un madroño?
¡NO LO SÉ! ¡QUE NACIERA EN UNA ARBOLEDA NO QUIERE DECIR QUE SEPA DE JARDINERÍA!
Indignada, volví a meter la flecha en el carcaj.
—Cúbranme—Meg me puso una de sus espadas en la mano y empezó a rebuscar en su cinturón de jardinería, mirando nerviosa a las estriges que subían.
No tenía claro cómo esperaba que la cubriera. La esgrima se me daba fatal incluso cuando mi cuerpo funciona y no tengo que ser llevada en brazos por un semidiós ni me enfrentaba a unos enemigos que condenaban a quienes los mataban.
—¡Grover!—gritó Meg—. ¿Podemos saber qué clase de planta es el madroño?
Abrió un sobre al azar rasgándolo y lanzó las semillas que contenían al vacío. Los granos estallaron como palomitas de maíz y formaron unos boniatos del tamaño de granadas con frondosos tallos verdes. Los boniatos cayeron entre la banda de estriges, impactaron a unas cuantas y les arrancaron graznidos de sorpresa, pero los pájaros seguían viniendo.
—Esos son tubérculos—dijo Grover resollando—. Creo que el madroño es una planta con frutos.
Meg abrió otro sobre de semillas y lanzó a las estriges una explosión de arbustos salpicados de frutas verdes. Los pájaros se limitaron a esquivarlos virando.
—¿Uvas?—preguntó Grover.
—Grosellas—lo corrigió Meg.
—¿Estas segura?—inquirió el sátiro—. La forma de las hojas...
—¡Grover!—lo interrumpió Percy—. Ciñámonos a la botánica militar. ¿Qué es...? ¡Cuidado!
Meg apartó a una estrige de un espadazo. Yo quería ayudar, pero créanme si les digo que era mas seguro para todos los presentes que no intentara usar la espada. Además no creía poder usar mi arco, mi nueva falta de habilidad no nos sería de mucha utilidad.
Y luego está Percy, que tampoco podía hacer nada porque tenía que cargar con mi cuerpo.
Meg gritó de dolor y tropezó al recibir un corte sangrante en el muslo derecho.
Entonces fuimos engullidos por una tormenta furiosa de garras, picos y alas negras. Meg blandía su cimitarra como una loca. Percy intento protegerme con su cuerpo lo mejor que pudo, pero una estrige se abalanzó sobre mi cara, y cuando estaba a punto de arrancarme los ojos con las patas, Grover hizo algo inesperado: gritó.
"¿Qué tiene eso de raro?" Te preguntaras. "Estando rodeado de pájaros que devoran vísceras es un momento perfecto para gritar"
Cierto. Pero el sonido que salió de la boca del sátiro no fue un grito común y corriente.
Reverberó por la cámara como la onda expansiva de una bomba y dispersó a los pájaros, sacudió las piedras e hizo que me invadiera un miedo irracional.
Si Percy no se hubiera aferrado a mi, habría huido. Habría saltado de la cornisa sólo para escapar de ese sonido. Así las cosas, solté la espada de Meg y me tapé los oídos. Ella, que estaba postrada en la rampa, sangrando y seguramente medió paralizada por el veneno de la estrige, se hizo un ovillo y sepultó la cabeza entre los brazos. Percy también se hizo un ovillo mientras me sujetaba y escondió la cabeza.
Las estriges huyeron y regresaron a la oscuridad.
El corazón me latía con fuerza y la adrenalina corría por mis venas. Tuve que respirar hondo varías veces antes de poder hablar.
—Grover, ¿invocaste el Pánico?—le pregunté.
El temblaba tumbado de lado en la rampa.
—No era mi intención—su voz sonó ronca—. Hacía años que no lo hacía. Desde la batalla del laberinto.
—¿Pá-pánico?—preguntó Meg.
—El grito del dios desaparecido Pan—expliqué. La simple mención de su nombre me entristecía. El pensar como los humanos habían logrado acabar con los dominios de un dios al grado de esfumarlo.
—No sabia que alguien pudiera utilizar ese poder, aparte de Pan—dije—. ¿Cómo lo hiciste?
Grover emitió un sonido que fue mitad sollozo, mitad suspiró.
—Es una larga historia.
Percy asintió.
—Artemis, ¿recuerdas lo que te conté sobre mi primera vez en el Laberinto?
