Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

¿Abrazos? Los de Percy por favor, no explosivos.


La mayoría de los sátiros se destacan a la hora de huir.

Sin embargo Gleeson Hedge no era como la mayoría. Él tomó una escobilla para limpiar Armas del carrito, gritó "¡¡¡Muere!!!" y atacó al encargado de ciento cuarenta kilos.

Incluso los autómatas se quedaron tan sorprendidos que no reaccionaron, un detalle que probablemente salvó la vida a Hedge. Percy agarró al sátiro por el cuello y lo arrastró hacia atrás cuando los empleados empezaron a disparar alocadamente etiquetas de descuento naranjas que volaron por encima de nuestras cabezas.

Tiró de Gleeson por el pasillo mientras él lanzaba una patada feroz y volcaba el carrito de la compra a los pies de nuestros enemigos. Otra etiqueta de descuento me rozó el brazo con la fuerza del zarpazo de un león furioso.

—¡Cuidado!—gritó Macrón a sus hombres—. ¡Necesito a Diana entera, no a mitad de precio!

Gleeson intentó agarrarse a los estantes, agarró un ejemplar de demostración del cóctel molotov con encendido automático de Macrón TM (¡COMPRE UNO Y LLÉVESE DOS GRATIS!) y se lo lanzó a los empleados de la tienda profiriendo el grito de guerra "¡Tomen saldos!".

Macrón gritó cuando el cóctel molotov aterrizó en medio de las cajas de munición desperdigadas de Gleeson y, como bien advertía la publicidad, estalló en llamas.

—¡Arriba!—el entrenador nos placó a Percy y a mi por la cintura. Nos echo a cada uno sobre un hombro como un saco de balones de fútbol, escaló los estantes en un colosal despliegue de montañismo caprino y saltó al siguiente pasillo mientras las cajas de munición explotaban detrás de nosotros.

Caímos en un montón de sacos de dormir enrollados.

—¡Corran, corran!—gritó, como si no se me hubiera ocurrido la idea.

Lo seguimos con dificultad; me zumbaban los oídos. En el pasillo que acabábamos de abandonar, oí golpes y gritos como si Macrón corriera por encima de un sartén caliente llena de palomitas de maíz.

No vi rastro de Grover.

Cuando llegamos al final del corredor, un dependiente dobló la esquina con su etiquetadora levantada.

—¡Buenas!—Hedge le asestó una patada giratoria.

Se trataba de un movimiento de notoria dificultad. Ares solía caerse y se partía la rabadilla practicándolo en su dojo (mira el video "Ares patético" que se hizo viral en el monte Olimpo el año pasado, y que desde luego, Apolo "no" subió a la red)

Para mi sorpresa, el entrenador Hedge la ejecutó a la perfección. Su pezuña impactó en la cara del dependiente autómata y le arrancó la cabeza de cuajo. El cuerpo cayó de rodillas y se desplomó hacia delante, mientras los cables del cuello echaban chispas.

—Wow—Gleeson examinó su pezuña—. ¡La cera acondicionadora Cabra de Hierro funciona realmente!

El cuerpo decapitado del empleado me recordó a los blemias de Indianápolis, que perdían sus cabezas falsas a menudo, pero no tenía tiempo para recrearme en el terrible pasado cuando tenía un terrible presente al que enfrentarme.

Detrás de nosotros, Macrón gritó:

—Oigan, ¿que hicieron ahora?

Estaba al fondo del pasillo, con la ropa manchada de hollín y el chaleco amarillo tan agujereado que parecía un trozo humeante de queso gruyer. Sin embargo—maldita suerte—, parecía ileso. El segundo empleado se encontraba detrás de él, aparentemente indiferente al hecho de que su cabeza robótica estaba en llamas.

—Diana—me reprendió Macrón—, es inútil luchar contra mis autómatas. Esto es una tienda de saldos militares. Tengo cincuenta más en el almacén.

Miré al entrenador.

—Larguémonos de aquí.

—Sí—Gleeson agarró un mazo de cróquet de un estante cercano—. Puede que cincuenta sean demasiados hasta para mí.

Rodeamos las tiendas de campaña y serpenteamos por el Paraíso del Hockey tratando de volver a la entrada de la tienda. A pocos pasillos de allí, Macrón daba órdenes a gritos:

—¡Vallan por ellos! ¡No dejaré que me obliguen a suicidarme otra vez!

—¿Otra vez?—preguntó Percy.

—Trabajó para el emperador—expliqué—. Viejos amigos. Pero el emperador no se fiaba de él. Ordenó que lo detuvieran y ejecutaran.

Nos detuvimos al final de un pasillo. El entrenador se asomó a las esquinas buscando señales de hostiles.

—¿Y Macrón se suicidó?—preguntó—. Que imbécil. ¿Por qué vuelve a trabajar para el emperador si ese tipo quiso matarlo?

Me quité el sudor de los ojos.

—Me imagino que el emperador lo resucitó y le dio una segunda oportunidad. Los romanos tienen unas ideas muy raras sobre la lealtad.

Gleeson gruñó.

—Hablando del tema, ¿donde está Grover?

—Cerca de aquí—dijo Percy—, puedo sentirlo.

—Bueno—el entrenador señaló hacia delante, donde las puertas corredizas de cristal daban al estacionamiento. Su Pinto amarillo se hallaba a una distancia tentadora—. ¿Están listos?

Arremetimos contra las puertas.

Las puertas no colaboraron. Me estampé contra una y reboté. El entrenador aporreó el cristal con su mazo de cróquet y luego intentó propinarles unas cuantas patadas, pero ni siquiera sus pezuñas enceradas con Cabra de Hierro le hicieron ningún rasguño. Percy atacó varias veces con Contracorriente, la puerta echó chispas, pero no sufrió ningún daño.

—Vaya por los dioses—dijo Macrón detrás de nosotros.

Me volví. El encargado estaba a seis metros, debajo de una balsa de rafting colgada en el techo con un cartel que atravesaba la proa: ¡BARCADAS DE DESCUENTO! Estaba empezando a entender por qué el emperador había ordenado que detuvieran y ejecutaran a Macrón. Para ser tan grande, se le daba muy bien acercarse a la gente sin hacer ruido.

—Esas puertas de cristal son a prueba de bombas—nos explicó—. En el departamento de bricolaje para refugios nucleares tenemos ofertas esta semana, pero supongo que no le servirían de nada.

Aparecieron más empleados con chalecos amarillos procedentes de varios pasillos: una docena de autómatas idénticos, algunos cubiertos de plástico de burbujas como si acabaran de salir del almacén.

Formaron un semicírculo irregular detrás del encargado.

Invoqué mi arco y disparé a Macrón, pero me temblaban tanto las manos que la flecha no dio en el blanco y se incrustó en la frente envuelta en plástico de un autómata con un nítido ¡pop! El robot apenas pareció percatarse.

—Hum—Macrón hizo una mueca—. Usted es totalmente mortal, ¿verdad? Supongo que es cierto eso que dice la gente: "Nunca conozcas a tus dioses. Sólo conseguirás llevarte una decepción". Espero que quede suficiente de usted para que la amiga mágica del emperador pueda trabajar.

—¿Suficiente de mí?—pregunté—. ¿Amiga mágica?

Macrón hizo crujir los nudillos.

—Es una lástima, la verdad. Yo soy mucho más leal que ella, pero no debo quejarme. ¡Cuando la lleve a usted al emperador, seré recompensado! ¡Mis autómatas recibirán una segunda oportunidad como la guardia personal del emperador! Después, ¿qué más me da? La hechicera puede llevarla a usted al Laberinto y hacer su magia.

—¿Su magia?

Gleeson levantó el mazo de cróquet.

—Yo me encargaré de todos los que pueda—murmuró—. Ustedes busquen otra salida.

Agradecía el detalle. Lamentablemente, no creía que el sátiro pudiera conseguirnos mucha ventaja. Además me rehusaba a volver con Mellie, aquella ninfa de las nubes bondadosa y falta de sueño, e informarle que su marido había muerto a manos de un pelotón de robots envueltos en plástico de burbujas.

—¿Quien es la hechicera?—pregunté—. ¿Qué piensa hacer conmigo?

La sonrisa de Macrón era fría y falsa.

—Pronto lo verá—prometió Macrón—. Yo no le creí cuando dijo que usted caería de lleno en la trampa, pero aquí está. Ella predijo que sería incapaz de resistirse al Laberinto en Llamas. En fin. ¡Miembros del equipo del Desmadre Militar, maten al sátiro y al mestizo y atrapen a la antigua diosa.

Los autómatas avanzaron arrastrando los pies.

Al mismo tiempo, una mancha borrosa verde, roja y café me llamó la atención cerca del techo: una figura de sátiro que saltó de la parte superior del pasillo más próximo, se columpio de un fluorescente y cayó en la balsa de rafting colgada sobre la cabeza de Macrón.

Antes de que nadie reaccionara, la balsa aterrizó encima del encargado y sus secuaces y los sepultó bajo una barcada de descuentos. Grover escapó de un salto con un remo en la mano y gritó:

—¡Vamos!

La confusión nos brindó unos instantes para huir, pero con las puertas de salida cerradas a cal y canto, sólo pudimos adentrarnos en la tienda.

—¡Muy buena!—Gleeson dio una palma dita a Grover en la espalda mientras atravesábamos corriendo el departamento de camuflaje—. ¡Sabía que no nos abandonarías!

—Sí, pero aquí dentro no hay naturaleza por ninguna parte—se quejó Grover—. Ni plantas. Ni tierra. Ni luz natural. ¿Cómo se supone que vamos a luchar en estas condiciones?

—¡Pistolas!—propuso el entrenador.

—La sección de pistolas está completamente incendiada —dijo Grover—gracias a cierto cóctel molotov y unas cajas de munición.

—¡Maldición!—exclamó Gleeson.

Pasamos por delante de una muestra de armas de artes marciales, y al entrenador se le iluminaron los ojos. Rápidamente cambió su mazo de cróquet por unos nunchakus.

—¡Esto ya es otra cosa! ¿Qué quieren, unos shurikens o una kusarigama?

—Yo quiero escapar— dijo Grover, agitando su remo—. ¡Entrenador, debe dejar de pensar en atacar de frente! ¡Tiene familia!

—¿Crees que ni lo sé?—gruñó—. Intentamos instalarnos con los McLean en Los Ángeles, y mira lo bien que nos salió.

Ya me había imaginado que había una historia detrás—¿por qué habían venido aquí desde Los Ángeles y por qué Gleeson parecía tan resentido?—, miré a Percy, quien se veía tan confundido como yo.

—Y si buscamos otra salida—dijo—. Podemos escapar y discutir sobre armas ninja al mismo tiempo.

Ese arreglo pareció satisfacer a ambos sátiros.

Pasamos a toda velocidad por delante de unas piscinas inflables (¿qué tenían esos artículos de saldos militares?), doblamos una esquina y vimos delante de nosotros, en la esquina del fondo del edificio, unas puertas dobles con el letrero SÓLO PERSONAL AUTORIZADO.

Grover y Hedge se adelantaron corriendo y me quedé un poco atrás junto con Percy. En algún lugar cercano, la voz de Macrón gritó:

—¡No puede escapar, Diana! Ya llamé al Caballo. Llegará en cualquier momento.

¿El Caballo?

¿Por qué esa palabra me provocaba terror hasta los huesos? Busqué una respuesta clara en mis confusos recuerdos, pero no hallé nada.

Lo primero que me planteé fue que a lo mejor el Caballo era un nombre de guerra. Tal vez el emperador había contratado a un luchador malvado vestido con una capa de satén negra, unos calzoncillos de licra brillantes y un casco en forma de cabeza de caballo.

Lo segundo que me planteé fue por qué Macrón podía pedir ayuda cuando a nosotros nos estaba prohibido. Las comunicaciones de los semidioses habían sido saboteadas mágicamente durante meses, los teléfonos se cortocircuitaban, las computadoras se derretían, los mensajes iris y los pergaminos mágicos no funcionaban, y, sin embargo, nuestros enemigos no tenían problemas para enviarse mensajes.

Cruzamos las puertas con el rótulo SÓLO PERSONAL AUTORIZADO.

Dentro había un trastero/zona de carga y descarga lleno de más autómatas cubiertos de plástico de burbujas, todos silenciosos e inmóviles.

Los dos sátiros pasaron por delante de los robots corriendo y empezaron a tirar de la persiana metálica de garaje que cerraba la zona de carga y descarga.

—Cerrada—Gleeson golpeó la persiana con su nunchaku.

Percy hizo un corte en el metal con Contracorriente, pero era muy estrecho. Intentó agrandarlo usando la espada como palanca pero no daba resultado.

Miré a través de las ventanillas de plástico de las puertas de personal. Macrón y sus secuaces corrían en dirección a nosotros.

