Deberían de besarse para romper la tensión atte:Piper
Artemisa:
Y entonces Medea murió.
No les mentiré. Fue doloroso relatar la mayor parte de esta narración, pero esa frase fue un auténtico deleite.
Pero debo rebobinar.
¿Cómo se dio esa agradabilísima casualidad del destino?
Medea se quedó inmóvil, abrió los ojos, cayó de rodillas y el cuchillo se le escapó de las manos con gran estruendo. Se desplomó de bruces y dejó ver a una recién llegada detrás de ella: Piper McLean, vestida con una coraza de cuero por encima de la ropa de calle, con el labio recién cosido y la cara todavía muy magullada pero llena de determinación. Tenía el pelo chamuscado en los bordes y una fina capa de ceniza le cubría los brazos. Su daga, Katoptris, sobresalía de la espalda de Medea.
Detrás de Piper había un grupo de doncellas guerreras, siete en total. Al principio, pensé que mis cazadoras habían venido a ayudarme una vez más, pero esas guerreras estaban armadas con escudos y lanzas hechos de una madera color ámbar.
Detrás de mi, el ventus se desenrolló y soltó a mis amigos al suelo. Mis cadenas fundidas se deshicieron en polvo de carbón y Herófila me atrapó antes de que me cayera.
A Medea se le crisparon las manos. Giró la cara a un lado y abrió la boca, pero no le salió ninguna palabra.
Piper se arrodilló a su lado, puso, casi con ternura, una mano en su hombro y a continuación, con la mano, sacó a Katoptris de entre los omóplatos de Medea.
—Una buena puñalada por la espalda se perece otra—Piper besó a Medea en la mejilla—. Te diría que saludaras a Jason de mi parte, pero él estará en los Campos Elíseos. Tú... no.
La hechicera puso los ojos en blanco y dejó de moverse. La hija de Afrodita miró atrás a sus aliadas con armaduras de madera.
—¿Qué tal si la tiramos?
—¡Buena idea!—gritaron al unísono las siete doncellas. Avanzaron con paso resuelto, levantaron el cuerpo de Medea y lo lanzaron sin contemplaciones al estanque de fuego de su abuelo.
Piper limpió la daga manchada de sangre en sus jeans. Con la boca hinchada y cosida, su sonrisa resultaba más horripilante que cordial.
—Hola de nuevo...
Dejé escapar un sollozo desconsolado, una reacción que seguramente no era la que Piper esperaba. Cuando logré ponerme en pie haciendo caso omiso del olor agudo de los tobillos, pasé corriendo por delante de ella hasta el lugar donde Percy yacía inmóvil en el suelo.
Piper se acercó y se quedó inmóvil al ver lo que pasaba.
—Hay dioses, no. No, no , no...
—¡No respira!—dije, revisé su pulso, era débil, pero allí estaba.
Grover se arrodillo junto a él y lo examinó. Su postura se relajó visiblemente.
—Estará bien, solo necesita aire.
Él, Meg, Herófila y Piper se miraron entre ellos y luego me miraron a mí.
—Los odio—murmuré.
Me arrodillé junto a Percy, pellizqué su nariz con dos dedos, pegué mis labios a los suyos y llené sus pulmones de aire, luego presioné su pecho para hacerlo exhalar. Repetí el proceso alrededor de un minuto mientras que Grover tocaba música con su zampoña para ayudar hasta que la respiración de Percy se estabilizó lo suficiente y él fue capaz de respirar por si mismo.
No se imaginan el alivio que sentí cuando lo vi abrir los ojos. Me abalancé sobre el y lo abracé con fuerza.
Percy dejó escapar un grito ahogado.
—Arty, déjame... respirar.
—Oh, lo siento.
Me separé de el lo suficiente como para ver como sus ojos verdes volvían a sus órbitas.
—Me asustaste—dijo señalando mis ropas y piel quemadas.
Le di un golpe en la cabeza
—Idiota, eres tú el que casi se muere hace menos de un minuto.
Piper:
Esos dos deberían de besarse para romper la tensión.
Artemisa:
—Tenemos que irnos—dijo Piper—. Todavía no hemos terminado nuestro trabajo.
"Nuestro trabajo" Había acudido en nuestro auxilio a pesar de todo lo que había pasado, a pesar de lo de Jason... No podía derrumbarme ahora. Al menos, no más de lo que ya lo había hecho.
Me levante con dificultad con ayuda de Percy, apoyados el uno en el otro y avanzamos hacia donde Meg, Grover y Herófila.