Valla que lo hacia, había sentido el cambio en la naturaleza el día que Pan se desvaneció por completo, pero escuchar cómo fue todo de la boca de Percy era algo sencillamente devastador.
Meg gruñó.
—Nos libró de los pájaros— rasgó un pedazo de su ropa para hacer una venda improvisada.
—¿Estas paralizada?—pregunté.
—Sí—murmuró—. De la cintura para abajo.
Grover se movió en el suelo.
—Yo estoy bien, pero me siento agotado. Los pájaros volverán pronto, lo... lo siento.
No había nada que sentir. El grito de Pan espantaba a prácticamente a cualquier criatura, pero era un tipo de magia agotadora. Cada vez que Pan la empleaba tenía que echarse una siesta de tres días.
—No puedo llevarlos a los tres—dijo Percy—. Y no tengo ninguna idea.
Debajo de nosotros, los gritos de las estriges reverberaban por el Laberinto. A juzgar por sus chillidos, estaban pasando del miedo a la confusión.
Traté de mover los pies. Para mí sorpresa, ya notaba los dedos dentro de los calcetines.
—Percy, creo que se me está pasando el efecto del veneno—dije—, ¿puedes bajarme?
Me separé de el, extrañando la cálida sensación de cercanía.
Los cuatro nos pusimos en fila con las espaldas pegadas a la pared: tres cebos de estrige sudorosos, lamentables y patéticos esperando la muerte. Debajo de nosotros, los graznidos de los pájaros del mal agüero aumentaron de volumen. No tardarían en volver más furiosos que nunca. A unos quince metros por encima de nosotros, apenas visible a la tenue luz de las espadas de Percy y Meg, la rampa terminaba en un techo de ladrillo abovedado.
—Adiós, salida—dijo Grover—. Estaba convencido... Este hueco se parece mucho a...—movió la cabeza como si no soportara contarnos lo que esperaba encontrar.
—No pienso morir aquí—masculló Meg.
Aún con los nudillos sangrantes, las rodillas raspadas y que su vestido verde parecía haber sido utilizado como rascador por un tigre dientes de sable. Tenía una mirada desafiante, la misma que solía poner Deméter durante sus clásicas peleas con Hades.
Rebuscó entre sus sobres de semillas, mirando las etiquetas con los ojos entornados.
—Rosas, narcisos, calabazas, zanahorias...
—No...—Grover se golpeó la frente con el puño—. El madroño es como... un árbol con flores. Argh, debería haberlo sabido.
Comprendía sus problemas de memoria. Yo debería haber sabido muchas cosas: los puntos débiles de las estriges y la salida secreta más cercana del Laberinto eran algunas de ellas. Pero tenía la mente en blanco. Me habían empezado a temblar las piernas—una señal de que pronto volvería a andar—, pero eso no me animaba. No tenía a dónde ir, salvo para elegir si quería morir en lo alto de la cámara o en el fondo.
Meg seguía revolviendo sobres de semillas.
—Nabos suecos, glicinas, espinos de fuego, fresas...
—¡Fresas!—Grover gritó tan fuerte que pensé que quería lanzar otro grito de Pánico—. ¡Eso es! ¡El madroño también se llama árbol de fresas!
Meg frunció el entrecejo.
—Las fresas no crecen en árboles. Son del género Fragaria y pertenecen a la familia de las rosas.
—¡Sí, sí, ya lo sé!—Grover agitó las manos como si las palabras no le salieran lo bastante rápido—. Y el madroño pertenece a la familia del brezo, pero...
—¿De que están hablando?—inquirí. Me preguntaba si estaban compartiendo la conexión wifi de la Flecha de Dodona para buscar información en botánica.com—. Estamos apunto de morir, ¿y se ponen a debatir sobre géneros de plantas?
—¡Puede que la Fragaria sirva!—insistió Grover—. El fruto del madroño se parece a la fresa. Por eso a veces se lo llaman árbol de fresas. Una vez conocí a una dríade del madroño. Tuvimos una buena discusión sobre el tema. Además, estoy especializado en el cultivo de fresas. ¡Todos los sátiros del Campamento Mestizo estamos especializados en ese campo!
Meg miró su sobre de semillas de fresa muy poco convencida.
—No sé.
Debajo de nosotros, una docena de estriges salieron repentinamente de la boca del túnel gritando en un coro de furia predestripadora.
