Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Cerbatana, que arma tan banal, ¡Voilà! Te salvará la vida.


Norma de protocolo para duelos: cuando elijas un arma para un combate singular, bajo ningún concepto escojas empuñar a tu abuelo.

Helios no siempre había sido hostil. En sus días de gloria solía pasearse tranquilamente por los palacios del Olimpo. Sí, era un titán, pero Helios había apoyado a los dioses durante la primera gran guerra contra Crono y había luchado en nuestro bando contra los gigantes de Gaia. Poseía una personalidad amable y generosa, cómo cabía esperar del sol.

Pero, poco a poco, a medida que los dioses del Olimpo adquirían poder y fama entre sus rieles humanos, el recuerdo de los titanes se desvaneció y Helios aparecía cada vez con menos frecuencia en los palacios del monte Olimpo. Se volvió distante, irascible, cruel y fulminante, las cualidades solares menos deseables. Y créanme, sé sobre cualidades solares indeseables.

Los humanos empezaron a mirar a mi hermano, Apolo—brillante, rubio y siempre llamando la atención— y a asociarlo con el sol.

Un día cualquiera Apolo se me apareció y me contó que había despertado convertido en el nuevo señor del sol. No pasó mucho tiempo para que al ver a mi hermano como el sol, a mi se me diera la luna. Aunque fue la misma Selene la que me entregó las llaves de su carro.

Sin embargo, Helios se desvaneció hasta convertirse en un tenue eco, un susurro desde las profundidades del Tártaro.

Ahora, gracias a su nieta la malvada hechicera, había vuelto. Más o menos.

Un torbellino incandescente rugía alrededor de Medea.

Helios nunca había sido un dios orquesta. Nunca había sido como yo o mi hermano, que tenemos múltiples dominios y aptitudes. Él hacía una sola cosa com dedicación y concentración absoluta: conducir el sol. Ahora podía apreciar el rencor que le despertaba saber que los papeles de el y de su hermana habían sido asumidos por mi y por Apolo, a su forma de ver simples aficionados en los asuntos de los astros del cosmos.

No podía juzgarlo. Yo sólo conducía la luna si no estaba ocupada, cuando no tenía que cazar o hacer cualquier otra cosa. Lo mismo era para Apolo, un conductor dominguero del carro del sol. A Medea no le había costado adquirir su poder del Tártaro. Simplemente había apelado al resentimiento de su abuelo, a su deseo de venganza. Helios ardía en deseos de acabar conmigo y mi hermano, los dioses que los habían eclipsado a él y a Selene.

Piper huyó. No era una cuestión de valor o cobardía. El cuerpo de un semidiós simplemente no está diseñado para soportar tanto calor. Si se hubiera quedado cerca de Medea, habría ardido en llamas.

Lo único positivo fue que mi ventoso carcelero desapareció, probablemente porque Medea no podía concentrarse en él y en Helios al mismo tiempo. Avancé dando traspiés hacia Percy, lo levanté de un tirón y lo llevé a rastras de la tormenta de fuego cada vez más intensa.

—Ay, no, Artemisa—gritó Medea—. ¡No huyas!

Dejé a Percy detrás de la columna de cemento más cercana y me cubrí cuando una cortina de llamas atravesó el garaje. Brusca, rápida y letal, la llamarada absorbió el aire de mis pulmones y prendió fuego a mi ropa. Rodé por el suelo instintiva y desesperadamente, y me escondí a gatas detrás de la siguiente columna, echando humo y mareada.

Percy acudió a mi lado tambaleándose. Humeaba y tenía la cara colorada pero seguía vivo. Su naturaleza como hijo de Poseidón lo protegía de lo peor del fuego, pero aún así sufría daño.

—¿Estas bien?—logré preguntar.

—Sí... una vez unos telekines me bañaron en lava dentro de un volcán. Pero creo que las rocas y el metal fundido no se comparan con la magia solar.

—¡Oye, Medea!—resonó la voz de Piper desde algún lugar del estacionamiento—. ¡Tu puntería da asco!

Me asomé por un lado de la columna mientras Medea se volvía hacia el sonido. La hechicera se quedó donde estaba, rodeada de fuego, lanzando chorros de calor blanco por todas partes como los radios del centro de una rueda. Una onda salió disparada en dirección a la voz de Piper.

Un momento más tarde, la hija de Afrodita gritó:

—¡No! ¡Cada vez más frío!

Percy me miró.

—Tenemos que hacer algo. No logró invocar nada de agua de las tuberías, todo se evapora de inmediato.

Yo tenía la piel como el exterior de una salchicha cocida y la sangre me hervía en las venas.

Sabía que moriría si recibía otro disparo de aquel fuego, aunque fuera de refilón. Pero Percy estaba en lo cierto. Teníamos que hacer algo. No podíamos dejar que Piper asumiera todas las consecuencias.

—¡Sal, Artemisa!—me incitó Medea—. ¡Saluda a mi abuelo! ¡Juntos alimentarán a los nuevos astros del cielo!

Otra cortina de calor pasó como un rayo a varias columnas de distancia. La esencia de Helios no rugía ni deslumbraba con varios colores. Era de un blanco espectral, casi transparente, pero nos habría matado igual de rápido que si hubiéramos estado expuestos al centro de un reactor nuclear.

