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"A los asesinos los recuerdan como héroes, pero a los agricultores los olvidan"


Nuestro concejo de guerra parecía más un concejo de muecas.

Gracias a la magia de Grover y a las continuas babas (digo, atenciones) de Aloe Vera, Piper recobró la conciencia. A la hora de la cena, tanto ella como yo pudimos bañarnos, vestirnos e incluso caminar sin gritar demasiado, pero nos dolía mucho todo. Sin embargo, sierro hijo de Poseidón qué pasó la mitad del día metido bajo el agua se encontraba perfectamente.

Suertudo.

Para la hora de la cena, todos nos reunimos en la cisterna sin que hubiera problemas antes. Ningún problema, absolutamente.

Tercera persona:

Quince minutos antes:

—Bien, tenemos que estar listos tenemos bastante que contarles—dijo Artemisa, mientras levantaba una piedra del suelo y la arrojaba al pozo de agua para llamar la atención del hijo de Poseidón que estaba adentro.

—Esto... ¿Artemisa?—preguntó Aloe.

—¿Sí?—preguntó la ex-diosa mientras observaba la superficie de agua turbia.

—¿No preferirías cubrirte primero?

Artemisa se dio cuenta muy tarde de que seguía en ropa interior. Antes de poder hacer nada, Percy salió del agua, y para la sorpresa de la ex-diosa, también solo con su ropa interior.

Ambos tuvieron un breve momento de vacilación en el que no sabían cómo reaccionar.

Luego Percy se cubrió los ojos com ambas manos mientras gritaba:

—¡Lo siento!—y volvió a caer en el agua.

Artemisa retrocedió muy sonrojada (aún más que por las quemaduras) para ponerse algo.

Mientras tanto, Piper observaba la escena en silencio y hacía sus conjeturas.

Devuelta al presente:

Artemisa:

La cerbatana y el carcaj de Piper—ambos reliquias de su abuelo— estaban destrozados, y a elle se le había chamuscado el pelo y sus brazos quemados relucían a causa del aloe, parecían ladrillos recién vidriados. Llamó a su padre para avisarme que pasaría la noche con su grupo de estudio y se acomodó en uno de los nichos de ladrillo de la Cisterna con Mellie y Hedge, que no paraban de pedir que bebiera más agua. El pequeño Chuck estaba sentado en el regazo de la hija de Afrodita y miraba embelesado su cara como si fuera lo más asombroso del mundo.

Meg, por su parte, se hallaba sentada con aire sombrío junto a la picona, con los pies en el agua y un plato de enchiladas en el regazo. A su lado estaba sentada Pita con cara de abatimiento, aunque había empezado a crecerle una nueva púa donde se le había caído el brazo marchito. Sus amigas dríades pasaban continuamente y le ofrecían fertilizante y agua y enchiladas, pero ella negaba tristemente mirando la constelación de pétalos caídos de planta del dinero que tenía en la mano.

Planta del Dinero, me dijeron, había sido plantada en la ladera con todos los honores de una dríade. Con suerte, reencarnaría en una nueva suculenta, o tal vez en una ardilla antílope de cola blanca. A Planta del Dinero siempre le habían gustado.

Grover parecía agotado. Tocar música curativa le había pasado factura, por no hablar del estrés de conducir hasta Palm Springs a velocidades de vértigo en el Bedrossianmóvil prestado/ligeramente robado con cinco víctimas de quemaduras en estado crítico.

Una vez que estuvimos todos reunidos—pésames dados, enchiladas comidas, aloe embadurnado—, di comienzo a la reunión.

—La meta de Calígula siempre ha sido la misma:—dije— convertirse en dios. Vio a sus antepasados inmortalizados después de su muerte: Julio, Augusto, hasta el vejestorio asqueroso de Tiberio. Pero él no quería esperar a morir. Él fue el primer emperador romano que quiso ser un dios en vida.

Piper, que estaba jugando con el bebé sátiro, alzó la vista.

—Calígula es un dios menor, ¿no? Tú dijiste que él y los otros dos emperadores llevan miles de años aquí. Entonces consiguió lo que quería.

—En parte—convine—. Pero a Calígula no le basta con ser un dios menor. Él siempre soñó con sustituir a uno de los dioses del Olimpo. Acariciaba la idea de convertirse en el nuevo Júpiter o el nuevo Marte. Al final se puso como meta ser el nuevo Apolo—tragué el amargo sabor de boca—. Pero parece que ahora apunta a más. Quiere sustituir a Apolo, a mí y a cualquier otra deidad con dominio sobre los astros del cielo.

El entrenador Hedge se rascó la piocha.

—¿Y qué va a hacer? ¿Los matará a ti y a tu hermano, se colgará una plaquita de diga "¡Hola, soy Apolo!" Y entrará en el Olimpo sin que nadie note nada.

—Sería peor que matarnos—dije—. Consumiría mi esencia además de la de Helios, para convertirse en el señor de los astros. Luego buscará a mi hermano y otros dioses para consumirlos también.

Nopal se erizó.

—¿Los otros dioses del Olimpo lo permitirían?

—Los dioses del Olimpo—diñé amargamente— permitieron a Zeus despojarme de mis poderes y lanzarme a la Tierra. Le han hecho a Calígula la mitad del trabajo. Ellos no intervendrán. Como siempre, esperarán que los héroes resuelvan el problema. Si efectivamente Calígula cumple su cometido, desapareceré. Desapareceré para siempre. Para eso ha estado preparándose Medea en el Laberinto en Llamas. Es una cazuela gigante para sopa de dios de los astros.

Meg arrugó la nariz.

—Qué asco.

Estaba totalmente de acuerdo con ella.

Entre las sombras, Árbol de Josué se cruzó de brazos.

—Entonces, ¿el fuego de Helios... es lo que está matando nuestra tierra?

Abrí las manos.

—Bueno, los humanos tampoco están ayudando. Pero, aparte de la contaminación habitual y el cambio climático, sí, el Laberinto en Llamas fue el punto de inflexión. Lo que queda del titán Helios corre ahora por esta sección del Laberinto debajo del sur de California y está convirtiendo poco a poco la parte superior en un yermo con fuego.

Pita se tocó un lado de la cara llena de cicatrices. Cuando me miró, tenía una mirada tan puntiaguda como su cuello.

—Si Medea triunfa, ¿todo el poder ira a parar a Calígula? ¿El Laberinto dejará de arder y de matarnos?

Nunca había considerado a los cactus una forma de vida especialmente agresiva, pero mientras las otras dríades me observaban, no me costó imaginármelas arándome con un lazo, colorándome una tarjeta grande que dijera PARA CALÍGULA, DE LA NATURALEZA y dejándome en la puerta del emperador.

Percy llevó inconscientemente su mano hasta su bolsillo mientras escuchaba a las dríades.

—Eso no servirá chicas—dijo Grover—. Calígula es el responsable de lo que nos está pasando. A él le dan igual los espíritus de la naturaleza. ¿De verdad quieren darle todo el poder de un dios solar, entre muchas más cosas?

Las dríades asintieron murmurando de mala gana.

—Entonces, ¿que hacemos?—preguntó Mellie—. No quiero que mi hijo crezca en un páramo en llamas.

Meg se quitó los lentes.

—Matar a Calígula.

A cualquier otro le parecería raro oír a una niña de doce años hablar sobre matar con tanta naturalidad. Pero cómo normalmente yo misma era una niña de doce años que habla sobre matar con naturalidad no le di importancia.

—Meg, puede que eso no sea posible—dije—. ¿Te acuerdas de Cómodo? Era el más débil de los tres emperadores, y lo único que pudimos hacer fue echarlo de Indianápolis. Calígula será mucho más poderoso y estará mucho más atrincherado.

—Me da igual—murmuró ella—. Lastimó a mi papá. Hizo... todo esto—señaló la vieja cisterna.

—¿A qué te refieres con "todo esto"?—preguntó Josué.

Ella nos miró a Percy y a mí como diciendo: "Les toca"

Explicamos lo que habíamos visto en los recuerdos de Meg: Aeithales como era originalmente, la presión legal y económica que Calígula debió ejercer para cerrar el negocio de Philip McCaffrey, la forma en que Meg y su padre se habían visto a escapar poco antes de que la casa fuera incendiada.

Josué frunció el entrecejo.

—Me acuerdo de un saguaro del primer invernadero que se llamaba Hércules. Fue uno de los pocos que sobrevivió al incendio de la cada. Era un viejo y resistente espíritu de la naturaleza que sufría mucho a causa de las quemaduras, pero que se aferraba a la vida. Solía hablar de una niña que vivía en la casa. Decía que esperaba su regreso—Josué se volvió asombrado hacia Meg—. ¿Eras tú?

La pequeña se enjugó una lágrima de la mejilla.

—¿No sobrevivió?

Josué negó con la cabeza.

—Murió hace unos años. Lo siento.

Pita tomó la mano de Meg.

—Tu papá fue un gran héroe—declaró—. Está claro que hizo todo lo que pudo por ayudar a las plantas.

—Era... botánico—dijo Meg, pronunciando la palabra como si acabara de recordarla.

Las dríades agacharon la cabeza. Hedge y Grover se quitaron sus gorros.

—Con todas esas semillas brillantes, me pregunto cuál era el gran proyecto de tu papá—dijo Piper—. En el laberinto, cuando luchamos con Medea, ella te estaba buscando, te llamó descendiente de Plemneo.

Las dríades dejaron escapar un grito ahogado colectivo.

—¿Plemneo?—preguntó Reba—. ¿El Plemneo original? ¡Hasta en Argentina lo conocemos!

La miré fijamente.

—¿De verdad?

Nopal resopló.

—¡No inventes, Artemisa! Eres una diosa de la naturaleza. ¡Seguro que conoces al gran héroe Plemneo!

—Ejem...—estuve tentada a echar la culpa a mi defectuosa memoria mortal, pero estaba convencida de que nunca había oído ese nombre, ni siquiera cuando era una diosa—. ¿Exactamente, qué hizo?

Aloe se apartó de mí lentamente, como si no quisiera estar en la línea de fuego cuando las otras dríades me dispararan con sus espinas.

—Lo típico—murmuró Nopal—. A los asesinos los recuerdan como héroes, y de los agricultores se olvidan. Menos nosotros, los espíritus de la naturaleza.

—Plemneo fue un rey griego—explicó Pita—. Un hombre noble. Pero sus hijos nacieron malditos. Si uno de ellos lloraba una sola vez durante la infancia, moriría en el acto.

Yo no sabía en qué sentido ennoblecía eso a Plemneo, pero asentí con la cabeza educadamente.

—¿Y qué pasó?—preguntó Percy.

—Recurrió a Deméter—respondió Josué—. La mismísima diosa crió a su siguiente hijo, Ortopolis, para que viviera. En agradecimiento, Plemneo construyó un templo a la divinidad protectora de las cosechas y los campos, y, desde entonces, sus descendientes se han dedicado a la obra de Deméter y siempre han sido grandes agricultores y botánicos.

Pita apretó la mano de Meg.

—Ahora entiendo por qué tu papá pudo construir Aeithales. Su trabajo debió ser muy especial. No sólo venía de un largo linaje de héroes de Deméter, sino que llamó la atención de la diosa, tú mamá. Nos sentimos honrados de que hayas vuelto a casa.

—Casa—asintió Nopal.

—Casa—repitió Josué.

Meg parpadeó para contener las lágrimas.

—Es estupendo—el entrenador Hedge dedicó a Meh una respetuosa inclinación de cabeza—. Tu papá debió de ser importante, pequeña. Pero a menos que estuviera cultivando un arma secreta, no sé de qué nos puede servir eso. Todavía tenemos un emperador que matar y un laberinto que destruir.

—Gleeson...—lo reprendió Mellie.

—Eh, ¿me equivocó?

Nadie le llevó la contraria.

Grover se quedó mirándose desconsoladamente las pezuñas.

—¿Qué hacemos entonces?

—Nos ceñiremos al plan—contesté. La seguridad de mi voz pareció sorprender a todos. Desde luego a mí me sorprendió—. Buscaremos la sibila eritrea. Ella es más que un simple cebo. Es la clave de todo. Estoy segura.

Piper mecía al pequeño Chuck mientras éste trataba de agarrar su pluma de arpía.

—Artemisa, hemos intentado recorrer el Laberinto y ya viste lo qué pasó.

—Jason Grace logró atravesarlo—dije—. Encontró al oráculo.

La expresión de Piper se ensombreció.

—Tal vez. Pero en el caso de que Medea diga la verdad, Jason encontró el Oráculo porque ella quiso que lo encontrara.

—Ella dijo que había otra forma de recorrer el Laberinto—recordó Percy—. Los zapatos del emperador. Párese que Calígula los usa para andar sin problemas. Necesitamos esos zapatos. A eso se refiere la profecía: "Recorrer el camino con las botas de tu adversario"

Meg se limpió la nariz.

—Entonces, ¿hay que encontrar a Calígula y robarle los zapatos? Y ya que estamos en eso, ¿no pueden matarlo?

Lo pregunto despreocupadamente, como quien dice: "¿No pide,os pagar en el súper de vuelta a casa?

Hedge apuntó a Meg con el dedo.

—¿Lo ven? Eso sí que es un plan. Me cae bien esta niña.

—Escuchen—empecé a decir—, Calígula lleva vivo miles de años. Es un dios menor. No sabemos cómo matarlo para que siga muerto. Tampoco sabemos cómo destruir el Laberinto, y está claro que no queremos empeorar las cosas soltando todo ese calor divino en el mundo superior. Nuestra prioridad tiene que ser la sibila.

—¿Porque es tu prioridad?—Masculló Nopal.

—No—dijo Percy—, porque el Oráculo puede darnos una profecía con la cual resolver el resto de los problemas.

—En cualquier caso—dije—, para saber dónde está el emperador tenemos que consultar a Jason Grace. Medea nos dijo que el Oráculo le dio información sobre cómo encontrar a Calígula. Piper ¿nos llevarías hasta Jason?

No me hacía gracia el pedirle a Piper que fuera y nos guiará a donde su ex. Pero era la única opción que teníamos.

La chica frunció el ceño. El pequeño Chuck le había agarrado un dedo y lo movía tan cerca de su boca que su integridad peligraba.

—Jason vive en un internado de Pasadena—dijo Finalmente—. No sé si querrá escucharme. No se si querrá ayudarnos. Pero pode,os intentarlo. Anna...—se detuvo un momento para observar la reacción de Percy—...Annabeth siempre dice que la información es el arma más poderosa.

Percy y Grover se miraron.

—No se puede discutir con la listilla sobre eso—dijo Percy—. Actualmente desconfió de su juicio en todo menos en estrategia.

—Entonces está decidido—dije—. Mañana continuaremos con la misión sacando a Jason Grace del internado.

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