—¡Prueba con Fraggle Rock! ¡Por favor!—pidió Percy.
—Fragaria—lo corrigió Meg.
—¡Por favor sólo hazlo!
En lugar de lanzar las semillas de fresa al vacío, abrió el sobre, las sacudió y fue distribuyéndolas a lo largo del borde de la rampa con una lentitud exasperante.
—Deprisa— invoqué mi arco de cazadora, aunque dudaba que sirviera de algo—. Tenemos unos treinta segundos.
—Un momento—Meg extrajo las últimas semillas dando golpecitos.
—¡Quince segundos!
—Espera—tiró el sobre. Colocó las manos sobre las semillas como si fuera a tocar un teclado.
—Okey—dijo—. Ahora.
Grover levantó su zampoña y empezó a tocar frenéticamente.
Justo cuando la avalancha de estriges estaba a punto de atacar, las semillas explotaron como una serie de fuegos artificiales. Unas serpentinas verdes describieron un arco a través del vacío, se engancharon a la pared del fondo y formaron una hilera de enredaderas. Las estriges podrían haber volado fácilmente a través de los huevos, pero se volvieron locas, viraron con brusquedad para evitar las plantas y chocaron unas contra otras en el aire.
Mientras tanto, las enredaderas se volvieron más tupidas, salieron hojas, brotaron flores y las fresas maduraron e inundaron el aire de su dulce fragancia.
La cámara retumbó. En las zonas donde las fresas tocaron la piedra, el ladrillo se agrietó y se deshizo, circunstancia que brindó a las fresas un sitio ideal para echar raíces.
Meg levantó las manos de su teclado imaginario.
—¿El Laberinto está... colaborando?
—No lo sé—dije—. Pero por favor no pares.
Las fresas se extendieron por todas partes a una velocidad increíble, como una marea verde.
Yo estaba pensando "¡Que locura, imagínate lo que podrían hacer las plantas con la luz del sol!", cuando el techo abovedado se agrietó como una cáscara de huevo. Unos rayos radiantes hendieron la oscuridad. Cayeron pedazos de roca que se estrellaron contra los pájaros y perforaron las fresas (que, a diferencia de las estriges, volvieron a crecer casi de inmediato).
En cuanto a la luz del sol alcanzó a las aves, las criaturas gritaron y se deshicieron en polvo.
Grover bajo la zampoña, y observamos asombrados cómo las plantas seguían creciendo y entrelazándose hasta que un trampolín de estolones de fresa cruzó toda la sala a nuestros pies.
El techo se había desintegrado, y un radiante cielo azul había quedado al descubierto. Un aire caluroso descendía como el aliento de un horno abierto.
Grover alzó la cara hacia la luz y respiró profundamente mientras en sus mejillas brillaban lágrimas.
—¿Estas herido?—pregunté.
Grover nos miró fijamente. La pena era muy notable en su cara.
—El olor a fresas—dijo—. Como en el Campamento Mestizo. Hace tanto tiempo...
Percy también sonrió con nostalgia.
No solía pasar mucho tiempo en el campamento mestizo, el campo de entrenamiento de semidioses griegos en Long Island, pero entendía como se sentían Percy y Grover. El campamento era un lugar especial sin duda.
Meg se apoyó contra la pared. Tenía la tez pálida y le costaba respirar.
Hurgué en mis bolsillos y encontré un pedazo cuadrado de ambrosía en una servilleta. No la guardaba para mí. En mi estado mortal, la comida de los dioses podría haberme provocado combustión espontánea. Pero había descubierto que Percy era propenso a perderla y Meg no siempre se acordaba de tomarla.
—Come—le puse la servilleta en la mano—. La parálisis se te pasará más rápido.
Ella apretó la mandíbula como si fuera a gritar "¡No quiero!", pero prefirió volver a tener las piernas operativas. Empezó a mordisquear la ambrosía.
—¿Que hay más arriba?—preguntó, contemplando el cielo azul con el ceño fruncido.
Grover se secó las lágrimas de la cara.
—Lo conseguimos. El Laberinto nos trajo directo a nuestra base.
—¿Nuestra base?—preguntó Percy.
Me alegré de saber que teníamos una base. Esperaba que eso representara seguridad, una cama y, con suerte, una cafetera.
—Sí—Grover tragó saliva, nervioso—. Suponiendo que quede algo de ella. Vamos a averiguarlo.
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