Yo no tenía ninguna estrategia para vencer a Medea. No tenía poderes ni sabiduría divinos.

Percy debió ver la desesperación en mi rostro. Me tomó por los hombros y me hizo verlo a los ojos.

—¡Concéntrate Artemis!, ¡encuentra una manera de parar esto! ¡Pregúntale a la flecha si es necesario!—dijo—. ¡Yo distraeré a Medea!

La idea no me gustaba nada. Pero sin darme tiempo a protestar, Percy se fue corriendo.

Busqué el carcaj con las manos y saqué la Flecha de Dodona.

—¡Oh, sabio proyectil, necesitamos ayuda!

¿HACE CALOR AQUÍ O SOY YO?, preguntó la flecha.

—¡Tenemos a una hechicera soltando calor de titán por todas partes!—grité—. ¡Mira!

No sabía si la flecha tenía visión mágica o radar u otro medio para percibir su entorno, pero asomé su punta por la esquina de la columna, para que viera a Piper y a Percy jugando a una versión letal del juego de la gallina—la gallina asada—con las ráfagas de fuego de Medea.

¿ESO QUE TIENE ESA MOZA ES UNA CERBATANA?, inquirió la flecha.

—Sí.

¡QUÉ VERGÜENZA! ¡UN ARCO Y UNAS FLECHAS SON MUY SUPERIORES!

—Ella es medio cheroqui—expliqué—. Es un arma cheroqui tradicional. ¿Puedes decirme cómo vencer a Medea, por favor?

HUM, dijo la flecha cavilando. DEBEN UTILIZAR LA CERBATANA.

—Pero si acabas de decir...

¡NO ME LO RECUERDES! ¡AMARGO TRAGO ES HABLAR DE ELLO! ¡YA TIENEN SU RESPUESTA!

La flecha permaneció en silencio. La única vez que quería que se explicara, y ella se callaba. Cómo no.

La guardé en el carcaj, corrí hasta la siguiente columna y me resguardé debajo de un letrero en el que se leía: TOCAR EL CLAXON.

—¡Piper!—le grité.

Ella me miró a cinco columnas de distancia. Su rostro lucia una mueca tensa. Sus brazos parecían caparazones de cangrejo cocidos. Le estimé que disponía como máximo de de unas pocas horas hasta que el golpe de calor la afectara: náuseas, mareos, inconsciencia, puede que la muerte. Pero me centré en la parte de que teníamos unas pocas horas. Necesitaba pensar que viviríamos lo suficiente para morir por culpa del golpe de calor.

Imité el gesto de disparar con una cerbatana y acto seguido señalé en dirección a Medea.

Piper me miró fijamente como si estuviera loca. La comprendía a la perfección. Aunque la hechicera no desviara el dardo con una ráfaga de viento, el proyectil jamás atravesaría aquel muro de calor. No pude hacer otra cosa que encogerme de hombros y esbozar mudamente con los labios las palabras "La flecha mágica me lo dijo"

Ignoraba lo que Piper interpretó, pero la chica se descolgó la cerbatana.

Mientras tanto, al otro lado del estacionamiento, una parte del suelo explotó y salió un gran chorro de agua.

—¡Por fin!—celebró Percy.

Metiéndose de lleno en el chorro, dirigió el agua directamente hacia la hechicera.

Sin embargo el chorro se evaporó antes de siquiera llegar a hacer contacto con Medea. La hechicera despidió una hoja vertical de calor, Percy saltó a un lado para evitar el ataque, pero tuvo que rodar por el suelo cuando su ropa estalló en llamas.

Mientras Medea seguía atacando a Percy, Piper, a sus espaldas, salió de su escondite.

Disparó.

El dardo atravesó el muro de fuego y atravesó a la hechicera entre los omóplatos. ¿Cómo? No tengo idea. Tal vez, como era un arma cheroqui, no estaba sujeta a las normas de la magia griega. Tal vez al fuego de Helios no le pareció importante el pequeño trozo de madera y lo ignoró.

En cualquier caso, Medea arqueó la espalda y gritó. Se volvió echando chispas por los ojos, alargó la mano hacia atrás, se sacó el proyectil y se le quedó mirando con incredulidad.

—¿Un dardo de cerbatana? ¿Me estás tomando el pelo?

El fuego siguió arremolinándose a su alrededor, pero no salió disparado hacia Piper. Medea se tambaleó. Bizqueó.

—¿Y esta envenenada?—se rio, con un matiz de histeria en la voz—. ¿Intentas envenenarme a mí, la principal experta en venenos del mundo? ¡No hay veneno que no pueda curar! No puedes...

Cayó de rodillas. De su boca salieron volando babas verdes.

—¿Qué-qué es este menjurje?

—Cortesía de mi abuelo Tom—dijo Piper—. Una vieja receta familiar.

La tez de Medea se volvió pálida como el fuego. Consiguió pronunciar unas pocas palabras, intercaladas con arcadas.

—¿Crees que... cambia algo? Mi poder... no invoca a Helios... ¡Yo lo contengo!

Cayó de lado. En lugar de disiparse, el cono de fuego giró todavía más furiosamente a su alrededor.

—Corran—dijo con voz ronca. A continuación grité con todas mis fuerzas—. ¡¡¡Corran ya!!!

Estábamos a mitad del pasillo cuando detrás de nosotros el espacio se convirtió en una supernova.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro