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Capítulo 21


Dormí mal.

¿Te sorprende? A mi tampoco.

Soñé con la cueva de Delfos, llena del hedor de Pitón, el viejo enemigo de mi hermano, que había reclamado su antigua guarida.

Me encontraba en lo profundo de las cuevas, donde no se aventuraba ningún mortal. A lo lejos, oí que alguien conversaba, pero sus cuerpos estaban ocultos entre vapores volcánicos.

—Está todo controlado—dijo el primero, con el agudo tono nasal del emperador Nerón.

El segundo interlocutor gruñó, un sonido similar al de una cadena que tira de una montaña rusa cuesta arriba.

—Desde que Artemisa cayó a la Tierra, muy pocas cosas han estado controladas—dijo Pitón.

Su voz fría me provocó una oleada de repugnancia.

—Tienes una gran oportunidad—continuó Pitón—. Artemisa es débil. Es mortal. La acompaña tu hijastra. ¿Cómo es que todavía no ha muerto?

La voz de Nerón adquirió un tono tenso.

—Mis colegas y yo tenemos diferencias de opiniones. Cómodo...

—Cómodo es un insensato al que sólo le interesa el espectáculo—dijo Pitón siseando—. Los dos lo sabemos. ¿Y tú tío abuelo, Calígula?

Nerón titubeó.

—Ha insistido... Necesita el poder de Artemisa. Quiere que la ex-diosa encuentre la Muerte de una forma muy concreta.

El enorme cuerpo de Pitón se movió en la oscuridad; oí sus escamas rozando la piedra.

—Conozco el plan de Calígula. No sé quién controla a quien. Me aseguraste...

—Sí—soltó Nerón—. Meg McCaffrey volverá conmigo y seguirá sirviéndome, Artemisa morirá y tendrás tu venganza contra Apolo, como te prometí.

—Si Calígula triunfa—dijo Pitón cavilando—, el equilibrio de poder cambiará. Yo preferiría apoyarte a ti, claro, pero si surge un nuevo dios cósmico en el oeste...

—Tú y yo tenemos un trato—gruñó Nerón—. Tú me apoyarás cuando el triunvirato controle...

—... todos los medios de profecía—convino Pitón—. Pero todavía no los controla. Perdiste Dodona contra los semidioses griegos. La cueva de Trofonio fue destruida. Tengo entendido que los Romanos fueron informados de los planes de Calígula para el Campamento Júpiter. No deseo gobernar el mundo solo, pero como me falles, como tenga que matar a Artemisa yo mismo...

—Cumpliré mi parte del trato—dijo Nerón—. Tú cumple la tuya.

Pitón emitió un sonido desapacible de perversa imitación de una risa.

—Ya veremos. Los próximos días serán muy instructivos.



Me desperté jadeando.

Me encontraba sola temblando en la Ciaterna. Los sacos de dormir de Piper, Meg y Percy estaban vacíos. En lo alto, el cielo emitía un brillo azul. Quería creer que se debía a que los incendios estaban bajo control. Pero lo más probable era que fuera porque los vientos simplemente habían cambiado de dirección.

Se me había curado la piel de la noche a la mañana, aunque todavía me sentía como si me hubiera sumergido en aluminio líquido. Conseguí vestirme, tomar mi arco y carcaj, y subir la rampa hasta la ladera con las muecas y gritos mínimos.

Divisé a Piper al pie de la colina hablando con Grover en el Bedrossianmóvil. Escudriñé las ruinas y vi a Percy y a Meg junto al primer invernadero derrumbado.

Me ardía la sangre de rabia al pensar en el sueño. Ya era bastante grave que un trío de emperadores malvados quisieran los oráculos, mi vida, mi misma esencia. Ya era bastante grave que Pitón hubiera recuperado Delfos y estuviera esperando a que me muriera. Pero la idea de que Nerón utilizara a Meg como peón en su partida... No. Me dije que jamás permitiría que el emperador volviera a tenerla en sus garras. La joven hija de Deméter era fuerte. Estaba luchando por liberarse de la vil influencia de su padrastro. Habíamos pasado por demasiado para que nunca volviera con él.

Aún así, las palabras de Nerón me inquietaban: "Meg McCaffrey volverá conmigo y seguirá sirviéndome"

Me preguntaba que precio estaría dispuesta a pagar si mi padre, Zeus, se me aparecía en ese preciso instante y me ofreciera volver al Olimpo. ¿Dejaría a Meg a merced de su destino? ¿Abandonaría a los semidioses, los sátiros y las dríades que se habían convertido en mis compañeros? ¿Dejaría a Percy a su suerte después de que me volviera tan importante para él como él lo es para mí? ¿Me olvidaría de todas las cosas terribles que Zeus había hecho a mí y a mis cercanos a lo largo de los siglos y me tragaría el orgullo para poder recuperar mi puesto en el Olimpo, sabiendo perfectamente que seguiría estando dominada por él?

Acallé esas interrogantes. No estaba segura de la respuesta, pero esperaba que fuera un "no"

Me junté con mis amigos en el invernadero desplomado.

—Buenos días.

Percy me sonrió.

—Hola Arty, buenos días.

Meg, por su lado no levantó la vista. Había estado cavando entre los restos. Los muros de poli carbonató medió derretidos habían sido volcados y apartados a un lado y ella tenía las manos sucias de escarbar en el suelo y en la palma ahuecada de una mano tenía unas piedrecitas verdosas. A su lado había un mugriento tarro de cristal de crema de cacahuate sin tapa.

Suspiré sorprendida.

No, no eran piedrecitas. En la mano de Meg había siete hexágonos del tamaño de monedas: semillas verdes idénticas a las de los recuerdos que había compartido conmigo y Percy.

—¿Qué haces?—pregunté.

Ella alzó la vista. De la misma manera que Percy y yo, iba vestida con ropa rescatada del Desmadre Militar de Macrón, ropa de camuflaje verde azulado que la hacía parecer una niña peligrosa y siniestra totalmente distinta. Alguien le había limpiado los lentes (Meg nunca lo hacía), de modo que podía verle los ojos. Emitían un brillo duro y cristalino como los diamantes falsos del armazón.

Estas semillas estaban enterradas—explicó—. Tuve... tuve un sueño sobre ellas. Las escondió Hércules, el saguaro, metiéndolas en ese tarro justo antes de morir. Salvó las semillas... para mí, para cuando llegara el momento.

Me fijé en que las semillas no brillaban como en los recuerdos de Meg.

—¿Crees que todavía están, ejem, en buen estado?—pregunté.

—Voy a averiguarlo—respondió ella—. Voy a plantarlas.

Eché un vistazo a la desértica ladera.

—¿Aquí? ¿Ahora?

—Sí. Es el momento.

No sabía que podrían tener de especial esas semillas, pero eran el trabajo de la vida del padre de Meg. Era algo que ella debía hacer cuando su corazón dictara.

—¿En que ayudamos?—pregunté.

—Percy, trae agua de la Cisterna. Tiene que ser de allí—advirtió—. Una taza grande.

—Claro—el hijo de Poseidón asintió antes de ir a buscar lo que le pidieron.

—Artemisa, tú puedes hacer agujeros—a continuación, por si necesitaba más orientación, añadió—: En la tierra.

Hice siete pequeñas marcas en el suelo árido y rocoso con la punta de una flecha. No pude evitar pensar que los agujeros no parecían unos sitios muy cómodos en los cuales crecer.

Mientras Meg depositaba los siete hexágonos verdes en su nuevo hogar, Percy volvió con un baso de plástico extragrande de Enchiladas del Rey. Meg salpicó a sus nuevas amigas plantadas con el agua.

Esperé a que pasara algo impresionante. En presencia de Meg, me había acostumbrado a presenciar explosiones de semillas y muros de fresas instantáneos.

La tierra no se movió.

—Supongo que toca esperar—dijo la niña.

Se abrazó las rodillas y oteó el horizonte.

—¿Donde está?—preguntó Meg.

Parpadeé.

—¿Quién?

—Si mi familia es tan importante para ella, los miles de años de bendiciones y todo eso, ¿por qué nunca ha...?

Señaló con la mano el inmenso desierto como diciendo: "Mucho terreno y muy poca Deméter"

Estaba preguntando por qué su madre nunca se le había aparecido, por qué Deméter había dejado que Calígula destruyera el trabajo de su padre, por qué había dejado que Nerón la criara en su venenosa casa imperial de Nueva York.

No se me ocurría cómo responder, no tenía idea de cómo solían tratar los dioses a sus hijos.

—No lo sabemos, Meg—dijo Percy—. Pero si puedo decirte algo, tú le importas a Deméter. Yo sé que mi infancia no se pude comparar con la tuya, tú haz sufrido mucho más, pero escucha. Crecí siempre metiéndome en problemas, peleas en las escuelas, expulsiones, mi madre tenía problemas económicos y teníamos un abusador en casa. Creí por un tiempo que a Poseidón no le importaba, que sólo fui una mala obra suya de la cual arrepentirse, un accidente. Pero el me demostró que no era así, me hizo ver lo preocupado que estuvo por mi y mi madre, cómo estuvo siempre al pendiente de lo que nos sucedía, no intervino porque no puede ni debe pelear mis batallas, por duras que estas sean, y me dijo que estaba orgulloso de mí. Así que escucha Meg, todo lo que has hecho, todo lo que haz luchado. Estoy seguro de que tú madre lo observó desde la distancia, desesperada por no poder ayudarte, pero orgullosa de ti al ver lo lejos qué haz llegado por ti misma.

La niña se enjugó una lágrima.

—Gracias... —abrazó a Percy, quien le revolvió el cabello afectuosamente.

—Bien, ¿qué harás el día de hoy?

—Creo, creo que ayudaré a Aloe a que le vuelva a crecer el cabello, necesitarán mucho gel de Aloe cuando vuelvan. También daré seguimiento a las semillas, y... supongo que relajarme...

Lo dijo muy sorprendida por tener esa posibilidad, cómo si nunca antes hubiera podido tener un día solo para disfrutar y no hacer nada que ni quisiera.

—Cuídate Meg, tú batalla se aproxima, pero hasta entonces, disfruta del tiempo que tengas—le dije mientras le revolvía el cabello y me retiraba del lugar junto con Percy.

—¿De verdad crees en todo lo que le dijiste?—pregunté.

—Sin duda, no conozco mucho a Deméter, pero todos los dioses que si conozco bien se preocupan por sus hijos de uno u otra manera, incluso Zeus.

Lo medité por un momento, quería creer que Percy tenía razón, quería pensar que realmente tenía un padre allí afuera que se preocupaba por mí, pero lo dudaba, Zeus no era esa clase de padre, pero la verdad, esperaba que me demostraran que me equivocaba.

—Percy...—dije—. Sobre lo de ayer...

El se tensó.

—Lo siento, yo...

—No. No te disculpes—dije—, fui yo la que se descuidó, lo siento.

—Entonces... ¿todo en orden?

—Todo en orden—asentí—. Vamos, tenemos una misión que terminar.



Nos metimos los tres apretujados en el Bedrossianmóvil: Percy, Piper y yo.

Grover había decidido quedarse; supuestamente para levantar el ánimo a las desmoralizadas dríades, aunque yo creo que la verdad era que estaba agotado de la serie de encontronazos con la Muerte que había tenido en compañía de Percy y de mí. El entrenador Hedge se ofreció a acompañarnos, pero rápidamente Mellie le hizo retirar el ofrecimiento. Por lo que respecta a las dríades, ninguna parecía impaciente por ir a la aventura después de lo que les había pasado a Planta del Dinero y a Pita. Las comprendía perfectamente.

Por lo menos Piper accedió a conducir. Si nos paraban por posesión de un vehículo robado, ella podría evitar que la detuvieran echando mano de su capacidad de persuasión.

Seguimos la misma ruta que el día anterior: el mismo terreno castigado por el calor, los mismos cielos manchados de humo, el mismo tráfico denso. Vivíamos el sueño californiano.

A ninguno de nosotros le apetecía hablar. Piper mantenía la vista fija en la carretera; probablemente pensaba en cierto reencuentro no deseado con un exnovio al que había dejado en términos embarazosos.

Percy miraba por la ventana en la parte trasera del auto, no sabía en qué estaba pensando, pero se veía serio. 

Percy:

El que descubrió la leche ¿Qué mierda estaba haciendo con la vaca?

Artemisa:

Mientras me deprima pensando en todos los peligros que aún quedaban incluso si lográbamos vencer a Calígula, serpenteamos por el valle de Pasadena.

—En esta ciudad fue donde murió la madre de Jason y Thalía ¿no?—pregunté.

Piper asintió.

—¿Por qué quiso Jason estudiar aquí?

Piper se agarró con más fuerza al volante.

—Después de que terminamos, se cambió a un internado sólo para chicos en las colinas. Ya lo verán. Supongo que buscaba algo distinto y apartado. Sin dramas.

—Entonces se alegrará de vernos—murmuró Percy sarcásticamente.

Llegamos a las colinas que se alzaban por encima de la ciudad, donde las casas se volvían más y más imponentes a medida que ganábamos altitud. Sin embargo, hasta en las zonas urbanas con mansiones los árboles habían empezado a marchitarse. Los cuidados jardines se están tiñendo de café en los bordes. Cuando la escasez de agua y las temperaturas por encima de la media afectaban a los barrios lujosos, sabias que el problema era grave. Los ricos y los dioses siempre eran los últimos en pasarlo mal.

En la cresta de una colina se hallaba el internado de Jason: un extenso campus de edificios de ladrillo claro intercalados con patios ajardinados y senderos a la sombra de acacias. El rótulo de la fachada, escrito con sutiles letras de bronce en un muro de ladrillo bajo, rezaba: COLEGIO E INTERNADO EDGARTON.

Estacionamos el Escalade en una calle residencial cercana poniendo en práctica la estrategia de Piper: "Si se lo lleva la grúa, pediremos prestado otro coche"

Había un guardia de seguridad privada ante la reja delantera de la escuela, pero ella le dijo que podíamos entrar, y el guardia, con cara de confusión, convino que podíamos entrar.

No me hacía gracia en lo absoluto el tener que entrar en un edificio lleno de puros chicos, por lo que sin notarlo terminé pegándome a Percy para sentir que el estaba allí.

Todos los salones daban a los pasillos del colegio y los casilleros de los alumnos bordeaban los pasillos exteriores techados.

A pesar de la insistencia de Piper en que se había distanciado de Jason, se sabía de memoria su horario. Nos llevó directamente a su cuarta clase del día. Al mirar por las ventanas, vi a una docena de estudiantes. En la parte de adelante de la clase, en una silla de director, un profesor con barba y traje leía un ejemplar en rústica de Julio César.

Piper llamó a la puerta y asomó la cabeza. De repente, las expresiones de aburrimiento desaparecieron de las caras de los jóvenes. La hija de Afrodita dijo algo al profesor, quien parpadeó unas cuatas veces y acto seguido hizo un gesto con la mano a un joven de la fila del medio para que saliera.

Un momento más tarde, Jason Grace se reunió con nosotros en el pasillo exterior.

Nunca le había prestado mucha atención al chico en el pasado, pero podía entender como se las arregló para hacerse pretor en el Campamento Júpiter. Resultaba bastante imponente. Llevaba el cabello rubio rapado. Sus ojos azules brillaban detrás de unos lentes de armazón negro, ojos que le daban un parecido inquietante con nuestro padre, era varios centímetros más alto que Percy y el aire a su alrededor parecía cargado de iones (otra vez, un parecido no muy agradable con papá). Cerró la puerta del salón detrás de él, se metió los libros debajo del brazo y forzó una sonrisa, y una pequeña cicatriz blanca tembló en la comisura de su boca.

—Piper. Hola.

—Hola, tú—dijo ella con un leve rastro de tensión en su voz.

Jason se volvió hacia Percy y su sonrisa se hizo menos forzada.

—Percy, Es bueno verte de nuevo, bro.

Percy chocó puños con el.

—Lo mismo, bro. Han pasado muchas cosas. Ella es...

—Artemisa—lo interrumpió Jason—. Los estaba esperando.

No parecía muy entusiasmado. Lo dijo cómo quien dice: "Estaba esperando los resultados de mi TC cerebral"

Percy lo miró confundido.

—¿De verdad?

—Sí—Jason miró a cada lado del pasillo—. Vamos a mi habitación de la residencia. Aquí no estamos a salvo.

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