Las siete guerreras se encontraban cerca, como si aguardaran órdenes.
Al igual que sus escudos, su armadura estaba hecha de tablas de madera ambarina diestramente colocadas. Las mujeres resultaban imponentes; cada una medía unos dos metros diez, y sus rostros estaban tan pulidos como su armadura. Su cabello, de distintos tonos de color blanco, rubio, dorado y castaño claro, les caía en cascada por la espalda recogido en trenzas. Sus ojos y las venas de sus musculosos miembros estaban teñidos de verde clorofila.
Eran dríades, pero no se parecían a ninguna de las que había visto en m vida.
—Son las melíades—dije.
Las mujeres me observaron con un interés tan vivo que resultaba inquietante, como si les diera el mismo gusto luchar contra mí o lanzarme al fuego.
La del extremo izquierdo habló.
—Somos las melíades. ¿Eres tú la Gran Meg?
Parpadeé. Me dio la impresión de que esperaban un sí, pero a pesar de mi confusión, tenía la certeza de que yo no era la Gran Meg.
—Hey, Meg. Creo que te hablan—dijo Percy.
La niña saludó tímidamente con la mano.
Las melíades marcharon a paso ligero levantando las rodillas más de lo estrictamente necesario. Cerraron filas formando un semicírculo delante de Meg, como si hicieran una maniobra de banda de marcha, se detuvieron, dieron un golpe con las lanzas en los escudos y agacharon las cabezas respetuosamente.
—¡¡¡Ave, Gran Meg!!!—gritaron—. ¡¡¡Hija del creador!!!
Grover y Herófila retrocedieron poco a poco hasta el rincón, como si quisieran esconderse detrás del retrete de la sibila.
Meg estudió a las siete dríades. La joven tenía el cabello alborotado por culpa del ventus. Se le habían roto los lentes, por lo que parecía que llevaba unos monóculos desiguales con diamantes falsos incrustados. Su ropa había quedado reducida a una colección de harapos quemados y raídos; claro que todos estábamos igualdad de condiciones.
Ella echó mano de su elocuencia habitual:
—Eh.
Un asomo de sonrisa se dibujó en la boca de Piper.
—Me encontré a estas chicas en la entrada del Laberinto. Venían a buscarte. Me dijeron que oyeron tu canción.
—¿Mi canción?— preguntó Meg.
—¡La música!—gritó Grover—. ¿Dio resultado?
—¡Oímos la llamada de la naturaleza!—gritó la dríade principal.
Para los mortales esa expresión tenia otro sentido, pero nadie quiso mencionarlo.
—¡Oímos la flauta de un señor de la naturaleza!—dijo otra dríade—. Supongo que fuiste tú, sátiro. ¡Ave, sátiro!
—¡¡¡Ave, Sátiro!!!—repitieron las demás.
—Este..., sí—dijo Grover débilmente—. Ave, ustedes también.
—Pero sobre todo—intervino la tercera dríade—, oímos el grito de la Gran Meg, hija del creador. ¡Ave¡
¡¡¡Ave!!!—repitieron las otras.
Yo ya había tenido suficientes aves.
Meg entornó los ojos.
—Cuando dicen "creador", ¿se refieren a mi papá, el botánico, o a mi mamá, Deméter?
Las dríades murmuraron entre ellas.
Finalmente, la líder hablo:
—Magnifica observación. Nos referimos a McCaffrey, el gran cultivador de dríades. Pero acabamos de descubrir que también eres hija de Deméter. ¡Tienes una bendición doble, hija de dos creadores! ¡Estamos a tu servicio!
Meg se hurgó la nariz.
—Conque a mi servicio, ¿eh?—nos miró al resto sin saber muy bien que hacer—. ¿Y cómo nos encontrón?
—¡Tenemos muchos poderes!—gritó una—. ¡Nacimos a partir de la sangre de la madre tierra!
—¡La fuerza primordial de la vida fluye por nosotras!—dijo otra.
—¡Amamantamos a Zeus de bebé!—señaló una tercera—. ¡Dimos a luz a una raza entera, los hombres de la Edad de Bronce!
—¡Somos las melíades!—terció una cuarta.
—¡Somos poderoso fresnos!—gritó la quinta.
Las dos ultimas se quedaron sin gran cosa que decir. Simplemente murmuraron:
—Fresnos. Sí, esas somos nosotras.
Piper intervino.
—El entrenador Hedge recibió el mensaje de la ninfa de las nubes y decidí venir a buscarlos, pero como no sabía donde estaba la entrada secreta, volví al centro de Los Ángeles.