—¿Escapamos o nos quedamos?—pregunté—. Están a punto de acorralarnos otra vez.

—¿Qué tienen ustedes dos?—preguntó el entrenador.

—¿A qué se refiere?

—¿Qué as se guardan bajo la manga? Yo preparé el coctel molotov. Grover lanzó la balsa. Les toca. ¿Fuego divino, por ejemplo? Un huracán nos vendría igual de bien.

—¡No guardó nada de fuego divino en las mangas!

El viento se arremolinó por un momento alrededor de Percy, pero no pasó nada más.

—No hay humedad suficiente, estamos en medio desierto. No es el habitad natural de los hijos de Posesión, ni de los huracanes.

—Poseidón también es dios de las sequías—recordé—. ¿Crees poder revertirlo aunque sea un poco?

Percy se concentró.

—No, lo siento, sin algo que conecte este sitio con el mar como catalizador no puedo hacer mucho.

—Nos quedamos—decidió Grover. Me lanzó su remo de balsa—. Artemisa, bloquea esas puertas.

—Pero...

—¡No dejes entrar a Macrón!

Sin muchas opciones, hice lo que me pidió.

—Entrenador—continuó Grover—, ¿puede tocar una canción de apertura para la puerta de la zona de carga?

Gleeson gruñó.

—Hace años que no lo hago, pero lo intentaré. ¿Qué harás tú?

Grover estudió a los autómatas inactivos.

—Percy, tal vez necesite tu ayuda, ¿recuerdas la batalla de Manhattan?

—¿Cómo no hacerlo?—contestó el semidiós.

Introduje el remo a través de los dos picaportes de las puertas y acto seguido acerqué un poste del que colgaba una pelota y lo apoyé contra la puerta. Gleeson empezó a tocar una melodía con el silbato de entrenador. Nunca había pensado en el silbato como un instrumento musical, y la interpretación del sátiro no me hizo cambiar de opinión.

Mientras tanto, Grover y Percy arrancaron el plástico de burbujas del autómata más cercano y el sátiro le dio un golpecito con los nudillos en la frente. La máquina emitió un sonido metálico hueco.

—Bronce celestial, sin duda—concluyó el sátiro—. ¡Podría funcionar!

—¿Qué van a hacer?—pregunté.

—Activarlos para que nos hagan caso—respondió Percy.

—¡No nos ayudarán! ¡Son de Macrón!

Hablando del pretor, Macrón empujó las puertas y sacudió el remo y el poste.

—¡Vamos, Diana! ¡Deje de dar problemas!

Grover quitó el plástico de burbujas de otro autómata.

—Durante la batalla de Manhattan—dijo—, cuando estábamos luchando contra Crono, ....Annabeth nos habló de una orden de anulación grabada en la memoria de los autómatas.

—No soy ninguna experta en máquinas—dije—. Pero ¿creen que funcione el mismo código? No es como si todos los autómatas del mundo respondieran a la "secuencia de órdenes: Dédalo veintitrés"

Inmediatamente, los autómatas envueltos en plástico se pusieron firmes y se volvieron para mirarme.

—¡Sí!—gritó Grover alegremente.

Yo no me sentía tan alegre. Acababa de activar una sala llena de trabajadores temporales metálicos más propensos a matarme que a obedecerme. No tenía in idea de cómo había descubierto Annabeth Chase que la orden de Dédalo se podía utilizar en cualquier autómata. Por otra parte, por sus episodios más recientes con Percy había dudado seriamente de su inteligencia, un error que nadie debería cometer. Lo quieran o no, Annabeth Chase era la semidiosa más peligrosa de la generación, y eso a pesar de no tener ningún poder especial.

El entrenador Hedge siguió tocando a Scott Joplin. La puerta de la zona de carga y descarga no se movía. Macrón y sus hombres golpeaban contra mi barricada improvisada y estuvieron a punto de lograr que se me escapara el poste de las manos.

—¡Artemisa, habla con los autómatas!—dijo Grover—. Están esperando tus órdenes. ¡Diles que inicien el Plan de Termópilas.

No me gustaba que me recordaran las Termópilas. Mucho despártanos habían muerto defendiendo Grecia de los persas. Como ya han de saber, siempre me agradaron los espartanos. Aún así hice lo que me dijo.

—¡Inicien el Plan Termópilas!

En ese momento, Macrón y sus doce sirvientes cruzaron las puertas: partieron el remo, derribaron el poste del que colgaba la pelota y me lanzaron en medio de mis nuevos autómatas.

Macrón se detuvo tambaleándose, con seis secuaces desplegados a cada lado.

—¿Qué es esto? ¡No puede activar mis autómatas, Diana! ¡No los ha pagado! ¡Miembros del equipo del Desmadre Militar, atrapen a Diana! ¡Hagan pedazos al resto! ¡Y pongan fin a esos pitidos infernales!

Dos cosas que nos salvaron de la muerte instantánea. Primero, Macrón cometió el error de dar demasiadas órdenes al mismo tiempo. (Personalmente, yo habría ido por el silbato sin ninguna contemplación)

¿La otra cosa que nos salvó? En lugar de hacer caso a Macrón, nuestros nuevos amigos los trabajadores temporales empezaron a poner en práctica el Plan Termópilas. Avanzaron arrastrando los pies, entrelazaron los brazos y rodearon al encargado y a sus compañeros, que trataron de evitar torpemente a sus colegas robóticos y chocaron unos con otros confundidos.

—¡Paren!—gritó Macrón—. ¡Les ordenó que paren!

Eso no hizo más que aumentar la confusión. Sus leales secuaces se pararon en seco y dejaron que nuestros monigotes manejados por Dédalo rodearan al grupo de hostiles.

—¡No, ustedes no!—gritó Macrón a sus máquinas—. ¡Ustedes no se paren! ¡Sigan luchando!

Sus palabras no contribuyeron a aclarar la situación.

Los monigotes de Dédalo rodearon a sus camaradas y los estrujaron dándoles un enorme abrazo de grupo, y a pesar de su tamaño y su fuerza, Macrón quedó atrapado en el centro retorciéndose y empujando inútilmente.

—¡No! ¡No puedo...!—escupió plástico de burbujas por la boca—. ¡Socorro! ¡El Caballo no puede verme así!

Los monigotes de Dédalo empezaron a emitir un zumbido desde lo más profundo de su pecho, como un motor que no funciona en la marcha adecuada. De las junturas de sus cuellos comenzó a salir humo.

Retrocedí como hace uno cuando un grupo de robots empieza a echar humo.

—Oigan, ¿en que consiste exactamente el Plan Termópilas?

El sátiro tragó saliva.

—Ejem, tienen que mantenerse firmes para que nosotros podamos retirarnos.

—Entonces, ¿por qué echan humo?—pregunté—. ¿Y por qué están empezando a ponerse rojos?

—Es posible—dijo Percy— que hayan confundido el Plan Termópilas con el Plan Petersburg.

—¿Y eso quiere decir...?

—Que puede que estén a punto de sacrificarse explotando.

—¡Entrenador!—grité—. ¡Pite mejor!

Percy tomó su espada e introdujo la punta de la hoja por debajo de la parte inferior y levantó haciendo palanca. Yo también tomé a Contracorriente por el mango y ayudé a levantar.

Nuestras manos se estaban tocando y.... ¡Cállate Cerebro! ¡Sólo intentábamos sobrevivir!

Detrás de nosotros, Macrón gritó:

—¡Caliente! ¡Caliente!

Empecé a notar un calor incómodo en la ropa, como si estuviera sentada en el borde de una hoguera. Después de la experiencia con el muro de llamas en el Laberinto, no quería arriesgarme con un abrazo de grupo/explosión en ese cuartito.

—¡Levanta!—grité—. ¡Pita!

Grover se unió a la desesperada melodía del entrenador. Finalmente, la persiana de la zona de carga y descarga empezó a ceder y chirrió en señal de protesta cuando la levantamos unos centímetros del suelo.

Los chillidos de Macrón se volvieron ininteligibles.

—¡Vamos!—nos gritó Percy—. ¡Pasen por debajo!

Lamentablemente esa fue una orden directa, por lo que mi cuerpo reaccionó contra mi voluntad y pase por la abertura. Grover y Hedge se escurrieron detrás de mí y luego los tres sostuvimos la puerta mientras pasaba Percy.

Apenas nos habíamos puesto de pie cuando Grover gritó:

—¡Al suelo!

Saltamos al borde de la zona de carga y descarga cuando la puerta de acero—que al parecer no era a prueba de bombas—explotó detrás de nosotros.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro