Aeithales
Grover nos llevó al primer invernadero intacto.
Dentro del invernadero, las plantas lo habían invadido todo. En su mayoría eran cactus. Junto a la puerta, había un cactus piña achaparrado del tamaño de un tonel, con sus espinas amarillas como pinchos de kebab. En el rincón del fondo había un enorme árbol de Josué cuyas ramas enmarañadas sostenían el techo. Contra la pared opuesta florecía un enorme nopal, docenas de gallos erizados y rematados con frutos morados de aspecto delicioso (en cerio, si no han probado las tunas, háganlo, les conviene) si no fuera porque cada uno tenía más espinas que la maza de Ares. Unas mesas metálicas rechinaban bajo el peso de otras suculentas: Salicornia, Escobaria vivípara, Cylindropuntia cholla y montones más cuyos nombres no recordaba.
—¡Regresé!—anunció Grover—. ¡Y traigo amigos!
Silencio.
Incluso al atardecer, la temperatura en el interior era tan elevada y el aire estaba tan cargado, que pensé que me moriría de una insolación en aproximadamente cuatro minutos.
Al final apareció la primera dríade. Una burbuja de clorofila se hinchó en un lado del nopal y estalló en una niebla verde. Las gotitas se fusionaron y se transformaron en una niña de piel color esmeralda, pelo amarillo parado y un vestido con flecos hecho totalmente con espinas de cactus. Su mirada era casi tan puntiaguda como su vestido. Afortunadamente, iba dirigida a Grover, no a mí.
—¿Donde has estado?—preguntó.
—Ah—el sátiro se aclaró la garganta—. Me llamaron. Una invocación mágica. Les contaré luego a todos. ¡Pero, mira, traje a Lady Artemisa! ¡Y a Meg, una hija de Deméter!
Percy miró a Grover como diciendo "creo que te olvidas de alguien"
—Hum—dijo la dríade—. Supongo que son de fiar. Soy Nopal.
—Hola—saludó Meg débilmente.
La dríade me miró entornando los ojos.
—¿Eres Lady Artemisa, la diosa Artemisa?—preguntó.
—Algunos días ni me lo creo, pero sí.
Grover echó un vistazo a la estancia.
—¿Dónde están los demás?
Justo entonces brotó otra burbuja de clorofila de una suculenta. Apareció una segunda dríade: una joven corpulenta con un caftán como una alcachofa. Su pelo era un bosque de triángulos verde oscuro. Su cara y sus brazos relucían como si acabara de ponerse aceite.
—¡Ay!—gritó, al ver nuestro maltrecho aspecto—. ¿Están heridos?
Nopal puso los ojos en blanco.
—Déjalo ya, Al.
—¡Pero parecen heridos!—Al avanzó arrastrando los pies. Me tomó la mano, tenía un tacto frío y pegajoso—. Deja que me encargue de estas heridas. Grover, ¿por qué no has curado a esta pobre gente?
—¡Lo intenté!—protestó el sátiro—. ¡Pero sufrieron un montón de daños!
Ese podría ser mi lema vital, pensé: "Sufre un montón de daños". Al pasó las puntas de los dedos por encima de mis heridas y dejó un rastro pringoso como el moco de las babosas. No fue una sensación agradable, pero me alivió el dolor.
—Eres Aloe Verá—comprendí.
Ella sonrió,
—¡Me reconoció! ¡Lady Artemisa se acuerda de mí!
Al fondo de la sala, una tercera dríade salió del tronco del árbol de Josué: una dríade masculina con piel café como la corteza de su árbol, cabello color aceituna y la ropa de color caqui.
—Soy Josué—dijo—. Bienvenidos a Aeithales.
Y en ese momento, Meg decidió desmayarse.
Percy la atrapó antes de que se diera de frente contra la grava.
—¡Ay, pobrecilla!— Aloe Vera lanzó a Grover otra mirada crítica—. Está rendida y acalorada. ¿Qué no la dejaron descansar?
—¡Pero si durmió toda la tarde!
—Pues está deshidratada— Aloe puso la mano en la frente de Meg—. Necesita agua.
Nopal resopló.
—Como todos.
—Llévala a la cisterna—dijo Al—. Mellie ya debería estar despierta. Yo iré enseguida.
Grover se animó.
—¿Mellie ya está aquí? ¿Ya llegaron?
—Llegaron esta mañana—contestó Josué.
—¿Y los grupos de búsqueda?—preguntó el sátiro—. ¿Alguna noticia?
Las dríades cruzaron miradas de preocupación.
—Las noticias no son buenas—dijo Josué—. Hasta ahora sólo ha vuelto un grupo y...
Grover suspiró.
—Entiendo, llevemos a Meg, ¿Qué tal si nos vemos en la Cisterna para cenar? Tenemos mucho de que hablar.
Josué asintió con la cabeza.
—Avisaré a los demás invernaderos. Y recuerda que nos prometiste enchiladas, Grover. Hace tres días.
—Ya—el sátiro suspiró—. Traeré más.
Percy cargó a Meg y salimos del invernadero.
Mientras andábamos por la ladera, Percy hizo la pregunta que más le acuciaba:
—¿Las dríades comen enchiladas?
Grover puso cara de ofendido.
—¡Claro! ¿Crees que sólo comen fertilizante?
—Pues... sí.
—Ya estamos con los estereotipos—murmuró.
Decidí que era el momento de cambiar de tema.
—¿Fueron imaginaciones mías—pregunté—o Meg se desmayó al oír el nombre de este sitio? Aeithales. Quiere decir "invernadero" en griego antiguo, si mal no recuerdo.
Me parecía un extraño nombre para un sitio en el desierto. Claro que no más extraño que el hecho de que las dríades comieran enchiladas.
—Descubrimos el nombre grabado en el viejo umbral—dijo Grover—. Hay muchas cosas que no sabemos sobre las ruinas, pero como dije antes, en este sitio hay mucha energía natural. Quienquiera que vivió aquí y puso en marcha los invernaderos... sabía lo que hacía.
Ojalá yo hubiera podido decir lo mismo.
—¿No nacieron las dríades en esos invernaderos? ¿No saben quien las plantó?
—Casi todas eran demasiado pequeñas cuando la casa se incendió—explicó Grover—. Algunas de las plantas mayores podrían saber más, pero están en fase de latencia. O—señaló con la cabeza los invernaderos destrozados— ya no están con nosotros.
Guardamos un instante de silencio por las difuntas suculentas.
Grover. Nos condujo hacia el cilindro de ladrillo más grande.
A juzgar por su tamaño y situación en el centro de las ruinas, supuse que debía haber sido la columna de apoyo central de la estructura. Al nivel del suelo, unas aberturas rectangulares rodeaban la circunferencia como las ventanas de un castillo medieval. Nos arrastramos por una de ellas y fuimos a parar a un espacio muy parecido al fodonga en el que habíamos luchado con las estriges.
La parte superior estaba abierta al cielo. Una rampa en espiral descendía, pero afortunadamente sólo bajaba seis metros antes de llegar al fondo. En el centro del suelo de tierra, como el agujero de una dona gigante, resplandecía un estanque azul oscuro que refrescaba el ambiente y daba un aire confortable y acogedor al espacio. Alrededor del estanque había un círculo de sacos de dormir. Los nichos incrustados en las paredes rebosaban cactus en flor.
La Cisterna no era una estructura sofisticada, pero en su interior enseguida me sentí mejor, a salvo. Comprendí a lo que se refería Grover. Este sitio desprendía una energía relajante.
Dejamos a Meg en uno de los sacos de dormir, y a continuación Grover escudriñó la estancia.
—¿Mellie?—gritó—. ¿Gleeson? ¿Están aquí?
El nombre de Gleason me sonaba vagamente, pero, como siempre, era incapaz de ubicarlo.
De las plantas no brotaron burbujas de clorofila. Meg se puso de lado y murmuró en sueños algo sobre Melocotones. Entonces, en la orilla del estanque, empezaron a acumularse unas volutas de bruma blanca que se fusionaron y se transformaron en la silueta de una mujer menuda con un vestido plateado. Su cabello oscuro flotaba a su alrededor como si estuviera bajo el agua y dejaba ver unas orejas ligeramente puntiagudas. En un portabebés que le colgaba del hombro llevaba a un niño dormido de unos siete meses, con los pies ungulados y unos cuernitos de cabra en la cabeza. El pequeño tenía un cachete rollizo apretado contra la clavícula de su madre. Su boca era una auténtica cornucopia de babas.
La ninfa de las nubes (pues sin duda es lo que era) sonrió a Grover. Tenía unos ojos cafés inyectados en sangre debido a la falta de sueño. Se llevó un dedo a los labios para indicar que prefería no despertar al niño. Perfectamente comprensible. A esa edad, los bebés sátiro son gritones y revoltosos, y pueden atravesar con los dientes varias latas al día.
—¡Lo conseguiste, Mellie!—susurró el sátiro.
—Grover, querido—ella miró la figura durmiente de Meg, saludo a Percy con la cabeza y acto seguido me hizo una señal ladeando la cabeza—. ¿Tú eres... eres ella?
—Si te refieres a Artemisa—dije—, me temo que sí.
Mellie frunció los labios.
—Había oído rumores, pero no me los creía. Pobrecilla. ¿Cómo te sientes?
—Estoy... estoy bien—logré decir—. Gracias.
—¿Y su amiga dormida?—preguntó.
—Sólo está agotada, creo—dijo Percy, aunque al igual que yo parecía preguntarse si ese era el único problema de Meg—. Aloe Vera dijo que vendría a ocuparse de ella dentro de unos minutos.
Mellie puso cara de preocupación.
—Está bien. Me aseguraré de que Aloe no se pase.
—¿De que no se pase?
Grover tosió.
—¿Donde está Gleeson?
Mellie echó un vistazo a la sala como si acabara de darse cuenta de que el tal Gleeson no estaba presente.
—No lo sé. En cuanto llegamos aquí, entré en latencia y he estado así todo el día. Dijo que iba a la ciudad por material de camping. ¿Qué hora es?
—Ya se puso el sol—contestó Grover.
—Debería haber vuelto ya—la figura de Mellie brilló de agitación y se volvió tan borrosa que temí que el bebé atravesara su cuerpo y se cayera.
—¿Gleeson es tu marido?—aventuré—. ¿Un sátiro?
—Sí, Gleeson Hedge—contestó ella.
Entonces me acordé vagamente de él: el sátiro que había viajado con los semidioses del Argo II.
—¿Sabes a donde fue?
—Al venir pasamos por delante de una tienda de saldos militares, bajando la cuesta.
Percy asintió.
—Sí hay un lugar en el que puede estar el Entrenador, es allí.
Mellie se volvió hacia Grover.
—Sí, puede que se haya distraído, pero... ¿No podrías ir a ver si está bien?
El sátiro sonrió débilmente.
—Claro, Mellie.
Ella le dio un beso en la mejilla.
—¡Eres el mejor señor de la naturaleza de la historia!
Grover se ruborizó.
—Vigila a Meg hasta que volvamos, ¿quieres?—se volvió hacia Percy y hacía mi—. Bueno, creo que nos vamos de compras.
...
Perdón por la tardanza, tal como predije me sentí bastante mal por la vacuna (Este es el poder de King Crimson). Quería empezar a escribir en cuanto me despertara, pero no contaba con que lo haría con una fiebre de 39 grados, el brazo izquierdo totalmente inutilizado y adolorido además de un malestar general.
Me sentía (y sigo sintiendo) mucho peor que después de la primera dosis, pero ¿que se le va a hacer?
Así que me volví a dormir y estuve así durante todo el día, y apenas me desperté hace poco. Pero bueno, aquí está el capítulo de ayer, más tarde subo el capítulo normal diario.
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