—¿Tú sola?—preguntó Grover.
Los ojos de Piper se oscurecieron. Comprendí que había venido en primer lugar a vengarse de Medea y en segundo a ayudarnos. Salir viva ocupaba un lejano tercer puesto en su lista de prioridades.
—El caso—continuó— es que conocí a estas mujeres en el centro y nos aliamos.
Grover tragó saliva.
—Pero... ¿No estaba muy vigilada la entrada?
—Tu lo dijiste "estaba"... Pero ya no—explicó Piper, señalando a las dríades, que parecían muy satisfechas de sí mismas.
—El fresno es poderoso—dijo una.
Las otras asintieron murmurando.
Herófila salió de su escondite detrás del retrete.
—Pero el fuego... ¿Cómo consiguieron...?
—¡Ja!—gritó una dríade—. ¡Hace falta algo más que fuego de titán del sol para acabar con nosotras!—levantó su escudo. Tenía una esquina ennegrecida, pero el hollín se estaba cayendo y dejaba ver debajo una nueva madera inmaculada.
A juzgar por el ceño fruncido de Meg, supe que su mente estaba haciendo horas extra. Eso me ponía nerviosa.
—Entonces..., ¿ahora me sirven a mí?—preguntó.
Las dríades volvieron a golpear sus escudos al unísono.
—¡Obedeceremos las órdenes de la Gran Meg!—dijo la líder.
—O sea, que si les pidiera que me trajeran unas enchiladas...
—¡Te preguntaríamos cuántas!—gritó otra dríade—. ¡Y cuán caliente quieres la salsa!
Meg asintió con la cabeza.
—Eso me gusta. Pero antes, ¿podrían acompañarnos fuera del Laberinto y ponernos a salvo?
—¡Así se hará!—contestó la dríade principal.
—Un momento—terció Piper—. ¿Y...?
Señaló las baldosas de piedra del suelo en las que seguían brillando mis basuras palabras doradas:
Mientras estaba de rodillas encadenada, no había podido advertir su disposición:
BRONCE SOBRE ORO DESTRUYE AL TIRANO
ORIENTE Y OCCIDENTE AYUDA AL ALADO
LEGIONES SE REDIMEN BAJO COLINAS DORADAS
ILUMINA LAS PROFUNDIDADES POTRO DEL CORCEL
UNO CONTRA MUCHOS ESCUCHA LAS TROMPETAS
NUNCA ESPÍRITU VENCIDO AGITA MAREAS ROJAS
PALABRAS ANTIGUAS PRONUNCIADAS VISITA HOGAR EXTRAÑO
SACUDEN VIEJOS CIMIENTOS RECUPERA GLORIA PERDIDA
—¿Qué significa?—preguntó Grover, mirándome como si yo tuviera alguna idea.
Me dolía la cabeza de agotamiento y pena. Mientras Percy distraía a Medea y hacía tiempo para que yo terminara la profecía, yo había estado soltando disparates: dos columnas de texto con un margen de fuego en medio.
—¡Significa que Artemisa triunfó!—dijo la sibila orgullosamente—. ¡Terminó la profecía!
Negué con la cabeza.
—No es verdad "Artemisa encara la muerte en la tumba de Tarquinio, salvo que la puerta del dios silente sea abierta por..." ¿y todo eso?
Piper escudriñó las frases.
Es un texto muy largo. ¿Lo anoto?
La sonrisa de la sibila titubeó.
—¿Quieres decir... que no lo ves? Está ahí mismo.
Grover miró las palabras doradas entrecerrando los ojos.
—Ah—Meg asintió con la cabeza—. Sí, okey.
Las siete dríades se inclinaron hacia ella fascinadas.
—¿Qué quiere decir, gran hija del creador?—preguntó la líder.
—Hay que formar unas palabras—dijo Meg—. Fíjense.
Corrió hasta la H de "muchos", que brillaba más intensamente que la mayoría de las letras. A continuación empezó a saltar a otras letras de otros versos que también destacaban por su vivo brillo, al mismo tiempo que las propiciaba en voz alta.
—H-I-J-A-D-E-B-E-L-O-N-A.
—Wow—Piper movió la cabeza con gesto de asombro—. Sigo sin estar segura de lo que quiere decir la profecía, lo de Tarquinio y el dios silente y todo eso. Pero por lo visto necesitas la ayuda de la hija de Belona; es decir, la pretor del Campamento Júpiter, Reyna Ávila Ramírez-Arellano.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro